La foto mostraría una derrota política en los términos de José Pablo Feimann, pero tal vez ese el primer error. La foto tal vez hable de una victoria de algún tipo en términos de Alejandro Rozitchner, siempre optimista, siempre entusiasta.
La verdad es que Sabatella y Cerutti meten más gente en una plaza que Macri. Y hay que verlos a ellos exultantes, felices, importantes, codeándose con los artistas repletos de alegría militante. Macri es presidente y Sabatella ex director del AFSCA.
Tal vez la foto muestre la inutilidad de la movilización popular, siempre tan sobrestimada. Y en ese mostrar, también nos muestre la poca relevancia de los imprescindibles: artistas, militantes, empoderados.
La militancia es bovarista, tiene el poder para concebirse otro del que es y, por consiguiente, de crearse una temperamento ficticio, de desempeñar un papel al que se atiene a pesar de su verdadera naturaleza y de los hechos. El militante bovarista tiene la actitud del individuo que por falta de autocrítica se imagina superior a sus parientes, amigas y compañeros de trabajo; solo ellos no se dejan captar por los medios y reclaman consideración a la personalidad idealizada que ellos mismos se han forjado.
La militancia es un trabajo más, casi como cualquier otro, hipervalorizado por quien lo ejerce, demasiado denostado por el resto.
Sabemos que la víctima es la única que hace política. Si no hay víctima no hay política. También sabemos que no es fácil ser víctima: es una compleja construcción de valores, una disputa del sentido común, alianzas, coyunturas y legitimaciones. Ninguna víctima nace víctima. (Madres, Once, Blumberg, mujeres)
Estos meses de la restauración careta mostraron que la militancia no hace política, ni transforma absolutamente nada, es más bien algo para sentirse pleno uno mismo. Nadie terciariza sus dolores, ni la sed de venganza. Los militantes no saben estar al acecho, están demasiados ensimismados en la propia como para estarlo. Y sabemos que quien no está al acecho, no está haciendo ninguna.