La llamada confluencia: un juego de debilidades

por Emmanuel Rodríguez


“Ahora en común no debería existir”. Puede parecer una afirmación brutal, pero es necesario reconocer lo que hay en ella de verdad. Si Podemos hubiera sido suficiente como “herramienta para la ciudadanía y el cambio”, como tantas y tantas veces se ha repetido —quizás demasiadas— no haría falta que ninguna otra plataforma o iniciativa volviese a recoger las consignas del 15M para convertirlas en herramienta electoral.
En una semana que ha transcurrido demasiado rápido para ser finales de julio, dos noticias resultan significativas de cara a las “elecciones del cambio”. La primera y fundamental: Podemos ha cerrado sus primarias con unos resultados modestos. No alcanzó los 60.000 votos (el 15 % del censo) frente a los cien mil largos de Vistalegre o a los más de 80.000 que participaron en la elección de los consejos autonómicos y municipales. No es una cifra pequeña, sigue mostrando una capacidad de adhesión notable, pero confirma la creciente distancia entre las propuestas de la dirección y la masa de inscritos. Valga decir, el mecanismo de validación pleibiscitaria como escenificación de la democracia interna tiene cada vez más vías de agua.
No es casual, la dirección de Podemos se ha enfrentado durante las últimas semanas a una marea de críticas internas al sistema de primarias y a una lista que apenas han logrado esconder su propósito, conservar el aparato por parte de la dirección. El resultado: una lista monocolor en la que sólo se han conseguido introducir los nombres de David Bravo y Perico Arrojo como representantes de la sociedad civil “no podemita”, seguramente tras una larga lista de recusaciones. Lógicamente el entusiasmo interno y en los alrededores de Podemos ha sido escaso y la abstención alta.
La segunda noticia, menos significativa sin duda, viene de fuera de Podemos. Ha sido la primera rueda de prensa de Ahora en Común y el primer acto público de la iniciativa en Madrid. Ambos eran importantes para remarcar el carácter “ciudadano” de la propuesta, su vocación no partidista, su seña de identidad quincemayista y su inspiración en las candidaturas municipalistas. La idea inicial de Ahora en Común era tan parca como sencilla: probar que todavía existe un amplio reservorio de expectativas electorales de cambio político al que Podemos no ha logrado llegar o que directamente ha expulsado. El objetivo no es otro que la movilización de estas energías al lado de Podemos —no contra Podemos—. Una viñeta de Eneko que rezaba “Podemos solo no puede, sin Podemos no podemos” ha sido el mantra de esta plataforma desde sus primeros días. La prueba de que este espacio social existe es que en sus primeras 18 horas, Ahora en Común consiguió casi 20.000 firmas, algo que no deja de sorprender tras más de un año de agotamiento electoral, y porque no decirlo de desencanto y constante rebaja de las expectativas.
El reto de esta plataforma reside, no obstante, en despegar esa energía de todo aquello que puede llegar a destruirla. En este sentido, Ahora en Común no ha logrado —seguramente no podía— sustraerse a su contexto. Su primera aparición se produjo en condiciones poco propicias. Se dio a conocer por primera vez, en el escenario del Patio de Columnas de Bellas Artes,  en un acto por la confluencia animado por varios concejales de candidaturas municipalistas, pero también al lado de Beatriz Talegón (ex-PSOE), Juantxo López Uralde (Equo) y Alberto Garzón (IU). Ciertamente, hay algo de verdad cuando se dice que la confluencia puede ser sólo un medio para que viejos y nuevos aparatos políticos encuentren su hueco en el Congreso de los Diputados. De hecho, tras aquel acto, las firmas de Ahora en Común, que habían comenzado apenas un día antes, se frenaron en seco. Otro riesgo indudable es que existe un interés del oligopolio mediático en convertir Ahora en Común en una candidatura que pueda apuntalar la caída de Podemos.
Para mal en este caso, el ecosistema político en el que nace Ahora en Común no es el de la inmediata resaca del movimiento que levantó el 15M, sino el del reflujo del mismo —esperemos que temporal—, justo al final de un ciclo electoral que ha causado una inmensa cantidad de cadáveres políticos. En estos últimos cuatro años, no sólo se ha producido una increíble incorporación ciudadana a la vida política, sino también un ingreso masivo de activistas y militantes en la unidad de quemados. Valga como ejemplo el resentimiento, legítimo pero impotente, de aquellos que habiendo participado en Podemos fueron apartados de un proceso que consideraron propio y al que le entregaron una buena cantidad de energías; de las distintas familias de Izquierda Unida que fueron definitivamente desplazadas por la ola que siguió al 15M y que han basculado entre la confusión positiva y el resquemor por la emergencia de Podemos; así como también de multitud de colectivos y pequeños partidos que han pasado de largo sobre estos años de agitación y cambio intenso. Buena parte de este espacio político ven en la “confluencia” el último tren para incorporarse al ciclo político.
Por eso el enorme equívoco que connota el término “confluencia” y que al menos se puede llenar de tres cosas: la unidad de la izquierda dirigida a recuperar tanto el significante como los partidos de la misma; la candidatura ciudadana y democrática que pretendía promover el manifiesto de Ahora en Común; y, por último, Podemos y los pactos con sus aliados regionales-nacionales (Compromís, ICV, Anova, etc.). A todo esto, se añade que la “confluencia” es realmente un significante tan vacío como aquel del “cambio”. La prioridad del electoralismo, siempre corto de miras, ha venido de la mano de la renuncia a discutir explícitamente el proyecto político, a abrir un debate amplio sobre lo que significa realmente el “cambio”. En este terreno, también, se ha dado un paso atrás respecto del 15M en donde se apuntaló la idea o el marco de un “proceso constituyente” como horizonte del ciclo. La “confluencia por la confluencia”, efectivamente, no clarifica los campos (ni el viejo “izquierda/derecha”, ni el nuevo “abajo/arriba”) y deja al nuevo sujeto político en un lugar tan vago como impotente.
En definitiva, el marco de la coyuntura es fácil de trazar. La dirección de Podemos y la propia marca muestran claros síntomas de agotamiento debido tanto a la contraofensiva mediática, como a errores estratégicos graves en el diagnóstico (“situación populista”, hiperliderzgo, etc.) y en el modelo organizativo (cesarismo, burocratización, deprecio a la dimensión de movimiento). Cualquier iniciativa “ciudadana”, como la que ha tratado de poner en marcha Ahora en Común, se encuentra igualmente ante un ecosistema degradado por un ciclo político en vías de agotamiento, el aburrimiento y el desencanto de la parte más activa del movimiento y la posibilidad de desembarco de los partidos de izquierda. Por último, estos partidos, con Garzón a la cabeza, se han demostrado, en su mayoría y hasta la fecha, incapaces de desprenderse de las lógicas de aparato y cuota que determinan su autorreproducción. Como bien ha mostrado Podemos, no cabe esperar de ellos una iniciativa que no han sabido llevar a cabo en los cuatro años previos.
En esa coyuntura lo que domina, por tanto, no es la energía y la potencia de un proceso emergente, sino el final de una fase entrópica que ha absorbido una parte importante de la potencia creada en el ciclo movilización y politización que abrió el 15M. Sin esa energía no hay fuerza capaz de empujar a Podemos más allá de sí mismo. Pero sin Podemos, la alternativa no será más que una coalición de izquierdas.
Valga decir que en el marco de esta “correlación de debilidades”, debido a su posición de principal contraparte y no porque se repita un discurso presidencialista y de victoria que ya no funciona, la iniciativa le corresponde a Podemos. Si este decide enrocarse y no arriesgarse en un proceso amplio capaz de recoger la energía social externa que todavía circula, sus resultados difícilmente rebasarán la barrera del 15 %. Sobra decir que para una iniciativa que nació con la vocación de ganar, estos resultados serán su tumba.
Para evitar este final, la dirección de Podemos tendrá que hacer dos cosas que están fuera de sus cálculos y su diagnóstico. La primera es abrir un proceso que incluya un marco de primarias capaz de incorporar a una parte de los mejores activos de la izquierda y también de los movimientos sociales, y esto a sabiendas de que no los va a poder alinear con sus propuestas. En cualquier caso, la movilización de lo que “aún queda” y la creación y circulación de nuevos liderazgos es el único medio para recuperar legitimidad.
La otra mucho más importante, en tanto es intangible, supone el abandono de su pretensión de “centralidad”, o en otras palabras, la renuncia a su modelo de “autonomía de lo político”. Podemos sólo será útil como “instrumento de la ciudadanía” en la medida en que se reconozca y adapte su diagnóstico como parte de un proceso mucho más amplio y del que sencillamente depende. El motor es de nuevo la capacidad del movimiento (15M y sus post) para crear iniciativa.  La tendencia de los aparatos políticos (al menos la de aquellos que quieren promover el cambio) suele ser la de girar sobre sí mismos hasta provocar su autoabolición. Sin movimiento no hay política posible.
Septiembre debería traer agua fresca en un verano que ha batido récord de temperatura, pero también una propuesta, que hecha carne en el núcleo íntimo de Podemos, empuje la situación hacia otro lugar.
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(fuente: http://blogs.publico.es/)

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