3J del #NiUnaMenos al #Vivasnosqueremos
Ímpetu, dolor e indignación cimbraron el microcentro de la capital argentina este viernes 3 de junio (3J) cuando cientos de miles de mujeres de diversas edades y orígenes se manifestaron contra la violencia patriarcal al grito de ¡NiUnaMenos-VivasNosQueremos! que por segundo año hizo estallar de creatividad y digna rabia en la Plaza del Congreso movilizándose hasta la Plaza de Mayo. Una convocatoria nacional que tuvo eco en casi 200 poblaciones del territorio nacional.
La consigna convocó a muchxs: sindicalistas y desempleadas, trabajadoras precarizadas, migrantes, docentes, estudiantes, agrupaciones barriales, deportivas, artísticas, ecologistas, maricas, trans, tortas y mutantes, niñxs con su familia, amigas y vecinas. Se hace público lo que pasa en privado: cada 30 horas una mujer es asesinada por la violencia patriarcal. El femicidio aparece como la punta que se asoma del montón de machismos que a diario se hacen carne en los cuerpos feminizados.
Pregunto a Liliana qué la convoca, mujer de a pie, 58 años. Viene por su cuenta desde Morón, provincia de Buenos Aires, junto con Belén, su hija de 24. Habla con dolor y fuerza a la vez: “yo soy sobreviviente de violencia de género y como tengo una hija quiero que esté al tanto, que participe y acompañe a las demás para que sepan defenderse, no sólo en el golpe, también de la violencia psicológica, obstétrica, laboral […] las mujeres somos acosadas en diversos ámbitos […] aunque siempre hemos estado presentes en la historia”, insiste.
Mientras el contingente de familiares de víctimas de violencia que encabezaron la manifestación ya llegaban a la Plaza de Mayo, todavía la retaguardia no salía del Congreso donde el caminar circulaba lento. Una cámara-dron pasa por encima, documenta el tamaño de la multitud: ¿80, 100, 150 mil?. El mar de emociones y detalles queda lejos de ser capturado: decenas de siglas, banderines, intervenciones callejeras, carteles, performances, rompen la normalidad de las calles centrales.
La alegría amorosa de las batucadas feministas coreando festivas: “Pido justicia por estos cinco siglos […] por eso yo vengo a luchar […] por el aborto legal, mi cuerpo no es mercancía, es mío y de nadie más”. Decenas de fotografías y cientos de nombres convocan a no olvidar que detrás de cada cifra hay cuerpos con historia, dolores y deseos: Laura Iglesias, Bety Cariño, Diana Sayacan, Diana Colman, Berta Caceres, Machi, Florencia, Melina, Ángeles, Daiana y un largo etcétera. ¡Faltan las presas! recuerda la bocina: ¡Libertad a Belén! ¡Liberen a Milagros Salas! ¡Libre Reina Maraz!. ¡Libertad a Claudia Córdoba!
Parece muy claro: sin trabajo, vivienda, educación y salud no puede haber #NiUnaMenos. En medio de la efervescencia social, contra los ajustes, y despidos masivos, la convocatoria feminista es un espacio de concurrencia popular y al mismo tiempo enuncia su particularidad. Desde la experiencia histórica los cuerpos feminizados devienen lienzo de expresión de la violencia que se agudiza en momentos de desposesión y crisis. Esta amplia convergencia de sectores populares y gremiales desafía por un lado la mera reivindicación identitaria y victimista y a contrapelo del androcentrismo del movimiento independiente que con dificultades dota de contenido antipatriarcal sus luchas popular-comunitarias.
El grueso de las asistentes hace suya la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, las consignas se hermanan, aunque todavía provocan escozor en algunas asistentes. Una señora observa el dibujo de unos ovarios “mi cuerpo, mi decisión”. “¿Y el cuerpo del bebé?”, me increpa. Las compañeras socorristas le explican sobre el derecho a decidir, que en todo caso al cigoto no se le puede llamar bebé, etcétera. No hay posibilidad de diálogo.
El número 33 se hace presente en el cruce con 9 de julio. Igual número se congregan y solidarizan con el reciente caso en Morro da Barão, Río de Janeiro, donde una adolescente fue violada multitudinariamente. La indignación hizo salir a las calles a decenas de miles para pedir un alto a la cultura de la violación, en un momento de protestas callejeras contra el golpe que destituyó a Dilma Rousseff. De ahí las consignas recordaban que lo de Brasil fue un golpe de estado machista.
Llama mi atención el entusiasmo de las mujeres del Movimiento Popular La Dignidad, aquél no cesa durante todo el recorrido. Su nutrida tropa feminista, una convergencia de migrantes, universitarias, familias de la corriente villera independiente corean: “Contra el patriarcado, salimos a luchar, rebeldes y combativas, luchamos por un mundo sin mujeres oprimidas, y que se escuche en toda américa latina con las mujeres unidas no vas a poder”.
Hay un listón rosa mexicano rodeando el numeroso contingente de la Colectiva Lohana Berkins —activista trans fallecida el pasado febrero— agrupa una variopinta pasarela de las autonombradas tortas, mutantes y feminaSis. Sus consignas: “mi cuerpo es mío, mi deseo también”, “ni una menos por precarizar las vidas”, “sin las tortas, maricas y travas no hay ni una menos”.
Circulan playeras, parches, libros, zines, imanes, pins e imágenes feministas. Los puestos itinerantes de asado desbordan la normalidad de los restaurantes en plena Avenida: chori, cerveza, “paty y coca”, sándwiches vegetarianos o pan relleno integral, alimentan a lxs participantes durante las cinco horas que duraría la manifestación.
En las paredes del gobierno de la ciudad se proyectan imágenes, cifras, consejos para enfrentar la violencia de género. En Bolívar queda el testimonio del paso de la furia de la manada feminista que nos habla: “Estado misógino y genocida” “¿Quién decide cuando parís, quién decide cuando abortás?” “Si te maltrata no te quiere, corta la brocha” “Macho=facho” “Macri queremos tu cabeza” “Abortá la heterosexualidad”.
Hasta los letreros de neón de la red de transporte subterráneo hacen eco por este día al “Ni una menos”, ¡Que hipocresía, si la violencia es parte del ajuste! Dicen algunas. ¿La apuesta del gobierno municipal para subirse al barco de la indignación legítima o la conquista de un movimiento que permeó en los medios hasta instalar la consigna?
Mientras los contingentes van llegando a la Plaza, se organiza una pequeña fogata al pie de la Catedral, esta vez resguardada con vallas y seguridad. Una joven con el rostro cubierto se apuesta desafiante detrás de la quemazón: “¡Ni un macho más!”. Otras marcan el asfalto, la plantilla dice: “las pibas que violaste están de regreso”, las llamas iluminan la pintura fresca, se mira plateada. Las demás mujeres ululan alrededor del fuego como evocando a las ancestras guerreras. Hay complicidad en este gesto que se diluye en cada despedida, en el cansancio de los cuerpos ya caída la noche.