Por Juan Pablo Maccia
Con rostro inesperado, las masas han retornado. Y en pleno año electoral. Están reunidos todos los condimentos para garantizar la incerteza de un tiempo político que sigue girando en torno a la -cada vez más dramática- sucesión presidencial.
Y si bien las masas están con nosotros desde hace rato, una breve genealogía nos demuestra lo inquietante de su presencia actual: a la disolución de la institución de las masas a las que aspiraba la transición democrática –con la hiperinflación de fines de los años 80 y de comienzos del menemismo- hubo de dar respuesta el peronismo de rostro neoliberal, organizando un memorable “bloque histórico” que, al ritmo de las privatizaciones y de la convertibilidad, duró todo lo que pudo hasta estallar en el rostro del progresismo de la Alianza. La disolución de las masas neoliberales vino acompañada por gérmenes de masas revolucionarias –movimientos sociales, sobre todo de desocupados y ocupaciones de fábricas-, hasta que el peronismo de rostro inclusivista (vía consumo y derechos humanos) volvió a sentar las bases para una nueva integración, asunto que marchó bastante bien hasta la muerte del Jefe Néstor (menos resistente biológicamente a la presión política que el revalorizado Jefe Chávez), momento en el cual el proceso político se disyunta entre el mito (la presidenta lo es, ya, sin dudas) y un incipiente proceso de desagregación de masas “runflas” (como las llama en LS! Diego Valeriano), esas que hicieron su inauguración en el Parque Indoamericano y que retornaron en los saqueos navideños de hace unas pocas semanas.
Queda claro, entonces, que las masas que –a mi juicio- debieran preocupar a la presidenta, no son las masas caceroleras (que, a fin y al cabo, sólo constituyen un dato saludable para la recomposición del sistema político del que el oficialismo se ufana), sino de estas masas acosadas por el narcomenudeo, amparado por las instituciones que más saben de regulación estatal de los mercados (la justicia y la policía). Que estos días la ciudad de Rosario sea noticia, no quita que sería un festín poner la lupa en otros territorios como, pongamos, el sur del Conourbano Bonaerense.
Lo lindo de este verano santafesino es la atención que hemos concitado en el resto del país, lo que motivó una visita familiar que esperaba largamente. Me refiero a mi primo Mario, conocido columnista político, que por fin volvió a pasar el fin de año con los suyos (toda la flía aceptó reunirse para festejar además, mis pasados cuarenta) y por la necesidad de conocer de cerca el flagelo del “narcosocialismo”. Mario dice que la cosa no es para tanto. Pero yo creo que es un dato de la realidad que el socialismo y el Frente para la Victoria (que juntos son la base progresista para impulsar la reelección presidencial) han sido enfrentados por la aparición de las masas runflas, abriendo de nuevo al PJ de la provincia la posibilidad de ganar en el 2013 las elecciones en toda Santa Fe. Más o menos en la línea de lo que viene escribiendo, dice que la suerte de Cristina depende de las legislativas. De cómo logre rosquear las listas y de la magnitud de su triunfo (trinunfo que –no sé por qué- da por descontado). Como sea, para él la reelección está casi descartada (para lograr la reforma de la Constitución habría que forzar el sistema político al extremo).
Pero –creo que esta es una primicia- apuesta a que Scioli tampoco llega. ¿En qué evidencia sostiene su –autorizada- intuición política? Simple: Cristina no le va a dar el gusto al manco. Simplemente, esto no es imaginable y no va a suceder. No se trata, como creen los “sabatellistas” (ese objeto del odio del peronismo realmente existente), de un problema ideológico sino de un problema de “pelotas”: Scioli, sencillamente, no se la banca. Nada que ver con tipos como Massa o Boudou. Cada uno de ellos, a su turno, y bien formaditos por el liberalismo derechoso de la UdeCdé, se animó a inspirar algunos de los gestos más audaces de Néstor y Cristina. Scioli no. No se animaría a jugar fuerte (¿será?) y, por esa falta de audacia, su presidencia pondría en riesgo todo lo hecho en la última década. Este es, afirma mi primo Mario, el verdadero problema con Scioli.
El otro frente de problemas es el de los “cuadros”. Tantos años de pedagogía política han resultado estériles a nivel de la línea de los gobernadores. Son uno más guacho que el otro y los que son amigos están perdidos (miren Tucumán, San Juan o Chaco). No se puede contar con los “gobernas” (como les dice Mario) y a los “pibes”, los nuevos cuadros, no les da para jugar todavía. Capaz que en el 2015 sí, pero para eso falta y aún tienen que mostrar que pueden competir en serio. ¿Qué queda? ¿Abal Medina? (¡pobre Sarlo!).
Otra visita de verano de cumple años, Quique -hijo de un tío paterno-, militante y cuadrito de La Cámpora, ahora “Unidos y Organizados”, anda inflamado, pero al revés: banca tanto el proceso que está ilusionado incluso, con la derrota. Dice que la Presi es conducción hasta la muerte, siga o no en el Gobierno; y que si lo que se viene es Scioli o Massa hay que bancársela, porque “no hemos sabido construir algo mejor”, y tratar de volver rapidito (porque, qué duda cabe, “la gente nos quiere”).
Corroboro, entre empanadas, que la parte históricamente más peronista de la familia acompaña con menos entusiasmo que la parte “gorila” (progre), que se ha volcado a un kirchnerismo particularmente sentido, hasta las entrañas. Inesperado cambio de papeles. Mi prima Laura es el más bello y mejor ejemplo de lo que digo. Joven docente de filosofía de la Universidad Nacional de Rosario, y uno de los vástagos más brillantes de la cultura del comunismo ilustrada de la ciudad, alterna sus días entre abstrusas lecturas de Adorno (y su grave problemática de cómo pensar el mundo sin dejar de pensar en Auschwitz) con una desmedida defensa del MTD Evita (“son los únicos que combaten en nombre de Néstor y Cristina a la oligarquía en los barrios”). La angustia, sin embargo -y en esto noto su coherencia teórica- la cosa en los territorios. Cuenta que la cosa está pesada en serio, y que se puede esperar cualquier cosa (de allí lo de Adorno y Auschwitz, imagino).
Yo los quiero a todos y, en el fondo, no disiento con ninguno. Sólo que, concluyo, la cuestión de las masas se está volviendo peliaguda. Aunque vacilo: el cambio de década me volvió más inseguro. Ya se sabe que, por más avisado que esté uno, los cuarenti son –implacablemente- los años del pifie asegurado (sobre todo a nivel de la estética). Desde allí reflexiono. Y no puedo dejar de revisar las paradojas de la última década, y de sentir cierto dolor por la evolución de estas masas de las que hablaba al comienzo, de aquellas organizaciones sociales que mandaban en los barrios y hoy son corridas por las redes de trata de blanca y venta de paco.
Me apena que la “transformación” política a la que tantos apostamos pueda quedar atrapada en el nivel puramente simbólico, sin penetrar con fuerza las estructuras sociales (¿será que la generación de los que aguantamos los trapos en el 2001 y luego apostamos por este proyecto nos hemos esforzado demasiado en retrasar la pérdida de la ilusión política que marca el pasaje a la adultez?).
¿Lecturas de verano? Desde que ya no se puede leer a Feinmann, pocas. Los diarios: La estatización del predio de la rural, un golazo, como la Presi evocando a Ho Chi Min en Vietnam. Una pena lo de la Fragata. Justo cuando hacíamos del barquito un símbolo de la soberanía, se hunde un buque de guerra en nuestro propio puerto. Queda la carta de la Presi a Darín…
Lau me trajo una revista de filosofía de Buenos Aires. Me gustó un artículo –“adorniano y peronista”, dijo, como todo lo que ella me trae- que dice, por fin, algo así como que si los kirchneristas seguimos recostados en la cultura nacional-popular tendremos, al menos, que buscar mejores enemigos (como lo fue Borges en su día), porque si seguimos peleando contra Clarín y compañía vamos a terminar con el cerebro tipo Coscia, y ya nada nos va a distinguir de Felipe Pigna, Mariana Moyano o Pacho O´Donnell.
Todo lo cual me devuelve a la incomprensible polémica de Cristina con el bobo de Darín, una de las más recientes ventanas abiertas a la -¿cómo calificarla?- “subjetividad” presidencial. Le tengo fe a un librote que me trajo Quique. Un flaco del “palo” que hizo una novela “nacional popular”, pero inteligente, o incompresible, presumiblemente del Nacional Buenos Aires, cuyo título es una extraña consigna: “Espía vuestro cuello”.
Será la resaca del morfi y de las visitas, pero no puedo dejar de pensar, repasando nuestra generación, que sólo un jueputa aparece con la capacidad de mando sobre las masas runflas de los barrios. El único que en el peronismo, y apoyado hasta por su apellido, tiene la audacia que al manco le falta, y por lo cual va a manquear sobre el final. ¿Sabrá que hacer la presidenta con el intendente de Tigre?