Lo más significativo de la intervención reciente de Paul Preciado en la École de la Cause Freudienne de París no fue su aporte teórico-conceptual, sin dudas escueto, sino el gesto mismo de interpelación a los analistas y la pregunta que les formulaba; la traduzco así: “¿pueden los sujetos trans ejercer el análisis?” En realidad es una pregunta recurrente en el ámbito psicoanalítico desde sus inicios, la cuestión de quiénes y cómo se autorizan a analizar (está ya en el clásico texto freudiano: “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”). Pero creo que no se trata de una pregunta que se limite solo al ámbito analítico. Hoy está en cuestión la pregunta de quiénes pueden ejercer la filosofía, la crítica o asumir cualquier lugar de enunciación intelectual que se considere válido. La legitimidad o autoridad simbólica está en cuestión porque las instituciones, incluidas las académicas, no garantizan nada al respecto. A raíz de ello, priman ciertas tensiones especulares, proliferan los narcisismos y las ofensas apresuradas. Lo cual impide, en el peor de los casos, tramar alianzas efectivas a la hora de combatir la criminalidad y la estulticia que el neoliberalismo reproduce a diestra y siniestra. Pero a la par también disminuye nuestra potencia de producir conocimientos, nos inhibe intelectualmente.
¿Por qué suele primar el “narcisismo de las pequeñas diferencias”, como decía Freud, o la “pretendida superioridad moral”, como dice un amigo? La única lucha que nos orienta y que hay que dar a cada paso, entre todas las demás luchas, es la que enfrenta nuestra espontánea tendencia idealista a la tendencia materialista. Para un materialista no hay fines ni principios, toma el tren en marcha. Tampoco hay materia que sea más valiosa que otra, cualquier porción de la materia es conveniente para recomenzar. Incluso cualquiera sea el estado en que se encuentre la materia, él o ella (cual sea el género) juega y se juega. Se orienta por lo que escucha y compone, sin prejuzgar. No le inhibe que las piezas no encajen armoniosamente, ni fuerza las cosas en pos de ello, ni se cree un genio por eso; solo anuda. Y su orientación afectiva de base es bien simple: compone en función de lo que aumenta la potencia de obrar y genera afectos alegres, sobre todo en función de lo que ayuda a captar lo singular de cada cosa; allí donde cobija lo infinito. Un materialista se pone a distancia de las pequeñas diferencias y superioridades morales solo en la exacta medida en que escucha y compone junto a otros en el sentido señalado; algo que se inventa a cada paso y puede fallar, definitivamente. Así de frágil y potente es la orientación materialista, como la vida misma.
No deja de afectarnos esa fragilidad, por supuesto, a veces de manera subrepticia. Pese a que sostengo un uso materialista de los dispositivos, incluidos los virtuales, hace poco me desperté pensando: que en vano es escribir en las redes sociales, jamás un encuentro, una composición, una creación conjunta, nada, solo malentendidos, indiferencia, gente que se ofende por nada, avatares por doquier, etc. Bueno, en realidad para ser justo: de vez en cuando hay un guiño, una palmadita, un elogio, alguna resonancia, etc. No obstante nada nuevo surge. La nada misma. Me desperté pensando eso y sin embargo apareció la escritura en toda su materialidad: pura persistencia, insistencia, cicatriz, marca, huella, etc. ¿Una nada quizás? No, menos que nada. Quizás solo nadar en este mar de redes insignificantes, a contracorriente de los algoritmos y sus razones acumulativas. Nada, una escritura nada. Eso.
Escribo mucho, por todas partes, no calculo ni especulo dónde ni cómo hacerlo, a quien le guste allá va, lo que escribo. La escritura para mí es un ejercicio, no es información, expresión o comunicación; es un ejercicio de pensamiento que, en sus repeticiones, variaciones y reacomodamientos, va tejiendo un cuerpo, un corpus. Ninguna pretensión de originalidad o novedad en ello; sí, quizás, un estilo que se pone a prueba, cada vez, un modo singular de hacer esos ejercicios, repeticiones y dislocaciones, etc. Hay quienes dicen escribir para conocerse a sí mismos. Sin dudas es un motivo noble, clásico incluso. Sin embargo, conocernos a nosotros mismos es una parte ínfima, pequeñita, de la tarea colosal que la incluye y desborda: constituirnos a nosotros mismos. Claro, necesitamos conocernos a nosotros mismos y no mentirnos para emprenderla. Alguien puede decir “soy una mierda”, otro “soy un mentiroso”, otro “soy banal”, “aburrido”, “genial”, “idiota”, “soy nada”, etc. No importa, lo crucial es tomar eso que somos, esa materia y trabajarla. Es un trabajo cotidiano, a realizar con o sin trabajo, con o sin apremios, con o sin otros, con o sin engaños. El trabajo de constituirse a sí mismo mediante la lectura, la escritura, la meditación y la prueba. Un trabajo sin fin ni lucro.
Este año me toca el informe de Conicet, por ejemplo. Siempre me cuesta un poco porque supone responder a una demanda burocrática de formalización del trabajo (incluso algunos lo viven como una exigencia neoliberal de hiperproductividad estragante). No obstante, también puede convertirse en un ejercicio de historización que excede la mera cuenta neoliberal y se transforma en una suerte de “dar cuenta de sí mismo” (así lo practico desde hace un tiempo). Como eso implica siempre el trabajo con otros, me gusta rescatar sobre todo algo que está en el borde casi no reconocido de nuestra labor, aquello que sería la llamada “extensión o divulgación” (como lo que escribo aquí mismo). Lo que más contento me pone y reafirma mi trabajo filosófico, en ese sentido, es cuando alguien que no es del palo me contacta porque se encontró con un texto mío y se puso a trabajar. Es muy loco, pero cada tanto me hacen llegar noticias de eso, mails o textos, o yo los encuentro de casualidad y me alegran el día: científicos, teólogos, literatos, artistas, arquitectos, médicos, etc. Para mí es mucho más rico recibir ese tipo de reconocimiento de múltiples lugares que del círculo de los especialistas en la materia. Esto también es parte de la filosofía que viene, que siempre está viniendo, que al final ¿cuándo se fue?
Ya sé que quizás sería más conveniente concentrarme en un gremio, reducirme al círculo de especialistas, publicar solo en medios prestigiosos o en diarios reconocidos. A veces solo entrando en el círculo, como decía Heidegger, se puede salir de él. Pero no quiero hacer eso, prefiero la elipsis o el trazo que se traza de su círculo sin poder contarse en él, como decía Lacan. Es una decisión ética y política: escrituras sin fin, informes para la academia cruzados, rigurosos textos sin referatos ciegos, papers experimentales o ensayísticos para forzar la nota, etc. Pareciera que ya no sabemos bien qué o quiénes somos, si intelectuales, académicos, trabajadores precarizados, etc. Lo real está perdido, sin dudas, hace tiempo. Y todo se agrava con el confinamiento.
Lo que más extraño de los encuentros presenciales es imaginar la posibilidad de lo real; pero en definitiva, cuando sabemos oír, lo real es tan imposible que se expresa igualmente y con crudeza en sueños, chistes, lapsus, síntomas o chismes, sin necesidad de presencias, pasillos o tertulias donde perderse (lo real). Un síntoma de esa pérdida de lo real, que no se inscribe en lo simbólico, es que no damos con el nivel de análisis oportuno. No es que este mal analizar memes, por ejemplo, o que se ponga en duda nuestra honestidad intelectual por escribir en lugares repletos de fakes, etc. Ya Benjamin había definido la labor del intelectual en “la época de la repoductibilidad técnica”; el asunto clave, siempre, es cómo damos cuenta de eso: la reflexión crítica. Cómo damos cuenta de nosotros mismos.
La proliferación de memes que muestran a un perro fortachón de antes y a un perro débil de ahora, cualquiera sea el rubro en cuestión (filosofía, psicoanálisis, política, estudios, etc.), nos resulta gracioso porque muestra un perfil de pusilanimidad extendido que todos reconocemos fácilmente. No obstante, habría que señalar la trampa ideológica que se nos cuela ahí: no solo la idealización del pasado (la heroificación simplista de sus personajes míticos), sino el desconocimiento de los mecanismos disciplinarios que formaban a los sujetos. La imagen de fortaleza y sacrificio que exponen los personajes idealizados, oculta que el cambio de paradigma en la sujeción de sujetos no solo operó un desplazamiento del disciplinamiento al control (formas de vigilancia entre pares potenciados por todos los medios), sino que sigue obstaculizando la verdadera formación de sujetos a partir de la proliferación de demandas de rendimientos y estándares de evaluación absolutamente desquiciantes. No hay imagen ni meme que pueda reflejar el grado de exigencias depotenciadoras a las que se halla sometido el sujeto en la actualidad. Aunque las prácticas de libertad siguen estando disponibles y dependen de una sola decisión: dejar de cultivar por todos los medios la servidumbre de sí.
El medio electivo, para mí, es la escritura.
Roque Farrán, Córdoba, 12 de junio de 2020.
Interesante articulo. Por lo demás, este meme ha tenido tanto alcance que pareciera nos toca una fibra muy oculta pero que brota en este ejercicio.