Investigar la belleza: una lectura sobre “El Peregrino” de J. Baker // Andrés Gabriel Fuentes

1-  Buscando la belleza

«Aquel fue mi primer peregrino. Desde entonces he visto muchos, pero ninguno que lo superase en velocidad y fuego. Durante diez años pasé todos mis inviernos buscando esa brillantez efusiva, la pasión y la violencia súbitas que los peregrinos arrebatan al cielo. Diez años me he pasado con la vista en lo alto esperando esa ancla que muerde las nubes, la ballesta que surca el aire.»

Baker nos cuenta un acontecimiento: ver un halcón. Hay una aparición que resuena y que moviliza pasiones en su cuerpo. El vuelo del ave fue un martillazo que lo despertó de una vigilia desangelada para embriagarlo de una energía y una fuerza brutal.

A Baker lo activa la fascinación por lo bello. Belleza que no se define por un esquema invariable de rasgos estereotipados como una serie de propiedades estandarizadas a degustar. La belleza es una experiencia. Es un incendio de lo sensible y un viraje rotundo de nuestra constelación de emociones por el advenimiento de un poder desconocido. “El Peregrino” como investigación no nace de un plan ni de una voluntad: es la consecuencia de verse arrebatado por la presencia y el impacto de una energía conmovedora. En Baker la irrupción de una fuerza es el catalizador que enciende toda una máquina de pensamiento; sobre esta empatía se monta toda su investigación.

Hay algo de enamoramiento en el relato: un encuentro fugaz como una carambola que captura la sensibilidad más profunda de un cuerpo. Un cuerpo que si es poseído, si es conquistado en sus profundidades más íntimas, lo estaba esperando. Ya había algo en él que necesitaba de ese encuentro; palpitaba en secreto la invocación de aquello por venir. Moraleja: cuanto más convulsionantes sean nuestros encuentros, más los estábamos esperando.

Algo interesante: a Baker no lo mueve el sufrimiento como afección. El dolor tiene buena fama como fuente de conocimiento, como información que nos susurra que algo no anda bien y nos activa para reorganizarnos y salir para delante otra vez. La fascinación y la exaltación afectiva es un espectro para estas posturas. No las reconocen. Quedan limitadas a lo más oscuro de nuestra afectividad. Acá es diferente: se explora una conexión extática para expandirla, hacerla más grande y poderosa.

Todo cuerpo necesita investigar el estado de su fuerza; preguntarse por las afecciones que padece y por su capacidad de afectar aquello que lo afecta. Investigar no es un cúmulo de procedimientos y saberes especializados que pertenecen a un campo profesional en exclusiva. Para nada. Baker no es nadie: no es una estrella académica ni un best seller periodístico. Pero si desde la mirada oficial no es nadie, no deja de ser alguien. Un alguien que es todo; la expresión de una potencia común al resto: la de registrar, pensar y escribir. Cada página de «El peregrino» se justifica por la necesidad de investigar lo que embelesa los sentidos. Ese es su único respaldo. Nada más.

2-  Territorio

 «En mi diario de un solo invierno he intentado mantener la unidad, ligando el ave, el observador y el lugar que sostiene a ambos. Aunque todo lo que describo sucedió mientras lo observaba, no creo que con la observación honrada baste. Las emociones y el comportamiento del observador también son hechos y hay que registrarlos con fidelidad.»

¿Qué investiga Baker? Un territorio. Un territorio como la conjunción de tres elementos: la naturaleza, los halcones y él. ¿Dónde se reúnen estos tres componentes? En la afectividad. Baker sigue el rastro de sus propios afectos. Ahí está la clave: no en los halcones, no en el bosque y el cielo, ni siquiera en él mismo. Sino en la mezcla que se percibe en el registro sensible de su cuerpo. Su propio cuerpo es el reservorio de una información que brota de la naturaleza, el halcón y su ser.

Al poner la afectividad como el alma del territorio, se hace todo vivo. El mundo es una interacción constante y cambiante. Cada parte es componente de un todo que sus partes lo hacen; partes que mutan y muta el todo. Se desmoronan las fronteras de lo que existe para vislumbrarlo como un continuo. Continuo con diferentes paisajes, pero que forman parte del mismo mundo en un hacer y deshacerse perpetuo. Baker se reconoce como un cuerpo que forma parte de un cosmos en regeneración contante, que lo condiciona, pero que al ser parte de esa producción infinita también puede recrearla y recrearse.

Por eso les hablo de afectividad y no sentimientos. Los sentimientos son atributos de nuestra personalidad como cosa ya pulida y terminada. La afectividad son emociones que desbordan el perímetro de la fortaleza del yo. Esto es importante: Baker no busca tanto investigar los halcones en su entorno natural en sí mismo. Lo que busca es investigar su belleza, la energía que despliegan y como esa fuerza incide en él y lo transforma, lo hacen alguien distinto al que era. Por eso es afectividad. Si fuera sentimiento no habría cambio alguno; habría una satisfacción gris por estar midiendo correctamente lo que es, mas allá de lo que a él le suceda en esa observación.

3-  Escucha y mutación sensorial 

“Yo oteaba el cielo sin cesar buscando los círculos de un halcón, escudriñaba cada árbol y cada mata, recorría todos los cuadrantes de un cielo al parecer vacío. Es así como el halcón encuentra la presa y elude a los enemigos, y solo así es como uno puede esperar descubrirlo y compartir su caza. Los prismáticos y una vigilancia de halcón reducen la desventaja de la miope visión humana”.

“El Peregrino” es un libro descriptivo. Exuberante en comparaciones, metáforas e imágenes visuales, la prosa de Baker relata la caza de los halcones como una experiencia casi mística.

Pero hay pasajes donde notamos que el relato pega unos saltos y su registro ingresa en otra zona. Baker es testigo de cómo mutan sus sentidos y cobran una mayor potencia: aprende a volverse solitario, a camuflarse de las demás aves, y agudiza su vista y la percepción de su entorno.  Al salir a la caza de los halcones, se mimetiza con ellos. Cazar al cazador lo asemeja. Y en ese semejarse hay una reconfiguración de sus coordenadas vitales. Se trata de algo involuntario; algo que va pasando sin buscarlo. Ocurre. Y su transcurrir es registrado porque es parte de la investigación. Nunca olvidemos que Baker investiga un entre; lo que pasa en la sinergia entre la naturaleza, las aves y su propio cuerpo.

Si la belleza es oriunda de lo fuerte y nos magnetiza con su poder desatando energía, Baker indaga el impacto de lo bello al observar sus mutaciones sensoriales. La belleza se puede explicar: no de manera intelectualizada abstrayendo sus formas como esquemas que miramos a distancia, sino como un registro de la constatación de la incidencia de un ave y su entorno natural en un cuerpo que entra en un viaje profundo y radical.

«El Peregrino» demuestra que las emociones no interrumpen el pensar. Las pasiones no son un obstáculo para el despliegue de un análisis. Todo lo contrario. Son su materia prima, la fibra que le da su espesor. Desde la certeza de la atracción afectiva por las aves se enciende una indagación que se dota de los mejores insumos para pesquisar los efectos de la combustión generada. Baker demuestra cómo hay inteligencia en la pasión, y emoción al enhebrar ideas.

Es notoria en esta investigación la alianza entre el análisis y la imaginación. Aparecen transformaciones sensibles que necesitan interrogarse, registrarse, plasmarse en la escritura; acciones que para tomar forma necesitan de una imaginación lúcida e inspirada. Ante la novedad de los términos de la indagación a efectuar, se necesita de una inventiva intensa para estar a la altura de este proyecto.  Imaginación que fluye por la pasión que Baker le pone a su trabajo. ¿Para qué hace todo esto? No hay una búsqueda exterior a su deseo. No hay un para, sea el mandato del laburo o alguna autoridad a complacer. Es un hacer que en su propio hacerse está el gusto. Condición que permite que corra la imaginación y haya un alto vuelo en su pensar.

4-  El sentido

«Seguí al peregrino durante 10 años. Me había poseído. Para mí era el grial. Ahora ya está. La larga persecución se acabo. Quedan pocos peregrinos, habrá cada vez menos y quizá no sobrevivan. Muchos mueren de espaldas, insanamente aferrados al cielo en las timas convulsiones, mustios y consumidos por el polen sucio, insidioso de los pesticidas. Antes que sea tarde, he procurado recapturar la belleza extraordinaria d esa ave y transmitir la maravilla de la tierra donde vivían, una tierra para mi tan profusa y gloriosa como África. Es un mundo que agoniza, como Marte, pero aun resplandece.»

En «El Peregrino» no hay un sentido como premisa de la investigación. No hay un plan de arranque a plasmar en lo sucesivo gambeteando los obstáculos que haya que gambetear. Pero si hay un sentido como efecto de lo que se hace, que se descubre ahí, mientras se cocina. Los efectos de la investigación son mientras, no en su culminación. No es un darse cuenta que lo que buscamos lo encontramos, sino que desde el hacer mismo extraemos sentidos.

Un sentido está dado por la mutación sensorial del cuerpo y su capacidad sensible de recibir y afectar al mundo. De esto ya hablamos. Pero también hay reflexiones. Además de registrar los estados de su cuerpo, Baker indaga un poco más: se pregunta qué conexiones arma ese estado, qué consecuencias están provocando, con qué otras fuerzas debe batallar… Diferentes retazos filosóficos que Baker deja caer en los aleteos de su escritura: el pensamiento de los animales, el papel del miedo en la experiencia humana, el concepto de muerte en la naturaleza…

La investigación descubre sus sentidos en el mientras de su mismo hacerse. Pero una vez terminada puede vislumbrar otro sentido global. Así es: una vez concluida hay un veredicto. Que no deja de ser un mientras: ya no al interior de la investigación sino dentro de la vida de quien la hace. Por eso el sentido no se define por un decir «hice lo que hice por tal motivo» sino por un «lo que hice podría convertirse en…» Baker habla de un réquiem. Testimonio-homenaje de algo que existió y está por desparecer. Los halcones caen y se revuelcan en la tierra mirando hacia el cielo como un rey que agoniza y ve su trono vacío.

Para Baker el pensamiento es una potencia del cuerpo.  Pensar es una acción entre otras. Una acción que busca potenciar a las otras siempre desde un cuerpo que está cambiando al fascinarse con la belleza de las aves y toda la energía que irradian. El pensamiento no se autonomiza de lo sensible. Cuando el pensamiento piensa ideas olvidando su raíz corporal, genera ideas como un ideal a seguir a rajatabla que niega otros afectos que no sean los que se acoplan a ese ideal. Es la garantía de cualquier dominación social. Suprimir el cuerpo como núcleo de verificación de nuestras vivencias. Supresión mentirosa porque en la mistificación idealista que organiza nuestro cuerpo no desaparece nuestra sensibilidad. Todo lo contrario: el cuerpo piensa ideas que lo niegan por causas corporales. Aferrados al placer prometido por el ideal interiorizado, y el miedo a despegarnos de él y padecer la coerción del rebaño, se nos mantiene a raya.

5-  Tiempo y manijeo

«El tiempo se mide por un reloj de sangre. Cuando uno está activo, cerca del halcón persiguiendo, el pulso se precipita y el tiempo se acelera; cuando uno espera sin moverse el pulso se aquieta, el tiempo es lento. Siempre que uno acecha al halcón tiene a sensación opresiva de que el tiempo entra en tensión como un resorte contraído. Si uno dice las diez, o las tres no habla del tiempo gris y encogido de las ciudades; habla del recuerdo de cierta fulminación o declinación de la luz que fue única para un momento y un lugar precisos ese día, un recuerdo tan nítido para el cazador como un fogonazo de magnesio.»

Cualquier investigación implica su propia temporalidad. Arma su propio ritmo. Un pentagrama de sintonías definido por el tipo de encuentro que hay entre los cuerpos en un ambiente especifico. El tiempo para Baker se define por el avistaje o no de las aves, no por una planilla con horarios planificados de antemano. Se queda lo que hay que quedarse hasta que ocurra… Hay una espera. Espera definida por la sinergia entre cuerpos. Un tiempo rápido el del encuentro, un tiempo apelotonado el de la espera. Los cortes entre estas secuencias definen los lapsos, que quedan en la memoria no por un indicador abstracto -las agujas de un reloj- sino por las características del lugar que permitieron o bloquearon el encuentro.

¿Cómo se transita cada uno de estos compases, el del encuentro y el de la espera? La espera de dar con el tiempo justo. Dar con el momento adecuado en el lugar propicio nos obliga a prestar mucha atención al flujo de las cosas. Por eso dice Baker que cazar al halcón agudiza la vista al punto de la pericia de un halcón. Es la necesidad de percibir el detalle. Un pequeño movimiento, un susurro, un reflejo en el cielo, pueden vaticinar algo… No hay escenarios fijos y ya sabidos de antemano. Hay que buscar y buscar; los peregrinos no desfilan ante los ojos de Baker bajo el pulso de un cronometro de oficina. Él debe estar despierto para olfatear los ritmos que hay dando vuelta y así saber cuando puede irrumpir la fuerza que busca y lo maravilla. Belleza que cuando acontece hay que contemplarla tal cual es. Dejarse sorprender. No ver lo que se quiere ver. El deslumbrarse ante lo bello es un dejarse atravesar; una sensibilidad abierta a las afecciones y a lo que nos despierten.

El observar detalles y estar atento a los diferentes movimientos liberan la mente como un mantra; concentran para no congelarnos en las imágenes de lo ya conocido sino para dejarnos sorprender por lo extraordinario. Baker no es un espectador absorto en la transparencia de las imágenes que le llegan; contemplador activo, un artesano de las condiciones del percibir, sale renovado, experimenta una transformación profunda ante el evento de la belleza.

En nuestros tiempos precarios nuestra rutina no es una regularidad hecha de repeticiones anquilosadas. Nuestro mañana no será como hoy; hoy no fue igual que ayer. O capaz que sí. No sabemos. Y esa es la cuestión: la indefinición del correr del tiempo. Lo invariable de su sucesión. Instantes que no quiebran un bloque de cemento de continuidades lineales sino que gravitan en el centro de la duración desbaratando continuidades de manera frecuente. Es una diferencia.

Una precariedad que nos hace ansiosos y nos manijea. El manijeo es una atención casi obsesiva a la éspera de los instantes explosivos que trituran las series temporales que sostienen nuestros pies. Una percepción desesperada hasta la paranoia por vigilar que no se desintegre aquello que necesitamos. Un tipo de experiencia muy diferente a la del agobio de lo repetitivo del tiempo lineal. El instante ya no es salvador; es maldito. La pregunta que se abre es por un manija de lo maravilloso. Por una belleza que nos dé un envión que abra una duración de lo inesperado que nos saque de la intemperie pero sin rearmar un escenario existencial cargado de moral, programado para defender un tipo de existencia ya diseñada como absoluta y eterna. El desafío no es que las relaciones continúen o se terminen, que sean cortas o largas, sino que pase lo que pase siempre aumente nuestra potencia, que nuestro cuerpo gane en fuerza y energía.

6-  Muerte al humanismo

“La matanza que sigue al vuelo de caza de un halcón sobrevienen con una fuerza chocante, como si en un súbito rapto de locura el halcón matase lo que ama. La lucha de las aves por matar, o por salvarse de la muerte, es hermosa de ver. Cuanto mayor la belleza, más terrible la muerte”.

La belleza no es algo inmaculado. No es una energía pura sin restos de haber forzado a otros cuerpos. Es una fuerza que se hace lugar y tiempo conquistando otras fuerzas. Y así sigue: manteniéndose a flote apropiándose de otras porciones vitales. Es así con todos nosotros. Olvidar las muertes que nos sustentan es negar lo que somos.

Es la perspectiva herzobiana de la naturaleza: una orgía de luchas por crecer y sobrevivir. Es “la armonía del asesinato colectivo y arrollador”, como el propio Herzog nos dice. En su documental “Grizzly Man”, el protagonista Timothy Treadwell se hace amigo de los osos grises en un parque temático. Copia sus gestos, movimientos, aromas. Se gana su confianza. La convivencia parece pacifica. Hasta que un día todo cambia: Treadwell es atacado por un oso y es devorado. La naturaleza reacciona siguiendo su esencia; amistosa y beligerante, compañera y peligrosa. Como los halcones de Baker: vuelan, cazan y destripan sin piedad ni alevosía. Lo hacen porque lo hacen. Son así.

El mundo es. Punto. Las cosas pasan y en su pasar cualquier adjetivo que agreguemos -bello, feo, justo, injusto- proyectamos un querer propio. Error: la vida está hecha de una infinidad de cuerpos con sus múltiples sentidos donde no hay ninguno más verdadero que otro. Todos son y la suerte de su ser se dirime en un complejo equilibrio de  guerras y armisticios. De ahí que la compasión y las miradas inocentes que añoran de una utopía fraterna para todos se pudren en una inocencia insoportable.

Por eso es tan importante el enunciado de Baker “el miedo libera poder”. El miedo nos informa que una afección que nos lastimará es probable. Nos señala un eventual peligro. El miedo es una pasión que es imposible que en algún momento no experimentemos. Seriamos todopoderosos e inmortales. Seres infalibles. Lo cual no es cierto. Ya lo dije: la muerte acecha.

La pregunta es qué hacemos desde el temor. Una posibilidad es aferramos a posturas pasivas. Sea esperando ya entregados a que pase lo que tenga que pasar, o en todo caso nos deja reaccionando desde una lógica de la prevención empaquetamos los acontecimientos con etiquetas morales del estilo correctivo, buscando normalizar lo insólito a una matriz ya conocida, o reprimiendo y purgando lo que nos resulta peligroso. O en cambio encaramos lo que acontece desde un lugar más activo. Comprender que el sufrimiento es parte de la vida. Siempre vamos a sufrir alguna mutilación. Es así. Como pérdida, como descenso de nuestras facultades de actuar, pero también, como el quiebre de una atadura que nos arranca de una comodidad para ganar en fuerza y ser más potentes. Si es cierto aquello de que el problema no es el sufrimiento sino que el sufrimiento no tenga sentido, hay dolores que nos hacen bien. Uno de esos dolores son los de la belleza; el encantamiento que nos provoca un acontecimiento que se afirma con violencia sacudiéndonos de la órbita en la cual andábamos.

Una vida sin dolor es una vida sin belleza. Y una vida sin belleza es una vida moribunda. Eso Baker lo sabía bien. Por eso se lamenta de la extinción lenta pero sostenida de los peregrinos. Nunca extrañamos a una persona o a un lugar. Extrañamos como era nuestra existencia cuando en ella estaban presentes esa persona y ese lugar. Es distinto. Baker extraña a los halcones porque él mismo se resulta extraño; sin la magia de su belleza es un extranjero en su propio cuerpo. Antes mitad hombre-mitad halcón, ahora sabe del único miedo que debe preocuparnos: el de ser humanos, demasiado humanos.

2 Comments

  1. algo técnico: en los avances de los últimos posteos no aparece la fecha, lo que no es gravísimo claro, pero sería -al menos para mí- necesario para reconocer los textos más nuevos. Gracias.

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