En su último libro, La potencia feminista –Tinta Limón-, la politóloga Verónica Gago enhebra teóricamente los hilos de sentido que fueron tejiéndose en las acciones colectivas, asamblearias y callejeras de los últimos años. ¿Una huelga internacional llamada desde los feminismos? ¿Responder a la crueldad femicida con acciones que parecían exclusivas del ámbito sindical? ¿Definir otra vez de qué se trata la violencia machista y cuál es su engranaje con las violencias financieras y económicas? Preguntas que dan cuenta de lo que son capaces los movimientos feministas que cruzan fronteras, se enfrentan al neoliberalismo; conectan conflictos y resistencias. En días en que la región arde y los tanques militares volvieron a circular por las calles de territorios hermanos reprimiendo con especial saña a las mujeres, resulta necesario ponerle palabras a esa potencia que se despliega siempre con otras y otres.
Una rabia de siglos envuelve el territorio latinoamericano y truena con amargura. El movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis se levanta contra la cacería feroz del golpe de Estado en Bolivia y le hace frente al aparato represivo que se derrama sobre Chile. Son miles de cuerpos encendiendo fuegos de rebelión para desafiar las fobias racistas y de clase, las fobias colonialistas y dominantes que escupen sobre quienes pelean por una alternativa de poder feminista antipatriarcal, antiextractivista, descolonizante y antiadultocéntrico. Les jóvenes enfrentan la maquinaria neoliberal para que no siga empobreciendo a sus familias. Mientras esta nota se escribe, la resistencia lleva semanas. “La historia es nuestra y el futuro también”, declaran grafitis teñidos de urgencia. Por un momento, los ojos de la politóloga, docente y militante feminista Verónica Gago se ensombrecen. Piensa en los ríos de sangre que están corriendo pero también en esa secuencia de luchas vueltas tembladeral, para reencontrarse este 25 de noviembre contra todas las violencias y seguir rompiendo los límites de un poder de muerte. El libro que acaba de presentar, La potencia feminista (Ediciones Tinta Limón), es una caja de herramientas para ser desplegada contra esa ofensiva neoliberal y conservadora, pero también una investigación tramada al calor de las asambleas, de las movilizaciones, de los paros nacionales y los paros internacionales del 8 de marzo que conecta las violencias económicas, financieras, políticas, institucionales, coloniales y sociales. Un femicidio cada 29 horas en la Argentina obliga a correrse del binarismo víctima-victimario y a atravesar los conflictos, enhebrando transversalidad en “la simultaneidad del temblor en las camas, las casas y los territorios” de las que habla la investigadora, sin dejar nada afuera porque a todo lo atraviesan las luchas feministas. Una advertencia: desde estas páginas, leer la consigna NiUnaMenos implica precisamente re conceptualizar las violencias machistas y politizarlas para reconocer su horror y desarmarlo, al punto de convertir en migajas la retórica de la victimización. Pero cuando nos asalten las letras de NosMueveElDeseo, esa aventura en clave plurinacional, estaremos frente a una capacidad experimental, anhelante, masiva y radical con la que se construye una propuesta revolucionaria: el deseo de cambiarlo todo.
¿A qué se refiere La potencia feminista?
-Es una manera de nombrar la fuerza del proceso que los feminismos protagonizaron en los últimos años y de dar cuenta de todo lo que abrieron, pusieron en discusión y conmocionaron en las relaciones sociales, en las formas de hacer alianzas políticas, en las dinámicas callejeras, en las maneras de hacerse cargo del sufrimiento y en el modo de crear luchas transversales. Potencia feminista quiere decir que experimentamos una fuerza concreta que desplaza y modifica los límites de lo que creemos que podemos y somos capaces de hacer, de transformar y de desear. Y esa potencia tiene mucho que ver con otra de las caracterizaciones con las que más insisto en el libro: la conjunción que los feminismos lograron entre masividad y radicalidad que, desde mi punto de vista, marca una novedad histórica. Claro que siempre hubo grupos, dinámicas, debates feministas variados, fundamentales, radicales. Pero que tome una escala de masas y transnacional, como pasó en los últimos tiempos, trastocó la escena. Esa expansividad del feminismo al interior de organizaciones, espacios y territorios existenciales de lo más diversos hace que el movimiento feminista, intergeneracional y pluralista logre tener intervenciones políticas coyunturales muy fuertes a la vez que va alterando las vidas cotidianas. La simultaneidad del temblor en las camas, las calles, las casas, los territorios y los lugares de trabajo (a su vez redefinidos por el feminismo) enhebra esa transversalidad materialista, que no deja nada afuera, nada sin tocar. Y una cuestión que enlaza todos esos planos es cómo se han re conceptualizado de manera práctica, desde las instancias colectivas, las violencias domésticas teniendo en cuenta las violencias financieras, institucional, racista, laboral. Eso permite un diagnóstico feminista del aumento de las violencias y un mapeo y una caracterización precisa de las conflictividades sociales del presente.
Y permite conectar esos diferentes conflictos.
-La potencia feminista es una capacidad de conectar luchas bien distintas desde una preocupación común: ¿qué se está expropiando de la riqueza colectiva de modo tal que nos empobrece la vida, nos roba tiempo y explota determinados cuerpos y territorios de manera brutal? En esa clave se empiezan a tejer los conflictos, las reivindicaciones y las luchas que plantean los colectivos indígenas, las travestis y trans, las trabajadoras precarizadas, lxs estudiantes, las trabajadoras de la tierra, las jubiladas. Y ésa es, insisto, la materialidad concreta de la transversalidad feminista que se ha conquistado. Por último diría que la noción de potencia es una discusión en términos de teoría política: desde cierta lectura de Spinoza se puede decir que la potencia es una capacidad de hacer, de instituir, de afectar y de crear que se diferencia del poder, que es un grado mínimo de potencia. Creo que esto es importante para discutir la infantilización que muchas veces se quiere hacer del feminismo, como una práctica ingenua o microscópica a la hora de disputar la transformación social.
¿Por qué elegiste plantear la huelga feminista como una especie de lente para conceptualizar y politizar las violencias?
-La huelga funciona como una especie de umbral, de práctica de desplazamiento frente a la violencia femicida porque genera un lugar de enunciación que no acepta sólo la subjetividad de las víctimas, que es la predilecta de los medios y de ciertas instituciones, y en cambio propone una subjetividad que se hace en la lucha, en el encuentro con otres, y la huelga expresa un gesto de bloqueo frente al estado de cosas. El llamado a huelga permitió poner en discusión a qué le llamamos trabajo, cuál es el valor que producimos, de qué manera las violencias machistas se relacionan con la precarización generalizada. Pero además, la huelga como proceso político que se inicia en 2016 y que sigue con el devenir internacional de la huelga del 8M durante estos años, tiene como protagonistas a quienes realizan los trabajos históricamente desvalorizados o a las que fueron relegadas en los sindicatos por mucho tiempo. Así, la huelga impulsada desde las trabajadoras sindicalizadas y las trabajadoras de la economía popular, desde las docentes ad honorem y las estudiantes, las periodistas free lance y las trabajadoras estatales precarizadas, las campesinas y las trabajadoras migrantes, desde las que hacen trabajo en sus casas y las desocupadas, despliega en términos prácticos una perspectiva feminista para leer las formas del trabajo hoy que, a la vez, nos permite leer todos los trabajos, que en su mayoría comparten la condición de precariedad y de superexplotación. Entonces la perspectiva feminista no sólo alumbra, visibiliza y valoriza el trabajo de las mujeres y de los cuerpos feminizados, sino que a partir de ahí permite leer de modo situado la condición de precarización general, la fragilización de las relaciones y la necesidad de una fuerza colectiva para hacerle frente a tal nivel de saqueo vital. La huelga feminista desacata el reconocimiento restringido que la huelga tradicional hace respecto de quiénes son trabajadorxs, lanza esa bella consigna de #TrabajadorasSomosTodas y a la vez evidencia que incluso hoy el llamado trabajo formal se hace cada vez más intermitente, más difícil, y que, aun teniendo el “privilegio” del salario, ese ingreso ya casi no garantiza la reproducción. Hay mucho escrito y pensado sobre qué significa la división sexual del trabajo, de ese matrimonio indisociable entre patriarcado, colonialismo y capitalismo, pero la novedad es que la huelga feminista actualiza ese debate en términos prácticos, en una perspectiva que abre un espacio de insubordinación al mandato de austeridad, deuda y precariedad.
El femicidio de Lucía Pérez en 2016, al borde del entonces Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario, fue duelo colectivo e impulso vital del primer Paro Internacional Feminista.
-Se produjo entonces una racionalidad de asamblea. Y de esa asamblea en la CTEP salió la idea-fuerza del Primer Paro de Mujeres, como se llamó. Lo que planteo en el libro es que las asambleas producen un modo de inteligencia colectiva en tres actos: la imaginación de una acción común que surge ahí mismo, in situ; la evaluación de la fuerza que se tiene y, finalmente, la capacidad práctica de operativizar una decisión colectiva. La asamblea es una máquina de decisión política que instala otra fuerza soberana, que surge de producir condiciones de escucha cada vez más escasas en tiempos de hipermediatización. El llamado a dejar las redes, a encontrarnos cuerpo a cuerpo, siempre es un llamado a lo trabajoso de encontrarnos, y a sostener los desencuentros que ahí se producen, como parte de una práctica de elaboración colectiva. Ese es un ejercicio histórico del feminismo y que, en los últimos años, lo hemos visto masificarse y multiplicarse.
A partir de las asambleas y los paros, y desde los territorios, el feminismo comenzó a tejer un nuevo proceso transnacional y plurinacional imparable.
-El proceso de transnacionalización o internacionalismo feminista es de las cosas más interesantes, porque desde el movimiento feminista se está reinventando esa práctica. Tiene que ver con la capacidad de resonancia que van adquiriendo las luchas, la manera en que se van traduciendo y encarnando los sentidos de una consigna, de una bandera, de un pañuelo, de una imagen. Cuando se da el debate por el aborto legal, seguro y gratuito o la huelga feminista, no es simplemente el esquema clásico de solidaridad de unas luchas con otras, sino que el transnacionalismo se expresa como una fuerza concreta en cada lucha y un horizonte común que no aplana las diferencias ni las mete debajo de la alfombra para encajar todo en un mismo esquema. Esta experiencia de no estar solas que sintetiza consignas como “¡Tocan a una, tocan a todas!” expresan una repercusión, una conexión, una resonancia y una transversalidad que produce un cuerpo colectivo, ensanchado, y que permite ir coordinando iniciativas muy grandes, al punto de producir ese efecto océanico de marea.
Desde NiUnaMenos se nombra una decisión de avanzada, casi contraseña de transformación, que es Nos Mueve El Deseo. ¿Qué repone políticamente esa consigna?
-Es una consigna que me encanta. Le veo muchos pliegues y, en ese sentido, la tomé como guía en el libro. Por un lado, para mí significa que el deseo tiene potencia cognitiva. Esto quiere decir que produce conocimiento, percepción, sensibilidad. Darle ese estatuto al deseo implica asumir su capacidad política de movilización y de invención de trayectorias vitales. Algo muy rico del movimiento feminista es esta elaboración permanente de consignas, de frases, de eslóganes que van tramando un saber colectivo y una pedagogía feminista para ir conceptualizando, nombrando y compartiendo eso que vamos haciendo y sistematizando también como saber. El deseo no es lo contrario de lo posible, como muchas veces se dice. Es lo que abre otros posibles. En ese sentido, que nos mueva el deseo implica una apuesta a la radicalidad de lo que significa hacer política feminista, donde ningún aspecto de la vida queda por fuera de la política. Tal politización de la existencia confronta la jerarquía entre el espacio de lo que se llama usualmente política y el espacio de lo doméstico. Romper esas divisiones tiene que ver con desear cambiarlo todo.
Para el orden conservador, producir esos sentidos representa un peligro al que hay que disciplinar, castigar o destruir si fuera necesario. ¿Cómo caracterizás la guerra en y contra el cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados en el escenario actual?
-En su investigación histórica Calibán y la bruja, Silvia Federici explica por qué la caza de brujas es una escena fundante de guerra contra las mujeres que está oculta en el origen del capitalismo, y la pregunta que se hace es por qué el capital necesita combatir a las parteras y aborteras, a las que viven solas, a las artesanas y jefas de gremio, y ubicarlas a todas como brujas, que significa ni más ni menos que subjetividades heréticas y subversivas para el capital. Esto supone en simultáneo la necesidad de desprestigiar sus conocimientos, de quitarle poder social a sus actividades y de enclaustrar a muchas en el hogar, entendido como servicio doméstico obligatorio y gratuito. Hay ahí una cuestión sobre qué se quiere encerrar cuando se encierra ese poder y ese conocimiento, que es un poco la pregunta que nos vuelve sobre por qué en algunos momentos históricos hay ciertos cuerpos y ciertos territorios a los que se les hace la guerra: qué se quiere silenciar, explotar, dominar en ellos. Porque hoy mujeres, lesbianas, travestis y trans están discutiendo y confrontando los modos históricos de subordinación y explotación diferencial de esos cuerpos, es que la respuesta es cada vez más violenta. Para sintetizar: hay una actualidad de la pregunta de la guerra porque estamos en un momento en que la violencia se convirtió en la principal fuerza productiva.
Hablás también de la necesidad actual del capital de incrementar las violencias para sostener formas de dominio y explotación que están en crisis.
-Están en crisis porque hay un montón de luchas que las están cuestionando y las están impugnando a partir de desear otras cosas y de repudiar los modos de vida neoliberales con sus dosis insoportable de sufrimiento, soledad y austeridad. Por eso también el ensañamiento particular con las generaciones más jóvenes: con endeudarlas, medicarlas y controlarlas. Así hay que entender esa obsesión actual de reemplazar educación sexual por educación financiera en las escuelas. Parecen cuestiones menores y son todo lo contrario, van al punto de cómo el capital organiza formas de explotación y de extracción de valor en el futuro, cómo intenta superar la crisis de mando cuando cuerpos y territorios se declaran en rebeldía, dicen que han perdido el miedo y que están dispuestxs a cambiarlo todo.
¿Cómo caracterizás las violencias explícitas desatadas sobre esa fuerza que los feminismos despliegan en la región?
-Como una contraofensiva militar, financiera y religiosa para intentar “volver” a lo que el capital llama normalidad que, insisto, es imposible sin pasar un nuevo umbral de violencia que tiene que jugarse en esos tres frentes al mismo tiempo. Financiero a través de la deuda y el empobrecimiento generalizado; militar, como lo estamos viendo, con represión pura y dura, y los fundamentalismos religiosos, que están en una nueva cruzada colonial, racista, por el dominio de los cuerpos y lo hacen, como también estamos viendo, con la biblia en la mano.
Sin embargo las violencias se dimensionan de diferentes modos en mujeres, lesbianas, trans y travestis, en las pibas de los barrios, en las mujeres migrantes, y aun en sus propias concepciones de reproducción de la vida.
-La caracterización interseccional de las violencias y la confrontación con las violencias racistas, patriarcales, coloniales, capitalistas, son un hilo rojo de los distintos feminismos: feminismo villero, transfeminismo, feminismo indígena-comunitario, feminismo negro, feminismo popular, y muchos otros. La historización de las violencias explicitan heridas y opresiones diferentes, y refieren a una dimensión de clase inocultable. Situar y especificar lo que significa la violencia en cada una de las existencias diversas es fundamental y a la vez es necesario componer una lucha común que no aplane ni banalice esas diferencias históricas. Ese plano común se teje a partir de lo que el colectivo Mujeres Creando ha llamado “alianzas insólitas”, capaces de componer lo que se intenta mantener en clasificaciones y casillas separadas.
Cuando los feminismos se hacen fuertes, como citás, ponen en el centro del debate los actos de despojo del neoliberalismo.
-Un punto fundamental es el carácter anti-neoliberal que hoy expresan los feminismos. Son los feminismos los que pusieron en el centro del debate político la cuestión del extractivismo sobre cuerpos y territorios. Desde el extractivismo de una multinacional minera que desplaza a toda una población en nombre del desarrollo hasta el extractivismo financiero de un endeudamiento que extrae valor de tu precariedad. Pero también son los feminismos los que pusieron en primer plano la cuestión de qué significa el despojo de infraestructura pública y la privatización de servicios sociales que deben ser reemplazados con trabajo gratuito o híper barato de las mujeres, lesbianas, trans y travestis en los territorios, que el capital quiere producir como una especie de nueva clase servil. Son los feminismos los que pusieron en cuestión qué significa una educación sexista con mandatos de género que al mismo tiempo te prepara para pasantías baratas en las empresas. Desde los feminismos se ha enlazado la dimensión del ajuste estructural con la dimensión de gobierno del deseo, y del orden político-sexual que implica el trabajo y la inclusión social en un esquema heteronormativo. Y todo eso fue lo que permitió que en países como el nuestro se corriera del mapa al feminismo liberal, que sólo propone igualdad de condiciones bajo el ideal de convertirnos en empresarias de nosotras mismas.
Esas acciones directas de cuerpo-territorio se vieron con claridad en estos días con las asambleas de mujeres y disidencias en Chile…
-Lo que sucede en Chile es impactante. Las compañeras de la Coordinadora Feminista 8M señalan una secuencia central que va al menos desde el mayo feminista de 2018, esa conjunción de reclamo de educación pública y educación no sexista, y el posterior Encuentro de Las que Luchan, hasta la masividad del 8 de Marzo de este año. Hay un acumulado en el último tiempo de la dinámica feminista que tiene mucho que ver con la impronta de la movilización actual. Sobre todo por el lugar que tuvieron lxs jóvenxs de la secundaria en iniciar la desobediencia, la evasión masiva, como un gesto de ruptura con el chantaje moral de culpa que implica el endeudamiento familiar para que se eduquen y sean exitosxs en términos de competencia; lo mismo venían haciendo quienes denunciaban la deuda por salud. Para resumir, en el corazón del proyecto neoliberal de los Chicago boys estalla la vida neoliberal gracias al empuje de las generaciones más jóvenes, junto con una dinámica que proyecta la huelga feminista como huelga plurinacional feminista. Porque lo que vemos en la huelga de los últimos días en Chile son elementos de la huelga feminista que tienen en cuenta la dimensión de la reproducción de la vida como un espacio donde hoy el capital acumula todo el tiempo. Como hoy la reproducción de la vida ya no está garantizada por los ingresos (sean salariales o de otro tipo), la deuda se convierte en una obligación, se la adquiere compulsivamente. Por eso me parece tan genial ese graffitti que en Chile se escribió en la pared de un banco y dice “Nos deben una vida”, que invierte quién debe a quién.
Bolivia arde, y cada día que pasa el encarnizamiento de los sectores que tomaron el poder después del golpe de Estado y los comandos cívicos de ultraderecha están causando más represión y más muertes.
-Es una masacre atroz tras el golpe de Estado que es, sin dudas, racista y fundamentalista. La violencia sexual como violencia política y el ensañamiento de la heteronormatividad contra indígenas, mujeres, lesbianas, travestis y trans es el rasgo sobresaliente y común en Brasil, Chile, Ecuador y Bolivia. La pregunta que surge es cómo se desarma el fascismo social y cómo se desarma la situación de guerra interna que se pretende instalar. Y hay una discusión de fondo sobre cómo el desarrollismo implica dinámicas neo-extractivas que están siendo hace años resistidas. Y esas resistencias están protagonizadas por mujeres que han dicho claramente que la conquista neo-extractivista y neo-colonial de los territorios es contra la reproducción de la vida, contra los despojos de todo tipo, contra los bienes comunes. No es una discusión teórica, es un acumulado de luchas que con enorme esfuerzo, riesgo y perseverancia han logrado instalar este debate. Este es un punto muy fuerte de la discusión latinoamericana actual, porque los feminismos vienen denunciando la amalgama entre neoliberalismo, extractivismo y colonialidad, y hoy eso está en el centro de la guerra social. Las luchas feministas pusieron en palabras y en prácticas una resistencia antineoliberal y relanzaron el conflicto político, por eso tienen un papel fundamental en combatir el fascismo y por eso están en el centro de las violencias.
FUENTE: Las12