Este texto presenta dos extractos de la entrevista de Aurora Fernández Polanco y Antonio Pradel a de Suely Rolnik para Re-visiones (# Cinco – 2015) [1] Fue reformulado por la autora durante los últimos dos meses y fundamentalmente a partir de los últimos hechos políticos ocurridos en Brasil, cuyo corolario momentáneo ha sido el allanamiento de la residencia del expresidente Lula da Silva y de su instituto, y su conducción coercitiva a declarar ante la Policía Federal.
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Extracto 1 (acerca de las izquierdas)
AFP/AP.- ¿Cómo ve usted lo que está pasando con los gobiernos de izquierda en América Latina?
SR.- Yo creo que lo que pasó en la Unión Soviética y lo que ahora estamos viviendo con los gobiernos de izquierda en América Latina son experiencias muy tristes y decepcionantes, pero también muy valiosas. ¿Por qué? Porque nos permiten reconocer lo que puede la izquierda y también lo que no puede, dados sus límites infranqueables inherentes a su propia lógica. Pues bien, lo que la izquierda puede es practicar el máximo grado de resistencia en el ámbito del Estado. Una forma de resistencia que tiene que ver con luchar por una democracia que no sea solamente política, sino que también sea económica y social: por la distribución más justa de la riqueza material, lo cual incluye los derechos a la vivienda, a la salud, a la educación, etc. Por eso siento gratitud para con los ancestros de izquierda, que son los que lucharon en el contexto de la democracia burguesa, pese a que unos hayan sido más lúcidos, más valientes, más persistentes e, incluso y sobre todo, más íntegros que otros. En este sentido, yo he sido, soy y, probablemente, seguiré siendo de izquierda. Incluso, más que pensar en términos de izquierda y derecha, me gusta la idea de Laymert Garcia dos Santos de que deberíamos pensar en términos de una menor o mayor permeabilidad del Estado al neoliberalismo, a sus supuestos y al modo en que éste actúa a escala planetaria[2] codo a codo con el Capitalismo Mundial Integrado, tal como lo llama Guattari al capitalismo financiarizado, que ha colonizado el conjunto del planeta.[3] Ser a favor de un Estado más justo y con menos permeabilidad al neoliberalismo es lo mínimo de lo mínimo; no tener ni siquiera esta conciencia moral ya es del dominio de la psicopatología, con fuerte tendencia a la psicopatía.
AFP/AP.- Y más allá de lo que puede la izquierda, ¿cuáles son sus límites?
SR.– Si hemos vivido el destino de las así denominadas revoluciones del siglo XX como una traición es porque todavía manteníamos la creencia de que un día existiría esta totalidad llamada Revolución (un vestigio de la idea monoteísta de Paraíso, no sólo por la supuesta ausencia del mal, sino y por sobre todo a causa de su supuesta perfección eterna, donde estaríamos también supuestamente libres de las turbulencias ineludibles de la vida y de las diferentes reacciones frente a ellas, con los conflictos que esto involucra). Sin embargo, lo que está pasando en América Latina nos lanza hacia otro nivel de lucidez, que depende de un saber ético, más allá de una conciencia moral: lo que puede la izquierda choca contra su propio límite, el límite del régimen antropo-falo-ego-logo-céntrico del que ella misma forma parte. Incluso es eso lo que, en algunos países del continente, la ha llevado a extremos de autoritarismo, como ha sido el caso de Cuba y, actualmente, también el de Venezuela y el de Ecuador, de distintos modos y en distintos grados. Es esto también lo que la ha llevado en otros países del continente a altos grados de corrupción, tal como en los casos de Argentina y de Brasil. Resulta evidente que este derrocamiento de las izquierdas no sólo en el continente sudamericano sino en el ámbito internacional es peligrosísimo (la masa fascista y toda esa mierda); pero, por otro lado, sirve para darnos cuenta en nuestra experiencia corporal que no basta con actuar macropolíticamente. ¿Por qué? Porque, desde el punto de vista micropolítico, por más que se haga, por más brillante que sean las ideas y las estrategias, por más valientes que sean las acciones, por más éxito que tengan, por menos autoritarias y corruptas que sean, lo que se logra en la mejor de las hipótesis es una reacomodación del mismo mapa, con la única diferencia de que sea más justo. Y todo vuelve al mismo lugar. Yo no me sorprendo para nada de que todo se repita y vuelva a aquello de lo que pretendíamos salir. No siento ni resentimiento, ni rabia, ni odio ni tampoco me siento traicionada, porque sé que en el marco de esta lógica no podría ser de otra manera y, además, porque gracias a esta situación podemos reconocer más claramente que hay que desplazarse de la micropolítica dominante, la micropolítica reactiva del inconsciente colonial-capitalístico que comanda al sujeto moderno que todavía somos.
AFP/AP.- A esta noción de inconsciente colonial usted la creó hace algunos años y la ha venido trabajando desde entonces. ¿Como la definiría hoy en día, que ha pasado a denominarla “inconsciente colonial-capitalístico”?
SR.- Sí, tiene razón, es importante aclararlo para nuestra conversación… Para eso necesitaré plantear algunas ideas que nos tomarán un poquito más de tiempo. Tengo que hablar de dos tipos de experiencia que hacemos del mundo. La primera es la experiencia inmediata basada en las capacidades de percepción y de los sentimientos del yo. Éstas sirven para descifrar las formas del mundo según los contornos actuales de la cartografía cultural. Es decir, cuando veo una forma, o cuando escucho, o cuando siento algo, lo asocio inmediatamente con el repertorio de representaciones que poseo, de manera tal que lo que voy a ver, escuchar o sentir está marcado por ello. Desde luego que esto es muy importante, pue4s hace posible la vida en sociedad. Pero no es más que una de las experiencias de la subjetividad; es la dimensión de esa experiencia que llamamos «sujeto» En nuestra tradición occidental se confunde «subjetividad» con «sujeto», porque es sólo esa capacidad la que tiende a estar activada. Sin embargo, la experiencia que la subjetividad hace del mundo es mucho más amplia y más compleja.
El otro tipo de experiencia que la subjetividad hace del mundo, al que llamo el «afuera-del-sujeto», es la experiencia de las fuerzas que agitan el mundo como un cuerpo vivo que produce efectos en nuestro cuerpo en su condición de viviente. Y esos efectos consisten en otra manera de ver y de sentir lo que pasa en cada momento (lo que Deleuze & Guattari llamaron «perceptos» y «afectos», respectivamente). Es un estado que no tiene imagen, que no tiene palabra. No es que el mundo como supuesto «objeto» influya sobre nosotros como supuestos sujetos, sino que el mundo «vive» en nuestro cuerpo bajo el modo de afectos y perceptos. Y como este estado es el de una especie de mundo larvario que no tiene ni imágenes ni palabras y es, por principio, intraducible en la cartografía cultural vigente, ya que es exactamente lo que escapa a ella, se genera una fricción entre ambos. Dicha fricción produce una experiencia de desestabilización, de desterritorialización que promueve una inquietud, un malestar. Ésta es una experirencia inevitable en cualquier tipo de cartografía cultural y en cualquier época, pues resulta de la propia esencia de la vida. Lo que cambia de una cartografía a otra, o de una época a otra, es el tipo de relación con la inquietud que predomina en la subjetividad. Es algo que tiene consecuencias muy importantes porque es precisamente esa experiencia la que convoca al deseo a actuar para recobrar un equilibrio vital. Y ahí es donde todo se juega, pues son distintas las perspectivas que orientarán esta acción: si estas dos capacidades se encuentran activas, y si la subjetividad se sostiene en la tensión de la desestabilización que promueve la relación entre ambas, el mundo larvario que la habita encontrará una posibilidad de germinación. Es la acción del deseo la que se encargará de engendrar esa germinación, en un proceso de creación impulsado por los efectos de las fuerzas del mundo en nuestro cuerpo que tiene su propia temporalidad. La acción pensante del deseo consistirá en seleccionar conexiones para inventar algo que, convertido ya entonces en imagen, palabra, gesto, obra de arte u otra manera de alimentarse, de amar, otro modo de existencia, sea portador de la pulsación de aquello que pide paso. Y si logra hacerlo…
AFP/AP.- ¿Y…si logra hacerlo?
SR.- Si logra inventar una forma portadora de esta pulsación, el mundo larvario se vuelve sensible y tendrá un poder de contagio, de contaminación inmediata; porque cuando los cuerpos afectados por las mismas fuerzas lo encuentran, se establecen las condiciones para que la subjetividad logre sostenerse en el estado de desestabilización, de manera tal que el proceso de creación pueda desencadenarse llevado por su propio deseo. Son distintos devenires de uno mismo y de su campo relacional. La brújula que conduce al deseo en este proceso es una brújula ética. Su aguja apunta hacia la propia vida, hacia lo que está pidiendo paso para que ésta siga respirando, pulsando. Una brújula que no orienta al deseo según una forma o un contenido, pues es precisamente eso lo que tendrá que ser creado para que la nueva manera de ver y de sentir encuentre un lugar. La referencia que orienta a esa aguja es la perseverancia de la vida como criterio primordial de evaluación, es lo que Spinoza denominó conatus.
Es totalmente distinto lo que pasa con el deseo desde una perspectiva antropo-falo-ego-logocéntrica, que es la que define al inconsciente colonial-capitalístico. De forma muy resumida, ésta consiste en anestesiar los afectos y los perceptos, la capacidad que tiene el cuerpo de descifrar el mundo desde su condición de vivo, o sea, desde los efectos de las fuerzas del mundo en las fuerzas que lo componen. Es la experiencia de la subjetividad afuera-del-sujeto lo que queda bloqueado. La subjetividad pasa a existir solamente en su experiencia como sujeto. En esas condiciones, la fricción entre los territorios vigentes y su cartografía, por un lado, y el estado de extrañamiento que la experiencia de las fuerzas produce, por otro, se vive como una amenaza. Sin acceso al mundo larvario que se ha generado, la subjetividad sucumbe a una interpretación apresurada del sujeto. Como el sujeto es inseparable de una determinada cartografía cultural y se confunde con la misma, como si fuera el único mundo posible, interpretará el desmoronamiento de «un» mundo, el supuestamente suyo, como una señal del fin «del» mundo y de sí mismo. Desde esa perspectiva, para interpretar la causa de su malestar solamente le resta al sujeto encontrarla en una supuesta deficiencia de sí mismo o proyectarla en el mundo, escogiendo a un otro específico como pantalla de su proyección. Y éste otro puede ser una persona, un pueblo, una color de piel, una ideología, un partido, etc.
AFP/AP.- ¿Y qué pasa en cada una de esas interpretaciones?
SR.- En la primera, cuando el yo proyectará sobre sí mismo la causa del malestar y de su supuesto desmoronamiento, se va a intoxicar de culpa. Pasa a verse a sí mismo como insuficiente, incapaz, inferior, débil, fracasado, looser, no deseable… una mierda… Ahí una de las maneras de actuar del deseo para recobrar el equilibrio será el consumo de algo desde donde la subjetividad se rehaga un contorno reconocible, de manera tal que pueda librarse del sentimiento de exclusión. En el marco de la política de subjetivación dominante, los objetos de ese consumo serán productos de toda índole que le ofrece el mercado: si soy una mujer, en los momentos que me encuentro atrapada en esa política del deseo, me entregaré, a veces compulsivamente, al consumo de cremas, de ropas…, o miles de cosas para la casa; si soy un hombre atrapado en esa trampa, los objetos de consumo que capturarán mi deseo serán el coche, de ser posible, un último modelo y el más caro, por supuesto cero kilómetro, u otras cosas por el estilo (en Brasil este tipo de comportamiento es todavía muy generalizado, incluso entre las capas más desfavorecidas, que han aumentado sus ingresos durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores, el PT). Pero los productos por consumir también pueden ser visiones del mundo, y entonces lo mismo da la iglesia evangélica que Marx o Deleuze & Guattari (es cuando el dúo se vuelve desodorante de lujo para neutralizar los olores de la vida cuando se ve sofocada y evitar enfrentarlos), porque la intención es una sola: mimetizarlos para recobrar un contorno y un sentido. Visiones del mundo, ya sean religiosas o laicas, ideológicas o teóricas, pasan a funcionar como un sistema moral como cualquier otro, desde el cual nos orienta este tipo de brújula.
Desde la perspectiva paranoica, el yo proyecta la causa de su malestar sobre el otro (de raza, género, clase, ideología, etc.) y lo demoniza, y va a intoxicarse de odio y resentimiento. Esto puede llevar a acciones extremadamente agresivas, cuyo poder de contagio tiende a crear las condiciones para el surgimiento de una masa fascista. Actualmente en Brasil, por ejemplo, estamos viviendo algo así: mediante la manipulación de imágenes, se proyecta sobre Dilma y el PT el malestar de la crisis que el país está atravesando. Más allá de Brasil, la experiencia de extremada desestabilización que estamos viviendo hoy en día en el planeta es igualmente portadora de este tipo de riesgo. Es éste un triste destino de la experiencia de la desestabilización, si consideramos que la misma es una experiencia primordial de la subjetividad, pues funciona como una alarma que nos indica que la vida nos ha llevado a un estado desconocido, ya presente en el cuerpo pero todavía sin imagen, ni palabra, ni gesto; un estado que le impone al deseo una exigencia de pensar-actuar para darle una consistencia existencial. Son momentos en que la imaginación colectiva es accionada para inventar una nueva manera de existir, otras alianzas, nuevos sentidos, etc. Es precisamente la potencia del deseo convocada por la desestabilización la que es cafisheada (chuleada, proxenetizada) por el capital a través de los medios, que refuerzan el fantasma de peligro inminente fabulado por el sujeto, propagando el miedo para transformar el estado de desestabilización en potencia de sumisión. Éste es el peligro real y que resulta del peligro imaginario del Yo, instrumentalizado por los medios, los principales coadyuvantes del capital en la contemporaneidad. Éstos son los dos destinos de la política del deseo conducida por el inconsciente colonial-capitalístico del sujeto moderno en su versión actual.
AFP/AP.- ¿Entonces es al inconsciente colonial-capitalístico que usted se refería cuando decía que lo que puede la izquierda choca contra su propio límite; el límite del régimen de subjetivación al que denominó antropo-falo-ego-logo-céntrico, del que ella misma formaría parte?
SR.- Sí, exactamente, el poder del inconsciente colonial-capitalístico abarca a la subjetividad de la propia izquierda. Incluso entre los militantes de izquierda, el sujeto moderno tiende a afirmarse aún más acríticamente, pues sus ideologías justifican la negación del valor de la resistencia en el ámbito de la política de producción de subjetividad y de deseo, por considerarlo burgués e individualista. Este prejuicio tiene que ver con su tendencia a reducir la subjetividad al sujeto, no sólo teóricamente, sino también en su modo de existir, lo cual caracteriza a la política de subjetivación antropo-falo-ego-logocéntrica.
Desplazarse de este modo de subjetivación pasa por un «devenir revolucionario», como decía Deleuze. Dicho devenir es impulsado por las irrupciones de afectos del saber-del-cuerpo que nos fuerzan a reinventar la realidad, cosa que no tiene nada que ver con «la» Revolución, total y con R mayúscula. La idea de Revolución pertenece a esta misma lógica del inconsciente colonial-capitalístico, en su versión de izquierda: cuando la experiencia afuera-del-sujeto se encuentra anestesiada –me refiero a la experiencia de los efectos de las fuerzas del mundo vivo en nuestro cuerpo vivo– no tenemos la posibilidad de descifrar el mundo desde los afectos de desestabilización y nuestra única brújula es el mapa cultural donde estamos ubicados. Entonces vivimos “ese” mundo como una totalidad absoluta, eternamente cerrada sobre sí misma. En este caso, no tenemos cómo imaginar desplazamientos en su cartografía, ni tampoco suponer que eso sea posible o deseable. Lo máximo que se puede imaginar es otra supuesta totalidad que la reemplazará como un solo bloque, mediante la toma del poder del Estado. Una totalidad proyectada en el futuro, supuestamente más perfecto y cuya eternidad esté más asegurada gracias al poder absoluto del Estado, lo que es inherente a la idea de Revolución.
Es ésta la idea que orienta las acciones del deseo en la política de subjetivación antropo-falo-ego-logocéntrica en su versión de izquierda. Por no tener cómo actuar en el sentido de reinventar la realidad en los puntos donde sea necesario desde y ante lo que la vida pide, el deseo termina por actuar contra la vida; se vuelve reactivo. Un ejemplo obvio son los giros totalitarios que incluyen a ciertos gobiernos de izquierda en nuestro continente como los que acabo de mencionar; e igualmente graves aunque menos obvias son las acciones gubernamentales relativas al medio ambiente, que parten de una absoluta sordera ante la catástrofe ecológica que está amenazando las propias condiciones de la vida en el planeta; y esto vale también para ciertos gobiernos mínimamente de izquierda, o no totalmente permeables al neoliberalismo, como los de Dilma y Lula ( lo propio ocurre en esos gobiernos con su manejo catastrófico de la grave cuestión indígena en Brasil).
Éstas son las razones por las cuales, para mí, no supone ninguna sorpresa que todo vuelva al mismo lugar. La figura de Hannah Arendt me inspira para lidiar con la experiencia tan difícil que estamos viviendo en el planeta, especialmente en América Latina, que es la realidad que vivo más directamente. Cuando ella estaba presente en el juicio a Eichmann[4], en vez de ponerse en el lugar de la víctima, invadida por los sentimientos de odio y resentimiento, pudo mantenerse en contacto con los afectos del malestar que habían irrumpido en su cuerpo provocados por aquella escena, los cuales además la conectaban con la memoria del cuerpo de su propia experiencia del nazismo en el campo de concentración. Acercarse a esos afectos y encontrarles un decir requiere tiempo, y Arendt pudo esperar ese tiempo. Por eso no pudo respetar la dead line de su reportaje para el New York Times y necesitó un año para encontrar las palabras adecuadas para decir aquellos afectos. Logró así describir cómo se produce el mal y cómo está presente en la banalidad de la vida cotidiana. Por haber mantenido activo el pensamiento para descifrar los afectos del nazismo en su propia subjetividad, apartando los sentimientos tóxicos originados en el miedo, logró identificar el origen del mal justamente en la ausencia de pensamiento. Así ella se salvó del destino nefasto que estos efectos podrían haber generado en su subjetividad, que sería precisamente el colapso de su capacidad de pensar. De cierto modo, su idea de ausencia de pensamiento como origen del mal tiene que ver con mi idea de la política de producción del pensamiento bajo el inconsciente colonial-capitalístico, aunque es otra la dimensión de ese fenómeno en el que Arendt trabaja teóricamente.
AFP/AP.- ¿Y cómo contribuye esto para afrontar la situación actual?
SR.- Tal como lo dije anteriormente, y lo repito ahora, no me siento mal con relación a lo que está pasando, estoy más bien atenta y muy movilizada, con muchas ganas de encontrar personas y grupos que lo estén pensando, para compartir ideas sobre la situación que vivimos, así como maneras de enfrentarla. Creo que estamos en una situación muy favorable para problematizar la idea de resistencia e ir más lejos no solamente en sus supuestos, sino también y sobre todo en el ámbito de la vida humana donde ésta interviene y en los tipos de prácticas que involucra. El neoliberalismo, la teoría política del Capitalismo Mundial Integrado, es el discurso único, el “occidéntico”, tal como lo llama Laymert, que se impone a la vida humana y sobrecodifica sus múltiples formas y su permanente variación. Es en este sentido que la resistencia pasa por enfrentar lo que molesta a la vida en cada momento y en cada contexto. Estamos delante de la urgencia de hacer un giro en esa dirección: para eso hay que activar el saber-del-cuerpo y actuar micropolíticamente, incluso con relación a los problemas que se plantean en el plano macropolítico. Desde esta perspectiva, en lugar de decir que soy de izquierda o, más bien, a favor de un Estado más justo y menos permeable al neoliberalismo, yo diría que me siento parte de un tipo de comunidad transnacional que resiste a lo intolerable, luchando por la afirmación, la preservación y la expansión de la vida, mediante actos de creación que respondan a sus demandas. Y si bien –y por supuesto– esta lucha incluye la dimensión macropolítica, no puede reducírsela a ella. El objeto de la resistencia en el sentido micropolítico es mucho más amplio, sutil y complejo que el objeto de las luchas en el ámbito del Estado, principalmente cuando éstas se reducen a la conquista del poder.
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Extracto 2 (acerca de la nueva estrategia del poder)
AFP/AP.- ¿Y su ilusión pasada y su implicación con Lula?
SR.- Creo que Lula ha sido importantísimo para Brasil: su presencia ha producido un desplazamiento de la política de subjetivación engendrada por el abismo de clase que caracteriza al país que resulta de su formación colonial-esclavista, y que nunca se ha movido verdaderamente. Y pese a que haya mucho más por desplazar, éste es un proceso irreversible. Para mí, se trata de un logro micropolítico de suma importancia. Fue la primera vez desde la fundación de la República en Brasil que el presidente es un obrero, y además un migrante del nordeste del país (una región muy pobre de donde provienen la mayor parte de los obreros de São Paulo), y que, más que todo, mantiene los gestos y el habla propios de esa clase social, y lo hace sin ninguna interferencia despotenciadora del trauma de clase. Eso ha movido el inconsciente colonial tan poderoso en Brasil. Por ello siento por Lula admiración y gratitud. Al inicio de su gestión publiqué un ensayo sobre esto y sigo pensando lo mismo.[5]
Si bien es cierto que la crisis por la cual está pasando el gobierno en Brasil resulta, por un lado, de la actual crisis económica local e internacional y, por otro, de la imposibilidad de los gobiernos de Lula y de Dilma de imponer límites más severos al neoliberalismo, su magnitud y el modo como sucede son producto de una nueva estrategia de poder introducida por el Capitalismo Mundial Integrado, que se está instalando internacionalmente. El capitalismo industrial se basaba en una sociedad disciplinaria, tal como Foucault lo descifró tan bien. Una sociedad gestionada por un Estado de Bienestar Social en el así llamado Primer Mundo, mientras que en el así llamado Tercer Mundo, cuando las fuerzas de izquierda amenazaban tener demasiado poder, ésta era gestionada por dictaduras impuestas mediante golpes militares, concretamente apoyados por los centros de poder del capitalismo internacional. Sin embargo, para el nuevo tipo de capitalismo, que se viene instaurando aproximadamente desde 1976 en adelante, esos regímenes resultan inadecuados para su modo de funcionamiento, y se hace necesaria una neoliberalización de los Estados. Incluso las dictaduras en América Latina y en la Unión Soviética se acabaron no sólo por la presión de los movimientos sociales y de resistencia contra el totalitarismo, sino que, y quizá por sobre todo, sucumbieron por la presión del capital financiarizado. El nuevo régimen necesita una flexibilidad de la subjetividad y de la sociedad, como así también del Estado para seguir los intereses del capital en su movimiento frenético. Es muy distinto al modo rígido e identitario propio de la sociedad disciplinaria, tanto en su versión del Estado de Bienestar Social como en los regímenes dictatoriales. En estos últimos, la rigidez y la idea de identidad individual, cultural y nacional se vuelven mucho más exacerbadas y, además, suelen estar acompañadas de un fervoroso nacionalismo. Todo esto está en las antípodas de la fluidez del movimiento mundial e integrado del capital financiarizado.
AFP/AP.- ¿Y cómo funciona ésta nueva modalidad de poder?
SR.- La diferencia de esta nueva modalidad de poder radica en que opera en el plano micropolítico, y por eso es mucho más sutil e invisible y, por consiguiente, resulta más difícil combatirla. Su principal dispositivo son los medios de comunicación, cuya estrategia se nutre de información resultante de investigaciones sobre actos de inconstitucionalidad basados en una operación conjunta de los poderes judicial y policial que forma parte de la misma estrategia de poder. Este dispositivo consiste en componer un discurso ficticio a partir de una selección de esa información que se les impone a las subjetividades como si fuera la propia realidad, tal como lo plantea Laymert. Yo añadiría que la imposición de esa simulación de realidad tiene como base el abismo existente entre la subjetividad y su experiencia del mundo como cuerpo viviente, un abismo propio del inconsciente colonial-capitalístico que la estructura. Con la operación de los medios de comunicación, dicho abismo se amplía y se profundiza a tal punto que ya no hay manera de transponerlo, lo cual lleva a adoptar la narrativa ficticia de los medios como la única referencia para describir lo que sucede.
Forma parte de esa misma estrategia que la realidad inventada por los medios sea apocalíptica y que su causa se le atribuya a algunos personajes de la escena pública, que pasan a ser sistemáticamente demonizados. La inseguridad que esto genera en las subjetividades se vuelve tan intensa que refuerza su disociación con relación a los afectos de las fuerzas que las han generado, los cuales son entonces sustituidos por los sentimientos de odio y resentimiento: es precisamente de estos sentimientos que se alimenta el poder del CMI. Una estrategia de control muy distinta a la estrategia del poder disciplinario, ya que no impone formas de comportamiento ni determina lo que se puede y lo que no se puede hacer (una estrategia moral), sino que actúa directamente sobre la propia producción de subjetividad y del deseo. La primera interviene en lo visible y la segunda en lo invisible. En lugar del adiestramiento de la subjetividad y del deseo, en la nueva estrategia de poder la subjetividad actúa positivamente a favor de los intereses del régimen desde su propio deseo. La subjetividad fija y dócil del poder disciplinario queda así reemplazada por una subjetividad fluida y flexible. Ésta es ciertamente una de las razones por las cuales Deleuze propone el concepto de “sociedad de control” para calificar al nuevo régimen de poder.
Si tomamos el ejemplo de lo que estamos viviendo acá en Brasil, esta operación encuentra un suelo especialmente fértil, ya que en este país los medios forman un bloque monolítico en el espacio oficial de la información, es decir, en la prensa gráfica y en la televisión. Informaciones más críticas y cercanas a la realidad pueden encontrarse solamente en internet, a través de iniciativas de una prensa autónoma, pero que es frecuentada por una pequeñísima parcela de la población del país, o en Facebook, donde este tipo de información tampoco llega a todos, ya que su difusión se restringe a determinados círculos. El chivo expiatorio del discurso apocalíptico de los medios, en el caso de Brasil, es la presidenta de la República y el partido gobernante. Esta operación toma como base el malestar de la sociedad que es producto de las dos crisis que mencioné anteriormente. En su estrategia micropolítica de poder, el CMI instrumentaliza la realidad de esa doble crisis y el malestar que genera a través de su sustitución por una realidad ficticia construida por los medios, lo que causa una grave crisis de credibilidad del gobierno.
AFP/AP.- ¿Esta nueva estrategia del poder, que actúa micropolíticamente, sustituye a la estrategia macropolítica?
SR.- Sin duda no. La implementación de la estrategia micropolítica de poder, que interviene en el deseo, no sustituye a la estrategia macropolítica, sino que lo que cambia es el modo de conquistar y mantener el poder del Estado. La diferencia reside en que además de garantizar el poder del Estado micropolíticamente, se hace un uso micropolítico de las operaciones macropolíticas, seleccionando la información de modo tal de atomizarla en elementos de la composición de la narrativa ficticia construida por los medios. Tengo dos ejemplos más que obvios del uso micropolítico de operaciones macropoliíticas en Brasil.
El primero lo constituyen las investigaciones de actos de inconstitucionalidad, cuya información los medios editan de modo tal que solamente aparezcan aquéllos que han sido cometidos por miembros del partido de gobierno, en una estrategia conjunta entre sectores del Poder Judicial, de la Policía Federal y los medios. Ésta triple alianza se hace desde el gobierno de Lula, pero se ha venido agravando en el gobierno de Dilma (en el caso de Dilma, algunos de estos actos no son ni siquiera contra el bien público, sino que tienen que ver con cuestiones de gestión de la economía, en momentos en que existe una urgencia y la única vía para resolverla es la transferencia de una parte del presupuesto de un sector a otro durante un período breve de tiempo, y ese tipo de giros de fondos es inconstitucional). Lo que se investiga es sobre todo la corrupción, y lo más curioso es que dichas investigaciones empezaron con una iniciativa del propio gobierno de Lula, cuya intención era la de acabar con la impunidad inherente a la tradición colonial y prerrepublicana tan presente, aún hoy en día, en el Estado y en las elites del país (cabe acotar que ambos tienden a estar compuestos por los mismos personajes). En esa operación surgen innumerables casos de corrupción, incluso de muchos miembros del propio Partido de los Trabajadores, lo cual revela, entre otras cosas, que la corrupción forma parte de la propia lógica de la maquinaria del Estado, a la cual muchos miembros de la izquierda no escapan. Sin embargo, los medios «recortan» la información y privilegian exclusivamente la corrupción de miembros del PT, mientras que toda la corrupción de miembros de los demás partidos desaparece; y cuando no queda más remedio que mencionarla, lo hacen en algún rinconcito de una página secundaria y en algunos segundos del noticiero televisivo, siempre precedidos y seguidos por ataques al gobierno.
El segundo ejemplo de operación macropolítica usada micropolíticamente, que se lleva a cabo en simultáneo con la primera, se basa en el hecho de que la Cámara de Diputados y el Senado están tomados por los así llamados «coroneles», como se les dice en Brasil a los capitostes de las elites rurales prerrepublicanas, y por las fuerzas más contundentemente ignorantes y conservadoras de las clases medias y de las elites urbanas. Ellos representan a sectores de la sociedad brasileña que no soportan que, desde el gobierno de Lula, los «pobres» y los «negros» frecuenten los lugares que desde siempre han sido los suyos y que marcaban claramente los límites de clase y sus privilegios (los aeropuertos, los shopping centers, etc.). Incluso en sus manifestaciones callejeras declaran impúdicamente su odio contra los pobres y el PT, y llegan a pedir que vuelva la dictadura. En ese escenario, diputados y senadores tienden a actuar privilegiando la disputa de poder y sus intereses privados en lugar de asumir su responsabilidad para con el bien público. Los legisladores boicotean sistemáticamente las propuestas de la Presidencia que permitirían avances sociales o, lo que es más perverso aún, las leyes necesarias para enfrentar la crisis económica internacional y retomar el desarrollo, de lo cual depende incluso la posibilidad de asegurar avances en el plano social. Con ese boicot de las oposiciones, se intensifica la crisis económica y se instaura una crisis político-institucional gravísima y de vasto alcance, cuya causa los medios de comunicación maquillan al atribuírsela a la incapacidad del gobierno.
Con base en el recorte de la información acerca de esas dos operaciones, se construye un discurso ficticio que, tal como lo ve Laymert, se va imponiendo como una realidad paralela que termina por reemplazar a la propia realidad. La simulación de realidad se hace por la vía de una destrucción paulatina de la imagen de Lula y, acto seguido, la de Dilma y la del partido de ambos, el PT. Dicha operación empezó durante el segundo gobierno de Lula y se ha venido intensificado desde el comienzo del primer mandato de Dilma, cuando, entre sus primeras iniciativas, la presidenta intentó ponerles límites más severos a los bancos, bajando la tasa de interés. El ataque de los medios a su imagen y al partido de gobierno se ha vuelo violentísimo y fue arreciando más aún desde entonces; y pasó a abarcar de nuevo, más recientemente, la imagen de Lula y mucho más gravemente. Y así se la va humillando, humillando y humillando durante un largo tiempo, el tiempo necesario como para que el malestar de la población resultante de la crisis se transforme en un odio y un resentimiento contra el gobierno que la lleven a expresarse masivamente a favor del impeachment –el juicio político– en un proceso supuestamente «legal y democrático».
AFP/AP.- ¿Ésta sería entonces una nueva modalidad de golpe de Estado?
SR.- Es una pregunta muy pertinente, pues así lo están considerando algunos sectores de las izquierdas en Brasil que todavía apoyan al gobierno. Sin embargo, el denominarla golpe puede generar malentendidos, ya que se trata de una toma del poder del Estado sutil y que no se vale de la fuerza de las armas, sino que actúa micropolíticamente utilizando la fuerza del deseo, por la vía de su operación mediática. Para el CMI, la interrupción del mandato de un presidente, que es lo que se está intentando hacer con Dilma, tiene que ver con el hecho de que le quedan aún tres años en la Presidencia, por eso la estrategia micropolítica de poder del CMI apunta a destituirla del gobierno. Esto está pasando igualito con Bachelet en Chile en los últimos doce meses y ya pasó en Paraguay, con el juicio político de Fernando Lugo en 2012, pero allí resultó más fácil. Pese al grado patológico de estupidez y a la falta de dignidad descarada que en este momento emerge por todas partes en Brasil, insufladas por la operación de esa nueva estrategia del poder, sucede que la población más pobre ha sido en su mayoría militante o simpatizante del PT desde su fundación, habiéndose identificado fuertemente con el partido. Hay que destruir esa identificación para que, masivamente, la gente exprese un «sí» al impeachment. Esto vuelve más lenta la preparación de este nuevo tipo de “golpe de Estado”, que actúa con base en una operación micropolítica que le permite maquillar su naturaleza y presentarse como un proceso democrático. Acá no puede perpetrárselo así nomás, sin más ni menos, en dos minutos y adiós, como lo hicieran con Lugo en Paraguay. La estrategia de la triple alianza de los medios con sectores del Poder Judicial y de la Policía Federal tiene que legitimarse en un cúmulo de inconstitucionalidad y con argumentos jurídicos mucho mejor construidos. Lo mismo pasa en Chile, donde la destrucción de la imagen de Bachelet, que ya lleva un año, no ha logrado reducir significativamente la aprobación de la presidenta.
AFP/AP.- ¿Y en qué punto se encuentra este proceso en Brasil en estos momentos?
SR.- Sólo ahora este abuso perverso del malestar de la población está logrando demoler totalmente la credibilidad del PT y su identificación con éste, y, más allá del partido, con las izquierdas en general. Sin embargo, si bien dicha demolición con relación al PT me parece que es irreversible, no es precisamente lo que se dice sólida, ni tampoco irreversible con relación a la aspiración de justicia social y, por ende, a la creencia en los ideales de la izquierda en su mejor sentido.
Le doy un ejemplo. Cuando hablo con la gente, sistemáticamente sale el tema: «el PT es una mierda, igual que todos los partidos y todos los políticos». Y esto lo dice incluso gente que era del PT o que se identificaba plenamente con éste antes de su decepción generada por la operación macabra de los medios. Frente a esto, suelo decirles: «bueno, respeto tu opinión, pero quiero compartir contigo mi modo de pensar acerca de lo que está pasando. Siempre busco basarme en mi experiencia para analizar si lo que está sucediendo es bueno o malo para la vida y esto me sirve de referencia para formarme mis propias ideas y hacer mis elecciones. Con esta referencia, cuando escucho la Globo (la cadena de televisión privada líder absoluta de audiencia en Brasil), me doy cuenta de que lo que dice casi nunca corresponde con lo que mi experiencia me indica; es como si fuera una especie de ficción muy alejada de la realidad”. Y cuando el interlocutor pertenece a una clase más pobre, que es la gran mayoría de la sociedad brasileña, le pregunto: “¿si tú tomas como base la experiencia de tu propia vida actualmente, la de tu familia, la de tus amigos, la de la gente de tu barrio, la de tu trabajo… para analizar lo que pasó efectivamente desde el primer gobierno de Lula, que dirías? Y antes de que me contestes te digo que todo eso podría no importarme para nada porque soy de clase media, estoy relativamente bien, pero me importa y me afecta muchísimo porque además de sentirme sumamente molesta con esas falsas informaciones que se transmiten todos los días sin el menor escrúpulo, me molesta aún más lo que está detrás de ellas: mantener el abismo entre las clases sociales que hay acá desde siempre, y el racismo que lo acompaña, como si todavía estuviéramos en la esclavitud, y eso para mí es insoportable. Bueno, aunque puedo estar equivocada, pero mi impresión es que ha mejorado muchísimo la situación de la gente más desfavorecida, que es la gran mayoría del país. Dime, ¿a ti te parece que estoy equivocada?». Y es muy frecuente que la respuesta sea: «no, no, eso es cierto, mi vida ha mejorado mucho» y que, a partir de ese momento, la charla haga un giro y comience un intercambio de ideas muy fecundo.
Esto es lo que pasa cuando uno consume televisión como su única fuente de información y se encuentra totalmente a merced de su ficción (lo que en Brasil es muy generalizado) o que, aunque no sea solamente televisión lo que uno consume, en ese caso se reduzca a leer los periódicos y las revistas de opinión (lo cual en este país se restringe a las clases medias y altas); y estos, sin excepción, participan activamente en la construcción de esa misma ficción. Sin embargo, es sorprendente cómo en Brasil basta con plantear ideas fuera de ese ámbito ficcional y más cerca de la experiencia que hace el cuerpo de las fuerzas que agitan la realidad para que el interlocutor despierte de su hipnosis mediática y vuelva a pensar. Por supuesto que esto sólo es posible cuando el interlocutor todavía no está completamente esterilizado por el inconsciente colonial-capitalístico en un grado de patología histórica que ya no tenga cura (ése es desgraciadamente el caso de gran parte de las clases medias y altas en el país).
AFP/AP.- ¿La nueva modalidad de poder pasa entonces por el juicio político de los presidentes?
SR.- Seguro que no. Es importante señalar que la orquestación de esta nueva estrategia de poder no pasa necesariamente por el juicio político de los presidentes, ni por el acortamiento de sus mandatos, que es lo que está pasando ahora en Venezuela con Maduro. En los casos de gobiernos de América Latina con tendencia de izquierda que están al final de sus mandatos, la estrategia es otra. En Perú, por ejemplo, cuyo presidente actual, Ollanta Humala, es de izquierda, pero el país está en vísperas de elecciones, es en ese ámbito que interviene el “golpe” mediático del capital financiarizado, haciendo que sea casi segura la victoria de una candidata de derecha. Dicha candidata es además la hija de Fujimori, un dictador tenebroso que gobernó el país entre 1990 y 2000, y que incluso sigue en la cárcel con una condena de 25 años por sus crímenes de corrupción, secuestro y asesinato. Eso sencillamente se borra de la memoria, de cara al poder de la realidad ficticia construida por los medios que pasa a ser la propia realidad, en la cual se asocia a la hija Fujimori con la salvación. Un otro ejemplo de esta índole ha sido el caso de la destrucción del kirchnerismo en Argentina. El caso más reciente es el de Bolivia, donde el “golpe” mediático del CMI se concentró en el referendo para decidir sobre una nueva postulación de Evo a la presidencia y la decisión fue el “no”.
Estos ejemplos hacen evidente que el carácter nítidamente micropolítico de la nueva estrategia de poder instalada por el CMI, que se alimenta de la producción de subjetividad y de deseo, no reemplaza a las luchas de poder en el plano macropolítico. La novedad, tal como lo mencioné anteriormente, es que el CMI las utiliza igualmente para alimentar y fortalecer su estrategia micropolítica y viceversa: el nuevo régimen utiliza su estrategia micropolítica para fortalecer sus intervenciones macropolíticas. Con esta doble operación, la base de sostenimiento de su poder macropolítico es el propio deseo de la población.
La nueva situación que estamos viviendo mundialmente es sumamente compleja y difícil de descifrar, y el análisis que estoy haciendo es seguramente insuficiente y debe afinarse. Los textos sobre esa situación que afortunadamente están circulando cada vez más en la web, un reciente encuentro con pensadores amerindios de distintos países de América Latina y otros pensadores[6], así como algunas charlas con amigos me han dado pistas interesantes para lograr dar algunos pasos más. Entre esos amigos, en una charla con Amilcar Packer[7] (que ha sido el curador del mencionado encuentro), él cuestionó mi análisis, argumentando que los gobiernos de Lula y de Dilma no han obstaculizado para nada los intereses del capital financiarizado, lo cual invalidaría mi hipótesis sobre el motivo fundamental del ataque a sus figuras y a su partido. Su comentario me pareció muy pertinente pues, aunque Lula y Dilma hayan logrado aumentar los ingresos de la población más pobre y mejorar sus condiciones de vida significativamente, resulta efectivamente incuestionable que sus gobiernos han sido muy permeables al neoliberalismo. Los bancos, las constructoras, etc., se han beneficiado muchísimo, más que en gobiernos anteriores; los números lo comprueban. ¿Entonces qué pasa? ¿Por qué quieren destituir a Dilma y al PT del poder?
AFP/AP.- ¿Y logró encontrar alguna respuesta a estas preguntas?
SR.- Sí, lo he estado pensando. Una primera respuesta indica que la nueva estrategia de poder no depende del grado en que un gobierno sea de izquierda o perjudique al capital financiarizado. Más que el poder de Dilma y del PT, el objetivo del CMI consiste en destituir el poder del imaginario de izquierda asociado a ellos. Incluso es eso lo que ya está sucediendo en Brasil con mucha gente de clase media que era tradicionalmente de izquierdas. Y tal como lo mencioné anteriormente, también entre la gente más desfavorecida esto ya está sucediendo, con una aniquilación de ese imaginario más profunda que la mera destrucción de su identificación con el PT. Aunque gran parte de esa población no use la palabra “izquierda” para calificar a las acciones sociales del gobierno, lo que importa es que su creencia en la posibilidad efectiva de conquistar una dignidad social y económica se ha quebrantado.
Por supuesto, dicha aniquilación no tiene un poder absoluto; siguen sucediendo acciones de resistencia tanto macro como micropolíticas. Un ejemplo de acciones macropolíticas lo constituyen los movimientos sociales, como el de los Sin Tierra en el campo y el de los Sin Techo en las ciudades, que siguen en sus luchas. Y un ejemplo de acciones micropolíticas es el surgimiento de nuevos tipos de activismo, principalmente entre los jóvenes y sobre todo entre las chicas, tanto en las periferias como en las clases medias, que resisten trazando líneas de fuga del actual estado de cosas, tal como viene sucediendo desde algunas décadas por todo el planeta. Ellos no se identifican con el modo de actuar de la izquierda, lo que no significa que son pasivos o despolitizados, sino que tienen una nueva manera de descifrar la realidad, de plantear los problemas y de actuar críticamente, es decir, tienen una concepción distinta de la política. Logran acceder en sus cuerpos a los efectos de la estrategia micropolítica de poder del capitalismo financiarizado y es desde allí que le hacen frente, resistiendo en ese mismo plano. Entre los ejemplos en Brasil de esa nueva forma de activismo están las vastas manifestaciones callejeras de junio de 2013, que empezaran con el rechazo al aumento del precio de los pasajes del transporte público. Y, más recientemente, el movimiento de los estudiantes secundarios que ocupó las escuelas públicas (que en éste país son exclusivamente frecuentadas por la población de bajos ingresos) contra el proyecto de la gobernación del estado de São Paulo de cerrar 94 de esas escuelas. Su manera de manifestarse no pasa tanto por las consignas, sino por la performatización de su mirada crítica, creando dispositivos que puedan potencialmente provocar la activación del pensamiento en la sociedad.
Pero desde una perspectiva más sutil, yo diría que, en definitiva, el objetivo de la estrategia micropolítica de poder del CMI es, más ampliamente, la destrucción del imaginario de cualquier forma de resistencia y no sólo de la que viene de la tradición de las izquierdas. Se trata de disolver por completo la creencia y la confianza en la posibilidad de pensar desde los afectos y obrar críticamente, recreando la realidad en los puntos en que esto se impone como urgencia. Hay que disolver el poder de ese imaginario en la conducción del deseo y en sus acciones pensantes, así como en la potencia de contaminación que dichas acciones portan. En suma, hay que aniquilar la ética del deseo, su poder de conducir sus acciones desde y para las demandas de la vida. Esto es lo que efectivamente perturba el libre flujo mundial del capital financiarizado y la gobernabilidad sin barreras para proteger sus intereses (un Estado neoliberal). El efecto de esta estrategia es la paralización del pensamiento, creando así las condiciones para su sustitución por el discurso mediático. Así se consolida la sociedad de control. En esta operación, el inconsciente colonial-capitalístico adquiere un poder más sutil y más fuerte que nunca.
AFP/AP.- ¿Y cómo está reaccionando la izquierda ante esta nueva operación del CMI?
SR.- El imaginario de izquierda no logra alcanzar la dimensión micropolítica en la cual interviene el CMI y, por consiguiente, no puede ofrecernos instrumentos como para resistir en este terreno; ésta es probablemente la razón que está llevando a los jóvenes activistas a desplazarse de ese imaginario. Es también la razón de la imposibilidad de la izquierda para reconocer hasta ahora la dimensión política de la contracultura en Brasil en los años 1960. Una clara señal de esta imposibilidad es que la violencia que sufrió la contracultura por parte del Estado militar en Brasil no ha sido reconocida por la Comisión de Amnistía creada en 2001, cuya definición de quienes tienen derecho a la reparación se limita a aquéllos que militaron en partidos u organizaciones políticas, o sea, los que actuaron macropolíticamente. Lo mismo sucede con la Comisión Nacional de la Verdad creada en 2012 que, a pesar de haber reconocido también a los indígenas como víctimas de la dictadura, lo cual constituye sin duda un paso fundamental, no incluyó en su lista ni a la gente de la cultura, ni a las minorías que han sido violentamente perseguidas por el régimen militar. Podemos incluso considerar al nuevo tipo de activismo como una reactivación del imaginario de resistencia que caracterizó a la contracultura. Sin embargo, hay un cambio significativo en esa actualización de los ideales de la contracultura en la nueva generación: en lugar de demonizar a las instituciones y hacer sus experimentaciones en espacios supuestamente no institucionales –tal como era el caso de los contraculturales, que se imaginaban en un mundo paralelo–, los jóvenes de hoy saben que no hay un mundo afuera de este mundo y actúan en el seno de las instituciones vigentes, buscando producir desplazamientos de su cartografía (ejemplo de ello es el caso de las escuelas públicas que acabo de mencionar).
[1] Re-visiones es una revista de arte y pensamiento visual contemporáneo, indexada, bilingüe, de libre acceso, con una periodicidad anual y adscrita desde sus inicios a proyectos I+D: “Imágenes del arte y reescritura de las narrativas en la cultura visual global” (2009-2012) (HAR2009-10768) y “Visualidades críticas: reescritura de las narrativas a través de las imágenes” (2013-2016) (HAR2013-43016-P) del Plan Nacional del Ministerio de Economía y Competitividad del gobierno de España. Dirección electrónica: http://www.re-visiones.net/. Enlace la entrevista mencionada:http://www.re-visiones.net/spip.php?article128 ; ISSN: 2173-0040.
[2] Idea propuesta por Laymert Garcia dos Santos, pensador brasileño, en su ponencia intituladaLenguajes Totalitarios, en el Programa de Acciones Culturales Autonomas (P.A.C.A.). São Paulo: Casa do Povo, 12/11/2015 (apoyo: proyecto Episodios del Sur, Goethe-Instititut São Paulo y America del Sur). Disponible en: https://vimeo.com/153449199 .
[3] El Capitalismo Mundial Integrado (CMI) es una noción de Guattari que he recuperado muy recientemente releyendo nuestro libro Micropolítica – Cartografías del deseo, para prepararlo para la edición de Cuba. Su idea es que el capitalismo es mundial e integrado porque logró colonizar el conjunto del planeta y que no hay ninguna actividad humana que no esté impregnada de esta operación; no le gusta el término globalización porque se refiere a un fenómeno exclusivamente económico y capitalista que, además, encubre y pasa por alto su dimensión colonizadora.
[4] Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (Barcelona: Lumen S.A, 2003); título original: A Report on the Banality of Evil (USA: Penguin Classics, 2006).
[5] “L’évenement Lula”. Parachute Art Contemporain_Contemporary Art, Montreal, nº 110: Économies bis, 04/05/06 2003; L’effet Lula”, Chimères, Paris, nº 49: Désir des marges, Paris, 2003. En castellano: “Lula”, Radarlibros, Página 12. Buenos Aires, 02/03/03 y también “O acontecimento Lula”/ «El acontecimiento Lula», GLOB(AL.) – Global América Latina/Brasil, Rede Universidade Nômade, LABTeC/ UFRJ, Río de Janeiro: Instituto de Estudios del Trabalho y la Sociedad y editorial DP&A, nº (0), ene. 2003. Edición bilíngüe (portugués/ español).
[6] Me refiero al encuentro intitulado Buen vivir o vivir bien, organizado por el Goethe-Institut de La paz y São Paulo y con curaduría de Amilcar Packer en Casa do Povo, en São Paulo, el 26.01.2016 (uno de los eventos de Episodios del Sur, proyecto de la gestión de Katharina von Ruckteschell-Katteen en el Goethe-Institut de São Paulo y América del Sur). El encuentro duró un sábado entero, desde las 9:00 hasta las 22:30. Con intervalos para el almuerzo que compartimos en una gran mesa, y pasamos todo el día recostados en hamacas y almohadones dispuestos en el espacio. Cada uno presentaba sus ideas acerca de las urgencias del presente y su noción de “buen vivir” y los demás las discutían. Por supuesto, las distintas definiciones del buen vivir tenían en común el hecho de ser muy “distantes de la ontología del trabajo, del bienestar social, de las democracias occidentales, de los ideales de vida burguesa y de las aspiraciones de ascensión de clase y de riqueza y placer material, profesional o sexual”, tal como lo había planteado Amilcar en el texto de divulgación del evento. Se ha problematizado igualmente el uso fetichizado de esa noción, una moda actualmente en los debates intelectuales en Occidente.
[7] Amilcar Packer, brasileño de origen chileno, artista e investigador, trabaja conmigo –junto con el boliviano/ alemán Max Jorge Hinderer Cruz (curador, ensayista y crítico de cultura) y con la brasileña Tatiana Roque (matemática, filósofa e historiadora de la ciencia)– en el Programa de Acciones Culturales Autónomas (P.A.C.A.), que desarrollamos desde 2014 con la intención de crear una plataforma de producción colectiva de pensamiento ante las urgencias del presente.