La pesadilla de un mundo en red

por Amador Fernández-Savater

“En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas
(Borges, “Del rigor de la ciencia”)

Las distopías o “utopías negativas” son obras de ficción que llevan hasta un extremo de pesadilla elementos o tendencias reales ya activas en el presente. Entre las más conocidas están por ejemplo 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley. No puedo evitar leer La hipótesis cibernética, del misterioso no-grupo Tiqqun, como una obra de este tipo. Un relato, a la vez real e irreal, que advierte y alerta sobre algo. ¿Sobre qué? La pesadilla que se dibuja aquí es la deun mundo enteramente organizado en red: transparente, conectado, dinámico, autoorganizado, fluido. Una lectura que produce vértigo, sobre todo entre quienes hemos pensado en algún momento la red como metáfora-herramienta de emancipación. Quizá por eso, para protegerme, leo este ensayo como una obra de ciencia-ficción: “exageran, sólo es un mal sueño”. ¿Seguro?
De la hipótesis liberal a la hipótesis cibernética
Se dice que el liberalismo surgió como meditación sobre la guerra y anhelo de paz. ¿Cómo podían evitarse de una vez por todas conflictos armados tan devastadores como los que asolaron Europa durante los siglos XVI y XVII? Era necesario encontrar otro motor de los comportamientos humanos distinto a la pasión, al prejuicio, a la superstición, al afán de poder. ¿Cuál? El liberalismo respondió: la razón y el interés. Un ser humano se comporta racionalmente cuando, libre de la pasión, el prejuicio, la superstición o la voluntad de poder, actúa según su propio interés, bien entendido. Existe además, por analogía con la mecánica de Newton, una “armonía natural” entre los intereses humanos: la famosa “mano invisible”. Un buen gobierno, por tanto, es el que interviene lo menos posible, un gobierno “frugal”. Suprimiendo progresivamente todas las injerencias externas a este modelo (en el mejor de los casos, por medio de la educación), la sociedad podrá finalmente volverse pacífica, próspera, feliz.
La izquierda en nuestros días sigue, por lo general, empeñada en atacar y desmontar la hipótesis liberal. En ese sentido podemos entender por ejemplo la crítica de la “economía neoclásica” que se basa, aún hoy y contra toda evidencia, en los presupuestos del primer liberalismo: la confianza en la racionalidad del individuo-consumidor (que tiende a “maximizar el placer y huir del dolor”) y la confianza en la racionalidad del todo como suma armónica de las partes (la tendencia al equilibrio entre la oferta y la demanda, entre los bienes, los precios y el trabajo, etc.). Sin embargo, si prestamos oído a Tiqqun, erramos el tiro al pensar que nuestro enemigo es el neoliberalismo, entendido simplemente como actualización del liberalismo clásico. El liberalismo está muerto y enterrado, en los campos de batalla de las dos Guerra Mundiales, en los efectos de la crisis del 29, etc. Hoy vivimos bajo el imperio de otro paradigma, del que en todo caso el liberalismo es la cobertura ideológica: la Hipótesis Cibernética.
La Hipótesis Cibernética (HC) surge también como meditación sobre la guerra y anhelo de paz. ¿Cómo pueden evitarse las matanzas de las guerras mundiales, los desastres económicos, el antagonismo de las revoluciones comunistas? Hay algo en la hipótesis liberal que no funciona, que no da respuesta a estos interrogantes. La HC se inspira en la  teoría cibernética (“ciencia del gobierno y el control sobre la máquina y el animal”) fundada por los científicos e ingenieros Norbert Wiener, Claude Shannon, Gregory Bateson o John Von Neumann, y con múltiples prolongaciones hasta nuestros días (tecnologías de la comunicación, inteligencia artificial, ciencias cognitivas, etc.). Tres claves importantes de esta teoría serían, para lo que nos interesa:
– El orden (disminución de la entropía) es poco probable, lo más probable es el caos (o aumento de la entropía). Gobernar el comportamiento de personas o máquinas exige mecanismos de control que aseguren el orden, contrarrestando la tendencia a la desorganización.
– La clave del gobierno (“conducir la conducta”) es la información. La información es estadística por naturaleza y se organiza según las reglas de la probabilidad. Conocer los patrones de conducta del presente nos permitirá predecir y guiar las acciones futuras. La información (ya no el interés) es la “linfa vital” del orden cibernético.
– El control es, en definitiva, un problema de información y se consigue optimizando la comunicación entre las partes: el feedback (o intercambio de información) es clave en la teoría cibernética.
Por tanto, la HC ya no confía en la racionalidad del individuo (demasiado imperfecto, limitado, ignorante de sí mismo), ni tampoco en la tendencia al equilibrio del conjunto (más bien todo lo contrario), sino que trabaja en la construcción deliberada y consciente de un nuevo entorno social: un sistema-red de nodos transparentes, en conexión y desconexión permanente, organizado en torno a la gestión óptima de la información. El capitalismo cibernético. La pesadilla.
Ese nuevo entorno, el capitalismo cibernético, sería: un mundo transparente, traducido íntegramente a información, donde cada gesto, cada servicio, cada decisión y cada proceso generan una masa de datos, a procesar posteriormente por máquinas, algoritmos, reglas automáticas; una sociedad-red, donde toda relación se establece como feedback o interacción. Un vínculo electivo, altamente funcional, en el cual el otro aparece (y desaparece) a voluntad: conexión y desconexión entre nodos transparentes (perfiles); y un sistema dinámico, donde los flujos mercantiles se confunden con flujos de información. La lógica cibernética no piensa en términos de productos, estados o sujetos, ni de tiempo y espacio, sino de flujos, de medios fluidos, veloces y acelerados.
El gobierno cibernético
¿Qué significa “gobernar” en el paradigma cibernético, en qué consistiría un gobierno cibernético? El término «Kubernesis” significa “piloto” o “regulador”. Y justamente esa es la función del poder en la HC: pilotar en medio de superficies en movimiento, regular permanentemente flujos en circulación.
Gobernar, así, no sería tanto imponer o legislar, sino “coordinar racionalmente los flujos de informaciones y decisiones que se producen ‘espontáneamente’ en el cuerpo social”. Pensemos en Google, en Facebook, en los proyectos de smart cities… Se trata siempre de monitorizar la realidad, de recoger, procesar y conectar datos, de dar acceso y hacer de cada usuario un co-desarrollador, de buscar la cooperación público-privada, etc. Cuanto más sepamos, más capacidad de gestión en tiempo real y más capacidad de anticipación tendremos. Gobernar es hacer predecible. También, por supuesto, los comportamientos desviados, los crímenes.
En tres sentidos al menos, estamos ante un tipo de poder diferente. En primer lugar, el gobierno cibernético no es vertical ni autoritario, al menos en primera instancia, porque así perdería demasiada información. Por el contrario, es un gobierno que sabe pegarse a los territorios que gestiona, a través de una red de sensores o captores inteligentes de información (humanos o máquinas). No gobierna como una instancia ajena y exterior, sino que produce en lo posible a los gobernados como fuente de feedback (“participa», «habla”).
En segundo lugar, el gobierno cibernético no es un gobierno sedentario o estático, sino más bien “una dinámica de autoorganización” Un tipo de orden que no niega el caos, más bien busca permanentemente el equilibrio en el desequilibrio. Un gobierno capaz de seguimiento de flujos, procesos, devenires, a través de dispositivos nómadas de rastreo y trazado (más un brazalete electrónico que una cárcel). Un gobierno siempre “a la escucha”, a través de sondeos, encuestas y estudios.
Por último, el gobierno cibernético no es un gobierno centralizado, sino mediador. No sólo interconecta máquinas, procesos, información, personas y capitales, sino que borra las viejas fronteras de la arquitectura liberal del poder (público-privado, etc.) articulando esferas heterogéneas: fragmentos de Estado, sociedad civil, movimientos sociales.
Leída en nuestro contexto particular, la distopía de Tiqqun produce un cierto escalofrío. Uno no puede dejar de pensar que “la nueva política” es el agente histórico destinado a acometer el pasaje del viejo al nuevo capitalismo (cibernético) en el plano de las instituciones. Los “pilotos” de la HC no puede ser “gente viejuna” que teme o desconoce las redes, sino que han de ser “nativos digitales” que la asumen como paradigma o “imagen del mundo”: una forma de ser, de hacer, de pensar y, ahora también, de gobernar.
El malestar
Un amigo viajó hace poco a una ciudad lejana que desconocía. Salió del aeropuerto y fue en autobús hasta el centro, allí sacó el móvil y activó Google Maps. La pantalla llamaba su atención claramente sobre un icono, pinchó y era su hotel, muy cerca de donde se encontraba. Felicidad. Pronto podría descansar en lugar seguro. Pero… un momento, un momento, ¿cómo demonios sabía Google cuál era su hotel? ¿Qué cruce de datos…? Misterio. Esta sencilla anécdota, que puede resonar en cada uno con una historia similar, nos habla del carácter doble, ambivalente, del orden cibernético. Por un lado, las mil posibilidades que nos ofrece de conexiones, saber, visibilidad, ajustándose a nuestra vida como si fuera un guante; por otra, una cierta sombra de inquietud, un ruido de fondo de malestar (que no se reduce ni mucho menos a la cuestión de la “privacidad”).
Vamos a detenernos ahora en esa parte de sombra, que es de donde podrían surgir las rebeliones y alternativas a la HC. ¿De qué tipo es ese malestar? Algunas intuiciones, recogidas de conversaciones, libros o de la observación de mí mismo:
La transparencia, en el orden cibernético, implica quedar reducidos a “perfiles”. Convierte la experiencia en estadística. Pero no somos perfiles, sino singularidades con tonos, vibraciones y acentos propios. No somos “signos”, abstracciones comunicables e intercambiables, sino algo mucho más parecido a un jeroglífico, un laberinto, una rugosidad. No somos “muros”, donde todo el mundo ve de nosotros las mismas cosas y al mismo tiempo, sino “seres en situación”: distintos según el contexto que atraviesan, la trama de relaciones en la que se encuentran, etc. La “perfilización” es una mutilación de la multidimensionalidad de la vida, por exigencia de representación.
Además, la transparencia sustituye las relaciones de confianza por relaciones de control. Deja pasar la luz, pero una “luz que quema”: la mirada del inquisidor. En lugar de darnos confianza, construyendo situaciones y contextos de igualdad, nos volvemos vigilantes y jueces unos de otros, en una especie de panóptico distribuido, participativo.
La velocidad, en el orden cibernético, significa poner la vida entre paréntesis. Hay que correr siempre más, producir para seguir produciendo, actualizar permanentemente nuestra imagen, muro o perfil. No hay tiempo, ni espacio, sólo flujos en aceleración permanente. La urgencia es la temporalidad propia de la cibernética (y los nervios a flor de piel, su clima afectivo). Hay que eliminar todo lo que estorbe y nos haga más lentos, los lentos son perdedores. Pero una relación, un proceso de crianza, un duelo, tienen sus propios tiempos, heterogéneos a la temporalidad de la urgencia. A mucha velocidad no se puede elaborar nada, sólo aplicar respuestas automáticas, superficiales, descuidadas. No se puede cambiar de sentido, girar, bifurcar, sólo correr hasta la gran bofetada. No se puede pensar o crear si nada nos opone resistencia.
La conexión, en el orden cibernético, reduce la relación a interacción. Pero los seres humanos no nos “conectamos”, nos afectamos, chocamos, peleamos, nos herimos, etc. No “comunicamos”, descodificamos una sintaxis o desciframos una información, sino que vivimos en el malentendido, traduciendo una y otra vez a los demás (es decir, traicionando el original). Un encuentro no es un link o un feedback (“me gusta”, etc.). El malestar, aquí, consiste en la pobreza y la superficialidad de las interacciones. Tan fáciles como insatisfactorias. En la conexión hay vínculo instrumental, puntual, a placer. En la relación hay deseo común, sentido compartido, viaje con el otro.
Estrategias de subversión
“En nuestra época, sobre nuestro planeta, conocer a un ser humano significa interrogarle hasta la vivisección. Todos sabemos la carga sádica que puede contener la palabra pregunta . El inquisidor lo invade todo. Conocer a un ser humano significa, de hecho, no dejarle ninguna posibilidad de existir. Entonces, no le pregunto, le miro, le toco, le respiro, conmocionado por la fuerza desconocida que me comunica” (Jean Ipousteguy)
¿Cuál es el problema con la HC? Podría pensarse que se trata de una hipótesis buena, correcta, pero aún no realizada plenamente. Se trataría entonces, desde esta posición, de reclamar más transparencia, más comunicación, más participación, más redes, más cercanía entre gobernantes y gobernados, una mejor representación, en definitiva.
La apuesta de Tiqqun es sin embargo muy otra: considerar mala y errada la HC. Ya desde un punto de vista filosófico: por la idea del ser que implica. Para Tiqqun, la vida no es información, ni puede reducirse a ella sin daño. Los cuerpos no son nodos transparentes, los encuentros no son enlaces, el tiempo no es el tiempo real. Aunque la HC se piense y presente como un poder horizontal, en realidad sigue siendo una forma de poder normativa, coactiva, exterior. Destructora, por tanto, de todo verdadero habitar.
Para Tiqqun entonces no se trata tanto de perfeccionar o radicalizar la HC, sino dedevenir irrepresentables: opacos a su ojo de cíclope, ilegibles para sus máquinas binarias de sentido, impredecibles para sus técnicas de control.
¿Cómo? En su contra-fábula, Tiqqun propone numerosas estrategias. Lo hacepoéticamente, porque no se trata de convencer, ni de orientar la opinión y la acción de nadie, sino más bien de insinuar y sugerir formas de resistencia que luego cada cual tendrá que configurar, ensayar, etc. La resistencia a la HC tiene que empezar ya por los modos de comunicarse. Lo contrario de la transparencia no es el hermetismo, sino el poema. Es decir, formas de escribir que no embrutecen, que no atontan, que dejan espacio y libertad al lector.
Vamos a apuntar entonces, ya para acabar, tres de estas estrategias, dejándolas deliberadamente imprecisas para que vuele la imaginación: lentitud, ritmo y niebla.
Lentitud no es ir despacio, sino desacelerar: aprender a desconectar y desconectarnos de los flujos del capitalismo cibernético. Desconectar nuestra propia cabeza, en primer lugar. Es el arte de la interrupción: fuga, sabotaje sutil o levantamiento colectivo. Si la velocidad implica la respuesta automática y superficial, la insensibilización hacia el entorno, la irritación constante ante lo que nos hace obstáculo, la desaceleración de los flujos abre por el contrario la posibilidad del proceso y el encuentro. Permite darse tiempo. Para mirar hacia los lados y no sólo hacia adelante. Para ver, sentir o pensar las situaciones que habitamos. Para que lo nuevo pueda acontecer.
Ritmo: no se trata de ir lentos o rápidos, sino de encontrar nuestro propio tiempo. Pero el ritmo, dice Tiqqun, es necesariamente “cojo”. Es bellísima la metáfora de la “cojera” en Tiqqun. Caminamos, pero nunca un paso es igual a otro. Hay siempre imperfección, disonancia. La vida va y viene, entre la palabra y el silencio, lo visible y lo invisible, etc. Un ritmo vital será, pues, necesariamente “cojo”. Nunca el ritmo automático y unilateral de la máquina (que descarta lo pensado, lo lento, las asperezas, etc.). Tampoco el ritmo musical, armónico, que sigue paso a paso la partitura (el programa). En todo caso, el ritmo del free jazz: plural, disonante, abierto a la improvisación. Un ritmo que asume e incorpora los silencios, las mareas bajas, los fallos, los accidentes, etc.
Niebla. La HC, como hemos visto, gobierna extrayendo y procesando información, pero la información sólo es la parte codificable de la comunicación humana. La niebla sería la estrategia que confunde las exigencias de transparencia, de univocidad, de identificación. Lo que protege de la mirada inquisitorial («¿quién eres?») y permite que una experiencia pueda darse, desarrollarse, encontrar su propio ritmo, sus propias palabras para nombrarse y compartirse (lo que podríamos llamar la “autogestión del sentido”).
En cada gesto de desaceleración, en cada cojera que encuentra su ritmo, en cada foco de niebla, se genera un pequeño apagón. Una zona de opacidad, disimulo, libertad, vida. Intermitente o duradera, personal o compartida, pequeña o grande. ¿Pueden coordinarse estas experiencias, amplificarse hasta generar un cortocircuito fatal para la máquina cibernética? Sí, pero desde luego no agrupándose en algún no-lugar (partido, organización o plataforma), sino mediante un efecto de reverberación: cada una desde su lugar, en medio de la vida, pero resonando e intensificando su efecto con las demás. Hasta alcanzar un día, tal vez, quién sabe, un punto crítico de desestabilización del sistema y provocar el Gran Apagón.
Doy mil gracias por las lecturas y los comentarios a Ema, Tomás, Javier y Álvaro, ¡relaciones y no enlaces!
Algunas referencias utilizadas:
Impasse Adam Smith, Jean-Claude Michéa, Editions Climats, Paris 2012 (sobre el origen del liberalismo)
Franco Berardi (Bifo), sobre la diferencia entre conexión y relación.
Economía libidinal, Jean-François Lyotard, FCE, 1990. 
La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han, Herder, 2013
En el acuario de Facebook, colectivo Ippolita, Enclave Libros, 2012.
(Fuente: http://www.eldiario.es/)

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