Apenas está promediando la clase, y ya algunos alumnos se levantan y se van. Otros los siguen ¿Qué ocurre? Es la pregunta atribulada del profesor. ¿Clase mala? ¿Desinterés de las nuevas generaciones? ¿Un momento habitual en una clase no demasiado bien preparada? ¿Las camadas actuales vienen con otro interés? Como sea, la pregunta esencial que aquí ha de hacerse no es sobre la responsabilidad de los alumnos y sus cambiantes intereses sino sobre la responsabilidad del conocimiento y su forma de impartirlo. Ahora bien, esta última frase acierta en poner el problema en el conocimiento, no en designarlo como algo que se imparte. ¿Pero cómo nombrarlo? Se escucha decir administrar conocimientos, adquirir conocimientos, producir conocimientos, generar conocimientos, diseminar conocimientos, en fin, asumir conocimientos.
Sé que la cuestión universitaria trata hoy de cómo proponer una institución que vive de ciertas proclamas o avatares de espíritu público, pero sus estilos y procedimientos en mucho se inspiran en la relación del conocimiento con las instituciones y el individuo privado. Sé también que la cuestión universitaria no puede dejar hoy de abordar la cuestión de los intereses del conocimiento, pues si bien no puede haberlo sin intereses, estos no pueden ser solamente definidos por su inmediatez profesional y, ni siquiera, histórica. El interés del conocimiento debe incluir una dialéctica con la dimensión desinteresada y postergada de utilidades, la cual garantiza en última instancia el útil —no el utilitarismo del conocer—.
Por eso, nuestras luchas sobre la imagen pública de la universidad deben considerar también —si no partir— de la cuestión del conocimiento. Se escucha decir “sociedad del conocimiento”. Pues bien, lo que digo es lo contrario. No la sociedad donde el conocimiento es una pieza de cambio de posiciones de un campo de saber —cumplimiento invertido y administrativista de la utopía de Bordieu— o una tecnología del saber —cumplimiento anómalo de una visión foucaultiana—. Lo que digo es, o sería —hablamos sobre un ciclo histórico lleno de improbabilidad— la posibilidad de ver el conocimiento no como algo que se propone en proporciones de una pedagogía, sino como un vínculo entre dos situaciones que origina el propio autoexamen de la relación que establece.
A partir de allí, todas sus artesanías —propongo llamarlas así— se deberán desplegar no como algo que se imparte o algo que se instruye, sino como algo que incluye el autoconocimiento y su contrario. EL no conocimiento es lo que garantiza los intereses del conocimiento. EL no conocimiento es el umbral o el momento en que “no se sabe nada” pero en grado de autoconciencia. Este doble plano que afirma el saber que se nos niega es el corazón mismo de una reconstitución de la universidad. Irse de una clase, así, en vez de ser una deserción que envuelve el conjunto de deserciones posibles se convierte en la imagen de una actividad posible del conocer. No el instruirse, no el adquirir, no el producir, sino apenas el salir.
*Publicado originalmente en el cuadernillo de las Jornadas de sociología zona liberada (octubre de 2000), convocadas por la agrupación El Mate y la revista Arde filo se quema sociales.
La generación e impartición de conocimiento es una tarea que corresponde al estado a través de los centros educativos, trátese de público o privados y toda la población debe acceder a la adquisición de conocimiento para mejorar su nivel de vida, solo la educación de un pueblo, lo puede sacar del sometimiento si se encuentra en esta condición