Ahora que ya casi no hay distancia entre «los medios» y «las redes» estamos en mejores condiciones para entender aquella afirmación de Nietzsche según la cual la «espontaneidad es lo más difícil». Lo más fácil es el automatismo y el resentimiento. Como no concibo pérdida de tiempo más lograda que la que se dedica a analizar «los medios» hago una cita muy puntual a una escena particularmente reveladora del tipo de liberal-fascismo que en esta hora invade el mundo. Dos comunicadores hiper-presentes en la tv reaccionan contra una periodista -a la que entrevistan precisamente por estar mejor informada que ellxs sobre el conflicto actual en Medio Oriente- que pretende explicar que la Franja de Gaza opera como un territorio bloqueado por el Estado Israelí.
El episodio interesa en la medida en que el hecho excede a la TV y se proyecta al mundo. O, en todo caso, a su imposibilidad. Porque la imposibilidad de mundo existe. Antes del triunfo nazi, Alemania fue un centro político y cultural elegido por no pocos intelectuales judíos de izquierda que, como Rosa Luxemburgo -polaca y socialista- contribuyeron a proponer una comprensión del mundo fundada en un análisis del capitalismo mundial y en el pasaje de la universalidad ilustrada al internacionalismo proletario. No alcanza con decir que «el mundo ha cambiado» para olvidar aquellos aportes insustituibles. Es preciso mostrar que ese cambio ocurrido vuelve al mundo imposible. El presidente alemán confesó ayer cuál es el modo en que su país procesa y concibe la responsabilidad que le confiere su propio protagonismo en la Shoa: financiar y proteger cualquier política que Israel se proponga, salvo la que implique enfrentar a quienes masacraron a los judíos en Europa. En este mundo que han creado, en el que un pseudo-progresismo de derecha (como el que ahora mismo triunfa por estas tierras y sobre todo en estas pantallas) autoriza a un entrevistador a decir que no piensa compartir la palabra con alguien que -conociendo mejor el terreno- advierte lo obvio (que el Ejército de Israel controla Gaza a través no solo de reiteradas incursiones militares, redes de inteligencia y bombardeos, sino también del suministro de servicios esenciales como el agua) puede ser acusada de «defender una dictadura», lo que triunfa es lo abyecto. Triunfo en el campo de batalla y en el uso de la palabra. Tienen razón los comunicadores: ya no es posible conversar: la disparidad de fuerzas ha aniquilado toda chance de entender cualquier realidad que no se confirme en términos de poder.
El continuo entre bombas y misiles se continua en arrogantes notas de opinión: el mensaje es unísono: todo aquel que cuestionando la barbarie terrorista de Hamas ose señalar que ese monstruo tiene una historia y un contexto, y agregue, además, que dada la gravedad de la situación en Oriente Medio se hace indispensable establecer las distinciones mínimas del caso entre judío/israelí/Estado de Israel y/o entre palestino/árabe/Hamas deberá demostrar en juicio sumario no ser un agente antisemita encubierto (y más aun si se trata de un/a judíx de izquierda). En nombre de una tardía solidaridad con lo judío -cuando se cree ya definitivamente enterrado lo judío anómalo-, y de un sórdido silenciamiento de las voces comprometidas con la paz fundada en el derecho a dos Estados cooperantes, por difícil que parezca, se pretende liquidar las marcas aun activas (vestigios que son braza antes que ceniza) de un otro mundo declarado muerto o declarado imposible.
Detener tanta atrocidad,debería comenzar por no permitir discursos de ódio tan «familiarizados» últimamente….Exterminar,perseguir,equiparar a dirigentes con el «cáncer a extirpar» estigmatizar a los otros. Es la «chispa» para encender la barbarie