La analítica política y su importancia para la coyuntura actual // Diego Sztulwark

El 2001 argentino conectó con una tradición subterránea de rebeliones que rechazan la pretendida autonomía de lo político respecto de las relaciones sociales. La triple segmentación burguesa de la existencia, según la cual habría una distinción real entre el nivel de la forma Estado (representación política), la expresión de intereses sociales (pensados como sectoriales, corporativos o gremiales) y la realidad psíquica personal (mundo de los imaginarios y las creencias privadas), fue rechazada por movimientos insurreccionales y filosofías revolucionarias que insistieron en el continuo o en la articulación entre la instancia institucional (la creación de artificios colectivos), los intereses materiales (de clase) y la dimensión deseante de la subjetividad, conformando una única economía; un espacio dinámico, integrado, complejo y productivo, en incesante mutación.
Cuando estas instancias entran en ebullición, determinándose de modo recíproco, se esbozan las más radicales posibilidades de ruptura, de desborde plebeyo respecto de la capacidad reguladora específica de las clases dominantes. Es evidente el correlato negativo de estos procesos. Cada vez que se nos llama al orden, los roles se distribuyen según estereotipos bien definidos: los políticos vuelven a condensar los fenómenos de representación, los sindicatos a controlar intereses económicos exclusivos de sus afiliados y los grandes medios la subjetividad de masas en conexión con las terapias y los consumos individuales, vuelven a hacerse cargo de la tarea crucial de estabilizar las frustraciones psíquicas de millones de personas. Cuando esto ocurre, podemos asegurar que la revolución ha terminado. Y esto no cambia a pesar de que en la nueva situación ciertos movimientos sociales puedan participar activamente de sus reivindicaciones. Ninguna de las dos las grandes tradiciones filosófico- políticas que dominan nuestro medio –la liberal-social, ni la populista- cuestionan a fondo este estado de cosas.
Un viejo texto de Félix Guattari llamado “Psicoanálisis y política”, publicado en 1977, trata con toda claridad sobre estas cuestiones. Su publicación en Francia ocurría en momentos en que en Argentina sucedían escenas pesadillezcas, como el otorgamiento del premio de honor al entonces amo y señor de la ESMA, Emilio Eduardo Massera, en la jesuítica Universidad del Salvador, en cuya oportunidad el jefe de la Marina y miembro de la Junta de Comandantes que gobernaba el país se pronunció por proteger al occidente cristiano de las influencias demoníacas de Freud, Marx y Einstein. Para contrastar atmósferas, sirve recordar que los eventuales interlocutores de Guattari desaparecían en estas tierras, se guardaban o partían al exilio al momento de la publicación.
En aquel texto, Guattari – coautor junto a Gilles Deleuze de El Anti Edipo (1985) – reflexionaba sobre la lucha de clases en un sentido que aún nos interesa. Y quizás hasta nos resulte más vigente en la actualidad que en la época en que fue redactado. Se trata de una pieza muy rara; una mezcla de artículo teórico, respuesta a una entrevista e intervención entre comunistas italianos. En su doble calidad de militante marxista y filósofo ligado a prácticas analíticas, Guattari desarrolla allí los rudimentos de una teoría de la lucha política, de la organización y del militante. Según él, luego del ‘68 -podríamos decir nosotros “luego del 2001”- se intenta problematizar un desfasaje entre los niveles de la lucha obrera revolucionaria. Un primer nivel tiene que ver con las relaciones aparentes de fuerzas entre las clases en su lucha de intereses, en tanto el otro nivel es el vinculado a la “carga deseante” real de esas mismas masas que conforman las clases.
Esta distinción entre clase y masas se define en términos de lo macro y lo micro (o en términos de El Antiedipo, de lo “molar” y lo “molecular”). En efecto, la clase viene definida como gran conjunto objetivo, organizado en torno a una conciencia de la relación entre las diferentes clases y el Estado, mientras que las masas funcionan como fluido vivo menos discernible, multiplicidades y grupos que recorren y componen a la clase y le dan su conformación actual específica. A nivel de las masas, se observa la creación de afectos e imaginarios dinámicos y variables (¿es posible pensar hoy la clase obrera sin partir de la importancia de las masas de mujeres en lucha contra el patriarcado, de trabajadores de la economía popular, de jóvenes agredidos por la policía en los barrios, del trabajo de la economía informal y el narcomenudeo, de las comunidades agredidas por las grandes operaciones financieras involucradas en el monocultivo y el neoextractivismo?). Y es a ese nivel que la clase deviene revolucionaria.
¡Qué lejos estamos de las nociones de Ernesto Laclau y las teorías actuales del populismo, que piensan en términos de demandas y lógicas discursivas equivalenciales!
Esas masas de las que habla Guattari son muy reconocibles entre nosotros en 2001 y en 2018. Las hemos conocido en los movimientos piqueteros de la zona sur del conurbano bonaerense; los pibes y pibas de la Coordinadora Aníbal Verón del 2001, o en el movimiento de mujeres de 2018. Se trata de corrientes subjetivas que recorren desde dentro a la clase trabajadora, llevándola a una ruptura con los modelos dominantes de identificación, negociación y sumisión en el terreno de la lucha de clases.
La teoría de la organización cuyos rudimentos piensa Guattari una década después de Mayo del ’68, intenta articular de modo abierto, pragmático y creativo los niveles “molares” y “moleculares” de análisis sobre los que se recortan las “macro” y las “micro” políticas. Si llama “aparente” a la relación de fuerzas y “real” al nivel deseante, se debe quizás a que la relación de fuerzas tiende a cristalizar, en un efecto abstracto, y a retornar como aplanando la dimensión del deseo cuando no se activan, en la clase misma, los detonantes inconscientes que llevan a la ruptura y la hacen sostenible.
No hay coacción política de los oprimidos que no se apoye en un tal aplastamiento del deseo. Las relaciones dominantes no pesan en la producción sin que este dominio se extienda al cotidiano popular en instancias como la escuela, la sexualidad, la relación con la locura y los modos de habitar los instrumentos de la lucha de clases, como el sindicato y el partido. No habrá “devenir revolucionario” -como dirán Deleuze y Guattari- sin una rebelión que arrastre y subvierta este cotidiano. De allí la inmanencia –la importancia estratégica- de la confluencia entre contracultura –es decir, la postulación de un hacer en ruptura con el centralismo- y lucha colectiva obrera.
Se trata, al menos para Guattari, de insistir en la simultaneidad de ambas dimensiones de la lucha sin que ninguna subordine o posponga a la otra: si a nivel de la lucha de clases resulta indispensable una cierta centralidad –una coordinación y articulación de una máquina de guerra-, esa unificación contra sus enemigos de clase y el Estado, esa centralización no debe introyectar el modelo unificado de la forma estatal y del centralismo monopólico capitalista. Para ello, es fundamental que a nivel del deseo (y hay que aclarar que el deseo para Guattari no es “natural” o “espontáneo”, sino producido en encuentro, en funcionamientos) se radicalice la lucha contra el “fascismo microscópico” en “el seno de las máquinas deseantes”; es decir, en los modos en que se despliega el deseo de las masas. Es en este nivel “real” que Guattari cree poder resolver lo que no se resuelve en el nivel de la lucha general. Y no porque la lucha macropolítica sea inesencial, sino todo contrario: lo “real” del deseo de masas sólo puede emerger en la lucha de clases cuando la ruptura a nivel del interés (conciencia de clase) habilita y se nutre de ese fondo de un deseo de ruptura o una ruptura a nivel también del deseo. Todo ocurre, entonces, como si la crítica a un leninismo puramente político se hiciera desde un leninismo del plano del deseo, que debería completarlo y reformarlo; lo cual va bastante bien con el balance que las izquierdas revolucionarias hicieron del proceso soviético.


Quienes en 2001 caricaturizaron este tipo de planteos desde el marxismo, han tendido a subestimar un punto fundamental del planteo transversal o autonomista de Guattari -también defendido por Antonio Negri y otros, como el Colectivo Situaciones en la Argentina de entonces-, y es que las masas no se oponen a las clases, sino que las determinan desde su interior. En otras palabras: si las clases –definidas como sean, dada la mutación de los modos de producción de capital- son “soportes de la producción” y por tanto hacen política en el plano de la representación, adaptando a ello un conjunto de tácticas y estrategias propias del nivel macropolítico, las micropolíticas articulan el espacio de una política de la creación de subjetividades (creación de afectos, percepciones, sensaciones, lenguajes).
Una primera enseñanza para la Argentina post 2001 entonces: las micropolíticas y la dimensión de la analítica del deseo no son una política diferente a la política estratégica de la representación y las grandes alianzas; se trata de momentos divergentes de un mismo movimiento de constitución. La polarización simplificante bloqueó la posibilidad de comprender, de un modo abierto y creativo, el papel de la lucha popular en las instituciones, subordinando la acción política al respeto sacrosanto de una dirección sindical burocratizada o directamente empresarial- patronal; una idea vertical y mistificada de la dirección política, y un fetichismo del Estado como síntesis espiritualizada de la sociedad. Se trató de una simplificación desastrosa que tuvo su correlato para el ámbito de los microgrupos autonomistas en su confinamiento al gueto cerrado y a las deconstrucciones subjetivas más inofensivas, al margen de la lucha política. Entre un realismo del poder y una inocencia sin poder se echó a perder la oportunidad de articular un realismo de la potencia. Hoy es evidente lo oneroso del precio pagado por esas simplificaciones militantes.
El balance de Guattari de Mayo del ‘68 se roza en varios aspectos con la que podemos hacer del 2001. En particular, la exigencia según la cual la radicalización debe venir acompañada de una sensibilidad para lo complejo. Esto remite a una teoría de la militancia que no puede ser substraída – como santificada- de cada una de las ambigüedades que circulan a nivel de la subjetividad individual, tales como las tentaciones burocráticas, las del prestigio individual, de la paranoia y la interiorización de la represión. Al contrario, los dispositivos militantes, nos dice Guattari, deberían ser los primeros en incluir una práctica analítica a nivel de la práctica de los grupos políticos.
En definitiva, la tesis de Guattari es la de una redeterminación del centralismo para la lucha revolucionaria en el contexto de una asunción de la preeminencia del deseo en la constitución de lo político. Pero ese centralismo no debe parecerse en nada al centralismo del enemigo, del cual la izquierda ha sido dependiente en sus modos de identificación y de organización. El centralismo requerido por una “máquina de guerra” es el de la coordinación de las luchas, y debe estar siempre supervisado y recorrido, debe exudar e inocular en el campo social una “subversión deseante” de todos los poderes, en todos los niveles.
Entonces, el problema de esta coordinación unificada de las luchas no se opone, sino que se complementa con la prevención activa respecto de la reproducción de formas centralizadas de poder que reproducen el tipo de centralismo híper-codificante del Estado y del centralismo monopolista del capital. La crítica que de aquí se desprende al socialismo burocrático es explícita: ha copiado estos modos del “centralismo monopólico del capital”. Contra este fundamento centralista de lo político, donde el centro cumple la función de sobrecodificar los flujos, se trata de liberar la relación entre producción, distribución y consumo, de coordinar las luchas al margen del centralismo siempre con la condición de que “la economía deseante de los trabajadores sea liberada de la contaminación por la subjetividad burguesa” que hace de los trabajadores cómplices inconscientes de la “tecnocracia capitalista y la burocracia del movimiento obrero”.
El intento de Guattari por plantear una vía que se salga de la alternativa entre centralismo democrático y anarco-espontaneísmo, entre “trabajo útil” e “inútil” (del deseo), incluye entonces un balance amargo de Mayo del ‘68 -la ausencia de una gran máquina revolucionaria- y de la actitud burocrática, machista y autoritaria de los y las militantes en sus vidas cotidianas. Y a la tendencia de explotar la voluntad militante hasta “reventarse”. En efecto, al militante se lo considera acabado ni bien exhibe una mínima vulnerabilidad a los miedos y a las fragilidades que recorren a los individuos de la sociedad neoliberal: “a un militante que tiene miedo frente a la policía”. Si una lección intenta establecer Guattari –una que es vigente para los movimientos de hoy-, es que “mientras se mantenga la dicotomía entre la lucha en el frente de clase y la lucha en el frente del deseo, todas las recuperaciones son posibles”.
La política de Guattari implica tejer el plano de los intereses (Marx) y el de los deseos (Freud) sobre la base de una polaridad cada vez más acentuada entre estereotipia o singularización de la subjetividad (lo que llamará “revolución molecular”). La introducción de un discurso sobre el deseo es entonces crucial, puesto que es la clase trabajadora la principal abatida por la política de estereotipización de la vida del individuo dentro de sistemas bipolares del tipo hombre/mujer, niño/adulto, genital/pre-genital; una política de individuación que aplasta el deseo sobre la representación y la castración. Es algo que no cuesta percibir hoy, que Macri es la cultura. En cambio, la subjetivación singularizante que Guattari propone activa la concomitancia entre lucha política y un “dispositivo colectivo, una carga colectiva de la libido sobre las partes del cuerpo, sobre grupos de individuos, constelaciones de objetos y de intensidades, sobre máquinas de todas clases” para “conectarlos a multiplicidades siempre más grandes, siempre más abiertas al campo social”.

*Diego Sztulwark: es coordinador de grupos de estudio de pensamiento político y filosófico. Escribe regularmente para el blog Lobo Suelto y forma parte del equipo de Tinta Limón Ediciones. Es columnista en Radio La Tribu, socio del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) e integró el Colectivo Situaciones.

Referencias bibliográficas

Deleuze, G. y Guattari, F. (1985) El Anti Edipo. Capitalismo yesquizofrenia. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Guattari, F. (1977) “Psicoanálisis y política” en Deleuze, G. y Guattari, F. (1980). Política y psicoanálisis. México: Editorial Terra Nova.
Bibliografía consultada

Colectivo Situaciones (2002), 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social. Buenos Aires: De mano en mano.
Colectivo Situaciones y MTD de Solano (2003), Hipótesis 891, más allá de los piquetes. Buenos Aires: Tinta Limón Ediciones, colección De mano en mano.
Laclau, E. (2005) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Mazzeo, M. (2017) El Hereje. Apuntes sobre John W. Cooke. Buenos Aires: El colectivo.
Negri, A. (2015) Una vez más comunismo. Buenos Aires: Lobo Suelto.
Sato, Y. y Fujita Hirose, J. (2018), “Una estrategia y tres tácticas para la revolución en Deleuze y Guattari: los proletarios, las minorías y el hombre”, Ecuador Today. Disponible en https://ecuadortoday.media/2018/06/04/ una-estrategia-y-tres-tacticas-para-la-revolucion-en-deleuze-y-guattari- los-proletarios-las-minorias-y-el-hombrei/.
Sibertin-Blanc, G (2017), Política y estado en Deleuze y Guattari, ensayo sobre el materialismo histórico-maquínico. Bogotá: Universidad de los Andes.
Sztulwark, D. (2017) “La ofensiva sensible”, Brecha. Disponible en https:// brecha.com.uy/ofensiva-sensible/.
Sztulwark, D. y Verbitsky, H. (2018) Vida de perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Uriarte, C. (2011) Almirante cero. Biografía no autorizada de Emilio Eduardo Massera. Buenos Aires: Grupo Planeta.

1 Comment

  1. Concreta y lucida lectura de Diego Sztulwart.
    Fundamentada desde su propia construcción y en Psicoanalusis y transversalidad de Félix Guattari-Deleuze. Tengo claro que toma otros soportes teóricos, pero a mí parecer es fundamental el texto de Guattari-Deleuze.
    En tanto sigamos ( de manera consciente o no), intentando trabajar, luchar desde una modalidad verticalista, centralista, “copiando”el modelo de ESTADO, no habrá devenir revolucionario alguno. El modelo de estado implica un deseo aplastado al decir de DS.
    Si el deseo no trabaja en el seno de una subjetividad singular que por tanto no adore a líder alguno, seguiremos repitiéndo experiencias fallidas. Si anida el resentimiento (Nietzsche), se aplasta también la potencia.
    Deseo y potencia más subjetividad singular, serán necesarias para cambiar la historia.

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