por Pablo Stefanoni
Las elecciones para renovar el Parlamento Europeo se desenvolvieron en un ambiente de crisis, desconexión de la «idea de Europa» de los pueblos realmente existentes y de crecientes cuestionamientos a las élites políticas. En ese marco, las extremas derechas lograron mejorar sus resultados y en el caso de Francia, como lo señaló el primer ministro Manuel Valls, provocar un verdadero terremoto político. Marine Le Pen consiguió lo que varios analistas consideran una exitosa «des-demonización» del Frente Nacional, una fuerza xenófoba y fascistoide fundada por su padre en los años setenta.
El diario francés Le Monde habló de un eje antieuropeo de derecha París-Londres-Copenhague de acuerdo a la cartografía electoral de ascenso de partidos europeofóbicos y nacionalistas como el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) o el Partido Popular Danés. Como se ha visto con el Frente Nacional francés, sus resultados mejoran entre los jóvenes y los obreros, precisamente el ex electorado de los socialistas y comunistas de los otroras «cinturones rojos» de las grandes ciudades.
El académico Philippe Marlière escribió en la revista Mediapart que nunca la izquierda francesa apareció tan impotente, débil y dividida desde la Segunda Guerra Mundial. La socialdemocracia no sólo no pudo capitalizar la «cólera de la plebe» sino que esa cólera apuntó precisamente contra ella, visualizada como un conjunto de carreristas políticos. Pero la izquierda del Front de Gauche de Jean-Luc Mélenchont y el PCF no logró tampoco atraer al electorado, que prefirió el discurso de Marine Le Pen, más «adecuado a los tiempos» que el de su padre-dinosaurio.
Hoy hay dos escenarios emblemáticos. En Francia, la decepción en la socialdemocracia ha ido a parar al costal de la extrema derecha, y eso se reproduce en otros países. Por otro lado, en Grecia, aunque los neonazis tienen una considerable influencia, el «efecto Syriza», la coalición de izquierda radical que ganó este domingo, permite considerar otra posibilidad: que dicha decepción abone a una izquierda a la izquierda de la socialdemocracia. Habrá que ver si eso es sólo una particularidad griega. Por lo pronto, en España el flamante partido Podemos, liderado por Pablo Iglesias (35 años),logró un resultado sorprendente. Con sólo cuatro meses de existencia consiguió 8% de los votos y cinco eurodiputados.
Como escribió El País, que le dio su portada, Iglesias se expresa sin tapujos, llama casta a los políticos de los grandes partidos, denomina «régimen del 78» a la transición, recuerda a los abuelos que defendieron la República hace 80 años y critica a los «millonarios con pulseras rojigualdas». Sumados a los votos de Izquierda Unida, la izquierda «radical» española arañó el 20% de los votos.
Estos partidos colocados a la izquierda de la socialdemocracia constituirán un bloque de alrededor de 45 diputados liderados por los griegos de Syriza.
Frente a esta «hipótesis Syriza» sobre el giro a la izquierda de los electores decepcionados con la izquierda moderada, otros sostienen que en la mayor parte de Europa toda la izquierda avanza junta o retrocede junta. Marlière cree que las izquierdas no renacerán contra los socialdemócratas sino junto a ellos, forzando nuevas alianzas rosas-rojas-verdes que presionen a los partidos socialistas hacia la izquierda.
La apuesta de Podemos es diferente: influidos por los procesos latinoamericanos, estos jóvenes salidos de la Universidad Complutense, apuntan construir una izquierda popular europea, que flexibilizando las viejas identidades pero no su radicalidad, atraiga el inconformismo que a menudo termina en la extrema derecha, disputándole a esta sus posiciones antisistémicas. Esta «nueva-nueva» izquierda combate bien en los grandes medios, apela a las redes sociales, usa un lenguaje nuevo contra la «oligarquía» gobernante y en pos de los derechos de la ciudadanía contra los bancos.
Habrá que ver si estas izquierdas aún potenciales –y el eje Atenas-Madrid– logran avanzar en la constitución de una fuerza europea contestataria capaz de crecer y pensar otra Europa, y no volver a los nacionalismos tribalizantes de las extremas derechas xenófobas