La miseria de la política general (la de los gobiernos de los últimos años en particular y de los candidatos de la segunda vuelta muy en especial) no justifica la aceptación y el compromiso con los contenidos abiertamente fascistas que difunde la derecha llamada extrema. Hannah Arendt escribió páginas preciosas sobre lo que llamó la «banalidad del mal». El funcionario que firma la autorización que habilita deportaciones de miles de personas a campos de concentración no hace sino obedecer una mera orden burocrática. El mal no se expresa en rasgos particularmente perversos, le alcanza para funcionar con la inscripción de cada quien en la rutina de un horror incuestionado. Diego Capusotto ofreció una versión inmejorable de la idiotez eufemística del fascista en su premonitorio Micky Vainilla (¿qué hay de malo en desear la destrucción de quienes no son “exitosos”?). Llorar, reír, comprender: no hay izquierda viva que no conjugue estos tres estados en una feroz crítica del presente. León Rozitchner pensaba el mal de un modo distinto: él sí se encarna. Y actúa sobre el sujeto que no puede ser parte de la máquina asesina sin comprometer definitivamente su ser. El torturador no destruye a su víctima sin destruirse él mismo como sujeto humano. El mal atraviesa y «emputece» a sus agentes. La violencia fascista no es sólo la de los violentos dispuestos a vandalizar y a matar, sino también al extenso conglomerado humano que prepara, acepta y justifica esa violencia opresiva. De ahí la fórmula “el asesino es la verdad del grupo”. La filosofía de Rozitchner es una guía para distinguir violencia fascista de contra-violencia revolucionaria. Las elecciones del próximo domingo no suponen, es cierto, una resolución política de los problemas fundamentales de nuestra sociedad. Pero sí ponen en juego, como nunca antes desde 1983, la actitud de un pueblo ante el envilecimiento y la crueldad que constituyen el núcleo indisimulable de la propuesta general que se nos hace desde la extrema-derecha de Milei-Villarruel-Bullrich-Macri y sus seguidores. El esfuerzo de comprender al otrx no conoce límites e involucra necesariamente también una autocomprensión. Somos parte del problema, toda vez que la derecha extrema actúa como síntoma de aquellas estructuras que no somos capaces de transformar. Una comprensión radical del presente supone, por tanto, una fuerte revisión de las condiciones en las que estos ultra-reaccionarios alcanzan la difusión y la condición de una amenaza a la convivencia. La calidad de la comprensión que logremos de este fenómeno se verificará parcial o completamente el día de su derrota política. El voto del domingo 19 adopta un valor extraordinario cuando se lo inscribe en este proceso comprensión radical y refutación. No en el de la gobernabilidad, sino de la reconstitución de una fuerza popular viva.