«Busco la pobreza en el Lenguaje«.
Jean-Luc Godard
¿Cuál sería, hoy, la batalla de Godard?
Godard se encontraría hoy en un punto impreciso, pero localizable a la larga, rodeado seguramente de “riquezas del lenguaje” a un lado y otro del mostrador.
Rodeado de las nuevas instituciones sociales, que según su lengua llamaría “el marketing”, o las más evolucionadas redes sociales; y la “riqueza del lenguaje” más antigua, igual pero diferente, del gramsciano sentido común hegemónico, el Poder.
Su batalla sería pues doble, más difícil y escabrosa seguramente que en su época. La razón no es difícil de adivinar: la espontaneidad y presunta naturalidad de la primera, y sobre todo, su aparente rebelión rápida y furiosa, desorienta y difumina al franco-suizo.
El nuevo lenguaje 2.0 no es nunca oficialista a simple vista: va contra el Orden, dice él mismo, y ello lo vuelve seductor, animado. Muchos de nosotros, Jean-Luc incluido, sabe que esto no es tal, pero aún así, aquel persiste y consigue quedar en ese costado, en ese lado outsider de la división internacional de los datos. Un youtuber o un influencer de Twitter no se auto-percibe oficialista.
Me lo imagino a Godard peleándose con unos algorítmicos molinos que cambian sus ceros por unos cada milisegundo, arrojándole tokens y bitcoins a la cabeza, pidiéndole que acepte unas cookies apenas se entere de una vez por todas que la rebelión pasa ahora por tramar historias parodiando a los clásicos sin saberlo del todo, no homenajeándolos.
Qué batalla más dura habrá librado el pobre Jean-Luc sus últimos años. Me lo imagino, y me apeno un poco. Lo estoy viendo, sentado en el comedor de su casa en Ginebra, pensando en filmar una historia basada en anotaciones de su pequeña libreta escrita a mano, anotaciones del tipo “Plano general: mujer de mediana edad entra a un centro comercial y mira concentrada un objeto cualquiera, etc.” . Lo veo cómo se va apagando, él y la idea de filmarlo, apesadumbrado por un dolor que no entiende del todo, aunque sepa ponerle palabras, verbalizándolo, como siempre hizo. Le da un sorbo a su café, y el silencio se apodera del ambiente. Está algo cansado, fuera hace frío, y las noticias que le llegan a su teléfono celular -una invitación a un festival de cine en una pequeña ciudad eslava, una cena con un antiguo productor- no consiguen sacarlo de su ensimismamiento que ya se alarga demasiado. Piensa: “ya contestaré”, pero sabe que no lo hará.
Entremedio de dos “riquezas del lenguaje”, Godard descansa, y vaya si lleva tiempo haciéndolo. Nosotros, a veces, intentamos emularlo, y nos refugiamos en sus historias para buscar, no digamos encontrar, la grieta en el lenguaje, su “pobreza”.
Pero ya no es posible: también allí, en la rotura, en el quiebre, en la inconsistencia, en su “huella” mil y una veces comentada por él y otros, el dato commodity y la artificial inteligencia hacen suyo el espacio que por diáfano y etéreo no era menos clave, menos revolucionario, donde el signo, teóricamente, debía volver con otra forma, o morir para renacer Otro.
Todo es pobre porque todo es demasiado rico, en el lenguaje y por lo tanto en la vida. Y Jean-Luc ya no filma, y a nosotros no nos alcanza con el formalismo de los 60, ni con el cinismo y la frivolidad del 2000. Muros, lenguajes, estéticas, tramas. Godard no sabía contar historias sin todos estos elementos juntos y revueltos (nació antes de la multiplicidad y la proliferación de las disciplinas). Nosotros aún no sabemos qué hacer con tanta riqueza del Lenguaje.