“La extensión de la vida sería un triunfo de la pulsión de muerte” // Entrevista a Gustavo Dessal

Pablo E. Chacón

El escritor y psicoanalista argentino Gustavo Dessal, radicado en España desde 1982, revisa críticamente los experimentos que empiezan a sucederse con objeto a extender la vida biológica del sujeto, o la resurrección, programada a ese fin. Al respecto, se conocen dos artículos cercanos, en la revista Viva, del diario Clarín, y poco después otro, publicado por la BBC. Dessal es autor de varias novelas, “Micronesia”, “Anne” (publicada en inglés, aún no traducida al castellano) y “Demasiado rojo”, entre otras. Publicó también, junto al sociólogo polaco Zygmunt Bauman, “El retorno del péndulo”. Es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

¿Es posible pensar que la crionización (La criónica es una práctica que consiste en conservar mediante frío animales a quienes la medicina actual no puede mantener con vida, hasta que su reanimación sea posible en un futuro) represente una «esperanza» para una cantidad importante de personas?
De tu pregunta voy a destacar dos cuestiones: la “esperanza” y la “cantidad importante”. En “La lotería en Babilonia”, Borges se refiere a «la posibilidad de que todos, pobres y ricos, participaran por igual en el terror y la esperanza”. Es un binomio que Borges empleó en más de una ocasión. Su prodigiosa capacidad para ahondar en los sumideros de la condición humana le permitió comprender que estos dos términos están hermanados. La esperanza presupone un terror manifiesto o subyacente, y es la conexión sobre la que se basan todas las creencias religiosas. Sin el terror que el carácter mortal de nuestra existencia nos infunde, no tendría cabida alguna la necesidad de la esperanza y tampoco las promesas a las que estamos dispuestos a alienarnos. Ahora vayamos a la “cantidad importante”, que difiere de la frase de Borges por el hecho de que durante muchas décadas la crionización será bastante menos igualitaria que la muerte. La única “cantidad importante” de la que podremos hablar será la de la cuenta corriente indispensable para asumir esta posibilidad técnica.
P : La extensión de la vida biológica, ¿no implica un triunfo de la religión, en los términos estrictos que lo formuló en su momento Jacques Lacan?
La extensión de la vida biológica sería un triunfo de la pulsión de muerte, aunque pueda parecer paradójico. Las posibilidades técnicas de lograr una vida media de 150 años avanzan con una asombrosa velocidad, pero no así la evolución de las condiciones políticas, sociales y económicas capaces de afrontar las consecuencias que supondría un impacto semejante. El delirio de prolongar indefinidamente la duración del organismo humano es el comienzo del fin de la especie, dado que la anulación de la muerte equivale al imperio de la destrucción misma de aquello que permite la vida. Por otra parte, y si nos ceñimos estrictamente a esta técnica, es importante considerar que ella no anula la dimensión de la muerte. El sujeto que vamos a descongelar veinte años después de su crionización, no es el mismo. Es otro. El anterior ha muerto, y el nuevo no sabemos qué es. La idea de que el «hardware mental» pueda grabarse en un disco duro para ser recuperado décadas más tarde, es una hermosa o una siniestra historia de ciencia ficción. El sujeto no es digitalizable, razón por la cual lo que se dice sobre la inteligencia artificial no es más que una cháchara sin sentido.
Cualquiera sea la respuesta, ¿cómo pensar al goce en este diagrama de saberes (eventuales)?
Se puede crionizar el organismo, pero no al sujeto. Por la misma razón, tampoco el goce puede conservarse, dado que no es una sustancia extensa, en el sentido cartesiano, sino algo que depende del lenguaje. Por supuesto, la técnica tiene una idea muy restringida de lo que es el lenguaje, de allí que no consiga resolver el problema de la inteligencia artificial. Las máquinas no piensan, no podrán pensar nunca como los seres hablantes, porque estos no piensan con el cerebro. Lacan ironizaba al respecto cuando aseguraba que él pensaba con los pies. Pero en la ironía hay una verdad: el sujeto se enreda la pata en el goce de su pensamiento, y eso es imposible de trasladar a un algoritmo matemático.
La inmortalidad o la aspiración a tal cosa, ¿suena a extremismo de superviviente (a su goce), o a delirio psicótico, o a ninguna de las dos cosas o a otra cosa? ¿A cuál, en ese caso?
La inmortalidad es una pesadilla disfrazada de sueño. En una conferencia dictada en Lovaina, Lacan se mostró convencido de que uno no se angustia ante la posibilidad de la muerte, sino ante la posibilidad de que no llegue nunca. No se trataba para él de una cuestión metafísica, sino bien real. Basta con imaginarse que uno deba vivir la vida eternamente. Si es una vida horrible, es evidente que la perspectiva de su infinitud es un espanto. Y si por el contrario es maravillosa, debe de ser terrible aburrirse hasta el hartazgo y no poder siquiera morirse del aburrimiento. 

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