La plaza del 25

(o cuando la política queda en manos de gente buena)

Por Juan Pablo Maccia

A la vuelta de la plaza, aún eufórico, pregunto a un amigo de Buenos Aires, exigente interlocutor, qué le pareció la muestra de contundencia política de la –para él inesperada- movilización. Vía Skype me responde: “no sé, che, no fui a la plaza, no me gustan las incursiones etnográficas. La verdad es que yo no me siento parte del entusiasmo”. Entendí al instante por qué amo a Polo: es incapaz de artificios antropológicos.
Su respuesta me obliga a explicarme. Después de todo, mi estado de reciente convalecencia hubiese justificado de sobras mi faltazo. Y sin embargo me levanté bien temprano para alcanzar, junto a Laurita, el bondi de la UTA idea y vuelta a la Plaza de Mayo.
Me ahorro la crónica de la marcha. Para mi sorpresa, cada una de las cosas que hice y vi aparecen registradas al detalle en la crónica de Mario Wainfeld en el Página/12 de ayer. 
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Una marcha enorme, llega de gente buena. ¿Cómo no emocionarse y redoblar ilusiones? Un gobierno que apenas exhibe debilidad acude a lo mejor que tiene, la gente, la clase media baja de las provincias, los trabajadores (aunque sobre esto tenemos que seguir pensando…) y una cantidad increíblemente grande y joven de militantes organizados. El kirchnerismo, mejorado en la versión cristinista, ha logrado constituir a nivel de los cuerpos y las ideas una fuerza considerable a partir de la ruptura histórica del 2001 con la historia del peronismo (son pocos los que, sin embargo, saben narrar esta ruptura).
En términos políticos, además, el kirchnerismo es la única fuerza política nacional con vigencia en el país. Lo demás son retazos, segmentos, grupos con más o con menos poder. Casi todos ellos querrían otra cosa, pero son impotentes para realizarlas. Y terminan articulándose de un modo u otro al estado.
Pero no todas son luces en el kirchnerismo que el sábado copó el centro de la ciudad. La potencia se vuelve angustia cuando se mira de frente al futuro. Surge allí una pesada incertidumbre. Basta con mirar detenidamente al palco. Entre los rostros que rodeaban a Cristina durante su emocionado discurso se destacaban los gobernadores Urtubey e Insfrán junto al jefe de la UOCRA, Gerardo Martínez. A nivel de las intendencias la cosa no mejora demasiado.
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El kirchnerismo es el partido de la gente buena, con un sentimiento de justicia reciente. Hay que leer a Forster para darse cuenta. Somos kirchneristas, me atrevo a afirmar, todos aquellos que querríamos mejorar la vida de la gente de abajo, los que nos alegramos con esas mejoras. “La Patria es el Otro”, suele repetir Crisitina.
Esa bondad de masas, impresionante, es la que deberá ser desafiada a pleno en el futuro próximo. Sé que se me podría objetar que la “bondad” es un valor moral, más que político. A esa distinción apunto.
¿Qué quiero decir con “nosotros, los buenos”? me refiero a quienes aceptamos dividir nuestra subjetividad en dos planos: uno concreto, nuestra economía, en la que nos desenvolvemos a nivel práctico-vital, y otro abstracto, cuando se trata de hablar de política, es decir, de los otros.
La política de los buenos es, en el mundo del individualismo neoliberal, la capacidad de emoción por los otros, experiencia de un desdoblamiento que nos hace moralmente superiores y políticamente capaces de articulación hegemónica.
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¿Es la gente buena capaz de políticas hacia el futuro? Esta es la cuestión que se nos plantea de modo más urgente. Hasta ahora esta capacidad de “otredad” ha quedado rodeado de un halo místico o religioso. ¿Qué es exactamente, de aquí en más ser capaces de otredad?
Los buenos somos algo abstractos cuando dividimos, de un lado, nuestra economía y, del otro, nos abstraemos como la Patria. ¿Cómo vamos a cambiar en concreto nuestra patria?
Nos ha sido más fácil responder a estas cuestiones mirando hacia atrás: derechos humanos y sociales más crecimiento hizo la diferencia y nos dio un punto de reconocimiento común. Este es nuestro horizonte inmediato de sentido.
Sabemos bien, sin embargo, que la historia próxima pide más. ¿Estamos en condiciones de atacar realmente la máquina capitalista que sigue produciendo víctimas? ¿Qué nos queda ante el silencio que produce esta sola pregunta, entre nosotros, que sentimos que estamos mejor, que vemos que la gente está mejor, y al mismo tiempo somos testigos de que la injusticia se reproduce?
Hablar de –y por– las víctimas, acompañarlas, es una premisa innegociable. Pero ¿cómo hacerlo sin caer en la mala conciencia de políticos sin audacia e intelectuales ilustrados que se alejan en la pura retórica?
  
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El desafío del kirchnerismo está más claro que nunca. La bondad, pasado cierto límite, se vuelve moralismo sonso. En ese terreno Bergoglio/Francisco nos aplasta. ¿Qué se nos abre, mirando hacia adelante, entonces, más allá de lo que hemos podido plantear hasta ahora en términos de crecimiento y de derechos humanos y sociales?
Cristina dijo que ella no era imprescindible, pero que no había que pensar por eso en un fin de ciclo. Sabias y rectoras palabras. Creo que todos pensamos para ese lado: ¿Cómo gestar una nueva década ganada sobre los cimientos de la presente?

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