Pensar que la historia es la historia de la lucha de clases no conduce a simplificar los análisis situacionales, a aplastar la rareza fundamental de lo real, sino al contrario, a introducir ese parámetro en la complejidad. Difícilmente algún fenómeno social pueda estar desvinculado de la suerte -por así llamarla- de las clases sociales. Y por lo tanto la disputa es no solo en el terreno de la relación directa de clases (lo que sería el plano estrictamente económico). La dimensión simbólica, lingüística, estética… A saber:
En algún momento, el término «cheto» dejó de ser peyorativo para ser elogioso. Este desplazamiento aconteció durante el kirchnerismo y, creo, empezó en barrios de gente humilde, o «sectores populares». Sería interesante historizarlo con precisión, pero en fin: cuando lo cheto dejó de ser algo condenable, y pasó a ser aspiracional, ahí se incubó el triunfo que tuvo el propietariado en 2015. Ganaron sobre la base de un concepto más o menos implícito: los pobres -y no los ricos- tienen la culpa de los males. Por eso también su slogan de «pobreza cero», que no solo se parece a decir mano dura con la pobreza, o con los pobres, sino que evitaba vincular la pobreza con el regimen de concentración de riqueza.
En base a esa idea -propiamente clasista- ganaron entonces, y al toque Clarín sacó la serie «Los ricos no piden permiso». Ahora parece que los ricos no tienen permiso, no de cualquier cosa; no tienen permiso de tirar una bestia desde el cielo. Tolstoi muestra a los pendejos ricachones del zarismo decimonónico divirtiéndose cruelmente con un oso; nuestros garcas cagones ni eso: un cordero de dios… Es sintomático de su bajeza existencial: los sujetos igualitaristas y sobresalientes, como por ejemplo Charly, saltan desde las alturas. Los riquistas, en cambio, tiran a otros (bichos, gente…).
En la condena a los forros de Punta, a Susana Giménez y su nieta, a los ladris de Nordelta colgados de la luz y rugbiers asesinos, hace fuerza un concepto, un desplazamiento que es una de las disputas fundamentales del presente: una impugnación a los multimillonarios, un entendimiento de que no son los pobres el problema, ni siquiera la pobreza, sino que el problema son los ricos, los dueños, el régimen de concentración de riqueza, el privilegio, cuyas alegrías son penas de otros.
Muy bien analizada y desmenuzada una problemática social que nos atraviesa