por Arturo Escobar
No es tan difícil imaginarse estos mundos diferentes. Imaginémonos por ejemplo un Valle del Cauca sin caña de azúcar y ganadería extensiva, lleno de pequeñas y medianas fincas dedicadas al cultivo agroecológico de frutales, hortalizas, granos, animales, etc., orientadas hacia los mercados regionales y nacionales, y solo de forma secundaria a la exportación. Durante más de dos siglos, este impresionante Valle ha sido sistemáticamente empobrecido ambiental, social, y culturalmente por una elite insensible y racista, que se ha enriquecido inmensamente para su propio beneficio; como se sabe, la caña agota las tierras, las aguas y las gentes (en especial la gente negra) y la ganadería extensiva ha desnudado montes y laderas. En el nuevo Valle se restaurarían los paisajes, se erradicaría la pobreza, muchos que aun quieren tener tierra la tendrían, de-crecerían las ciudades y se repoblarían campos y poblados, resurgiría la cultura, se lucharía abiertamente contra el racismo y el sexismo, y todos y todas tendrían acceso a educación de buena calidad y a las tecnologías de la información. Podemos hacer un ejercicio de la imaginación similar con cualquiera otra región del país. El Pacífico, por ejemplo, como lo visualizan los movimientos de afrodescendientes e indígenas, sería un Territorio-Región inter-cultural con comunidades integradas al medio ambiente, “sin retros, ni coca, ni palma”, como dicen los activistas –es decir, sin las locomotoras del desarrollo que desde los ochenta lo destruyen a pasos agigantados.