Inflar. Cuerpos del capitalismo conectivo // Agustín Valle

Publicado originalmente en Revista Crisis

Lo que puede un cuerpo

¿Qué rubros crecen en medio de uno de los empobrecimientos generales (vale decir concentraciones de la riqueza) más drásticos que se recuerde? Pocos ligados al mercado interno y menos aún transversales a amplios segmentos sociales, como, sí, los gimnasios, cada vez más integrados a la rutina de los urbanitas contemporáneos. Los habitantes del capitalismo conectivo requieren gimnasio, producir musculatura, sudar, cuidar su salud y su imagen. “No, antes estábamos to-do-el-día en la calle, jugando a la pelota”, dice Luis, setenta y dos años, transpirado y con anteojos, sentado en la camilla de remo en un gimnasio de Almagro, CABA. “Ahora veo cómo se llena de pibes acá -señala el ambiente, animado, con música fuerte, carteles de neón, publicidades de suplementos dietarios, etc-. Chicos, chicas, siempre está lleno”. Ingeniero jubilado (casi la vida entera en la misma empresa sueca), otrora jugador ocasional de tenis, empezó a venir en diciembre: “Para no irme al carajo. Tengo dos operaciones de rodilla y una de cadera, si no me muevo, voy al piso”. Dice que le queda cómodo: “a dos cuadras de casa y en el horario que quiera”. Tres veces por semana se pone short y camiseta -compradas especialmente-, y camina en la cinta, hace aparatos, “remo siempre”. Mira poco la tele pero la escucha; en general pasa deportes.

Es una de las fijas en los gimnasios, la tele. Cada rato aparecen publicidades de medicamentos (en los canales de aire son la gran mayoría), entre los que se destacan los analgésicos: muestran cinturas, cuellos, rodillas doloridas… Población de cuerpos dolientes en la ciudad mediática. Lógico: tocan el fleje de su resistencia en el régimen de actividad permanente. “No se sabe lo que un cuerpo puede”, frase erróneamente atribuida a Spinoza con sentido emancipatorio, parece axioma del orden rendimentista del capital: cuerpos exprimidos al máximo física y atencionalmente, hasta que caen en huelga biológica, o sea enferman. Duele el cuerpo, puede caer, el cuerpo, hay que ocuparse, mantenerlo.

Aunque está en fuerte ajuste de gastos, “esto no lo quiero dejar -dice Luis-, me mantiene activo, salgo de casa, quizá hasta me olvido y me siento pibe por un rato -se ríe-. Hay algunos que no sabés como entrenan, se matan, parece que la Copa del Mundo van a jugar”.

Cada vez pibes y pibas más chiques asisten a los gimnasios; a tal punto que la cadena Megatlon, pionera en implementar el sistema de membresía anual (contra la caída invernal de la asistencia), ofrece ahora “membresía teens”, para menores de entre 13 y 15 años, e incluso “membresía kids”: ya desde los dos años la infancia es objeto de la invitación al rendimiento y la optimización corporal.

Como que hay otra conciencia, cada vez más gente quiere cuidarse, estar bien, ocuparse de su salud”, dice la profe que le arma las rutinas a Luis; se llama Laura, tiene sonrisa casi automática, palabras amables para todes y ropa apretada como segunda piel. Recorre el amplio salón mientras alienta y orienta a unas treinta personas que corren, pedalean, “escalan” o levantan o empujan o arrastran kilos y kilos de peso, con caras de dolor y dificultad. Tiene veintinueve años y es su primer trabajo estable en un gimnasio, que suma a sus clases particulares de aerobics, y grupales en plazas, de “baile funcional”.

Natasha tiene 22 años, es empleada municipal y estudiante universitaria, y va a entrenar, dice, todos los días, a un gimnasio particular -no de cadena- en Malvinas Argentinas. “Re bien puesto la verdad, las máquinas cuidadas, limpio, buena onda los que te atienden, buena música. Yo empecé funcional antes de la pandemia, jugaba al voley también, antes. Me despeja, me hace bien. Transpiro y quemo todo. Más que nada la cabeza me despeja, además de la salud, y me queda cómodo porque puedo manejar mis horarios.”

Como un viento de época, los cuerpos sienten el llamado, la invitación, a moverse, a quemar calorías, a entrenar, a muscular. Quienes -aún- no concurren, tienen igual al gimnasio como parte de su geografía, del paisaje. Hay muchos más gimnasios, por decir algo, que iglesias católicas; es uno de los dispositivos de re-producción de la subjetividad actual. El sitio web ar.gimnasios.com ofrece una guía donde contabiliza en CABA 1522 gimnasios, en Rosario 519, 539 en Córdoba, 403 en Mar del Plata; la página incluye, en rigor, todo tipo de lugares de entrenamiento y deporte (como clubes, centros de yoga, etc): pero es significativo que sea el gimnasio la imagen que acapara, el significante amo del mapa de la actividad física en la ciudad. Hace algunos años que los edificios construidos para viviendas de segmentos más o menos acomodados, incluyen gimnasio como “amenitie”, igual que los barrios cerrados. Megatone hasta abrió uno en la Antártida, para que a los argentinos allí apostados no les falte este servicio esencial. Al comienzo del ASPO, muchos cerraron (más de 800 según la Cámara Argentina de Gimnasios), y la senadora nacional tucumana -antiderechos- Silva Elías de Pérez presentó un proyecto para que sean declarados servicio esencial. Aunque la cuarentena pegó inicialmente duro en estos espacios de respiración intensa, finalmente motivó su multiplicación. Rápidamente ofrecieron clases online, que reventaron de gente.

Ya venía habiendo cada vez más laburo, pero después de la pandemia es como que estalló. En realidad fue durante, vos fijate cuáles son las cosas que se pusieron de moda en la cuarentena: cocinar y hacer ejercicios. Ahí empezó mucha gente”, dice Sergio, un veterano profesor de Educación Física y licenciado en Alto Rendimiento (estudió en la Ciudad Universitaria de la UBA).

Como si en la cuarentena el shock de sedentarismo nos pusiera cara a cara con la forma de vida actual -un hiperconectivismo que puede dejar al cuerpo rígido y siempre cabizbajo pegado al celular-, y masivamente reaccionamos ocupándonos de nuestro cuerpo.

Así pues, en 2021 se realizó la Encuesta Nacional sobre Actividad Física y Deporte (por el IDAES de la UNSAM en articulación con el ministerio de Turismo), y se repitió en 2023: en solo dos años, la cantidad de gente que dijo hacer actividad física pasó del 51 al 55%, el tiempo dedicado promedio aumentó de 2:30hs semanales a 2:42, y la cantidad de gente que hace tres veces por semana pasó de casi 60 a 68,5% (de la gente que dijo activar físicamente). Se incluye en la encuesta todo tipo de actividades; la más nombrada es caminar, luego correr, luego andar en bici.

Pero la actividad que más creció entre 2021 y 2023 fue “Musculación”: pasó del 15 al 23% de menciones, más de un 50% de crecimiento en dos años. Cabe sumar el ocho por ciento que hace spinning, el 21% que dijo hacer entrenamiento funcional (en 2021 no se incluyó), más un 11,6% de crossfit, la disciplina que nació como entrenamiento policial en California y que tiene como símbolo al payaso Pukie, que lleva un balde de vómito, porque llegar al vómito es prueba del esfuerzo máximo.

La tendencia es mundial. En 2019, la industria del fitness produjo 95 mil millones de dólares en el mundo, según la Health & Fitness Assosiation, número que, según la consultora Mordor Intelligence, en 2023 llegó a 98,14 y alcanzaría los 173 mil millones para 2028, creciendo a un 12% anual. En España, por ejemplo, según la consultora Statista el porcentaje de la población asistente a gimnasios era del 7% en 1996, en veinticuatro llegó al 13% en 2019 y saltó a 16,5% en 2023. “Madrid está lleno de gimnasios, siempre vidriados, se ve de afuera la gente machacarse… Me voy a machacar un poco se dice coloquialmente”, cuenta desde allí Amador. En México también: “muy de moda entrenar, el mandato de verse bien, y sobre todo, una obsesión con los culos. Incluso cada vez son más frecuentes las cirugías para las nalgas”, cuenta la chilanga Camila.

Las gluteotomías parecen estar en auge también en España, en Brasil, en EEUU. “Acá en Nueva York hay miles de ofertas para estar fit. Hay una aplicación que en cualquier día y horario te dice qué gimnasios con qué clases tenés en tu zona, para ir de una escapada en el rato que puedas a una clase de algo. En pandemia se vendieron un montón de bicis fijas que se llamaban Peloton, porque venían con una pantalla en la que pedaleabas con otra gente, tipo pelotón de ciclistas. Ahora la gente las tiene ahí en la casa al pedo y va a entrenar a otro lado”, cuentan Manuel desde la ciudad del Ground Zero.

Los gimnasios grandes, para mí, son todos lavado de guita -dice el citado Sergio, que tiene cincuenta años y hace once armó un centro de entrenamiento en su casa en Paternal, donde entrena unas cuarenta o cincuenta personas por semana, la mayoría deportistas amateurs que vienen a mejorar su performance (en paddel, fútbol, tenis), y el resto por salud y estética”. Explica: “La diferencia entre un gimnasio y un centro de entrenamiento o donde se hace funcional o crossfit, es que los gimnasios tienen mucho más aparatos, y los centros de entrenamiento tienen menos mobiliario, se arman con cosas más baratas (banditas, TRX, sandbag), y tienen más presencia y laburo los profesionales idóneos. Los aparatos son en su mayoría unifuncionales, viene el profe y te dice mové para acá, para allá, tres series de doce repeticiones, y listo… Un gimnasio a todo culo, grande, debe costar entre medio palo y un palo verde. Una cinta, buena, cuesta cinco o seis mil dólares, y tenés que contratar el service oficial de mantenimiento… Capaz ponen quince, veinte. Y todo vale: las bicis, las pesas de goma, las mancuernas, los espejos, los sistemas de sonido, todo, casi todo en dólares. Las máquinas son en general todas importadas. Con una cuota de veinte lucas, ponele que juntan cuánto, ¿mil personas, como mucho?, son veinte mil dólares por mes, y descontale todos los gastos de mantenimiento, sueldos, servicios. O cobran treinta lucas, lo mismo. Para mí es lavado”, dice.

Su impresión a este respecto es tan probable (la economía ilegal es una fase de la economía, no una economía aparte) como difícilmente certificable. Pero SportClub (cadena que ofrece más de 600 sedes en el país) llegó a ser allanado en 2020, por una denuncia, por lavado y manejos fraudulentos, que uno de sus propios accionistas Alejandro Ganly, de la empresa Torneos, hizo contra los mayoritarios, Dardo De Marchi (empresario ligado al fútbol) y Pablo Colarez (a quienes a su vez denunciaba asociados a Marcelo D’Alessio)… Y un local de la cadena abrió hace poco como el más grande del país, dentro de un barrio cerrado en Hudson: tiene 15 hectáreas incluyendo pileta y canchas, con un costo de ocho millones de dólares y un alquiler a SportClub por treinta años.

Lavado o no, reciben gente en aluvión. “Antes, entrenaban más que nada los deportistas, la gente que competía, los culturistas… Ahora es una opción que está buena para cualquiera, sea funcional, zumba, combate, lo que sea: la gente viene, cambia el aire, y sale con el cuerpo bien, sintiéndose mejor, viéndose mejor. Siempre que esté bien hecho, es cuidar salud, para todas las edades, con casi cualquier estado físico, aunque obviamente no podés poner a Doña Rosa a hacer Crossfit de un día para el otro, la vas a lastimar”, dice Sergio.

Todas y todos los habitantes de este tiempo recibimos la invitación a entrenar, a cuidar nuestro cuerpo, a estar fit. Las publicidades, como es de rigor en casi todos los rubros, no invitan: ordenan: “Ponete en modo ONFIT y no te postergues más!”, o bien esta perla de SportClub: “Entrena cuerpo y mente al mismo tiempo que te diviertes golpeando al saco de boxeo con las mejores combinaciones de las artes marciales mixtas al ritmo de la música y si ningún tipo de contacto físico”.

Mi caso no sé si te va a servir, porque no soy la típica persona que va al gimnasio. Voy a las nueve y media de la mañana, no hablo con nadie, estoy en la mía, escuchando Silvio con los auriculares”, dice Pedro, 32 años, vecino del barrio porteño de la Chacarita. No solo crece la cultura-fitness como “estilo de vida” (tal como describe Alejandro Rodríguez en escrito académico El fitness es un estilo de vida. Gimnasios y sociabilidad en una perspectiva crítica); los gimnasios reciben también mucha gente que no se identifica con el espacio, pero igual va. “Yo voy y trato de hacer la mayor cantidad de cosas que puedo en el menor tiempo posible, para después volver a mi vida”, cuenta Diego, que a sus cuarenta y siete años espera su tercera hija y por eso decidió “bajar la panza y ganar un poco más de fuerza. Toda mi vida fui de hacer deportes, pero ahora no me da el tiempo. Voy con mis auriculares así no escucho la música que pasan ahí, horrible. Lo que sí veo y me llama la atención son los adolescentes, o post-adolescentes, que pasan horas en el gimnasio, hacen ejercicios, se quedan un rato sentados, usando el celuar, después hacen otro ejercicio, es como que lo usan como lugar para estar”. Algunos hasta hablan de las “nuevas discotecas para los adolescentes”, y un usuario de gimnasios nocturnos cuenta que funciona “como lugar de levante entre tipos mejor que un boliche”.

Hay muchos gimnasios 24hs, y los de cadena suelen abrir de 7 a 22. Cada cual puede acomodar el entrenamiento en el rompecabezas de su vida; tan diferente a tener que juntar diez personas -ni hablar 22- para jugar al fútbol, por ejemplo. El gimnasio se adecúa a la vida celularizada, de múltiples horarios y rutinas diversas, la complejidad de la ciudad conectiva. Entre una cosa y otra, corto yendo a entrenar. Un corte lleno de estímulos (el ambiente siempre arriba); un corte interno al continuo productivo, que te entrena para la selva en que habitamos. Muchas empresas grandes ponen gimnasios en sus edificios, y SportClub ofrece, en su plan para empresas, espacios de Co-Working en sus sedes de entrenamiento.

Uno de los rasgos más comunes a los gimnasios es lo vidriado; su régimen de transparencia. Todo visible todo el tiempo. Paul Virilio dice que a fines de los setenta y los ochenta el capital financiero empezó a construir edificios y rascacielos todos de vidrio, en una ideología de la transparencia sintomática, queriendo exhibir que no hay nada oculto. Transparencia y positividad: todo visible, todo puesto, todo en orden, todo fit. Fit, entrar, encajar; estar fit (que en lunfardo de Inglaterra devino en estar lindo), estar encajado, encajable.

Dice A. Rodríguez en su citado paper: “El término fitness también se ha mantenido en su expresión original en inglés para hacer alusión a los modos en que los cuerpos de las personas -y ahora cada vez más las mentes también pueden y deben volverse fitness- se adaptan mediante prácticas diversas -aunque las de entrenamiento corporal siguen siendo las más importantes- a entornos sociales que requieren cuerpos ‘en forma’, listos y preparados, conjugando cualidades de lo más diversas que van desde la belleza hasta la delgadez pero pasando por el bienestar o la salud.” Y basándose en Judith Butler y la argentina María Inés Landa, dice que “managment y fitness son dos caras de la misma moneda, donde el cuerpo producido en el entrenamiento físico se acumula como capital que puede rentabilizarse en el mercado laboral, porque éste último requiere cada vez más de cuerpos fitness: ágiles, proactivos y flexibles”.

Todo transparente, y los usuarios quedan en posición de producto ofrecido por el gimnasio como gran vidriera a la calle: denotan capacidad de trabajo, esfuerzo, dominio de sí, rendimiento, disponibilidad, sacrificio. “Hay crueldad allí donde se trata a la vida como cosa”, dice Rita Segato; ¿no estamos todas y todos forzados a tratarnos como cosa? No en el gimnasio, sino en el mercado, o mejor, en la vida modulada por la ley del mercado, y esa vida necesita el gimnasio para mantenerse en forma.

Las motivaciones de la actividad física, según la Encuesta Nacional, son la salud, la estética y el placer. Pero se omite algo: la seguridad, el miedo. La violencia callejera, el estado de guerra atomizado que rige el ambiente en la ciudad. Si el personaje de La guerra de los gimnasios, de César Aira, entrenaba para tener un cuerpo que provocara “miedo en los hombres y deseo en las mujeres”, el securitismo no es tanto una característica personal, sino parte de la racionalidad urbana. “Rosario exige masa muscular”, dice desde allá Ezequiel, historiador. Cuerpos armados, si no de fierros, al menos de músculos entrenados.

Lo que también viene creciendo mucho son los lugares de combate. No tanto el crossfit, esos, para mí, aunque dan un cuerpo que puede ser persuasorio, van porque se copan con el deporte, el rendimiento, competir. Aunque siempre vas a tener algún loquito, máxime por los esteroides, eso provoca agresividad (sin hablar de los infartos). Pero el Muai thai, el boxeo, MMA, todo eso, que también está recontra en boga, sí que tiene mucho del que va pensando en que me toca uno con el auto y le destruyo la cabeza, esas cosas. Y hay cada vez prácticas más sanguinarias, peleas a puño limpio, o varios contra varios…”, cuenta Sergio, sentado en una pelota de esferodinamia y tomando mate en su centro de entrenamiento.

El lugar de Sergioes anómalo: no se ve desde la calle, no tiene tele, la música la ponen los que van -con parlante blue tooth- y, sobre todo, no tiene televisores, ni espejos. En casi todos los gimnasios, los espejos agrandan el espacio, lo multiplican, lo especulan, y en ellos se especulan los cuerpos, forzados a convivir con la imagen de sí. Por supuesto, el desdoble que se produce cuando alguien se mira -cuando alguien mira su imagen- tiene un tercer término, una imagen tercera: la del modelo, la del mandato, la del canon, la moral corporal con la que -o contra la que o bajo la que- nos vemos comparamos. Las imágenes de cuerpos fitness, esculpidos por rutinas y dietas y una vida que endiosa “la salud”, pasan ante los ojos de todas y todos, como espejos de nuestras “imperfecciones”. Cada cuerpo puede definirse por su distancia con el canon ideal.

Y todas y todos somos objeto de la fotografía (o post-fotografía como dice Pont Cuberta). Para el mercado laboral, comercial, sexual, amoroso, el cuerpo necesita ser carne de buena selfi, de buena imagen. “Alcanzar un cuerpo” así o asá: frase muy habitual en las publicidades del mundo fitness. Como dice la filósofa Florencia Abadi en El sacrificio de Narciso, aquel mito moría cayendo al agua no por adorarse a sí mismo, sino a su imagen reflejada, especulada. En este sentido, lo que suele llamarse culto al cuerpo puede pensarse, en rigor, como un forzado y social culto a la imagen, con subordinación del cuerpo para su consecución. Sin embargo, el sostenimiento del ánimo, de la energía, aunque esté integrado a la normalidad dominante —estar bien para funcionar—, puede también ser recurso de los movimientos vitales de búsqueda, exploración y hasta combate, tanto en la escala personal como la colectiva. ¿Qué cuerpo es preciso para la guerra que vamos perdiendo?

 

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