por Julia Muriel Dominzain
Victoriano tiene puesta la misma ropa desde el último fin de semana de abril. La faja de clausura no le permitió entrar al taller de Páez y Condarco en donde vivía y trabajaba. Es el tío de Rodrigo y Adair Orlando, los niños de 5 y 10 años que murieron en el incendio de Flores. “Tengo todo ahí”, dice Victoriano a Cosecha Roja. Él, su hermana Corina Menchaca y su cuñado Esteban Mur (papás de los nenes) acaban de enterarse de que el taller se incendió de nuevo. “Queremos que se investigue si fue intencional”, dice a Cosecha RojaGabriela Carpineti, una de las abogadas de la familia.
Esteban come una empanada, toma agua, entretiene a su hijo de dos años, consuela a Corina y cuenta que adentro del PH había pruebas. “Ahí yo tenía una fotocopia del documento del coreano”, dice a Cosecha Roja. El “coreano” es el titular del alquiler, el que les vendió las máquinas, les llevaba las telas, les pedía los trabajos y les pagaba. “No sabemos cómo se llama. Le decíamos ‘aiusí’ (ajusshi), que significa ‘señor’ en coreano”, cuenta Corina.
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La familia Menchaca no tenía luz en Páez al 2700 desde el jueves a las 17:30. Edesur cortó el servicio pero no saben por qué: la cuenta estaba al día. “Nos dijeron que en dos horas volvería pero no pasó. Llevábamos cuatro días a vela”, contó Victoriano. Ahí vivía él, su hermana Amparo y su cuñado Julián. Esteban y Corina alquilan una habitación en Villa Celina pero de lunes a viernes dormían en el taller junto a sus hijos. “Era más fácil para que fueran a la escuela y más cómodo para trabajar”, dijo Esteban.
El fin de semana se habían quedado todos en el cuarto de Villa Celina por la falta de luz. El domingo a la noche Rodrigo y Adair volvieron a Flores con sus tíos. Como el lunes no había clases, los papás decidieron que irían para el taller más tarde que de costumbre. Se quedaron viendo una película boliviana en dvd. “Vamos después y si sigue sin haber luz, traemos a los chicos para acá”, le dijo Esteban a su mujer.
La noche del domingo, Victoriano también había dormido en Celina pero el lunes se había ido a reclamar a Edesur: Amparo llevaba gastados cien pesos de crédito de celular por llamar a la empresa y la luz no volvía. Llegó a Páez y Condarco recién pasado el mediodía. “Estaba lleno de periodistas, policías y bomberos. Escuché algo de dos nenes y me quedé helado. No me acerqué, me dio miedo. Pensé ‘mi hermana tiene que saber esto’ y me fui a Celina”, contó.
Corina ya sabía. Antes del mediodía un vecino llegó gritando: “¡Se quemó la casa, Corina!”. Desde ese momento, el recuerdo se volvió difuso. Ella se tomó un remise sin pensar nada más. Él se ocupó de dejar a los otros dos hijos con un conocido y se subió otro auto. Del taller fueron al Hospital Álvarez. “No pudimos ver a los chicos. Nos dijeron que estaban en la morgue judicial. Recién al día siguiente, con la ayuda de la directora de la escuela, presentamos los papeles y retiramos los cuerpos”, relató Esteban.
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El primer hermano Menchaca en viajar desde Potosí a Buenos Aires fue Roberto. Se asentó en la 1-11-14 y empezó a trabajar para “el coreano”. En 2006, Victoriano y Corina vinieron de vacaciones. Estuvieron dos meses: “Fuimos al subte, a Liniers, al Abasto, a la calle Lavalle, a Puerto Madero”, recordó él. Ella tenía 19 años y Rodrigo ya había nacido, pero se quedó en Bolivia con la familia. Después de dos meses acá los hermanos se quedaron sin plata para volverse. Entonces empezaron a trabajar en el taller del coreano, que quedaba sobre la calle Gaona.
En 2007 apareció el alquiler en Páez. Primero lo usaban para dormir, después el coreano les propuso convertirlo en un taller “propio”. Él siguió como titular del alquiler, les vendió las máquinas y les daba trabajo. “Le fue metiendo a mi hermano en la cabeza la idea de ganar más plata. Uno quiere superarse. Queríamos juntar plata y volver a Bolivia, poder comprar una casa, establecernos”, dijo Victoriano. Durante un año los cinco trabajaron cobrando menos para pagar máquinas de coser Rectas y las Overlocks.
Después fueron armando la rutina de trabajo, que se mantuvo hasta el mes pasado: el ‘aiusí’ les llevaba las telas y los modelos de vestidos, camperas o pulóveres y les mostraba: “Lo quiero así”. Ellos hacían. La semana siguiente volvía a buscar el producto y les pagaba 9 pesos la prenda. “Después nosotros la veíamos en la calle Avellaneda a 50 pesos. Y en Liniers a 100”, dijo Victoriano. El volumen producción variaba, pero llegaron a hacer 200 prendas en un día.
Aunque el alquiler seguía a nombre del coreano, ellos pagaban los 4500 pesos por mes a la dueña del PH, que vive al fondo. Querían, en algún momento, alquilar por su cuenta en Bajo Flores y tener un taller en blanco, a nombre de Corina y Esteban, los únicos que ya tienen ciudadanía permanente. “Pero ahora no sé, esto nos destrozó”, dijo Victoriano.
“Rodrigo y Adair eran dos chicos muy buenos”, dijo. Iban a la escuela Provincia de la Pampa: uno a quinto grado y el otro a preescolar. Jugaban juntos, se peleaban, se amigaban. Estaban fanatizados con los jueguitos de computadora Angry Birds y Plants Vs. Zombies. Al mayor le encantaba dibujar.
– ¿Seguían algún equipo de fútbol?
– Eran pasa pasa: se hacían hinchas del que ganara – contó Esteban, que es de River.
La familia se constituyó como querellante en la causa por “incendio seguido de muerte” radicada en la Fiscalía de Instrucción porteña 22. Pero allí elevaron un dictamen pidiendo que la causa pase toda al fuero Federal, donde investigan el posible delito de trata de personas. El taller textil, junto con otros 40, era parte de una denuncia que presentó la Fundación La Alameda en octubre y la investigación que lleva adelante la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas ya ocupa 60 carpetas. El fiscal Marcelo Colombo intenta determinar si en ese lugar había trata de personas. El abogado Nahuel Bergier, que también representa a la familia, explicó a Cosecha Roja que aún está pendiente definir qué estrategia se llevará adelante respecto a “la responsabilidad del coreano que los explotaba laboralmente, los funcionarios del Gobierno de la Ciudad que tendrían que haber ejercido el poder de policía del trabajo y, por último, la responsabilidad de Edesur”.
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En el primer piso de Páez estaban las máquinas y en el de abajo los colchones en donde dormían. “Nos acogió bien el sótano porque es más templadito. Preferíamos dormir ahí porque cuando es invierno no hace tanto frío y cuando es verano no hace tanto calor”, dijo Victoriano. El lunes a la mañana, cuando Amparo se despertó, el fuego ya había empezado y el brazo le quemaba. Trató de sacar a sus sobrinos por el ventiluz pero no pudo.
“Será que Dios quiso que sea así”, le dijo a Victoriano su mamá, Ernestina. La abuela de los niños y siete familiares viajaron desde Bolivia cuando supieron lo que había pasado. El abuelo no pudo: se descompensó cuando se enteró de la noticia y el médico no lo autorizó. Pero habló por teléfono con su hijo:
– Acá la gente comenta que vamos a ir a buscar los cuerpos y traerlos a Bolivia, pero no es verdad.
– Papá, no te preocupes, van a decir cualquier cosa. Tus nietos ya descansan en paz.
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“No fue un accidente, fue la consecuencia de empresarios inescrupulosos y un Gobierno cómplice”, fue la consigna de la movilización de este mediodía, frente a la Dirección de Protección del Trabajo de Ciudad, convocada por la Red Textil Cooperativa, la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).
Corina y Esteban subieron al camión en el que estaban los micrófonos. Mientras alguien gritaba cifras de talleres clandestinos y reclamaba por los derechos de los trabajadores, Victoriano escuchaba desde la esquina. En sus brazos dormía un niño: era Caín, el hermano menor de Rodrigo y Adair. Desde el escenario, Corina miraba para todos lados. No llegaba a ver dónde estaba su hijo. El tío atravesó la marcha y puso a Caín frente a la mamá. Recién entonces, ella respiró.
(Fuente: Cosecha Roja)