Jockey club // Moro Anghileri

El Jockey (Ortega 2024)  despliega capas de sentido como hilos de telaraña que envuelven a quien la ve, desde la pantalla, a través de Nahuel Pérez Bizcayart y un elenco notable, dirigidos por un autor descabellado. Ortega nos va ubicando de su lado del espejo. Y entonces su mundo se convierte en lo más justo y sencillo que podría pasarnos.

 

La presentación de cada uno de los personaje es tan poética que uno podría enamorarse hasta del más vil. Luego el devenir de la trama va de la mano de un pequeño flacucho de cables sueltos que entra en contacto con aspectos menos iluminados de lo que nos rodea, en lo que no reparamos, pero tan presentes como todo lo demás.

 

El Jockey sintoniza las marginalidades que habitan la ciudad, la mafia, la falta de cordura y la vitalidad que da tener todo perdido. Pensar que morir y volver a nacer sería una salida,  transformarse,  reinventarse, ser o no ser , mirar o ver, ser Remo o Dolores, tener un sucesor o serlo, son algunos de los posibles. Como sobrevivir a un accidente escabroso y al abrir los ojos robar una cartera y un tapado de piel para ir por la ciudad recolectando objetos, encontrando las claves para vengar su suerte y poder reinventarse en la cárcel, siendo la peluquera más delicada que haya pasado por ahí.

 

Luis Ortega es un director moderno que supo conquistar un reinado de productores críticos y espectadores viajando en el tiempo al mejor cine de los 60s en la argentina, para traer el envión más revitalizador de los creadores que supimos tener, completamente comprometidos con la suma de todas las artes para crear una película sensible, divertida, profunda y mágica.

 

La música es un viaje en el tiempo a ninguna parte. Es música de acá en otro época, son melodías que la gente canta porque están guardadas en algún lugar pero no sabemos dónde. La música de ésta película es una llave que abre puertas. Mientras algunos tiran unos pasos sofisticados en la pantalla, en la butaca otros tararean.

 

Nuestro país hoy tiene el ritmo del absurdo. Esa complicidad con el estado de cosas que en el jockey circula, en las calles, en el aire. Y uno comprende la descarnada razón de la violencia que produce vivir afuera, al margen, del otro lado, tan molesto como invisible.

 

Conozco a Luis desde hace tantos años que podría ser otra vida, desde que se sabía director pero no había filmado ni una toma, de charlas con vinos, de cruces en la ciudad de la furia y aunque hace tiempo que no lo veo, su sonrisa ocurrente y agradecida de ocurrencias ajenas, es un lugar que conozco y sé qué hace bien.

 

El Jockey es el presente más absoluto.

 

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