Intemperie: que no vuelvan más // Ignacio Rodriguez, décimo octavo hijo del Loco Rodriguez

-Nada de lo que sucede no debería estar sucediendo.

(No hay sorpresa. Sólo constatación).

De que todos los diagnósticos y conjeturas esbozadas desde fines del 2015 (y que guiaron algunas de las principales practicas militantes de oposición al macrismo), fueron más un mecanismo evasivo, que una interpretación adecuada de lo que ocurría.

“el macrismo es una una estafa electoral”

“el macrismo es fruto de un engaño mediático”

“las políticas económicas del macrismo llevan a otro 2001”

“Cristina, capitaliza el descontento social, y arrasa en el conurbano”

¿Qué significa ignorar?

El macrismo no es fruto de un engaño. Y nosotros (la izquierda, el kirchnerismo), somos el mejor ejemplo. En todo caso, lo que se demora en ser pensado es que la ignorancia no es sólo un empobrecimiento cultural, sino ante todo, el efecto de una determinada disposición existencial y afectiva, una transacción política en el seno de nuestro ser-sujeto: como diría el psicoanalista argentino Gabriel Rodríguez, “deseamos no saber”

¿En qué medida, desde un lugar diferente, no nos pasa lo mismo que al votante macrista promedio?

Sufrimos y no sabemos por qué (pero deseamos no saber por qué). Eludimos el umbral de la angustia, mandamos boludo, y la tapamos aferrándonos a ideales ilusorios.

¿Qué diferencia existe entre aquellos que le inyectan un contenido aspiracional y seguritista, con aquellos que proyectamos la promesa de “un partido en ascenso” o una líder imbatible “síntesis del movimiento nacional”?

Nos hacemos trampa. Y vivimos así, de inmediatismo en inmediatismo, sin querer pensar, sin querer parar la pelota, sin angustiarnos. Y esa falta de honestidad, a la izquierda (y a su expresión nacional-popular) se le nota y mucho.

Por eso el principal problema político que atravesamos es que no sabemos quiénes somos. Y se pone en evidencia, en que nuestro lugar en la escena donde se legitiman proyectos de sociedad (la democracia liberal), está, actualmente, desdibujado. Y no se salva dicho problema refugiándonos en las identidades calcificadas actualmente existentes (FIT, PJ, Unión Ciudadana, etc). Me refiero a otra cosa: camadas de militantes que se enfrentan a lo mismo de siempre, ser el furgón de cola de una capa dirigencial que saca beneficios de su propia subalternidad política, y sujetos políticos no militantes que, cual diáspora, si bien coincidimos en marchas, movilizaciones, “movidas”, votamos dispersos la opción menos mala.

El PRO, el nuevo hecho maldito

Es inasimilable. Es un síntoma siniestro cuya respuesta reactiva no hace más que espejar nuestros alicaídos sueños igualitarios. “El pueblo” (ese sustrato nacional y cristiano) o “la clase trabajadora” (esa esencia antagónica al capital) votando, masivamente, al PRO, hacen eclosionar nuestras imágenes en donde se asientan aquellas promesas emancipatorias, que precariamente, supimos conservar hasta hoy.

Es que en esencia, participamos de una sensibilidad política (y, por ende, de una epistemología militante) moldeada por consumos culturales seniles: somos una canción vieja de la Bersuit quejándonos del macrismo y añorando el estallido, o una película de Pino Solanas, donde “el pueblo” es un sujeto exterior y constatable siempre pronto a redimirse en sus luchas, cayendo y volviéndose a levantar.

-El triunfo macrista abre y profundiza el problema de cómo re vincular con lo contemporáneo, esa espesura hecha de anacronismos y novedades, nunca plena, ni coherente consigo misma-

La heterogénea oposición social al Macrismo si bien ha logrado picos de intensidad ( y si bien se encuentra unida, en el mejor de los casos, a través de un patrimonio de símbolos -donde abundan vacas sagradas-) no ha alcanzado desde el 2001 para acá síntesis políticas propias, que sean capaces de disputar los distintos campos de la vida social, siendo la política institucional-liberal, uno de ellos. Los que militamos en el kirchnerismo, por ejemplo, nos sumamos a un paquete ya armado, con volúmenes electorales ya garantizados por el caudal justicialista y con un anillo de “mesas chicas” a las que no llegábamos ni por asomo. Aquellos que apostaron por el trotskismo, o a la izquierda independiente, a otra escala, tampoco les fue, les va, muy diferente.

El macrismo expresa una sensibilidad de derecha. Sí, ¿Y…?

Que le macrismo interpela un deseo de orden fascista, una moralina de vieja cheta, un engorramiento social, un botoneo infumable de meritócrata con doble vara, es una obviedad. Pero, lo más fecundo de preguntar es, ¿solo eso es una “vida de derecha”? ¿Cómo se constituyó esa vida y cómo nos constituye? ¿Es a priori algo a rechazar en todos sus planos? ¿No tiene acaso grumos de verdad que merecen ser pensados? Es necesario realizar un doble movimiento: comprender para combatir -con eficacia-. Y para comprender, es necesario aceptar y explorar aquellas huellas que nos contactan con aquello que decimos y deseamos enfrentar.

¿Quién no quiso, acaso, en el algún momento, que le digan lo que tiene que pensar? ¿Quién no estuvo atravesado por una pasión candorosa por las jerarquías? ¿Quién no sintió alguna vez una inconfesable aversión por compartir el colectivo, con un piberío zarpado en gede? ¿Y qué le pasa al pibe de su misma clase social que se lo tiene que fumar todos los días yendo a laburar? ¿No es razonable que desee un poco de “orden”?

¿Porque nos sorprende la escasa reacción social ante crímenes políticos aberrantes, si al historizar encontramos a la obediencia política (en clave de “disciplina militante”) como el principal mecanismo de cohesión de los proyectos colectivos en las izquierdas post 2001? ¿Después de Darío Santillán y esa generación, quién sacó los pies del plato? ¿Tenía sentido, potencia, hacerlo?¿Había margen? ¿No estaban disecadas ciertas formas de lucha? ¿Porque le exigimos a esa totalidad exterior y abstracta que llamamos “sociedad” lo que no podemos experimentar en nuestra propia vida, en la intimidad de nuestros afectos y de nuestros espacios políticos? ¿En qué medida el macrismo cosecha, en las sensibilidades sociales, lo que nosotros mismos ayudamos a sembrar aún en nombre de “ideales solidarios”?

Por otro lado, tampoco debemos mentirnos. El macrismo no sólo expresa a una sensibilidad derechizada en sus facetas más feroces, sino también en sus elementos más inofensivos. Captura un pliegue de anhelos, demandas, aspiraciones que no son rechazables, ni condenables per se desde una agenda política de izquierda: inseguridad, calidad institucional, ruptura con las herencias, lucha contra narcotráfico y “contra las mafias”, inflación, renovación tecnológica, deseo de orden, “que las cosas funcionen”, etc. ¿Por qué no contamos con una política que logre hacerse cargo de estos problemas y disputar sus imágenes, sus sentidos, sus resonancias sensibles? ¿Todo deseo de orden es a priori de “derecha”? ¿Y si lo es, es rechazable desde una aspiración emancipatoria?

En este sentido, el macrismo antes de ser pensado como una nueva hegemonía es posible leer a su consenso cultural-político como el impulso de una contra hegemonía: el macrismo opera en espejo y fuga, verbaliza, pone en palabras, problemas reprimidos por el tabú progresista (que los resuelvan, que los encaren de verdad, es otra historia). El macrismo se posiciona, y gana terreno en lo social, porque descomprime aquellas tensiones acumuladas por la irrespirable moralina estatal, pobrerista y sobre-ideologizada, que encarnó la figura que condujo el ejecutivo nacional luego de la muerte de Kirchner. Dicho de otra forma, la estrategia de acumulación política del núcleo duro (la tan mentada “pinguinera”) del kirchnerismo gubernamental, luego del deceso de Néstor se basó en una lógica de “orga auto-centrada” que cultivó una tensión social, que el PRO, con su tono descontracturado (en lo cultural) y ferocidad fascista (en la calle), supo capitalizar. Hablamos de una lógica política plagada de destratos (y maltratos) en nombre de la disciplina al “proyecto” y basada en un negacionismo sistemático de un conjunto de problemas sociales que saltaban a la vista.

Por esta razón, el kirchernismo post 2011 cometió el error de quebrar sociológicamente su principal razón de ser en tanto hijo bastardo del 2001; es decir, se creyó dueño de los votos, y se autonomizó de aquellas alianzas sociales que le dieron origen: De Mendiguren y Facundo Moyano en el massismo, y las izquierdas sociales, el progresismo, junto a los “pobres” en Unidad Ciudadana, es la más nítida expresión. En este sentido, El PRO se logró posicionar social y electoralmente a partir de dicha fragmentación política, dando respiro, a su vez, a una transgresión conservadora ante el hastío de una sobreideologización y sus inconsistencias evidentes: sus estar, en varios puntos, “floja de papeles”.

¿Es nuestra derrota?

La solvencia electoral del experimento macrista patentiza el agotamiento de un universo de creencias y los limites de las estrategias de poder que las sustentan. Tanto el FIT, como El kirchnerismo y buena parte del peronismo, han moldeado estrategias políticas sobre el fondo impensado de una derrota mal digerida: la derrota de las izquierdas (revolucionarias y reformistas) del siglo XX.

Por eso, el consenso macrista, si algo tiene de novedoso, es que señala el límite de un largo ciclo político en Argentina que nos obliga a inventar, a recrear una imaginación estratégica desertificada, de tanto refrito post-derrota.

(Ya que en esencia el problema siempre estuvo afuera: un enemigo artero que desvió, o traiciono una revolución -por siempre- inconclusa).

Pero mirémonos a la cara un segundo, ¿realmente creemos en esto? ¿Realmente creemos en la lectura maniquea y escolar que sostiene que el capitalismo triunfa porque son muy poderosos, y nosotros, las izquierdas, perdemos porque nuestro mensaje de igualdad no cala en un ser esencialmente egoísta, mejor interpretado por el capital? Esta lectura fácil, tácita, comodísima, olvida el pequeño detalle de que las experiencias socialistas del siglo XX fracasaron bajo contradicciones propias (el peronismo a su modo, también). Y el macrismo, en este sentido, no para de enrostrarnos esta dolorosa verdad en su no tan sutil maquinaria cultural.

Las experiencias socialistas, por ejemplo, luego de una gran victoria política a través de la planificación centralizada (a la que los sectores del capital no pudieron sino recoger el guante en las décadas del 30´, 40´, y 50´) no lograron asimilar el desafío de la singularidad del estadio neoliberal (desde los 70´ para acá). En otras palabras, escamoteamos el hecho de que a las izquierdas no las derrotaron -sólo- militarmente, sino sobre todo, políticamente: carecieron de imágenes de una vida de deseables.

Nuestras imágenes, las que crean lazos de identificación entre los que adherimos a alguna expresión de izquierda, si las repasamos, son de mártires, son de épicas, de héroes o pueblos en gesta. ¿Pero cuáles son las figuras que se evocan al momento de reflejar una cotidianidad –una normalidad- posiblemente anticapitalista? son escasas, nulas, diría.

El capitalismo desde los 60´ puso primera y no los pudimos parar. El neoliberalismo -y las mutaciones tecno comunicacionales- fue lo más revolucionario que nos pasó en las últimas décadas, y las izquierdas ante eso fueron reactiva. Congelados, en nuestra verdad (honesta, divina, incontaminada) no hicimos más que apelar a esquirlas de un mundo extinto para hacerle frente.

(Dicho sea de paso: Lenin no negó el fordismo. Lo asimilo en una clave novedosa, bajo una aspiración emancipada. Asimilación, recodificación y nuevo desafío al capital: esa es la tarea)

Por ello, morir con el kirchnerismo, o morir con el trostikismo en el siglo XXI, no hace más que actualizar el fracaso propio de hacernos cargo de una derrota que no nos pertenece ¿Cómo asimilar el neoliberalismo para ponerlo en jaque desde un nuevo (y arcaico) deseo revolucionario?

Acarreamos un déficit: los activos politizados tenemos una carencia de proyectos (hipótesis, conjeturas) para los distintos campos de la vida social que habitamos. ¿Qué proyecto académico, universitario, tiene el FIT para las Universidades Nacionales además de la “lucha”? ¿Qué visiones, proyectos, imágenes elabora el kirchnerismo para el campo cultural, para el deporte, para las asociaciones civiles de los territorios donde se haya inserto? ¿Qué rumbo esbozamos para la ciencia argentina? ¿Qué ocio es el que se concibe desde el activo movilizado anti macrista?

En suma,

¿Qué vida proponemos desde las izquierdas?

Hacia una alianza generacional y feminista

Para la derecha argentina, lamentablemente, aún somos muy previsibles. Somos los hijos tutelados de un setentismo conservador y omnipotente, con todos sus vicios. Por eso si bien llegado el caso los volveremos abrazar (y les rendiremos sus mejores homenajes) mientras, necesitamos cobrarles -y cobrarles caro- la irresponsabilidad política por esta situación, ya que ellos tomaron las decisiones.

En otros términos, la fragmentación política de la oposición social al macrismo es el efecto agónico de la reproducción sistémica de kioskos de los patriarcas de la política (y patriarcas al fin, tengan rostro biológicamente femenino o no). Las lógicas de acumulación en la “real politik” –en el campo popular- redundan en la reproducción de una capa de dirigentes que cosecharon espacios marginales en la política liberal, gracias a la entrega vital de diversas y nuevas camadas juveniles en el post 2001, post 2008, post 2010. Por lo tanto, no podremos enfrentar con eficacia al macrismo si no se enfrentan, al mismo tiempo, a estas lógicas de acumulación política (y sus personificaciones burócratas). Desentrañarlas, exponerlas, enfrentarlas, afuera y en unx mismo.

Los núcleos más dinámicos de oposición al macrismo (las izquierdas sociales, los activos politizados, los flujos irreverentes del mapa social, aglutinados en círculos culturales, en luchas feministas, etc), precisamos abordar el problema de la representación: al macrismo no sólo se lo frena en elecciones, pero la realidad nos muestra que tampoco podemos prescindir de ellas. Pero hay allí un problema, ya que consideramos que una síntesis representativa supone -solamente- disputar en la democracia liberal. Error. Madurar una síntesis política, supone ante todo elaborar saberes sociales sedimentados en luchas, experiencias múltiples, para interferir la inercia de las lógicas específicas de cada campo disciplinar, y allí sólo allí, abordar lo electoral como un terreno más a disputar, con inteligencia y sin purismos, apostando a lo desconocido, jugando fuerte: o salvas tu alma o salvas la polis. La disyuntiva es de hierro.

Por otra parte, al derrotismo moral de las izquierdas y a su subalternidad gozosa (¿les encanta perder y confirmar sus propias presunciones? ¿Quedar afuera y tener razón?) se le vive respondiendo desde un exitismo ramplón y electoralero que ni siquiera hace justicia con la memora peronista que dice evocar. No muchaches. No es por ahí. El par binario triunfo/fracaso contiene mayores sutilezas que “el ganar como sea” (una elección) o la autocomplacencia progresista.

Por todo esto, las oposiciones sociales al macrismo necesitamos atravesar la intemperie, y animarnos a crear nuevas síntesis políticas que pateen el tablero y que negocien en mejores posiciones alianzas tácticas con actores tradicionales de la política liberal. Dejando atrás las ingenuidades autonomistas y el institucionalismo kirchnerista, igualmente ingenuo, que licua todo proyecto de poder en una imagen de un estado bondadoso y protector. Ni prurito autonomista, ni electoralismo bobo peronista. Hay que crecer. Ni gorilas, ni macartos. Ni derrotismo progre, ni exitismo fácil. Somos otra cosa. Y debemos probar que somos otra cosa. Capturar el juego de las fuerzas, producir, crear espacios, síntesis, estudiar, tener rigor en lo que se habla y en lo que se piensa, afinar los conceptos, conspirar y disputar institucionalidad (creando institucionalidad). Una vitalidad radicalizada que no renuncie, por ello mismo, a la sofisticación de las capacidades sociales, artísticas, teóricas. Caso contrario, ¿podremos ser felices entregando nuestra joven vida adulta a un país macrista? ¿Qué nos queda? ¿El exilio? ¿A dónde en un mundo que implosiona?

En resumen, hablamos desde un posible nosotros: aquellos que no entramos en la carrera profesional de la política y que ni nos interesa -a priori- hacerlo. Aquellos que creemos que una política emancipadora no puede desconocer las reglas de juego específica de la política liberal, pero sólo para apostar a transgredirlas, a desbordarlas, a ponerlas en crisis, explotando lo político irreductible de cada campo social, movilizando otras fuerzas colectivas. Y creemos en todo esto, porque somos lxs que quedamos afuera: los desautorizados por aquellos que “sabían de política” en las organizaciones sindicales, sociales y políticas del kirchnerismo y la izquierda. Patriarcas –pequeños, en el fondo muy pequeños- envueltos de retóricas encendidas, “piqueteras”, “revolucionarias”, que mientras parasitaban su propio mito de lucha, subestimaban, humillaban y precarizaban a cientos de pibxs en nombre de un altruismo que, a esta altura, resulta poco creíble. Obturando campos de experimentación valiosos (hoy más que nunca en esta sequía) en pos de su propia reproducción marginal en la política del establishment.

Por todo esto,

“Que no vuelvan más”.

Es una consigna macrista que, por razones muy diferentes, desde una izquierda por venir, feminista, plebeya y múltiple, podemos y debemos hacer propia.

Ignacio Rodriguez

Décimo octavo hijo del Loco Rodriguez

Recuperado de: https://medium.com/@ellocorodriguez

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