Saber sin soberbia es sabiduría. Y si lo contrario a sapiencia es ignorancia (aunque no lo sé…), quizá lo contrario a la sabiduría sea la estupidez. Un tipo de error específico, que consiste en desconocer tus bordes. No lo sé. Pero sé que Ursula K. Le Guin escribió un ensayito maravilloso sobre la modestia. Dice que la modestia, como concepto, en la antigüedad no tenía nada de negativo. No era condición de inferioridad respecto a otra cosa (como hoy se dice en el fútbol, por caso, que un equipo es muy modesto). No: la modestia, dice Le Guin, era la justipreciación de las propias potencias. Estimar con realismo cuánto podemos. Es difícil porque lo que podemos lo sabemos efectivamente en el acto; en rigor, no sabemos cuánto podemos hasta no probar: modestia. Sin negar o menospreciar las propias potencias, ni tampoco inflarlas, con arrogante aire superior (y racionalida publicista, dice). Conocer que por cada saber, por cada potencia, hay también conocimiento de su borde, de su carácter limitado. Es más: cuanto más se sabe, más se sabe cuánto se ignora (como un círculo que crece y, ergo, también la conciencia de su borde). Los modestos saben que saben y que su saber no es absoluto ni insuperable. Saben que cualquiera puede aportarles algo. Entre modestos hay intercambio de conocimientos, de experiencias, y cualquiera puede hablar con cualquiera. La conversación de lxs modestxs es lo que une a lxs comunes. La gente se cuenta lo que sabe, lo que piensa, lo que ha visto, lo que le pasó. Todos diferentes, e iguales ante lo inabarcable de lo real. Iguales como humanos que saben y no saben y pueden saber por sí solxs y colaborándose. La conversación de lxs comunes, flujo de encuentro e intercambio, tolera la verborragia jactanciosa de los que se elevan cual totems y hablan -o muestran imágenes de su vida…- agrandados; la esquiva, y, como el río elude las rocas, se reúne nuevamente.