La ficción como diorama de la historia // Luchino Sívori

“(…)  profecía y utopía de una sociedad en la que el arte ya no existe como fenómeno específico, en la que el arte está suprimido y hegelianamente superado en una estetización general de la existencia”.

Gianni Vattimo.

   ¿Es posible vivir por fuera de la experiencia estética? 

    No nos referimos al disfrute de la belleza en nuestras cotidianidades, sino al armazón ficticio, afinadamente cohesionado, de nuestros pensamientos, de nuestras lecturas.   

    Se sabe: las fronteras difusas que dividen aquello que se ha vivido de lo que no lo ha sido son, por lo menos, polémicas. Tomemos el ejemplo de un fraseo, o mejor, de un recuerdo. Invertimos un tiempo en musicalizarlo, tanto o más que este texto que acabamos de leer. Tiene ritmo su pesquisa, forma su desvelo. La armonía de nuestra oralidad -suerte de partitura del guion que le precede, el pensamiento- no es un anhelo común sólo en los artistas.

  ¿Por qué no asumir que hacemos lo mismo, idénticamente, con nuestro presente: la lectura, el vínculo, la verdad de nuestras familias? 

    Habría una revelación en cada falta, y en cada sobrante. Habría mensajes ocultos, pasajes olvidados, reflejos ancestrales, repeticiones… Un enigma policial que nuestra mirada, frontalmente, no logra captar a la primera, es descrito después gracias a unas pistas colocadas sabiamente por el Universo.  

   Es necesario, entonces, un tiempo de producción, una techné. Piglia afirma: “Hay una red de ficciones que constituyen el fundamento mismo de la sociedad”, y cita a Valéry: 

 

“La era del orden es el imperio de las ficciones, pues no hay poder capaz de fundar el orden con la sola represión de los cuerpos con los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias.”

(Crítica y Ficción, Ricardo Piglia, Penguin Radom House, 1986).

 

   ¿Síntoma de qué es esta hiperexpresividad estetizada?

   Podríamos hablar de la nueva burocratización del Mercado (la vereda de enfrente de la antigua burocratización estatal del siglo XX). De los circuitos autorreferenciales de las cadenas de producción y distribución del signo y su representación. Del abismo que nos deja el meta-relato, abismo que procuramos no rozar mediante el nuevo padre de la iglesia: los algoritmos, la eficacia de los datos. Pero ellos también son parte del decorado, y solo funcionan si van a la par del resto, como un coro. No habría “detrás de escena”, parafraseando al pensador argelino. 

   Escribir -y leer- sobre ello no deja de ser otro artilugio, otro consentimiento. Escribir pasaría a ser, poéticamente, como un manual de instrucciones de un juguete ya armado y ensamblado, utilizado por millones de manos que durante siglos se lo fueron traspasando unas a otras, imparables, siendo algunas de ellas más incisivas que otras -queriéndolo arrojar al vacío, por ejemplo, o desarmándolo por sus partes para ver sus mecanismos-. 

    Que haya entrelíneas, que la voz vuelva del pasado para darnos una lección, que la Revolución diga lo que la Realidad calla, que el enemigo sea uno de los nuestros… Que la trama sea todo nuestro tema. Esa sería la voz y el tono hablando por nosotros. “El hilo de agua en la tierra seca de la Historia”.

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