“La crisis consiste precisamente en el hecho de lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Salvando las distancias históricas, este clásico aforismo de Antonio Gramsci en los Quaderni parece retratar a la perfección el escenario posterior al 26J. De otra manera: el bipartidismo del 78, aunque herido, resiste bien su crisis; Unidos Podemos queda muy por debajo de las expectativas, lastrado por una estrategia populista que no da más de sí; el momento actual está abierto a una incertidumbre que admite casi cualquier desenlace; desde el desencanto colectivo hasta una renovada indignación ante la falta de alternativas. Aunque los “fenómenos morbosos”-no nos engañemos- podrían ser mucho peores que los de la desafección política. Solo hace falta alzar la mirada y contemplar la deriva de la vieja Europa y sus socios fronterizos.
Han sido muchos los análisis que han señalado -con mejor o peor fortuna- el porqué del pinchazo electoral de la nueva política. Sin embargo, poco se ha hablado de sus consecuencias más allá del ámbito estatal. Si dejamos a un lado los actuales juegos mediáticos de palacio, tan tediosos como poco productivos, el fracaso de Unidos Podemos se traduce en un serio golpe para el municipalismo democrático, que tendrá que enfrentarse a lo que resta de legislatura con unos aliados débiles y cada vez menos recursos. Por decirlo claramente: una mayoría parlamentaria de “cambio” hubiera permitido derogar la Ley Montoro, garantizando una mayor autonomía política y económica de la escala municipal. No tenerla estrecha el margen de acción de los ayuntamientos, lo que implicará un rápido desgaste en medio de una nueva ola de austeridad.
El cambio de coyuntura tras el 26J obliga, por tanto, a replantear las estrategias políticas del municipalismo. Terminadas las ilusiones de la “toma del Estado”, los municipios tendrán que hacer valer -por cuestiones de superviviencia- una imaginación política que trascienda lo que hasta ahora han sido sus prácticas usuales de gobierno.Las candidaturas que sigan enrocándose en un perfil gestor, llevando a cabo políticas de parques y jardines o eludiendo el conflicto, acabarán por dilapidar el capital político que toda una ola de movilizaciones ha depositado en ellas. El maquillaje de las campañas y los eslóganes pueden sostener la imagen pública durante un tiempo, pero sin cambios reales a medio plazo, toda la parafernalia del marketing se agostará más pronto que tarde. No digamos ya sin socios fuertes y con una legislatura del PP en ciernes.
De candidatura a movimiento
Poco o nada queda hoy de la efervescente atmósfera que impulsó la ola municipalista durante las pasadas elecciones. Aquel clima de movilización ha ido sucumbiendo ante la centralidad de la agenda institucional. Encerradas en una espiral burocrática y con apenas organización -pues la confluencia sigue sin traducirse en unos mínimos organizativos eficaces-, las candidaturas han ido perdiendo capacidad de intervención social y, poco a poco, legitimidad. Cabría preguntarse si hoy son algo más que plataformas de concejales y asambleas que dan vueltas en torno a problemas de gestión -en el mejor de los casos ratificación de mociones, presupuestos, apoyo en campañas y miscelánea administrativa-.
Tras el 26J es necesario que el nuevo municipalismo salga de su propia torre de marfil.En lugar de proyectar los límites institucionales hacia el exterior, entonando un ya monótono “no se puede”, debe hacerse poroso hacia un afuera poblado por demandas ciudadanas y agentes autoorganizados. Más que “abrir debates” sobre esta o aquella cuestión, se trata de construir espacios de encuentro -hacer ciudad- y participar activamente en los antagonismos que atraviesan el territorio. Nunca será lo mismo un ayuntamiento que actúa de forma defensiva, cerrado sobre sí mismo y bajo la ilusión del “gobierno para todos”, que uno que insiste en reconocer espacio político a quienes pugnan por ensanchar derechos y libertades o combatir la precariedad. Y no nos llevemos a engaños: quien quiera luchar por la justicia social deberá gobernar “de parte” (precisamente del lado de aquellos que no la tienen). En este sentido, las asambleas de las candidaturas ganarían más abandonando el rol de “asesoría informal” para volver -más allá de identidades o siglas- a trabajar en clave activista.
En otras palabras, es hora de pensar y actuar como movimiento, de un modo flexible, distribuido y adaptado a la realidad local. No hacerlo -tal y como están las cosas- llevará a un desencanto mayor que el que ya empieza a gestarse en las calles y los bares. Además, hablamos de un desencanto sometido a tal presión económica -10.000 millones de multa por el déficit y lo que queda- que una declinación reactiva de la austeridad, fascista y racista, no es descartable. Como ya sucediera con el 15M, sólo un tejido social empoderado podrá frenar una respuesta de este tipo y convertir la crisis en una nueva oportunidad de ruptura.
La la federación como hipótesis: entre la red y la autonomía
Durante el 15M solía repetirse aquello de “nos quieren en soledad, nos tendrán en común”, quizá ha llegado el momento de que el municipalismo tome en serio esta consigna del movimiento. ¿En qué sentido? Sin aliados potentes en escalas superiores -sometidos, además, a insidiosas guerras fraccionales-, los municipios tendrán que hacer política desde su propia autonomía democrática. Pero en lugar de hacerlo como hasta ahora, absorbidos por las inercias gestoras, sería mucho más inteligente hacerse fuertes hacia fuera. Un afuera doble. Por una parte, y como venimos sosteniendo, tendrán que pugnar por construir su legitimidad más allá del espacio institucional interviniendo socialmente y ampliando su radio de acción. Por otro lado, tendrán que estrechar relaciones con otras candidaturas y entornos municipalistas en su misma situación. Se trataría, en definitiva, de esbozar una idea de federación o red. Pero ¿cómo iniciar una empresa de ese calado?
Pese a que los problemas de los territorios tienen un carácter eminentemente singular, hay conflictos transversales a toda la escala municipal. Es a partir de estas cuestiones comunes -como la Ley Montoro, la deuda, los problemas habitacionales o la remunicipalización- desde donde puede elaborarse una agenda municipalista compartida por diferentes movimientos y candidaturas. Una campaña concertada por la remunicipalización de los servicios externalizados o contra la “Ley de racionalización y sostenibilidad de la administración local”, pueden ser frentes desde los que empezar a urdir una trama federal entre diferentes municipalidades. Pero ello exigirá, al mismo tiempo, dotarse de medios de comunicación para compartir saberes, socializar información, mantener discusiones e intervenir en la esfera pública como apuesta autónoma.
Trabajar en red romperá la soledad de las candidaturas y sumará en audacia política. Incluso la desobediencia, porque habrá que desobedecer, será más fácil. Como señalaba Spinoza, la construcción de vínculos cooperativos entre seres singulares -en tanto concierten estrategias, prácticas, un vocabulario y finalidad similares- obtiene como resultado una apuesta singular más potente. Y en la medida en que ésta sea capaz de fundar un espacio propio habrá de ser considerada como algo singular y autónomo. Por decirlo de manera más concreta: un movimiento municipalista en red, aglutinador de candidaturas y movimientos, descentralizado y con la virtud de articular diferencias, puede ser la mejor de las armas para resistir y avanzar en medio de un gobierno del Partido Popular. Máxime cuando la “nueva política” parece que apostará por la “oposición responsable”, esto es, por traducir el gobernismo institucional sobre el plano de la política de oposición. Aunque sea pronto para afirmarlo rotundamente, sus últimos gestos parecen indicarlo.
Si lo viejo sigue agonizando y lo nuevo no termina de nacer, habrá que seguir trabajando por la irrupción del desborde, por construir las condiciones materiales del mismo y hacer escalar el conflicto. Esa será la mejor forma de atravesar ese interregno o zona de incertidumbre de la que hablaba Gramsci: en común y apostando por una verdadera ruptura democrática.
[Fuente: https://www.diagonalperiodico.net]