por Diego Valeriano
Ahora que es evidente el agotamiento de la militancia, queda en primer plano un hecho innegable: la izquierda es la anti política. Su práctica apunta al corazón de la política para desgastarla hasta que queda vacía. Lo que no deja de ser llamativo, dado que sus militantes creen de modo ciego exactamente lo contrario. ¿Se dan cuenta de lo cerca que están de Miguel Del Sel, por ejemplo? Me animaría a decir, incluso, que son cara y cruz de la misma moneda. Y no me refiero a la imagen idiota de los «extremos que se tocan”: hablo del mismo cuerpo y de la misma idea. Destruir la política, vaciarla hasta que sea un cadáver, una cascarita.
Ya me escucharon decir en más de una oportunidad que si no hay víctima no hay política, que es solo ella y en torno de ella que se hace política. Pero si a los poderes de gobierno las víctimas se les imponen y deben gestionar los efectos de su aparición; la izquierda, en cambio, sale tras ellas como un tiburón que huele sangre: se mete en cuanta injusticia cree distinguir, la intentan copar, conducir y llevar a buen puerto. El puerto de ellos. Pero en este recorrido hostigan a la víctima hasta matarla políticamente. Como decíamos: vacían la política, deslegitiman la víctima.
Emociona o enoja (ahora no lo sé) ver cómo se meten en asambleas de lo que sea (del 2001 a La Plata: todas) y ejercitando su gran gimnasia oratoria la van copando de a poco. Radicalizan el discurso, filtran sus consignas, son voluntariosos y tienen fotoduplicadora. Trabajan, trabajan y trabajan duro… hasta que no queda nada. Esta anti política es en extremo burda, carente de cuidados estéticos y con mohines de asesino torpe que gusta de ser descubierto. Tiñen manifestaciones de rojo, acusan a cualquiera, complejizan discusiones, dan argumentos sólidos.
Y de vez en vez captan alguna víctima, la pasean por aulas universitarias, le presentan a sus siempre eternos y perfumados dirigentes, pintan una pared con sus nombres y escriben volantes sobre el tema mientras todo lo demás sigue su curso. Es un fenómeno raro, indudablemente, la izquierda: pareciera muchas veces que sus militantes solo buscan interpelarse entre ellos. Un soliloquio. Un diálogo de sordos. El fin de la política.