La Modernidad es volver fluida la solidez de la Realidad estresante // Luchino Sívori

  En «No mires arriba«, la película de Netflix de la que todos están hablando estas últimas semanas, se tratan muchas cuestiones: Teorías de la conspiración, la sociedad del miedo y la emergencia, el poder de las redes sociales, el auge del neofascismo; sin embargo, a mí me hizo recordar al estrés que provocan las categorías.  

    Si bien la película protagonizada por Leonardo Di Caprio y Meryl Streep es mayormente una sátira implícita sobre el Trumpismo creciente en Occidente, el interés que despertó en mí fue el de recordar, como dije, un cansancio. ¿Qué quiero decir con esto de “cansancio”? Me refiero a la sensación que transmite el largometraje con respecto a lo que producen estas etiquetas en las dos partes presuntamente enfrentadas; una suerte de batalla-cortocircuito entre grupos sociales que pretenden sentirse ajenos a ellas y, al unísono, no pueden salirse del personaje para acontecer. 

    Con “etiquetas” quiero decir la técnica por la cual algunos, hoy amparados mayormente detrás de algoritmos digitales, dedican sus energías a nuestra clasificación en perfiles psicográficos. Esto no impacta únicamente en el mundo de la segmentación estadística de Internet (es decir, la categorización de acuerdo a los detalles de nuestros usos digitales, como sean nuestros consumos, estilos de vida, deseos, orientaciones políticas…), sino también en la esfera académica, con su micro-especialización del conocimiento científico; en el ámbito laboral, vía especificidades en las cadenas de valor y producción; en la política, mediante agencias intermediarias del management público. La taxonomía como fuerza vital está presente en todas las arenas. 

    Tengo la impresión -y el término “impresión” es adrede- que tanto unos como otros, a un lado y otro del espectro nicho en el que habitamos según estas fronteras artificiales, peloteamos contra el mismo paredón, que no es otro que la agonía, o estrés, como diría Sloterdijk, que produce esta persistente necesidad de nombrar(se), “poner en palabras” aquello que sobreviene: una pandemia, una crisis, una pérdida. 

    Sin entrar en el debate filosófico lingüístico de la trascendencia o no del Ser y su Representación, quedémonos por un momento en el síntoma, el padecer de este enfrentamiento contemporáneo con aquello que no es el Otro; ¿Adónde nos conduce, más allá del análisis concienzudo o la parodia auto-referencial, este devenir actual del fin de los metarrelatos versus el positivismo de Google y la OMS?

    Hay toda una población de personas cansadas, intuyo, incluyendo a los mismos contendientes (y quizás ellos en mayor proporción). Exhaustos, el énfasis cada vez más grande por pertenecer, aunque sea un rato, se está volviendo agónico, y en esa carrera vertiginosa que provoca el uso correcto de las nuevas jergas, del calendario Maya y el mapeo cartográfico del monetarismo, la lectura de manos y el canon de los saberes científicos, la geometría abstracta del fetiche digital e Ibiza, detrás de todas esas sinestesias y metáforas, hay un padecimiento, quizás un aullido, por parte de toda una generación que no sabe ya cómo defender su momento histórico, sin metanarrativa ni padres de la iglesia.

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