Lectura de “Sublevarse” Michel Foucault. Entrevista inédita con Farés Sassine.
«Mi proyecto […] es multiplicar por todas partes, o bien en todos los lugares donde sea posible, las ocasiones de sublevarse con respecto a lo dado, y de sublevarse no forzosamente ni siempre bajo la forma de la sublevación iraní, con quince millones de personas en la calle, etc. Uno se puede sublevar contra un tipo de relación familiar, contra una relación sexual, uno puede sublevarse contra una forma de pedagogía, uno puede sublevarse contra un tipo de información». Michel Foucault
Fares Sassine, intelectual libanés entrevista a Foucault en 1979, al año de sus intervenciones sobre los acontecimientos iraníes que derrocaron al Sah. Esta entrevista, realizada en francés para An Nahar al‘arabî wa addûwalî –semanario del diario más importante de Beirut, An Nahar, “que se publicaba en París en lengua árabe e intentaba eludir la pesada presencia siria en la capital libanesa-”, según explica Sassine en el prólogo, le permite a Foucault volver sobre su percepción de lo que pasó en Irán en esos años, pero también sobre las reacciones de profundo rechazo y condena que su postura desencadenó en los diarios franceses. La entrevista se publicó por primera vez el año 2013, por la labor del colectivo de la revista Rodéo, y particularmente Sandra Iché, cuya relación con el Líbano en su investigación escénica (Wagons Libres, Variations Orientales), histórica y de vida, la hizo conocer a Farés Sassine y encontrarse con esos viejos cassettes grabados. En 2016, Soledad Nívoli, con la complicidad del colectivo Laboratoire Tournant, lo traduce al castellano, lo comenta y publica como libro bajo el título Sublevarse, en la editorial Catálogos de Chile. Ya cuenta con una re-impresión.
Hace un año, en diciembre de 2017, en Irán, numerosas y duraderas sublevaciones y marchas agitaron aquellos últimos días del año sin que nos enteremos mucho. Volver a leer en esos días la entrevista de Sassine a Foucault despliega una lectura-puente entre las polémicas que en ese momento ardían en torno al compromiso de Foucault a favor de una “revolución iraní” que concluirá en un gobierno religioso autoritario, y la actualidad intempestiva de la pregunta por las sublevaciones en curso en distintos puntos del planeta y de nuestras vidas.
“Así, pues, las sublevaciones cambiarán de forma, pero el hecho de tener que sublevarse… Usted entiende, cuando se toma por ejemplo, digamos las sublevaciones de homosexuales en los Estados Unidos y se las compara con las grandes sublevaciones que puede haber en un país del tercer mundo que actualmente muere de hambre, o que pudieron producirse en la Edad Media, parece irrisorio, pero no, yo diría que no es irrisorio. No es que dichas sublevaciones tengan un valor maravilloso que las otras no tendrían, lo que quiero decir es que no puede haber, y que no es deseable que haya sociedades sin sublevación. Eso.”
En este puente tendido por nuestra lectura, el diálogo de 1979 con el joven intelectual libanés Sassine no solo permite volver sobre el compromiso de Foucault con los acontecimientos iraníes, sino tomar el tiempo de pensar las razones de la virulente condena que recibirá en esos meses por parte una intelectualidad francesa, y preguntarnos por las sublevaciones actuales aquí y allá.
Principio de esperanza y reacción francesa
Con dos viajes a Irán en 1978, donde se encontró con una serie de personas, universitarias y no, militantes y no, Foucault se metió en lo que Soledad Nívoli llama, en su prefacio, “el aire cargado de los hechos que lo confrontaron a modos alternativos de concebir, pensar y justificar lo que estaba sucediendo”. Se propone llevar a la experiencia de esos encuentros una intuición: la de la presencia de una dimensión de esperanza propia a una espiritualidad política, entusiasmado por su lectura reciente de Ernst Bloch que lo lleva a practicar el “principio esperanza” casi como método.
Por causa de un accidente, Foucault pasa largas semanas de reposo el verano anterior leyendo El principio esperanza y sus descripciones de una esperanza teleológica como motor de transformaciones sociales y políticas en la Europa de los siglos XVI y XVII. La posibilidad de que la esperanza orientada por una teleología propia de cierta espiritualidad, por un lado, y la sublevación como forma de transformación social y política de una situación presente, por otro, compartan cierta potencia política, tal es la apuesta teórica y (“anti” )-estratégica que Foucault cree escuchar en los discursos de los diferentes iraníes que conoce en sus viajes. Rastrear la envergadura de esta “espiritualidad política”, fue el foco de su interés que, como lo precisa en este libro, lo llevó no tanto a comprometerse a favor de la revolución iraní -afirma, ahí por lo menos, todo su “escepticismo”-, sino a sospechar de una lectura occidental y en particular francesa que descartaba de cuajo toda potencialidad revolucionaria de una “espiritualidad política” en acción. Si reconoce cierta “simpatía” en el acercamiento al proceso iraní del 78 -y eso también lo proyecta como cuestión de método de investigación: “creo que nunca se puede comprender bien algo hacia lo cual uno es hostil”-, es ante todo este hallazgo del arraigo forcluido de Europa misma en cierto “principio de esperanza” que evoca.
Un interés, una simpatía con un proceso, que no le perdonarán el resto de los intelectuales franceses de la época. La entrevista permite entender esta reacción a partir de una suerte de confusión entre la irritación provocada por la idea misma de espiritualidad política y la condena de un supuesto compromiso ciego con una revolución religiosa. Después de varios meses de silencio, el desconcierto de Foucault frente a la virulencia de los ataques sigue intacto, y se vuelve un tema central de su conversación con Sassine. Las explicaciones subyacentes a estas reacciones que esboza en la entrevista son interesantes, sobre todo por la vigencia de sus ecos, casi 40 años después. La primera pista de explicación que da Foucault es la de un “odio al islam”… cuya resonancia en el contexto francés actual es sin duda fuerte. La segunda pista para entender el remolino y la condena unánime, es la idea de un recelo cultural en el inconsciente colonial colectivo francés en torno al honor y la gloria de la originalidad de la revolución. Foucault ensaya esta explicación, con un tono común a toda la entrevista entre tanteo y dudas: “yo diría, de envidia cultural: no van a ser ellos los que hagan una verdadera revolución según su propio estilo si nosotros no pudimos hacerla según el nuestro! Nosotros, que inventamos la idea de la revolución, que la elaboramos, nosotros que organizamos todo un saber, todo un sistema político, todo un mecanismo de partidos, etc., en torno a esta idea de revolución. Bueno, se puede dar esta explicación. No estoy seguro de que sea cierto”.
Sublevarse no se agota en las explicaciones. Puede haber demasiadas razones o demasiado pocas que expliquen una sublevación. Por eso, más bien lo que muestra es que tienen esa mezcla de sobredeterminación y azar, de razones e imprevistos, de intempestividad y cálculo.
Dice Foucault: “encuentro muy bien que todos ellos [los historiadores, los economistas, los sociólogos, los analistas (inaudible) de una sociedad] expliquen las razones, los motivos, los temas de las revueltas, las condiciones en las cuales se desarrollan, pero, otra vez, el gesto mismo de rebelarse me parece irreductible en relación con esos análisis. Usted sabe, cuando yo decía que estaba fuera de la historia, no quería decir que estaba fuera del tiempo, sino que está por fuera de ese campo de análisis, que es necesario elaborar, por supuesto, pero que jamás dará cuenta de ello”.
Hay algo de irreductible en el gesto. Irreductible quiere decir inexplicable. Se elabora pero no se agota en la explicación. Son cosas distintas. Es por un lado el viejo tema de la acumulación de razones objetivas y la ironía siempre esquiva del destello subjetivo.
Gestos de sublevación: una dramaturgia inexplicable.
Un colectivo de estudiantes iraníes residiendo en Francia sacaron un llamado a apoyar la insurrección iraní en los últimos meses del 2017 en base a una serie muy detallada de puntos: las razones, lxs participantes, y los eslóganes. Describen allí una lucha contra la neoliberalización acelerada de Irán que llevó a un deterioro rápido de las condiciones de vida. Con un empobrecimiento de 15% de la población durante la última década , las magras expectativas laborales y la inflación de los precios de los alimentos básicos y servicios, describen como disparador de las manifestaciones el hartazgo por la vida cara y la denuncia de una injusticia en las reparticiones de las expectativas. A partir del 28 de diciembre 2017, empezaron unas marchas muy masivas en más de 60 ciudades del interior de Irán, y luego en Teherán. Pero recuerdan que estas movilizaciones se inscriben en una serie más larga: hubo no menos de 900 marchas en 50 ciudades del interior de Irán durante los 6 meses precedentes, ampliamente reprimidas e invisibilizadas en los medios. Estas movilizaciones ahora más visibles pero igual de reprimidas (23 muertos, 2000 arrestadxs en diciembre 2017) denuncian varios frentes de ataque a la dignidad de la vida, a la vez que producen un saber que relaciona la situación de sumisión social y política con la corrupción, las financieras expropiadoras, y los sueldos impagos. Insisten en su llamado sobre el hecho de que “la nueva generación en Irán llama, por motivos de clase, políticos y laicos a la transformación de las condiciones generales de la existencia”, y recalcan la presencia de mujeres en las marchas, con muchas detenidas.
Van traduciendo, al final de su texto, una serie de eslóganes de esa marcha, que nos da acceso a lo que Foucault denomina cierta “dramaturgia de la sublevación”: “La gente mendiga mientras el jefe suprema vive y actúa como un dios”. “Usaron al Islam para oprimir a la gente”, “Mulá capitalista, devolvenos nuestro dinero”. “Reformistas, fundamentalistas, su historia termina aquí”, “Los estudiantes prefieren morir que aceptar la humillación”, “Somos hijxs de la guerra, estamos listxs para la batalla”. Escuchar en esas, en otras y en nuestras sublevaciones actuales, los motivos pero sobre todo lo que escapa a toda explicación causal exige reinventar esa dramaturgia de la sublevación. Combinación de gesto y táctica, de puesta en escena y desborde de fuerzas, de imprevistos y sigilosos movimientos.
“Me parece que, finalmente, se pueden encontrar miles de razones por las cuales un hombre se somete. Usted debe pensar que me he vuelto abruptamente muy hegeliano, pero después de todo, que el esclavo prefiera su vida a la muerte y que acepte su esclavitud para continuar viviendo, ¿no es ese al fin y al cabo el mecanismo de todas las servidumbres? En cambio, me parece enigmático, justamente porque va totalmente contra esta especie de cálculo evidente y simple, el hecho que consiste en decir: prefiero morir antes que morir. Prefiero morir bajo las balas antes que morir aquí. Prefiero morir hoy sublevándome que vegetar bajo el dominio del amo del cual soy (inaudible). Entonces es morir antes que morir. Esta otra muerte…”
En la insurrección, hay una forma de hacer valer la muerte contra la muerte. La elección del modo de morir cuando nos están matando. La afirmación de la vida en un momento límite como huida de otra muerte, esa que acontece con el sometimiento. Foucault desplaza la pregunta clásica de la teoría política -¿por qué se obedece?- para llevar el enigma y la legítima extrañeza a otra: ¿por qué hay sublevación? Y la respuesta hace un hueco en la muerte: “Prefiero morir antes que morir”. ¿Elegir qué tipo de muerte es sublevarse? Es una ruptura, aclara Foucault. Se rompe con la orden de muerte a través del riesgo de elegir la propia muerte.
“Bueno, esa elección de la muerte, la muerte posible, a mi parecer, es algo que implica, en relación con todos los hábitos, familiaridades, cálculos, aceptaciones, etc., que forman la trama de una existencia cotidiana…me parece que [esa elección] constituye una ruptura. […] lo que quiero decir es que captar el momento mismo en el que eso sucede, cuando se intenta captar la vivencia misma de la revolución, es ahí donde digo que hay algo en eso que, a mi parecer, no puede ser reducido a una explicación o a una razón. Por más miserable que uno sea, por más amenazado de morir de hambre que uno pueda estar, en el momento en el que uno se levanta, y en el que dice prefiero morir bajo las ametralladoras que morir de hambre, hay en eso algo que la amenaza de hambruna no explica. Bueno…existe, si usted quiere, un juego entre sacrificio y esperanza, el que…del cual cada uno, o del cual colectivamente, un pueblo, es responsable. Él mismo establece el grado de esperanza y de aceptación de sacrificios que va a permitirle afrontar un ejército, una policía, (inaudible). Y me parece que eso es un fenómeno muy singular que quiebra la historia…”
La dimensión de la espiritualidad política opera en esa zona entre el sacrificio y la esperanza. Imaginamos que es esa zona turbia, llena de gestos inexplicables, lo que fascina a Foucault de la revolución iraní del 78. Lo que además opera un desplazamiento de la palabra revolución fuera del monopolio que Europa cree tener sobre ella. Un gesto donde lo espiritual es político y no de lo que lo político tiene que emanciparse para ser revolucionario. La espiritualidad política, ese destello enigmático que es irreductible, se vuelve campo de batalla. Y esa lección que deja entrever Foucault es la que hoy parece ser justamente botín de guerra del neoliberalismo. Pero también, y ahí vuelve lo inexplicable, el gesto feminista que vuelve a poner en acto una dramaturgia de la sublevación que convoca, desde las disidencias de los cuerpos, una nueva espiritualidad política.
SUBLEVARSE Michel Foucault Entrevista inédita con Farès Sassine Trad y prefacio de Soledad Nívoli Viña del Mar, ed. Catálogo, 2016, 121 pp.