La huella de un gato // Luchino Sívori

La huella, poetizada una y mil veces, es una marca para algunos y un registro para otros. Para un tercer grupo, pequeño pero reverberante, la sombra en un espejo infinito. 

Como el sonido, vibra ondulándose por el aire que levantan del suelo nuestros pies; y de nuestras bocas, a través de sus imágenes acústicas.

Para no hacer ruido, los felinos caminan colocando las patas traseras exactamente en el mismo sitio donde los pies delanteros dejaron su huella. Es un paso continuado en toda regla; la marca, una señalización de lo que debe hacerse, escapa así de ser una mera sobra de un pasado apenas pisoteado. 

El silencio de aquel recorrido es llamativo. La comunicación, el sentido y el encadenamiento de un movimiento tras otro no emiten sonido. Como la escritura. 

Si uno pretende, como ahora, reducir el hiato que esa danza provoca en su movimiento a medida que se prolonga, la distancia se vuelve proporcionalmente más grande. Digamos que su sentido exacerbado la vacía, flotando en puntitas de pie.

En cualquier ensayo, de todos modos, ese movimiento doble de lectura-escritura siempre se repite, aunque nos olvidemos. El que lee pretende escribir, y el que escribe leer aquello que él llama objeto. El gato bien podría serlo.

Puede, también, que el paso del felino sea arrepentimiento, y por ello el apresuramiento de tapar la huella con el pie. Pisar, una forma de decir “borrar avergonzado aquello que se dijo”, como el gesto pudoroso de taparse la boca al reírse de los asiáticos. Arrepentimiento, y escondite. 

O un solo paso, también, que se dividió en cuatro, multiplicado por la duda o la introspección. Uno conservador, uno individualista… y así, persiguiéndose unos tras otros, queriéndose alcanzar para regresar a ser Uno.

Puede que no haya paso ni huella alguna, y todo fuese sólo un cuerpo que mueve palabras. El “gato” sería algo así como un paradigma, un núcleo de sentido que está a la vez dentro (porque ¿dónde sino?) y fuera (porque no se identifica pero estructura). 

¿Dónde estarían, entonces, esa huella, aquél gato que pisa para no olvidar avergonzado, el camino que deja tras de sí y el sigiloso andar de sus patas que no son ni una ni cuatro? ¿Fuera y dentro de qué texto escrito por palabras que, como marcas, señalan ellas mismas el camino por donde debo encontrarme a pesar de ser sólo eso, huellas, sombras de sombras, aunque el Pasado pretenda arribar justo allí donde mis manos teclearon las últimas letras, aquí mismo, para devenir finalmente autor?

No sería necesario que exista para existir.



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