Se roba, se planta, se arranca, se va preso. Se tira, se aguantan años encerrado, se pincha. Si hay que matar, se mata. Se aprenden códigos, se escucha a los más grandes, se practican pasos frente a la tele, se hace todo el recorrido del 269. Se pasa frío, se miente, se sale un viernes y se vuelve el domingo, se rocía con gas a los giles que son atrevidos. A veces se acompañan a comprar la píldora. Se hacen un montón de cosas, pero la fiesta no se discute.
Se gasta todo lo que se trabajó, se es generoso, se invita a las pibas, se busca a las amigas que segundean, se deambula hasta perderse. Se toma falopa sin saber que ya son las tres de la tarde. Se va al límite, se escribe la piel. Se traiciona, se caretea para pasar, no se cuida a nadie, se gede fuerte. Se vuelve peor, no se separa del mercado, es la fase superior de la guerra por el consumo.
Se va a la guardia, se rescata a los heridos, se juega la vida cada vez, se juntan los pedazos de vidrio cuando ya todos se fueron, se consuela a la madrina, se llora junto a la madre y la novia, se arranca de nuevo. Se retrocede cuidando las espaldas, se patean cabezas cuando el primer sol aparece, se aguantan los golpes con Clonazepan y escabio, se sube una historia enfierrados y a 220 por Panamericana. Se juran venganza en un post cuando termina el día. Se vuelve tambaleando a la estación sin pensar demasiado, con el recuerdo aun presente, con la sensación de que esta vez otra vez se pudo, que mañana se arranca de nuevo, que la vida es a todo ritmo y que la fiesta no se discute.