por María José Quesada Arancibia
En conversación con El Mostrador, el filósofo italiano Franco Berardi (Bifo), reflexionó en torno a Chile como cuna del neoliberalismo y el movimiento social que provocó el estallido el 18 de octubre. Ante este escenario comentó que “tenemos que contextualizar lo que pasa en Chile en el cuadro de la convulsión social que se está manifestando a nivel mundial, desde Hong Kong a Barcelona, a Quito, Beirut, Baghdad, Alger, Khartoum. En esta insurrección, que tiene formas y contenidos diferentes, hasta divergentes, tenemos que buscar caracteres compartidos que puedan delinear una posible unidad estratégica. Todos estos conflictos han sido generados por el absolutismo capitalista de esta época, todos nacen desde la desigualdad producida por la globalización neoliberal, eso es lo primero. Un segundo carácter común es generacional, pues se trata de una revuelta de jóvenes, de los que no llevan ni la responsabilidad del desastre del siglo XX, ni la memoria de las luchas y de los progresos que se realizaron en dicho tiempo. La revuelta chilena en este contexto parece tener un papel ejemplar: Chile es el lugar donde la relación entre liberalismo y violencia ha sido más clara, y donde parece que la memoria del pasado mantiene una continuidad, un sentido viviente. En el caos de la convulsión contemporánea, el movimiento chileno puede introducir un factor de novedad. La insurrección chilena parece a la altura de producir contenidos programáticos que pueden entrar en resonancia con las revueltas de los otros lugares.”.
-¿Crees es posible una transformación real considerando esta polarización entre los que quieren mantener el statu quo y los que desean un cambio a este modo de vida?
-No soy capaz de responder a la pregunta si es posible una transformación real como efecto del movimiento que se está desarrollando. No lo sé, pero todo se juega en torno a esta cuestión: ¿el movimiento es un acto de liberación puntual que se consume en sí mismo o tiene una potencia de transformación?
La revuelta en sí misma es un acto terapéutico: “No era depresión, era capitalismo”, son palabras que he leído en una pancarta chilena hace unos días.
La reactivación del cuerpo colectivo es un fenómeno energético e iluminador. Hasta hoy las revueltas del nuevo siglo (Occupy) han actuado como reactivación temporal del cuerpo colectivo, sin programa ni continuidad. Pero en la revuelta chilena de hoy, hay algo nuevo: la propuesta de una Constitución desde abajo, una Constitución discutida por millones de ciudadanos, la que me parece una innovación política que abre la puerta a la salida de la gobernanza liberal del capitalismo global.
Reescribir la Constitución chilena no es un acto meramente jurídico, puede tener un carácter de profunda transformación social. “El mayor problema es que la estructura no permite la construcción de un Estado social”, ha escrito el historiador Manuel Bastías.
Las demandas del pueblo chileno implican temas de propiedad privada, nacionalización de recursos, del agua, reformas al sistema de salud, educación, previsiones, que contrastan con la Constitución de 1980.
Una Constitución para la salida de la obscuridad absolutista del capitalismo neoliberal es la tarea que el movimiento chileno se pone, si quiere durar en el tiempo. Una indicación estratégica que tendría un valor ejemplar para los demás en el mundo.
-En tu escrito, difundido hace unas semanas, mencionas la posible alternativa de un cambio estructural, la que se funda en la “superación de la obsesión económica del crecimiento obligatorio, la redistribución de los recursos, la reducción del tiempo de trabajo asalariado y la ampliación del tiempo de actividad libre”. ¿Cómo lograrlo si el neoliberalismo es una especie de encarnación que opera también a nivel individual e inconsciente, el que se da a través de diversas expresiones que afecta a todas las clases sociales y alimenta así su reproducción?
-El escrito al que te refieres, el texto que circuló con mi firma y la firma de las compañeras y compañeros de Vitrina Distópica, es un intento de expresar solidaridad al movimiento chileno, pero también de buscar lo que en este movimiento podría ir más allá de la revuelta, para transformarse en una experiencia de innovación social ejemplar.
Por su formación epistémica fundamental, el capitalismo no puede salir del paradigma económico del crecimiento, de la expansión. Pero la expansión ilimitada ya encontró los límites de la naturaleza física del planeta, de la naturaleza psíquica de la esfera humana.
Mientras en una gran parte del mundo, principalmente en el sur, se desencadenan revueltas rabiosas de tipo social, en el norte se manifiesta una especie de «Cruzada de los niños» (y sobre todo de las niñas) contra el cambio climático.
En 1971, el Club de Roma publicó un “Reporte sobre los límites del crecimiento”. En los últimos años, Lawrence Summers, economista de Harvard y consejero de Obama, está hablando de un estancamiento secular.
A pesar de los esfuerzos políticos de todos los gobiernos, el crecimiento se ha desvanecido y la única manera para incrementar las utilidades es destrozar la sociedad.
No hay capitalismo sin expansión, pero ahora la palabra expansión solo significa devastación, guerra, ruina ambiental, significa extinción, una perspectiva que por primera vez en la historia humana se ha vuelto no solo posible, sino también probable.
En este sentido el capitalismo lleva inevitablemente a la extinción. Solo si empezamos un proceso de redistribución de la riqueza y, al mismo tiempo, desarrollamos un programa de frugalidad en el consumo, podemos imaginar una salida del apocalipsis.
Es preciso reducir el tiempo de trabajo para liberar tiempo por la actividad concreta de revitalización de la sociedad: enseñanza, cura, creación.
¿Parece utópico? Y, sin embargo, la otra alternativa es la extinción del mundo humano.
Entiendo muy bien el sentido de su pregunta: “Cómo lograrlo si el neoliberalismo es una especie de encarnación…”. Lo sé, estamos intentando salir de una jaula esencialmente mental, cultural, psíquica. No sé si lo lograremos. Pero la alternativa es la extinción.
-¿Crees que podríamos hablar de la muerte de la democracia? Y si es así, ¿cómo se pueden generar nuevas formas que subleven al mecanismo totalitario que constituye nuestra subjetividad?
-La democracia se ha revelado incompatible con el capitalismo financiero. Eso ha sido claro en muchas circunstancias: el verano griego de 2015, cuando 62% de los ciudadanos votaron contra el memorándum de la Troika, pero Tsipras fue obligado a aceptar el chantaje financiero…, fue una demostración final de la muerte de la democracia. De hecho la población de los países europeos, después de 2015, ha dado la espalda a la democracia y una parte tendencialmente mayoritaria se ha vuelto etnonacionalista.
En su sentido moderno democracia presupone la libre formación de la mente colectiva, de la opinión pública. Y al mismo tiempo democracia presupone la potencia eficaz de la acción política. Esas condiciones han sido canceladas.
El terreno mediático en las manos del poder económico manipula sistemáticamente el lenguaje, la imaginación, las esferas colectivas. Además la voluntad humana, alma de la acción política, se ha vuelto inadaptada para manejar, elaborar, criticar, decidir. La complejidad y la velocidad de la esfera conectiva escapan a la potencia de la mente política, y la vuelven impotente. La práctica de la democracia ahora es solo una tecnología de la representación, nada más.
Para salir de la impotencia, me parece, solo podemos crear formas de autoorganización de los trabajadores cognitivos, del conocimiento colectivo. Me doy cuenta que falta la conciencia de esta posibilidad: la propuesta de una Constitución desde abajo puede ser el comienzo, puede adelantar un proyecto de autoorganización del conocimiento.
Desde este punto de vista la propuesta de Constitución desde abajo podría vincularse a un proyecto de liberación de la tecnología. No olvidemos que Chile es el país donde nació la idea de una red telemática vinculada al interés social: el proyecto Cybersyn promovido por Allende y liderado por Fernando Flores, es un lugar donde se puede pensar en términos de innovación.
-Siguiendo tus escritos, podríamos decir que el neoliberalismo imposibilita una vida feliz en las personas. Los actos de violencia de los manifestantes, ¿son actos de resistencia a la infelicidad?
-En cuanto a la violencia, me parece que ha sido desencadenada por las fuerzas policiales, no por los manifestantes. No sé nada de la discusión que se está desarrollando en el movimiento chileno sobre este tema, pero conozco la dinámica de la violencia en las calles. Tal vez el sabotaje se hace necesario para proteger el derecho de expresión y de manifestación, y tal vez para proteger una comunidad es preciso desmantelar estructuras físicas del poder.
La prensa occidental exalta las devastaciones cometidas por los insurgentes de Hong Kong, pero condena los mismos actos si se hacen en Barcelona. ¿Por qué? El problema de la violencia en los conflictos sociales no es moral, es pragmático: la fuerza armada pertenece al poder y no podemos esperar ganar el combate militar. Pero, tal vez, no se puede evitar el enfrentamiento.
-Por último, coincidentemente el estallido social se dio junto al estreno de la película Joker, ¿crees que tiene alguna relación dentro del imaginario social?
–Joker me pareció una perfecta interpretación de la psicosis que se ha apoderado de la mente colectiva, como efecto de la tempestad de basura mediática, del sufrimiento psíquico masivo, del pánico y de la depresión. La explosión de violencia desencadenada por el magnífico clown Joaquin Phoenix, es una metáfora de la epidemia psicótica que se identifica en Trump, en el Brexit, en el nacionalismo agresivo.
Pero me parece que en Chile se está buscando una salida diferente, no etnonacionalista, no agresiva, sino solidaria y proyectiva. Yo interpreto así la pancarta que dice: “No era depresión, era capitalismo”.