La clínica psicoanalítica: un modo de leer y escribir (Por qué es importante la narración de la clínica psicoanalítica?) // Lila María Feldman

«Me sucede también que no me encuentro donde me busco, y me encuentro más por casualidad que por la indagación de mi juicio…»

Michel de Montaigne. 1595.

«El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable».

John Berger.

1.

Una paciente, Alejandra, con importantes problemas de fertilidad, trae un comentario que recibe respecto de un aborto que se practicó en la adolescencia. «Vos no tuviste a ese bebé porque no quisiste».

De esos comentarios-reproches se defiende, cada vez más. Sin embargo, agazapado, está su propio fantasma, ese aborto del pasado retorna como castigo en su impedimento actual. Ese trabajo prosigue, y llevará tiempo, pero le digo que, efectivamente, ella pudo decidir no tenerlo, y pudo elegir. Así como hoy elije intentar tener un hijo, como parte de un proyecto de pareja, en tan diferentes condiciones a las de aquel entonces. ¿Quién establece, por cuales motivos, tener un deseo, y querer realizarlo, implicaría necesariamente aceptar cualquier condición y circunstancia, someterse a cualquier sacrificio, aún en nombre del deseo? ¿Desear conlleva el precio de renunciar a la libertad?

En el comienzo de la sesión había hablado de su trabajo. Tuvo que aclarar repetidas veces que es su vocación, y que es lo que ama hacer, acallando culpablemente, también repetidas veces, la queja respecto del agotamiento de trabajar un total de 11 horas corridas. Pero es lo que ama hacer, y tiene trabajo…

¿En nombre de qué sumisiones e ideales, se establece que el deseo justifica cualquier sufrimiento? Ella suele recordar frases de su madre y su abuela: puta por coger y embarazarse. Y culpable por abortar. Por desear.

El psicoanálisis descubre esos fantasmas y violencias agazapadas, internalizadas, que se reproducen aún cuando se puede reaccionar ante violencias externas.

El deseo, ningún deseo, justifica, no debería justificar, ningún sacrificio o sumisión, ningún impedimento a querer elegir condiciones placenteras y felices (lo más posible), para poder sostenerlo.

Tener un trabajo que se ama, desear ser madre como y cuando se quiere. Elegir cómo vivir la sexualidad.

2.

En una familia llega el momento de poder hablar de una verdad largamente silenciada y desmentida. En un comienzo, se presentaba como la fantasía de una revelación, y algo de eso hubo, sin embargo me interesa más destacar un aspecto muy interesante: esa revelación es relevada por otra situación, la de un encuentro de múltiples revelaciones, retazos de vivencias. Entonces la verdad es más bien una composición o conjunción de verdades, y da lugar a un conmovedor encuentro. En parte algo se desenmascara. En parte algo se construye. La verdad más importante tal vez es que del dolor, finalmente, se puede hablar. La verdad de y en las palabras.

Había alguien que temía decir. Alguien que se negaba a escuchar, y alguien que no paraba de actuar aquello que carecía de palabras. Uno dijo: «siempre lo supe, de algún modo, pero ahora que vos me lo contás es diferente». Hubo un abrazo desgarrador, fueron juntando piezas, descubriendo juntos lo que ya sabían, lo que no sabían que sabían, y lo que no. Conocieron más de sus dolores y silencios. Aquella que debía revelar el secreto, supo mucho más de lo que ya sabía. «Yo también tengo algo que quiero contarte», escuchó.

Lo más interesante -en mi opinión- es que la construcción de la verdad, sobretodo de una verdad que pueda ser asumida, es colectiva. Lo más íntimo también es colectivo.

Construir una verdad no es «informar», ni «ser informado».

Hacer de la verdad un espacio habitable y aliviante es algo de lo que es capaz de posibilitar el análisis.

3.

Joaquín llega a sesión. Hace muy poco tiempo viene, aún está descubriendo de qué se trata esto.

Mientras subimos en el ascensor escribe en su celular. (¿Chatea? Pienso…).

Empieza a hablar de su padre, una vez más. Todo lo que no puede decirle, el enojo, la decepción, el desamparo. La imposibilidad de creer en que hablar tenga sentido, el temor a que solo le deje culpa y dolor. El clima de tensión que sobrevuela en su casa, cosas no dichas que se cuelan por otros lugares. La pregunta, suya propia, de lo que tiene o no sentido en su vida, las cosas que hace, que elige, lo que posterga. Todo aquello en lo que creyó alguna vez, y hoy está roto.

Pero insiste en señalar que no cree que sirva hablar, no con su padre. ¿Qué podría decirle? Le pregunto por las postergaciones en su vida, si no es algo que en general le ocurre. Dice alguna cosa y luego parece cambiar de tema. Me cuenta que siempre deja todo para último momento. Por ejemplo, la escritura. Ahí entiendo que lo que venía escribiendo en el celular era esa escritura pendiente para la facultad, la entrega es hoy. Escribió sobre su infancia. Me lo lee. Yo escucho y tiemblo, una emoción me recorre, de principio a fin. Allí, en ese texto, Joaquín despliega -en tercera persona y ficcionalizado- todo aquello que no sabe qué es, si tendría sentido decir. Lo escribe. Le señalo con emoción a cuestas cuan directo es el lazo entre lo que calla y lo que escribe. Se sorprende. «Está inconcluso», agrega. Y finaliza, en primera persona: «venir acá es como escribir. No sé bien porque empecé a venir, ni porqué vengo cada día, y menos lo que voy a decir. Y entonces hablo, y descubro algo que me toca el cuerpo. Venir acá es como escribir».

Esta vez yo me quedé sin palabras.

Mi trabajo me emociona, tantas veces, maravillosas veces.

Analizarse es como escribir. Enorme definición. Y podríamos agregar, que también es la experiencia que permite pasar -para Joaquín y tantos otros- de la tercera persona, a la primera.

Analizar, psicoanalizar, también lo es, pienso mientras escribo. Es como escribir. (Siempre en primera persona).

4.

Venía pensando en la presencia de los celulares en el trabajo clínico con pacientes, en los modos que adopta esa nueva presencia en el diván o en el escritorio (de acuerdo a dónde el paciente se ubique), y en su discurso, también aún en la distancia-proximidad respecto del cuerpo. Interlocutor, testigo, calmante, lugar de garante de la verdad de aquello que enuncia.

Cada vez más, el celular es el primer objeto que se acomoda, muchas hasta se lo enchufa. Y también me encuentro con la frase del paciente, mientras relata algo: «esperá que te lo leo textual».

Hoy, afortunadamente, me encuentro escuchando a Sol, quién me dice: «esperá que te leo textual»…y saca de su bolso un libro. Lo abre, y me lee un párrafo.

Hasta ahí, puedo decir que ello en sí mismo me conmovió. Me tocó.

No fue todo, por supuesto. Desde allí desplegó sus preguntas, los enigmas que la convocan, y el relato de un sueño (últimamente el trabajo analítico con Sol se pobló de sueños).

El trabajo analítico es también un trabajo de lecturas, pienso, lecturas que nos hacen soñar, o que nos quitan el sueño, lecturas del propio sueño, pero siempre, como toda lectura, en ausencia de textualidad.

Luego, llega Mariana.

Estuvo al borde de la muerte, recién sale del precipicio. Es ahora el momento de mayor tristeza y miedo. Hablamos largo rato de diversas cosas. Me pide que la ayude a vencer el miedo a la muerte. Le digo que eso es imposible. Que recién ahora, más lejos del precipicio, puede hablar de eso (la acompañé todo un largo tiempo de lucha, presencié su fortaleza y la decisión con la que peleó).

Le digo que el único antídoto para el miedo a la muerte, si es que algo así existe, es el deseo de vivir (que ella conserva y no ha perdido, más bien todo lo contrario) y la búsqueda de ampliar, sostener, disfrutar, el placer de vivir. No sin tristeza. No sin miedo. No sola.

Y yo me quedo pensando-sintiendo, es como un latido que no me abandona, que el trabajo analítico para mí es un modo de leer. Y también de escribir. En ausencia de textualidad.

5.

Hace algún tiempo un paciente, Lucas, juega, y escribe esto, con unos bloques de madera (parte de un juego, en verdad, pero que él suele utilizar para construir, y hoy para escribir), sobre el escritorio: S O S. Dice que no quiso decir eso. Pero allí está. El mensaje, sin botella, llega a buen puerto: algunas semanas después, puede narrar su historia. O aquello que de su historia, y en ella el trauma, era imposible contar.

6.

En un comienzo lejano venía traído por un síntoma extraño, pero decía que el no sufría por nada.

Hoy llega a sesión diciendo que se preocupa por mí, se pregunta por el trabajo del psicólogx. ¿Cómo hacemos para salir y entrar de las historias, para pasar de una a otra? Para recordar todo aunque lxs pacientes falten (el interrumpió y luego retomó el análisis, sabe cómo opera la memoria de lxs analistas). ¿Cómo hacemos para reponernos? Todo eso me dice, me pregunta. Luego vuelve a su historia de descuidos y pérdidas sufridas, y aún así la culpa, la necesidad de cuidar y sostener a otrxs. De pensar primero en lxs otrxs. Le digo que aquí, conmigo, no tiene que cuidar a nadie, tampoco a mí. Que yo lo escucho, que comparto con él ese trabajo, tan difícil e importante, de recordar, de hacer memoria, que veremos de qué maneras seguir desanudando esa culpa que lo lleva a cuidar, a sostener, a ceder, a regalar, a ofrecer de más. ¿De qué está hecha esa culpa y ese deber sacrificial? ¿Cómo pasar de esa historia, tan densa y costosa, a otras que sean nuevas? En eso estamos, con Martín. En que se apropie de sus enojos, dolores, y preguntas.

7.

Clara viene hace pocas semanas, pero el trabajo analítico avanza rápidamente. Hoy me regala una idea que me llevo, así como ella cuenta que se lleva cosas que pensamos en sesión o que se lleva de los libros que lee. Me descubro trabajando, yo también intervenida, con algo que le propuse pensar y que retorna, vía asociación libre, en un fragmento de un libro que Clara evoca. ¿Lo dije yo? ¿Lo dijo ella? La sesión arma un texto que no tiene «un» autor.

 

8.

Una paciente, Paula, me trae un libro sobre viajes, mapas y rutas que está elaborando. Se fascinó con el tema de las «antípodas» a partir de un viaje que hizo por amor, y de otros viajes que planea hacer. Es docente y artista.

Luego cuenta unos sueños que tuvo estos días, todos ligados a la muerte de su madre, se está por cumplir un año de eso. Retomó su análisis hace unos meses, traída por una angustia que no le permitía «arrancar», en diversos sentidos. Hoy recupera todo lo que le sucedió y vivió en este tiempo -todas cosas que su madre nunca sabrá- y que son parte de ella hoy.  Hablamos largamente de la historia de esa muerte, y del tiempo del duelo. Me doy cuenta mientras la escucho que ésta sesión es como un mapa o trazado personal, u hoja de ruta, de los trabajos del duelo, de este duelo, pero tal vez valga para el duelo, en general.  Todas las cosas que ya no disfrutará su madre. Todas las fechas que tocó vivir este primer año, sin ella. Todas las decisiones que tuvo que tomar en los tiempos de la enfermedad  y agonía. La decisión de que hacer con los restos. Y finalmente, o no, donde esparcir las cenizas. En una ciudad, donde empezó la vida de su madre (en el medio todos los recorridos que componen una vida) y en esa misma ciudad, en el río, su final.

Un duelo se narra, se historiza, se sueña, se llora, se comparte, se escribe, se pinta. Implica tantos trabajos y son tantas sus metamorfosis y destinos. Y vivirlo, permite arrancar.

En un momento se me llenaron los ojos de lágrimas. Nos miramos. Seguimos conversando. No lo disimulé.

         -La narración como acto político.

¿El psicoanálisis, entonces, cura? ¿crea?

El psicoanálisis es un lenguaje y una escritura. Es un modo de conversar, un modo de estar presente, el tono y el clima de esa conversación. Esa conversación suele tener lugar en un consultorio (otras veces en el pasillo de un hospital, o en algún otro lugar, pero también continúa fuera del consultorio. Nos volveremos a enterar en la sesión siguiente, todo lo que esa escritura siguió escribiendo a lo largo de los días, a veces sobretodo es el paciente quien lo hace, y muchas otras el analista. Me ocurre muchas veces que el pensamiento garabatea, y entro en un estado de ebullición que me obliga a llegar a la hoja. Necesito escribir.

El psicoanálisis también es una forma de la memoria. Una memoria particular, que permite que conserve vivo en mí, aunque no piense en ello durante un tiempo largo o pequeño, la historia de cada paciente y la historia del tratamiento. Nunca deja de asombrarme acordarme tanto: detalles, pequeñeces, gestos, relatos, que puedo olvidar incluso pero frente al paciente inmediatamente recupero.

Entonces sí. El psicoanálisis cura y crea.

No cura todo, ni cura siempre, pero cura cuando crea.

Crea. Por supuesto, hablo de crear. Pero también hablo de creer. ¿En qué cree un psicoanalista?

Lxs analistas necesitamos creer, en la medida en que recibir a un paciente y embarcarse en ese viaje, implica, lo sepamos o no, realizar una enorme apuesta. Lxs analistas nos desanimamos muchas veces, pero creemos. Creemos en lo que escuchamos. Y en lo que hacemos. El psicoanálisis no es una técnica, ni un procedimiento. No hay dos pacientes iguales. Ni dos analistas iguales. Con cada paciente nos reinventamos. Sí es un método. Sabemos desde dónde hacemos, mientras que no sabemos lo que hacemos, mientras toleramos no saberlo.

 

La posición del analista consiste, para mí, en recuperar lo que hicimos para pensarlo, lo que hicimos porque estuvimos disponibles. Asociación libre y atención flotante son brújulas invariables, también lo es la teoría. El resto se construye. Lxs analistas creemos porque sabemos que en algún momento arribaremos a tierra firme. Y es ese arribo lo que resignifica y sostiene todo lo anterior.

Lxs analistas creemos entonces en la escucha analítica. Y le creemos al paciente. Le creemos a sus dolores, a sus sueños, a sus errores, a sus inventos, y a sus delirios. Muchas, tantas veces, tenemos la impresión de no haber sido del todo escuchadxs por el paciente, o no saber con certeza cuánto unx (analista) escuchó. Hasta que ocurre alguna intervención que en el discurrir de asociaciones de alguna sesión, detiene las dudas e interrogantes, las vacilaciones, y confirma, sin lugar a dudas, y a veces de forma conmovedora, que allí hubo escucha.

Escuchar no es oír, es oir y leer. Es leer con la oreja y el cuerpo. Y ese leer hace escribir.

Si no escribimos, si no narramos lo que hicimos en el tiempo y en el espacio de ese encuentro, entonces el psicoanálisis sólo será una abstracción.

Escribimos para preservar la abstinencia. Para poder dar lugar a aquello que nos marcó fuertemente. O porque nos angustió, o porque nos emocionó, o porque nos modificó. Para que eso sea inolvidable. Para no poner a jugar esa afectación en la transferencia. Porque no somos neutrales, pero nos abstenernos. Por eso escribimos. En última instancia, lo necesitamos.

Lo ensayístico (el ensayo como método, no sólo como género literario) tiene mucho que ver con el psicoanálisis. Freud escribió la Interpretación de los sueños a partir del autoanálisis de los suyos propios. El psicoanálisis empezó siendo autobiográfico. Freud se situó como sujeto soñante y como psicoanalista. Contar la propia vida-experiencia fue entonces la manera de legitimar un camino de conocimiento. Así lo fue para Montaigne, también lo fue y lo sigue siendo para el psicoanálisis. No hay camino de conocimiento que no implique la necesidad de narrar algo propio. El coraje de narrar. Cada pensador, cada auténtico pensador, tiene que emprender «la invención de lo propio». Dar lugar a lo más propio requiere un acto de invención-ficción.

La escucha analítica es tributaria de ese particular juego: sostener-practicar-afirmar un juicio, suspendiendo el juicio, a la vez.

El par asociación libre-atencion flotante sigue la pista de ese camino filosófico.

¿Qué es ese relato que -a través de la invención-ficción va en busca del mayor apego posible a la verdad y autenticidad de una experiencia? Sabemos que la verdad es singular y cambiante, no absoluta ni definitiva. Tampoco es algo abstracto.

La narración de lo singular es la mejor manera de dar cuenta de una práctica.

Lo que posibilita afirmar juicios es la propia experiencia, no simplemente un razonamiento descarnado. Camino de conocimiento que se sostiene en la autoridad de la experiencia: decisivo para la filosofía moderna. Y para el psicoanálisis. El acceso al saber arraiga en la construcción de un método. No una técnica (acerca de esto hay mucho trabajado y escrito por Ana Berezin y Eduardo Müller, quienes sostienen que la técnica incluso puede volverse una resistencia al método). Puede ocuparse sobre cualquier asunto, no únicamente sobre lo solemne. No hay temas, ni tampoco caminos, privilegiados.

Sostenemos, y nos sostenemos, en la confianza en la palabra como operación subjetivante. En su capacidad de afectar y ser afectada, y de inaugurar o ampliar el campo de lo que puede el cuerpo en el lenguaje y lo que puede el lenguaje en el cuerpo (tomando a Meschonnic).

En Montaigne libro, o escritura, es metáfora de sujeto. Y vaya si lo es para nosotrxs. La clínica psicoanalítica no es la descripción semiológica de síntomas ni de un paciente en particular, ni la aplicación de una técnica o un protocolo, sino el relato de lo que un encuentro psicoanalítico puede. Y cómo ambos -paciente y analista- salimos de él modificadxs, afectadxs.

¿De qué se ocupa el ensayo?: de la posiblidad de narrar una transformación, un devenir, o un pasaje. «No pinto el ser, pinto el devenir» escribió Montaigne. Nosotrxs también hacemos eso: narramos un devenir. Narrando el trabajo clínico con pacientes también narramos el nuestro. Ese «devenir» es también «autobiográfico».

Retomo, para finalizar, un párrafo de «Sueño, medida de todas las cosas»:

«¿Por qué escribimos los psicoanalistas nuestra práctica? ¿Por qué elegimos narrarla, con todas las dificultades que ello presenta? Primero diré que para no quedarnos solos. Y luego, elijo responder con estas palabras de Pontalis: para el psicoanalista,

“[…] hacerse de un nombre debe entenderse también en un sentido literal, el de darse un nombre propio, porque, más que nadie, él se ve confiriendo, por el efecto de la transferencia, tantos nombres que no son el suyo; escribir, para él, sería un medio privilegiado para dejar de ser un ‘prestanombres’ […] Convertirse en autor también podría entenderse literalmente como aquel que quedó disponible, a lo largo del tiempo, para tantos personajes en busca de autor… En cuanto al propósito de comunicar su experiencia y sus hipótesis […] ¿Cómo podría el análisis arreglárselas sin esa prueba del tercero que viene como a asegurarle que él no es solamente la víctima de su propia fantasmática, que debe a la vez ‘divagar’ –sin lo cual no hay invención- y dar a sus pensamientos más extraños una forma bastante consistente para que el otro pueda percibir sus contornos y apreciar su validez?”.

Narrar la clínica psicoanalítica es un acto político. Narración implicada: contar qué de esa experiencia nos ha interpelado, contar cómo, de qué maneras, pusimos el cuerpo y la palabra, y como ello devino escritura-lectura nueva. Para lxs pacientes, y para nosotrxs, lxs analistas.

 

 

 

 

 

 

 

5 Comments

  1. Muy buen relato sobre el trabajo psicoterapéutico, aplicable a diversas teorías, y basado en las casi mismas prácticas – experiencias de las que en realidad partimos para que quien consulta avance un poco más en su «autobiografía,» revisionada, y nosotros quedemos, porque queremos, sentipensando en todo y en nosotroxs mismxs, para bien. Grcs Lila!

  2. Muy buen relato de la cotidiana experiencia psicoterapéutica, más allá de la teoría que se nombre, a mi modo de ver. Prácticas en las que participamos, parceiros, de muy similares escuchas, vivencias, y vistas. «Autobiografías» que acompañamos a revisiones, para nuevas escrituras, trayectos, vidas…
    Mientras nos quedamos sentipensando en todo, lo que notamos- anotamos-, lo que escribimos, hubiésemos podido decir, lo bien que salió, y hasta en nosotrxs mismxs, para bien.
    Gracias Lila, como siempre.

  3. Siempre un gusto leerte! En los recortes clínicos se puede leer cómo vas bordando, entretejiendo, armando tramas entre tus textos y el de los pacientes. Textos de otros que nos dan palabras para lo que a veces es difícil o imposible de nombrar. Siempre das cuenta de tu clínica implicada a fondo con el cuerpo y la palabra!!! Muchas gracias por compartir tu práctica comprometida!!!

  4. De casualidad, si es que existen, llegué a su página, y con mucho placer me dejé llevar por la sucesión de historias, de momentos, de experiencias. Fue un verdadero gusto la lectura, pero sobre todo fue un gusto encontrar un lugar donde perderse, o donde encontrar diferentes senderos de ficción y realidad.
    Volveremos, mis circunstancias y yo!!! Saludos.

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