por Diego Valeriano
El ingreso al consumo es una acción de pura prepotencia emancipadora.
De imbécil y potente que es, darnos cuenta que el consumo liberava convirtiéndose en jingle post veraniego. Las cientos de batallas que se fueron moviendo de diciembre hasta acá -y las por venir- son su suave confirmación. Esta “intuición” no es una provocación ni mucho menos: que algo nos estalle en la cara no puede serlo. Un estallido en la cara es algo concreto y real. Sorpresivo, pero real. Y lo real es la fuerza que libera.
El consumo tiene la fuerza de provocarnos obrar en libertad. De perseguirla sin quererlo, de constituir acciones de puro reflejo en donde nos movemos de tal manera que no estamos ni sujetos, ni impedidos al deseo. El ingreso al consumo es una acción de pura prepotencia emancipadora. Vulgar y sin moral alguna. No soy libre porque consumo, ni mucho menos consumo, soy libre.
El consumo libera es una verdad colectiva y real. Es principalmente territorial. Surge desde y se ancla en las periferias. Sostiene al capitalismo, destruyendo todo hasta dejar solo lo que ya nos resulta indivisible. Y así lo vuelve más robusto, concreto, periférico y menos reglado.
Se provoca un desborde, un estallido, una fuerza que va arrasando convenciones obsoletas. Momentos de liberación. Acción y reacción. Vida, violencia, muerte, verdad, experimentación y goce. Una nueva voracidad crece embrionariamente. Incontrolable, nueva, inentendible.
Esta verdad del movimiento fortalece una vitalización de las periferias. Se rompe el eje centro / periferia por la metamorfosis continua de los territorios hasta que se vuelven incomprensibles, inabarcables, irracionalizables, Ingobernables y profundamente abundantes.
Joel no sabe que significa un adulto. Solo cree que es lo que sus cuerpos puedan. Sabe muy pocas cosas. Es poseedor de una comprensión proclive a interesarse por lo real. Por absorber lo real y actuar según sus inmediatos deseos.