La guita a laburar (agarrá la pala) // Agustín Valle

1- La identificación común con el ánima capitalista, es decir, que multitudinales almas se autoperciban como sujetos de mercado (emprendedores o empresarios que nomás aún no llegaron a tener sus empleados), es funcional, por supuesto, a los “intereses objetivos de las clases dominantes” -quienes se benefician en concreto y actualmente, es decir gobiernan-, pero es, también, un modo de autogestionar las intensidades existenciales, de armar una vida, con todo, partícipe del realismo dado.

Agarrar unos mangos, poner unas fichas, tirar unos tiros… Y mientras, ver el espectáculo de que otros -más o menos privilegiados- caigan en escarnio; ver el espectáculo de que lo podrido se rompa del todo, de que lo corrupto se corte por lo sano. Que otros sufran, que pierdan, que retrocedan veinte casilleros en el juego de la vida, es vivido como triunfo propio en una estricta lógica de competencia.

¿Y qué triunfos hay, en la vida, qué triunfos ofrece la vida? Gozar de triunfos, de algunos triunfitos al menos en esta vida, ¿no es un anhelo pasional común? (El último Mundial dejó mucho para investigar). ¿Qué goces triunfales ofrece la vida común? Lo que gritan los nenes jugando al metegol… Durante un siglo y medio, el juego de la vida tuvo el relato de lucha de clases. Era vivir sabiendo que en la época existe deseo de revolución (en el doble sentido de saber, sensorial y discursivo). La Victoria… En el siglo nuestro, como es -con perdón- sabible, ganarle a los poseedores de capital, a los núcleos y las redes del capital, parece directamente fuera de lo concebible. Ni necesita argumentarse: es obvio. La superioridad de los mega ricos se naturalizó hasta volverse tanto invisible como idolatrada, intangible. Ha desaparecido incluso la palabra “burguesía”. Quizá cuanto más se naturaliza y vuelve incuestionable el poder cronificado de las elites, más crece el recelo horizontal, el odio por cualquiera, más se come dolor ajeno -ajenizado- como alimento propio. El último Mundial dejó mucho por investigar…

2- Una inmensa ciudad sin monumento al albañil. Insólito; revelador. Hay centenares o miles de monumentos de cosas, lugares, personas, personajes; ¿no tenemos monumento al albañil, hacedor de la ciudad? Es que el capital pasa por hacedor. “El desarrollador”. Los que hacen no son dueños, ni autores siquiera, no son creadores; en lugar de su potestad está el capital, que, en sí, no hace: manda. Y se dice cual reto o castigo agarrá la pala.

Las tarifas subsidiadas «eran mentira», el poder adquisitivo del salario «era ficción». Pero si todo lo que vale, o mejor dicho, todo lo que tiene valor efectivo, concreto, presente (no como el dinero que solo es medio-para, totalmente inútil en sí), ¿No es acaso una ficción, que, por ejemplo alguien “tenga mil millones de dólares”? ¿Qué significa eso, qué es lo que tiene, qué son esos “mil millones de dólares”? Unas fichas poderosas en el juego de la laif. Fichas, llamadas dinero, que organizan la repartija de recursos y derechos (fácticos); lo que gobierna no son las fichas: son las reglas. ¿No es una ficción regente, la concentración de la riqueza?

¿Cómo habla el capital? Dice: “poner la plata a trabajar”. Sintomática frase, confesional de lo ficticio del regimen dominante. Donde por cierto “agarrar la pala” puede adoptar otro sentido, ligado a la narcosis de fuerza artificiosa útil para realizar la delirante ficción de la valorización financiera, la locura de la “guita haciendo guita”, verdad dominante de la época.

“Antes que meterme a un laburo que me saca la vida, me conviene reventar el derpa que me quedó de mi abuelo y poner esa guita a laburar. Tengo un pariente broker y me la maneja. Pongo una parte a riesgo alto, otra a riesgo bajo, y si funciona, porque obviamente puede fallar, puedo vivir de eso”. Quien así habla no expresa su manera de pensar, ni su ideología, sino lo que las reglas del juego del capital dispone. Como quien pone su sueldo en una empresa para disminuir su desvalorización. El capital ordena las vidas. Lo que al capital le conviene es lo que obviamente y en en sí conviene. Vale más -goza más derechos- la guita puesta a trabajar, que el trabajo de las vidas. Ese valer más -ese plusvalor- es también político, es ontológico: es el capital la autoridad, la verdad, el ídolo -y sus encumbrados poseedores, los únicos héroes, en el lío humano, del actualmente entronado sicario celestial.

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