Impotencia, encuentro y fiesta: acerca de una secuencia didáctica secundaria // Ariel Rivero

1. Impotencia. En principio lo formulo como juicio: nos caracteriza la impotencia, digo. Ofrezco como ejemplo el primer taller docente al que fui este año, sobre todo el silencio de la mayoría después de que Ani, la delegada, describiera la continua pérdida del poder adquisitivo de nuestros salarios. El ejemplo pasa como argumento, pero no me sabe a impotencia más tarde, cuando lo analizo. ¿Desinterés? 

 

2. En el grupo de Spinoza donde hablé del taller, quedé con ganas de remarcar que yo mismo miraba Instagram mientras Ani hablaba de los recortes salariales. ¿No era un problema para mí? ¿Era un problema demasiado grande para mí? ¿No quiero ganar más? ¿Creo que no podríamos ganar más? No me gusta la palabra ganar: salvo excepciones, el salario siempre es pérdida. ¿Había dicho impotencia porque percibo que el cuerpo docente acepta lo que le desagrada casi sin pestañear? Casi porque también escucho quejas. Pequeñas quejas. Yo no quiero desperdiciar tiempo ni en eso a veces. ¿Y si hiciéramos un paro? ¿Tengo ganas de esa lucha? En diez años de docencia los paros siempre me parecieron al jab de quien recién empieza a boxear: previsible, fácil de esquivar o bloquear y de contraatacar. Piña que no prepara ni esconde otras, menos todavía combinaciones. Pienso en Chile: ¿por qué me resultará más deseable el estallido que el paro? ¿Por qué imaginaré a las interrupciones inesperadas como las más efectivas?

 

3. No estoy conforme con el párrafo anterior, mi intención era solo describir y las preguntas me interrumpen. Quizás me convenga, entonces, describir para preguntar; transformar en objetivo lo que me sale sin serlo. Sea como fuere: llegué al primer taller docente del año, decía, contento porque lo hice en bicicleta, ojotas y bermudas. Sin el cansancio de esperar y combinar colectivos, ni con el enojo y la frustración de tener que lidiar con choferes que pasan de largo, carentes de cierta conciencia de clase, ponele. Faltó la musculosa nomás. ¿Por qué me habrá puesto contento la forma en la que caí vestido si, para alguien que desea la liberación de las obligaciones que provocan malestares sin necesidad, ese gesto es todavía demasiado poco jugado? ¿Qué me aportará actuar como si no encajara? ¿Podría habitar la escuela acomodándome menos aún? ¿Experimentaría un aumento de alegría por eso? 

 

4. ¿Cuándo sí y cuándo no vivo los talleres docentes y las reuniones de personal como una pérdida de tiempo; o como encuentros desaprovechados tal vez? ¿Al hecho de asistir a esas pérdidas de tiempo institucionalizadas, conviene interpretarlo como impotencia? Nada vital se decide ahí. Nada importante. La propuesta educativa que ofrecemos no la pensamos con otros allí y tal vez ni consideremos la posibilidad de hacerlo. Además, aparte del hábito individualista, la política educativa –me ubico en el nivel secundario solamente– es vertical, incita y valora la obediencia: el ministro de Educación de la Nación es como el papa; los de las provincias son como los obispos; después están los inspectores; los directores que hacen lo que ellos les mandan; y así. ¿Podría ser que, entre la institución escolar y la eclesial –por no decir la policial–, en cuanto a la valoración o a la estima de la obediencia, todavía la diferencia sea puramente de grado? ¿Habrá en el cuerpo docente deseo de organizarse de otra manera? ¿Cómo podrían aprovecharse las desobediencias que ya nos salen para expandir y consolidar ese deseo?

 

5. Llego al taller, me voy al fondo del salón, me saco las ojotas y me siento en el piso. Observo a mis compañeros, me observo: creo que alcanzamos a escuchar algunas palabras y ni siquiera. Hacemos, hago acto de presencia para que no me amenacen con algún descuento y listo. En comparación con colegas más combativos, soporto mal esa presión. Y, por cierto, perder el tiempo es parte del laburo. ¿Todos iremos así? ¿Tan de oyentes, tan de víctimas, tan pasivos? Por otro lado, no lo siento como impotencia: estoy de buen humor, sé que al final voy a poder abrazar a algunos compañeros queridos, conversar, hacer chistes y presumir de mi informalidad –aunque, en el fondo, lo que a mí me gustaría fuesen otras cosas, la desnudez, entre ellas–.

6. Quedo pensando en la última aclaración –es más difícil sacarse la vergüenza que la ropa, le agrego–: ¿la diferencia entre el gesto que se realiza y el que se desea es lo que se vive como impotencia?

7. Sigo, el taller: nadie le presta atención. ¿Convendría examinarlo? ¿Experimentaríamos impotencia si dejáramos de asistir? ¿Cuándo aparentar obediencia se convierte en una estrategia para no sentir impotencia? ¿Decir impotencia es interpretar como personal algo político?

 

8. En un momento Ani habla del salario, de la situación de los docentes y de lo que nos imponen. ¿Si algunas reacciones surgen de evaluaciones –bien físicas y rápidas, más inconscientes que conscientes de las fuerzas–: cómo son los cálculos que el cuerpo docente realiza, cada año, frente a la nueva propuesta salarial e incluso pedagógica? Antes de que Ani interviniera, la secretaria había dicho: profes, la fecha de finalización de LAS CLASES de este año es el 16 de diciembre y recién ahí empezarían los exámenes. Al final consiguieron hacernos trabajar hasta el 31 de diciembre nomás. ¿Por qué habrá dicho consiguieron en lugar de no lo van a conseguir? ¿Resignación? ¿Experiencia? ¿Impotencia? ¿Habrá una resistencia inhibida ya en el lenguaje, en nuestros modos habituales de expresión? En diciembre no doy más nada yo, se me cruzó por la cabeza mientras la escuchaba. Zafar. Recuerdo cómo lo hice otras veces e imagino formas nuevas. Zafar: no cambiará el sistema, pero consigue que no me sienta impotente. Es la victoria que puedo.

9. Ani da los números de siempre: inflación, salario, aumento. Necesitamos un sesenta por ciento de aumento y no en cuotas, algo así le alcanzo a oír. Imposible lo que pide, pienso; asombrado de escucharme con una nitidez y una claridad con la que no la escucho. Ni organizados conseguiríamos ese aumento, agrego. ¿La infantilizo? ¿Soy en mi imaginación el adulto realista –de derecha– poniéndole límites a la adolescente de izquierda? También el gobierno infantiliza a los docentes cuando reclaman por mejoras salariales, preguntando de dónde va a salir la plata, entre otras cosas. La quiero mucho a la Ani, la admiro, pero mi manera de pensar no la ayuda. No nos sirve. No me ayuda. ¿Por qué las primeras ideas que se me ocurren son iguales o parecidas a la de los funcionarios a quienes debería/mos reclamarles?

 

 

10. El encuentro dura menos de lo previsto. Se termina antes. Lo terminan antes. Solo cumplimos. Voy con dos compañeras a tomar un helado y descubrimos que otros colegas ya han hecho lo mismo. Después llegarán más, por grupitos, alegres y conversando: queremos encontrarnos, aprovechamos el taller para eso. Tampoco percibo incapacidad ahí. Para nada es impotencia hacer lo que queremos mientras simulamos llevar a cabo lo que nos mandan.

 

11. Estoy leyendo Sobre la impotencia, de Paolo Virno y todavía no encontré nada. Me resulta un texto mucho más técnico que vital. Igual me quedaron algunas expresiones, “rebeliones resignadas”, entre otras. Me agrada pensar que las quejas son rebeliones que resignamos. Me pregunto si el cuerpo docente no estará habituado a resignar rebeliones en quejas. Y, también se me grabó una definición, no sé si brindada por Virno o por Sztulwark cuando le comenta el libro. Potencia: “aquello que ocurre ‘entre’ los sujetos que componen relaciones de cooperación”. Amé, dirían los chicos. Desee esa potencia. Es más, la hice gesto y se me hizo pregunta: ¿cuándo y por qué una idea es capaz de modificar nuestra conducta? ¿Qué combinaciones –digo combinaciones y no decisiones a propósito– tienen que darse para eso?

 

12. Gabriela lee lo que acabo de escribir y se pregunta qué es lo vital en la escuela. Como quien comenta sobre el clima le hago esa pregunta a mi hermana, cansada de que le hable de cosas serias: no sé Ari, hace tanto que salí de ahí, me contesta. Tiene veintitrés años. Piensa un poquito más y menciona el compañerismo y a los compañeros. Mientras hablamos recuerdo un librito: Fernando Deligny. Semilla de crápula. Consejos para los educadores que quieran cultivarla. El último artículo, de Diego Valeriano, se titula Escuela intervenida y emancipada. Lo releo: “Saber que la escuela se ha movido en torno a la intervención, que enseñar fue un acto de intervención. Reivindicar que ahora eso ya no se puede, que la escuela está intervenida por los chicos, que la transforman al punto de hacerla irreconocible, al punto de hacerla insoportable, atroz, espantosa, al punto de hacerla una fiesta”. No se me ocurre una crítica más contundente a la seriedad –a veces, en el aula, la seriedad y la impotencia son muy parecidas–, sobre todo docente. Me acuerdo de Nietzsche: “No sé otra forma de ocuparme de grandes tareas que el juego”. Abro WhatsApp. Gabi, tengo la respuesta: ¿qué es lo vital en la escuela? La fiesta. 

Ariel Rivero

Docente. Prof. de filosofía.

Córdoba, 1 de marzo de 2022

La foto: se llama Abel, vivimos juntos hace 9 años. 

Fotógrafa: Cala Redolfi

 

 

 

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.