La Herencia que recibe // Diego Valeriano

Recibe una herencia llena de runflas, buscas, gedes, rochas, transas y amanecidos que van hasta el bajo porque la manija es enorme pero el bolsillo ya no alcanza. Llena de gendarmes que manejan uber, de tipos grandes que pedalean bajo la lluvia cargando esa mochila sonriente, de doñas que defienden el puesto de tortilla a cuerpo entero y de una viejita que vende Flynn Paff en el San Martín por las tardes. Una herencia que llenó la calle de anteojos, casacas, chipá, tuppers, paltas, remeras nuevas, bolsas de morrones, ropa vieja, base, ramos de jazmines, patrulleros, Ariel liquido, ranchadas, crocks con corderito aunque sea verano y de seis vasos por 100 p. 

Una pesada herencia empachada de ortibas madrugadores pendientes de su teléfono, de haters de cada detalle de la vida de los demás, de doñas con el 911 fácil, de opinadores que ni respiran, de refugiados que dejan la falopa y agarran a cristo, de caretas que aman a su familia como toda meta y de chabones que juran por dentro de que esto que les pasa, este garrón que se están comiendo ahora, no puede seguir así. 

Una herencia con militantes termo, twiteras que callan cuando el violín es de la orga, dirigentes que usan el pañuelo como coartada, gordos de pechera que son eso que decían que no querían ser allá por el 2001 y ahora solo negocian la de ellos. De nuevos viejos batateos de expertos sobre la inclusión, el hambre, el futuro de los guachines y la educación como todo llanto.

Recibe como herencia la insolencia de las pibas que ya no escuchan, ya no quieren ni hacen caso. Que no esperan nada de vos, que miran sin carpa, que te la agitan en el bondi sin mediación alguna. Un legado de guachos re atrevidos que nunca bajaron la intensidad de la pelea, ni de la fiesta. Que se plantaron cada vez, en cada esquina, contra la misma policía de siempre, sin saber que pasaba esa tarde allá lejos en Plaza de Mayo. Que frente a la miseria planificada, escabio y vagancia; frente a las requisas agite y segundeo y frente a la voluntad de que sean obedientes responden con un deambular peposo, destituyente y sin tiempo. 

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