La revolución es un sueño eterno // Horacio González

En diciembre del año pasado, Ediciones Biblioteca Nacional rescató en dos importantes volúmenes las obras completas de Roberto Carri. Con textos preliminares de Horacio González, Alcira Argumedo, Gustavo J. Nahmías y Verónica Gago, se incluyen sus libros centrales, como el crucial Isidro Velázquez: formas pre revolucionarias de la violencia, de 1968, y Sindicatos y poder en la Argentina, de 1967. Además, los dos tomos rescatan todos sus artículos –sobre sociología y análisis político–, sus clases en las facultades de Sociales y Filosofía y Letras y sus documentos políticos. La nueva edición de Isidro Velázquez, además, incluye textos de Eduardo Luis Duhalde y de la cineasta Albertina Carri, la hija menor de Roberto y directora de Los Rubios. A continuación Horacio González ofrece una mirada sobre Roberto Carri como intelectual y militante político, se pregunta cómo leerlo hoy y ubica su obra sobre el bandolero chaqueño en la línea de Facundo y Martín Fierro.
¿Cómo rememorar? Existe sobre Roberto Carri un gran documento, a la vez familiar y parte del cine argentino contemporáneo. Pues lo recuerda una de las hijas, Albertina, en su film Los rubios. Si pensamos en la obra escrita de Carri y en el film de su hija, creo que se podría decir también que pone en juego la disparidad de recursos que hay entre los utensilios propios del cine y los de la sociología histórico-política, que eran los propios de Roberto Carri. ¿Cuál tiene o debería tener más peso explicativo, mas soluciones conceptuales para el enigma de la memoria? Es decir, ese momento por el cual alguien puede apenas intuir en ese borroso pasado, cómo presentarlo nuevamente ante nosotros… ¿con los artificios de la imagen-tiempo o con los de la narración sociológica?
El de Carri era un pensamiento original con una gran potencialidad de rebelión, y esa rebelión en este caso intelectual, era propia de una experiencia argumentativa que capturaba en el aire los sonidos de un Fanon o un Sweezy, y la hacía parte del momento de la emergencia y alcances de la Sociología, entonces floreciente y a la vez en crisis.
El libro de Carri que formara parte esencial de su programa de trabajo fue de una enorme contundencia, casi sobrecogedora. Es el Isidro Velázquez: formas prerrevolucionarias de la violencia que aún se mantiene en algunos programas de lectura universitarios. ¿Qué dice este libro? ¿Ha sido ya devorado por el tiempo? Carri era un gran escritor de la sociología universitaria. Sindicatos y Poder en la Argentina, es un libro con una tesis muy arriesgada y polémica en su momento. En este libro anterior a Isidro Velázquez ve con cierta simpatía el aparato político de los gremios más clásicos del peronismo, sobre todo los metalúrgicos, a los que les atribuye toda clase de deficiencias pero les entrega una suerte de condescendencia con respecto al lugar que ocupa en las fuerzas productivas. A pesar de burocráticas también tienen esa potencialidad maldita, revolucionaria, involuntaria pero objetiva. Este libro fue hijo de una visión más conservadora de las tesis del peronismo como productor de momentos insoportables para el régimen a pesar de sí mismos, es decir, los famosos hechos malditos.
En cambio, el Isidro Velázquez, es un gran manifiesto en nombre de algo que, no es hoy fácil decirlo, constituye una refinada apología de la violencia, planteada con armas conceptuales muy elaboradas, a la luz de un impulso fanoniano, dirigido incluso contra el aparato de conocimiento de la Facultad de Ciencias Sociales. En aquel momento en la facultad de Filosofía y Letras, puesto que ahí estaba la carrera de Sociología.
De modo que es un libro altamente revulsivo. Leído hoy uno puede verlo a la luz de otras experiencias de la memoria lectural argentina, pues la primera tentación del lector actual es leer como si se hubiesen escrito ayer y como si los viejos textos revolucionarios hablaran a los hombres del presente. El lector absolutamente académico pone en cambio toda clase de distancias y si uno no quiere ser solamente un lector académico, igual es necesario tener mínimas precauciones de no suponer que la lectura de un texto del año 1968 como es éste, debería superponerse con ansiedades semejantes del presente. La compleja mímesis de la lectura en tiempo y a destiempo debe tener la precaución de suponer que las cosas exigen un lector que sepa colocar en su propia argucia de lectura una distancia problemática y siempre en reelaboración respecto a la capacidad de percibir la sociedad argentina en la cual se produce ese libro.
¿Elegimos que no haya distancia o poner una cándida lejanía propia del historiador de las ideas? Siempre existe la lectura del lector académico que dice: hay que leer de otro modo, no estamos en las mismas condiciones y ella continuamente se tensará con el lector al que lo fascina sólo ese presente en el que está leyendo. Son las peripecias del recuerdo en los dominios de la lectura.
De ahí que me parece sumamente interesante que la hija menor, Albertina, haya tomado a su cargo y trasladado al cine; no a las ciencias sociales, al cine, dado que siempre hay un parentesco inevitable entre el cine y las ciencias sociales pero con una capacidad de reproducción, sin duda mucho mayor, del dilema del tiempo por parte del cine. La memoria del padre es invocada, pero a través de un problema general en relación a cómo recordar.
Y es el cine quien recuerda, convertido él mismo en órgano de la memoria, pues el tema de esa película se proyecta sobre una directora de cine representada por una actriz que quiere saber quién era ese tal Roberto Carri, autor de ciertos libros, militante político de la revolución en la Argentina. Podemos arriesgar que el cine es primordialmente un armónium de la memoria incierta, y para las ciencias sociales ese tema existe pero en su exterior. Esta memoria ha quedado entonces a cargo del cine, no porque haya una película sobre Carri, sino porque es una directora de cine que ha problematizando su propia situación. Y esta directora de cine es la que se hace cargo de preguntarse qué queda de la memoria, sobre todo cuando tiene una relación filial. Entonces, qué recordar y cómo recordar, y sobre todo cómo recordar lo indecible es quizás la cuestión que con más pertinencia nos lleve hacia Roberto Carri, quien durante cierto tiempo fue un director político de la facultad, de la carrera de Sociología. Su director político en la sombra.
Podríamos decir que su mensaje, su palabra, sus textos tuvieron una fuerte acogida en los estudiantes, en sus compañeros de trabajo, en las Cátedras, extrañas Cátedras de aquel momento, porque se llamaban Cátedras Nacionales. En fin, el nombre quizá no diga tanto como el hecho que eran parte de un programa de estudio, pero al mismo tiempo, en su situación frente al Estado que sostenía esa Universidad, eran totalmente insurgentes. Y así como esas cátedras tenían que poner notas y firmar libretas también había algo que las traspasaba en términos de títulos y certificaciones profesionales. De modo que constituían una situación muy paradójica, no semejante a nada de lo que podemos ver actualmente. Más bien en este momento, el movimiento que se destinó a transformar las cosas de una manera más radical en la facultad, intentó ocupar zonas específicas y casi físicas del lugar donde se producen las decisiones. Ocuparlas con el ser de lo político, poniendo la política al mando, como se decía al influjo de la hora.
¿Cómo recordarlo hoy a Carri, qué Ciencias Sociales se pueden hacer cargo de una obra que existe en la historia de la Sociología Argentina por derecho inalienable, incluyendo el derecho a no saber cuál debe ser el régimen de su lectura? Porque es una obra escrita de una manera fronteriza en relación con las Ciencias Sociales, pero que apela a la gran memoria ensayística del país: sin proponérselo, apela al Facundo, al Martín Fierro. En la primera edición de Isidro Velásquez, hay un muerto en la tapa. Isidro Velázquez muerto, bandolero rural del Chaco. Es una pena que Carri no haya tenido como tenemos hoy, un mayor contacto con el mundo del Facundo, del Martín Fierro. El drama que cuenta es exactamente el drama de alguien que entra en un dilema con la ley, es decir, es un drama de justicia contado en los ámbitos periféricos de una sociedad. En ese sentido, toda la escritura de Carri es una lectura persistente sobre el Facundo y su comienzo es casi como el del Martín Fierro. En esta historia de Isidro Velázquez, el bandolero social cuya historia ocurre a comienzos de los años’60 en el Chaco, y la de su compañero Gauna podríamos ver como Carri ubica esa relación entre el bandido delincuencial que sospecha espontáneamente que su delincuencia proviene de un orden social injusto, y Gauna, que tiene el perfil más estrictamente vinculado a un “fuera de la ley” más habitual.
Carri supone de una manera muy desafiante que esta situación anuncia muy acabadamente ciertos tipos de imaginación crítica de los insurgentes del momento. Imagina que gracias a este asesino, Gauna, que no respeta la vida de los demás, se revela una contraposición con la propensión natural de Isidro Velázquez de intuir de alguna manera oscura que su papel era un papel social. Pero veía cerrada su tendencia a pactar con la ciudad, a pactar con las policías ¡gracias a Gauna! Esta pareja, pues, tenía una valencia necesaria en lo político implícito que necesitaba de los dos polos, Velázquez y Gauna. La reflexión que hace Carri sobre la policía del Chaco es muy aguda, hoy no contamos con una reflexión sobre la policía bonaerense, por ejemplo, del mismo calibre que la que hace Carri respecto del policía bien pago, del policía mal pago, del policía con la panza llena, etc., de una policía rural naturalmente violenta en esa época, en el Chaco, y probablemente en cualquier época.
Entonces, este libro tiene un papel crucial en la historia de la Sociología. Es un fuerte llamado de atención sobre el estilo sociológico dominante en aquel momento y la problematización de la idea del bandido, de la delincuencia, del papel de la delincuencia. Un libro extraño e irritante, también cautivante pues es un libro que intenta ser un libro de sociología del colonialismo, de la colonización opresiva. Está Fanon por todos lados, pero no está la prosa de Fanon que es una prosa fenomenológica, sartreana. Está la prosa de Carri que se parece mucho más a Sarmiento a pesar de que aquí le hace hablar a un camionero del Chaco que dice: “y ese Sarmiento quién es… un asesino…”. Obviamente es un libro antisarmientino, al que le falta arreglar las cuentas con su secreta relación con el Facundo.
De modo que este libro es un libro que, leído hoy, exige precauciones de todo tipo, pero ¿cuál es esa precaución inicial?… ¿en qué presente ponemos este libro? Si no, es solamente una pieza museizada. En cuyo caso sería también una pieza relevantísima del pasado y presente social en la Argentina, pues es un libro absolutamente limítrofe. Pero obstruido al hoy. Se entiende: es un libro que tiene una apología del delincuente, así dicho. ¿Cómo sería leído hoy en esta sociedad argentina atravesada por formas muy diversas de encarar este mismo tema? Desafía al lector de aquel momento y desafía al lector contemporáneo. Carri era una persona que tenía un estilo de impulsividad espontánea y con el resorte del irónico arrepentimiento también a flor de piel. El impulsivo y su momento posterior de lamento por la irreflexión convivían en él. Eso contribuía a hacerlo un intelectual de una enorme sutileza. Sutil en su espontánea impulsividad y en su amago de retractamiento posterior. Pero había una crispación en él evidentemente, una gran intranquilidad espiritual, propia del que estaba lleno de ideas. Por lo tanto, estaba poseído por una insatisfacción permanente, una fibra intelectual impulsiva que no parecía convertirlo en la persona más adecuada para participar en los sistemas disciplinarios de los grupos más organizados de la época.
Pero ya Carri había tomado decisiones muy radicales respecto a la interpretación de la justicia, en relación al uso de esa justicia inmediata decidida por un grupo que se hace cargo de esa hipótesis general de justicia extendida a toda la sociedad, pero que de tan fallida, hay que reemplazar por las decisiones sumarias del conocimiento específico de una vanguardia. Sobre todo esto, sin duda, abundaban las discusiones de aquel momento. Estas discusiones hoy no se le escapa a nadie lo agudo y lo dramáticas que fueron y son. El fantasma de Isidro Velázquez y de la sociología tercermundista flotaban allí. De modo que Carri, de alguna manera había encontrado su lugar en un grupo portador de un mensaje en la historia, ese mensaje valía radicalizando en grado sumo su compromiso personal. Es un cruce sentimental que rasga una memoria común compartida, en el sentido de cómo decisiones personales, decisiones de grupo y opciones que se toman con la lucidez que permite un horizonte de época, son el provisorio material ígneo que cobra una vigencia que parece eterna y luego se ofrece a la crítica de épocas posteriores, porque toda época, en suma, es una forma de la temporalidad incierta que diluye la anterior. El libro sobre Isidro Velázquez ya contenía el reflejo de su vida y un potencial anuncio de la tragedia personal y colectiva.
Hay un libro iniciador de las Ciencias Sociales, La ciudad Indiana, de Juan Agustín García. El prólogo lo hace Miguel de Unamuno, hacia 1900. Unamuno dice que ve en las líneas de ese libro surgir los fantasmas cabalgando de Martín Fierro, de Santos Vega. Es un libro sobre la formación de la ciudad argentina desde el siglo XVII. La casa, la iglesia, el campo, el proletariado rural como dice Juan Agustín. Un libro delicadísimo inspirado en un libro francés, en La ciudad antigua de Coulanges. El libro de Carri sobre Isidro Velázquez se puede ver en espejo de lo que dice Unamuno en La ciudad indiana, pues se refleja allí tanto el propio destino trazado de Carri; como el hecho de que la pareja de Velázquez y Gauna hacen un poco de Fierro y de Cruz. Sombras que salen de las páginas de un libro, y por tanto, de una de las transfiguraciones de la historia nacional.
Hay que advertir que los capítulos centrales del libro de Carri contienen una precisa sociología del Chaco como hoy no hay, a la luz de la situación colonial, del sistema de entrelazamiento de los poderes locales subordinados. Y la idea central, una de las ideas centrales del libro, es que hay un proletariado total que es el alienado total pero que justamente por eso mismo está en condiciones al no haber sido asimilado a los sistemas de mercado. Hay una especie de sub-texto marcusiano. Carri está entre Marcuse y Fanon y casi se diría que es un libro sartreano si es que el lenguaje fuera el de Sartre.
Digámoslo mejor, es el lenguaje de las Ciencias Sociales que había inventado Carri. Pero entonces el proletariado urbano y el proletariado sindicalizado estaba más dispuesto hacia la integración. En esa época, el libro de Carri, a la luz también de Hobsbawn –al que no le reconoce la influencia que ha ejercido sobre él–, constituye la respuesta tardía al desarrollismo que se había tornado en la gran hipótesis de la integración de las clases trabajadoras. Y hay que recordar un poco a John William Cooke que era alguien que sancionaba y cuestionaba esa misma idea de integración, pero no a la manera de este proletariado total que era el despojado de todos los despojamientos, en tanto clase radical que no tiene nada que perder más que sus cadenas.
Este proletariado total, tal el nombre que le da Carri, es el que desataba la crítica hacia el mundo de la integración. En Cooke, que había muerto el mismo año en que sale este libro de Carri, hacer política implicaba desatar sujeciones de otra manera, con visos hacia la dialéctica de las armas, pero en Cooke con una reflexión mucho más cuidadosa desprovista de cualquier apología al bandolero rural o a personajes del romanticismo armado. Ya dijimos que Carri no busca el aval de Hobsbawm que hubiera sido fácil, pero en cambio opta por criticarlo al verlo “demasiado académico”. Así que estaba muy solo este libro. Carri e Isidro son dos memorias yacentes, entrelazadas y solitarias en nuestra memoria.
La idea de proletariado total lo lleva a redimir al delincuente total, el incivilizado total, y siendo así que la idea de lo total es fantástica, es la idea de que hay una totalidad que recupera la posibilidad refundacional de la sociedad a partir del despojamiento total. Por eso su interés en analizar a las policías, que eran ese mismo bandolero pero con uniforme policial. La cuestión es que hay un delincuente total también y ese delincuente total era más bien Gauna, más criminal que Velázquez, y en ese sentido, existe la idea, hoy impensable, de que la sociedad colonial estalla por su lugar más despojado de comodidades, de integraciones, de consumo, de ligazón con el mercado y resumimos muy mal lo que Carri escribe de una manera muy vibrante. Es una escritura a chicotazos y toda esa convulsión retórica lo lleva a plantear cierta simpatía hacia este tipo de delincuente; y lanza el problema en el prólogo. Un problema que suena desmesurado: se pregunta “si toda la delincuencia no sería realmente así”. Inusitada abridora de caminos.
A quienes tomaban las decisiones políticas de la época, no creo que les haya gustado este libro. Le gustaba a Ortega Peña y a Eduardo Luis Duhalde, que lo publicaron. Ellos eran un poco así, jacobinos como Carri, aunque con más acentuaciones nacional-populares. Eran personas a las que se le ocurrían cosas teatralmente jacobinas. Si hubieran podido remontarse de alguna manera en el tiempo y en el espacio les hubiera gustado ser Dantón, Marat, Hebert. Los grandes dirigentes de las alas más drásticas de la Revolución Francesa. Pero el centro de esa literatura no pudo prosperar. Porque, sin saberlo y sin poderlo desarrollar acabadamente, en su seno estaban el Facundo, el Martín Fierro, temas a los que referían no como inherentes a su mismo campo subjetivo de intereses, sino como elementos exógenos a reprobar o aceptar. No ver la interioridad conceptual de esos grandes escritos con el cuerpo de la sociología política que practicaban, fue un vacío que hubo que lamentar después, y que ya en ese momento podía lamentarse.
Ese nexo que nunca se terminó de amalgamar aunque desde siempre pertenecía a la mejor tradición del ensayo argentino. La sociología anticolonialista que se hacía en la época sospechaba apenas ese sesgo nunca enteramente desplegado, excepto la apología de Carri del disidente social, del perseguido. En Sindicatos y Poder en la Argentina, que transcurre en una sociedad compleja de clases, Carri concede a cierta fantasmagoría vandorista, pero apenas poco después, el Velázquez abandona esos espectros y aparta casi todo lo anteriormente escrito por él. Así, con Isidro Velázquez, rota ya esa objetividad sindicalismo centralizadora, precaria heredera de un somero marxismo, reformula el programa de la sociología criticando lo que llama “el formalismo de las ciencias sociales”, convirtiéndose en una especie de sartreano, por la vía fanoniana, donde ve una violencia regeneradora y re-instituyente del vitalismo de toda la sociedad.
Él mismo se lanza a reencarnar el tipo más exigente de militante armado. Fue el último Carri, en su postrera fenomenología del acto político. Releerlo hoy es releer un poco la historia de la carrera de sociología, las hipótesis y los enlaces con el movimiento obrero, con las clases trabajadoras, e inmediatamente luego, ir a buscar otra cosa en el Chaco, con paisajes rurales, con policías rurales, con un bandolero con un nombre muy contundente como era Isidro Velázquez, ropaje en el cual de alguna manera se había travestido Roberto Carri.
Las Obras Completas publicadas por la Biblioteca Nacional (cuya memoria editorial corre hoy el mismo peligro que toda memoria) contienen todos los escritos y clases de Carri, y además, un guión cinematográfico sobre Isidro Velázquez de su hija Albertina Carri. Tenemos entonces un magnífico puesto de observación del punto radiante de bifurcación entre las ciencias sociales y la específica temporalidad que, aun siendo los mismos temas, nos provoca el cine.

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