Entrevista realizada por Amador Fernández-Savater para El Diario
El padre de Alejandra Gaviria, Francisco Gaviria, fue desaparecido, torturado y asesinado cuando ella tenía seis años. Formaba parte de la Unión Patriótica, un partido de izquierda colombiano de los años 80, fruto de un acuerdo de paz, cuyos militantes (más de 3500) fueron radicalmente exterminados por agentes del ejército, paramilitares y narcotraficantes.
Alejandra fundó la organización H.I.J.O.S. junto a otros afectados de violencia política en 2005. Su originalidad: problematizar la etiqueta de “víctima” que genera actores y espectadores del conflicto, cuando todo el mundo es afectado; recuperar la “memoria de los sueños inconclusos”, es decir, no sólo la memoria del padecimiento y el horror, sino una memoria positiva de lo que quedó truncado, memoria para el futuro; pensar en términos de “transformación” y no sólo de “resolución” del conflicto. Elaboraciones que pueden resultar muy inspiradoras en el contexto español.
Hablamos con Alejandra Gaviria sobre todo ello y también sobre la situación actual del proceso de paz y sobre las elecciones presidenciales que tendrán lugar este fin de semana en Colombia.
Amador Fernández-Savater: ¿Cómo llegas a H.I.J.O.S.?
Alejandra Gaviria: Yo llego a H.I.J.O.S. cuando tengo 22 años. En realidad no llego a H.I.J.O.S., sino que empiezo a construirlo con otras personas entonces. En la Universidad encontré a otros jóvenes con historias parecidas a la mía. Coincidíamos en pertenecer a una generación que tenía en común la cuestión de la violencia política de los años 80, una violencia que en mi país viene de muy lejos, de muy atrás.
Los relatos nos llevaban de unas personas a otras y nos dimos cuenta de que todas estábamos conectadas en una misma historia. Y finalmente nos motivamos a trabajar el conflicto -o mejor dicho: la transformación del conflicto- desde la memoria.
Supimos entonces de la existencia de H.I.J.O.S. de la Plaza de Mayo en Argentina y que su experiencia se había ido regando por otros lugares, como México o Guatemala. Entramos en diálogo con ellos y ahí decidimos construirnos como colectivo. Al inicio éramos como siete o diez personas.
¿Cuáles fueron vuestras primeras acciones?
En 2005 comienza en Colombia un proceso de amnistía a grupos paramilitares con la ley de Justicia y Paz. Esa ley era terrible, porque a diferencia de los acuerdos actuales no se exigía a esas personas, responsables muchas veces de crímenes de lesa humanidad y de la muerte de nuestros padres, que contasen la verdad. Se les proponían penas alternativas que no estaban amarradas a nada.
Sentimos mucha indignación. Durante años hemos sentido la indignación de cerca y ha sido para nosotros un motor. ¿Qué hacer con la rabia? Decidimos convertirla en ideas, hacer cosas con ella para que no se nos quedara dentro. Empezamos a hacer campañas públicas de veto social frente a ciertos personajes, contando lo que habían hecho y explicando por qué la sociedad debía exigirles algo más.
Cuestionar la etiqueta de víctimas
¿Qué reflexión os lleva a hacer un grupo no exclusivamente de víctimas? ¿Por qué no os identificáis como víctimas?
Desde el comienzo lo que quisimos hacer fue un llamado generacional a todo aquel que vivió de cerca el exterminio causado por violencia política y sintió la rabia y la indignación. Independientemente de si la persona que murió fue su padre, su hermano, su vecino o simplemente el candidato por el que iba a votar.
Esto tiene que ver con nuestra reflexión sobre la experiencia de ser etiquetado como “víctima” en Colombia. Nuestra idea es que el término de víctima -y de victimario, que es su contrapartida- reducen la complejidad del conflicto. Porque parece que hay unos “otros” a los que les ha tocado el conflicto y que son las víctimas. De ese modo, el concepto de víctima se vuelve una especie de barrera por la cual uno siente que no tiene nada que ver con lo que pasa en el país, ninguna responsabilidad o implicación.
Nosotros cuestionamos: ¿quién es víctima aquí? ¿Sólo quienes hemos sido golpeados directamente? Es absurdo. La misma cultura política colombiana es víctima del conflicto: un partido de izquierdas, resultado de un acuerdo de paz, fue exterminado completamente y eso afecta a millones de personas que confiaron, soñaron, votaron por él. Lo que pasó con la Unión Patriótica fue una lección bárbara de miedo y adoctrinamiento para toda la sociedad.
Nos cuesta mucho asumir ese impacto porque es demasiado agresivo, pero la sociedad entera ha sido afectada por el conflicto. No sólo nosotros. De hecho nosotros lo hemos podido elaborar, mientras que otros ni siquiera se lo han preguntado por el simple hecho de no considerarse víctimas.
Suena muy fuerte esta reflexión en el contexto español, donde la figura de víctima apenas se ha cuestionado y tiene mucho poder.
El problema es cuando la sociedad genera una lectura simplificada de su conflicto limitada a unos hechos desconectados, que tienen unas víctimas individuales y unos victimarios entendidos como los responsables materiales de los hechos.
Así se construye la idea de que sólo las víctimas pueden hablar de lo sucedido, se convierten en la única “voz legitimada del dolor”. Y esto produce una tremenda pasividad irresponsable en la sociedad. Al no darle su lugar en el conflicto, al no sentirse afectada, la sociedad no se implicará en ningún cambio, dejando así de nuevo toda la carga y la responsabilidad en las víctimas y los victimarios.
Y esa era la situación que desde H.I.J.O.S queríamos trabajar. Nos propusimos plantear un diálogo colectivo que se preguntara por el papel de una sociedad que, lo quiera o no, ha estada implicada en el conflicto durante décadas. Ya no era la pregunta por el hecho puntual, la víctima como individuo, sino la pregunta por los procesos, las dinámicas, los impactos y los beneficios que el conflicto ha generado.
En ese sentido, el llamado era a que no sólo las víctimas teníamos que hablar, sino que todos teníamos la responsabilidad de actuar para la transformación del conflicto, desde el lugar donde nos hubiera tocado. Por eso nosotros decimos “H.I.J.OS somos todos”.
Memoria de los sueños inconclusos
Ahora te quería preguntar acerca de vuestro reflexión sobre la memoria. ¿Qué tipo de memoria os habéis propuesto rescatar?
A los muertos los usan. A nuestros padres, por ejemplo. Y estábamos muy cansados de esa instrumentalización constante. Las historias que interesan a los medios siempre son las más trágicas, te hacen fotografías cuando lloras o te piden que les cuentes cómo murió tu padre, cuantos más detalles sobre la tortura mejor. El único mensaje que sale de ahí es el miedo.
Entonces dijimos: ya no más. No vamos a contribuir a que esa sea la memoria que quede de nuestros padres: personas asesinadas o torturadas, finalmente personas vencidas, que sólo importan por el dolor que les han infligido y no por el proyecto por el cual trabajaron, por lo que pensaban, por las ideas que tenían. Dijimos: mi padre es mucho más que su muerte .
Y empezamos a ampliar la memoria. No nos interesaba solo la historia de la atrocidad, saber qué les hicieron, sino que nos empezó a interesar mucho mas el por qué. Es decir, qué era lo que hacían nuestros padres y madres que generó tanto miedo a un sector de la sociedad que vio como solución eliminarlos.
Ahí dimos con una mina de oro, con una cantidad enorme de ideas innovadoras que proponían y construían aquellos que fueron exterminados: el cuidado y la preservación del territorio y sus recursos, la construcción de presupuestos participativos, la participación pública en las decisiones políticas, otra gestión de lo público, la autogestión, la lucha por los derechos, etc.
Vimos que esta memoria aportaba con ideas concretas a construir futuros posibles. Si quieres aprender a sobrevivir en tiempos difíciles, pregúntale a un desplazado en Colombia y conocerás quinientas estrategias para continuar en la vida, educar a tus hijos, sin tu tierra, sin un padre y sin un peso.
Ahí, en esa dimensión de la memoria que incluye la resistencia, se te cae el estereotipo de la víctima como una persona insignificante. Y te das cuenta de que las víctimas, los supervivientes, tienen mucho que aportar cuando un país se pregunta cómo reconstruirse después de tanto dolor y atrocidad.
¿En ese sentido habláis de “memoria para el futuro”?
Nosotros siempre buscamos la conexión con el presente. Porque la idea de víctima tiene el riesgo de que genera eco del hecho pasado. Se hace memoria de lo que fue. Pero en Colombia no es así, no puede ser así. Porque aquí sigue pasando.
Aquí no hay momento post. Entre el 2016 y 2018, es decir, entre la firma del Acuerdo de Paz y su intento de implementación, han sido asesinados 282 líderes sociales en los territorios de Colombia donde se lucha por la tierra, por el derecho al agua o que en hacer realidad el acuerdo de paz. Esto significa que asesinan a un líder social cada tres días.
El reto para nosotros es la transformación del conflicto. Mostrar cómo lo que le ocurrió a mi padre no es algo que pasó hace treinta años, sino que sigue pasando ahora. Nuestra memoria está amarrada a un presente y a un futuro de sueños que aún es urgente cumplir.
La calle contra el miedo
¿Cuáles han sido vuestros logros?
Decidimos que este camino de redescubrir unos sueños y unas prácticas que nos sirvieran en nuestra propia vida sería un camino chévere y que eso se reflejaría en lo que hacíamos. Así podríamos mostrar mejor lo ahora que nos falta, lo que truncaron.
Por ejemplo, tomamos las calles. En Colombia, más concretamente en Bogotá, se usaba entonces muy poco la calle, había un ambiente de miedo. Resolvimos no esperar a que se consiguiera la paz para usarlas, sino hacerlo ya. Y así empezamos a exponer nuestras historias en público y en voz alta.
Poníamos en plena calle un documental, música, hacíamos un performance y hablábamos en voz alta de nuestras historias, de lo que la gente prefiere no hablar. Por ejemplo que el Estado era el mayor responsable del genocidio sucedido contra la UP, contra los defensores de Derechos Humanos, de las ejecuciones extrajudiciales.
Así hemos podido aportar nuestro granito y nosotros mismos hemos logrado hablar de lo que nos daba miedo, de lo que antes teníamos que callar; pero también de lo que soñamos, de la idea de que nos merecemos algo mejor y que podemos dárnoslo aquí y ahora desde el quehacer cotidiano.
Nuestros mayores logros están en ese tipo de cosas, no son logros para nada abstractos. Hoy hay menos miedo, más denuncia, hoy en mi país el Estado ha tenido que reconocer su responsabilidad en muchos crímenes. Esto no lo conseguimos nosotros solos, lo hicimos con mucha otra gente más y gracias a las víctimas y defensores de Derechos Humanos, que llevan décadas trabajando, desde mucho antes que H.I.J.O.S. naciera, y que nos enseñaron lo que significaba este camino.
¿Qué lenguajes, que estéticas, qué formas habéis escogido para transmitir vuestra memoria?
Pensamos que todo esto había que hablarlo de otra forma, con otro lenguaje. No sólo el de la denuncia. Para contagiar más y mejor.
Siempre se han hecho conmemoraciones, pero nosotros las resignificábamos. Hacíamos un concierto, inflábamos unos globos gigantes, dibujábamos un grafitti gigante, tratábamos de poner algo distinto. Entre nosotros había muchos artistas. Era el momento del boom del graffiti, estábamos metidos en eso. Hoy Bogotá es una ciudad reconocida por sus murales, antes se llamaba vandalismo y hoy es arte urbano.
Esto tiene que ver con los murales que hicimos desde el movimiento de Derechos Humanos. Nos encargábamos de arreglar algunas paredes específicas. Se dibujaba, se conversaba con los vecinos, se creaba un sentido compartido. Al principio nos los tachaban, pero muchas veces ha pasado que los propios vecinos han salido a defenderlos. Ya no agreden nuestros murales.
Nuestra actividad ha sido dar una y otra vez nuestra versión de las cosas desde distintos lenguajes. Rompíamos así el estereotipo de la víctima “pobrecita” con pocos recursos de expresión.
Entramos en las universidades a formarnos y a hacer allí también un trabajo de amplificación. Cuando yo entré a estudiar, ni siquiera se podía hablar de la Unión Patriótica. Nadie quería dirigirme la tesis. Con el paso del tiempo y nuestra agitación, comenzó a haber paneles, seminarios, talleres. 20 personas, muy dispuestas, fueron capaces de poner un tema encima de la mesa.
Nosotros no somos artistas, académicos ni nada. Simplemente usamos distintas herramientas y lenguajes para nuestro fin y nuestra causa: que la gente conozca lo que nos pasó para que así deje de suceder. Y para eso nos hemos tenido que volver académicos, pintores, músicos y artistas.
La paz no es una firma
¿En qué punto está el proceso de paz en Colombia? Creo que en España hay mucha desorientación al respecto. Se sabe que el referéndum echó para atrás una propuesta, pero poco más. ¿Qué está pasando en Colombia ahora?
El proceso de paz tiene dos objetivos: el primero es el tránsito de las FARC desde las armas a la democracia. Y el segundo es la garantía de derechos a las víctimas: derecho a la verdad, la justicia y la reparación. Ambas cosas están hoy en riesgo.
Tras el referéndum, se retoma el acuerdo de paz de La Habana por otras vías. Una de las cuales incluyó la discusión y aprobación por parte del Congreso de lo acordado durante los seis años de negociaciones en La Habana. Es decir, al Congreso se le dieron facultades para discutir y cambiar lo que ya había sido acordado por las partes en La Habana. Esto significó a mi juicio la desfiguración de gran parte de los acuerdos. Se cambiaron varias puntos que eran fundamentales para garantizar los derechos a las víctimas y, en concreto, a las víctimas de crímenes de Estado.
Del sistema de justicia transicional se eliminó la posibilidad de que este pudiera juzgar a civiles que estuvieron comprometidos con el conflicto, por ejemplo empresarios o transnacionales. Se eliminó el principio de responsabilidad de mando en el caso del juicio a miembros de la fuerza pública. Y se eliminaron ciertas medidas fundamentales como dar un número de puestos en el gobierno especial a las víctimas.
Además, el gobierno ha incumplido ciertos compromisos para el proceso de reintegración de los ex guerrilleros de las FARC: los proyectos productivos que se habían prometido no arrancan, varios de los miembros de ese grupo continúan en las cárceles y, lo más preocupante, ya han sido asesinados más de 30 ex combatientes de las FARC, lo que deja en evidencia que no se esta cumpliendo el compromiso del Gobierno de garantizarles la vida, la seguridad y la posibilidad de hacer efectivo su ejercicio en la política democrática, que es el corazón mismo de los acuerdos.
Si a esto le sumamos la difícil situación de seguridad y de violencia en los territorios donde antes se encontraban las FARC y donde el Estado aún no llega, que están siendo copados por grupos narcotraficantes y paramilitares, y el sistemático y alarmarte asesinato de los líderes sociales en los últimos dos años, podemos decir que claramente requerimos de muchos más esfuerzos y compromisos reales del Estado, pero también de la sociedad.
Las FARC están cumpliendo con su parte: entregaron las armas, se mantuvieron firmes en la apuesta por la paz tras el referéndum, etc. Las víctimas también han hecho su papel: los lugares que fueron más golpeados por la guerra y las FARC votaron masivamente a favor del acuerdo de paz. Fue en las ciudades donde más se votó que no, entre la gente menos afectada por lo que ha pasado.
¿Quién falta entonces por hacer su parte, su papel? ¿El Estado?
Y la sociedad. El problema más grande para mi es que casi la mitad de la población no salió a votar en el plebiscito, hay millones de personas que consideran que este tema no les interpela y creo que esta indiferencia es más peligrosa para la construcción de un camino de paz que los mismos detractores del acuerdo.
¿Te refieres a Uribe?
La consigna de Uribe y su partido es: vamos a hacer trizas el acuerdo de paz. Y mucha gente está de acuerdo, piensa que vamos hacia un abismo porque se firmó un acuerdo de paz, que nos estamos volviendo castro-chavistas, etc. Pero el problema no es Uribe, sino ese apoyo que tiene de sectores de la sociedad que consideran que la paz no es con ellos ni para ellos.
Porque la paz no es una firma, sino todo un proceso social de cambio de mentalidades y, por lo tanto, solo habrá paz si hay movimientos ciudadanos que exigen que se cumpla lo pactado y ponen toda su creatividad, energía y compromiso para aportar a que se logre.
¿Qué esperas de las elecciones?
Yo espero en primer lugar que los colombianos logremos apreciar y valorar hasta donde hemos llegado. A pesar de todo, hay triunfos incuestionables.
Sólo un par de ejemplos. Por un lado, desde hace un par de años la cifra de soldados heridos en combate es mínima y el Hospital Militar está pudiendo dedicar sus recursos a tratar enfermedades de alto costo. Por otro, el plan de Desminado Humanitario de los territorios colombianos, en el que trabajan de manera conjunta las Fuerzas Armadas y las FARC, ha logrado grandes avances, descontaminando miles de metros cuadrados y permitiendo el regreso a sus hogares de millones de personas.
Y espero luego que esa conciencia de hasta donde hemos llegado logre garantizar un voto y un Presidente que se comprometa por preservar y avanzar en la implementación de este acuerdo de paz con las FARC, pero que además prosiga el diálogo con el ELN, así como también consiga llegar a un acuerdo para la entrega ante la justicia de los grupos herederos de los paramilitares y de las bandas criminales y narcotraficantes.
Hablamos con Alejandra Gaviria en el marco de su visita a Madrid propiciada por Medialab-Prado.