Ignacio Lewkowicz, el pensamiento como presentificación

Un pensamiento laico, que no cree en Dios -mejor digamos no tiene Dios- y cree en Nosotros. Apuesta radical por el laicismo. No deidad; responsabilidad. El pensamiento autónomo es una potencia, es un orgullo, un amor a la vida, el pensamiento autónomo es también una desesperación.

Ni Dios ni Ídolos, ni Saber ni Academia, ni Estado ni Capital (plano de trascendencia); plano terrestre:problemas, recursos, lastres, encuentros, amigos, enlaces, obstáculos. Situaciones.

Pensar, en tanto función orgánica de la que somos capaces asumiendo la inmanencia presente como condición única, tiene una faz bella, libre, creadora, y otra desesperada de intemperie sensible. La fragilidad que tiene la creación sensible de la que somos capaces; su contingencia…

Lejos de ser un sintagma anti estatista, “Pensar sin Estado” ni siquiera habla tanto del Estado -segundo término- como del pensamiento. PsE propone un modo de entender el pensamiento, como actividad de creación sensible -producción de sentido- propia de una subjetividad terrenal, sin trascendencias ordenadoras.

Hay algo íntimo en las notas de IL que reúne este libro. Una voz de trastienda. Como si nos metiéramos por una pequeña ventana de pronto en medio de su moviente caudal de devaneo o reflexión. El runrún de la máquina detenida en su guarda, quieta, pero encendida. Y en lo que se queda pensando entre elaboración de pensamiento y elaboración de pensamiento, es en el pensamiento. Vemos la auto investigación de un modo, una modalidad, que no es estrictamente ni saber, ni deseo, ni deber, es pensamiento. Un modo del ser intelectual, es decir, un tipo de consistencia del alma. ¿Qué es el alma? Algo que piensa. Por supuesto que siente; es sensible el pensamiento.

Fascinaba Descartes a Ignacio; fascinaba cómo podía pensarlo a Descartes. Mariana Cantarelli, recuerdo, se reía. No veía tantísima cosa en lo que hacía Nacho con Descartes. Tampoco es que fuera propiamente racionalista, no, pensador de la subjetividad. El pensamiento se diferencia de la Razón, el cuerpo incluye a la mente como una parte de su plasticidad (de su potencia subjetiva); el humano es plastilina, decía Nacho. El cuerpo piensa; el pensamiento es una praxis. La subjetividad consiste en las operaciones necesarias para habitar o tolerar unas circunstancias (naturalmente históricas), y las operaciones incluyen a la razón o a la actividad conciencial. Descartes fascinaba a Nacho por la experiencia del pensamiento como fundamento. No es que el pensamiento viene primero (y luego existo); no es productor primario del mundo, sino que es prueba de existencia; ese “luego” significa “entonces”: demuestra, sensibiliza, no causa. El pensamiento es un acá, un lugar, una actividad -una práctica-, donde el sujeto, alguien, cualquiera, puede hacer la experiencia de consistir. Mientras estamos pensando, existimos –lo sabemos, es una verdad sensible-, acá, en las cosas. Si no pensamos, la cosa se pone confusa (cuando no más llanamente alienada).

Las cosas, la vida, lo concreto, es el lugar donde arma territorio el pensamiento. Pensar no es patrimonio de los lugares consagrados para la intelectualidad. Pensar no es prerrogativa de especialistas, ni de eruditos. Es “capacidad vital esencial”. No atribución de elites; no potestad de los hombres superiores. No tiene uniformes el pensamiento; ni siquiera jerarquías: porque el pensamiento vale para quien piensa. Vale para quien lo ejerce. El pensamiento tiene valor efectivo -efectos- para quien piensa. Su valor no reside en su rutilancia bibliográfica, sino en tanto estrategia subjetivante. Si no hay implicancia e implicación existencial, el pensamiento es mero tráfico discursivo. Cuando se piensa con cosas pensadas por otros, textos, hay una apropiación de sentido. Una recepción activa (cercana a lo que Ranciere llama el “íntimo trabajo poético de traducción”, que es condición de la igualdad al comunicarnos). El pensamiento es una actividad, no un bien de consumo. El pensamiento configura a su sujeto. Nos cambia, no somos los mismos; no tiene retorno, el pensamiento. La disposición subjetiva propia de pensar se diferencia pues de la dinámica de consumo de productos de pensamiento, de teorías, del titular de hoy. Resiste, el pensamiento, a la desesperación por la novedad, al profundo mandato de actualización permanente. El pensamiento resiste la necesidad de nuevos rótulos adorables, la llovizna de etiquetas efímeramente sacralizadas donde lo sagrado no es el pensamiento sino la actualización y lo foráneo.

El pensamiento no tiene lugares ni uniformes ni tampoco tiene el pensamiento tiempo mercantil. “Pensamiento sin lugar, pensamiento singular”, decía Nacho en un texto inédito (de un ambicioso libro en proceso que interrumpió la muerte y que tenía como título provisorio “La era de la fluidez”).

Nacho armó su lugar, “el estudio”, “Estudio Lwz.”. Tuvo su genealogía; cuando lo conocí, comienzos del 99, estaba HA, Historiadores Asociados, donde formaba parte quien sería, descontando a Cristina Corea, su colaboradora principal, Mariana Cantarelli. El pensamiento singular requiere fundar espacio, territorio, covacha donde conversar, coordenada a la que referir. Porque la destitución de los lugares consagrados al pensamiento es una liberación, pero también una intemperie. Una intemperie de sentido. Intemperie sensible a la vez atiborrada, atestada, saturada repleta de estímulos, cascotazos, afecciones… El pensamiento como capacidad de creación de líneas de sentido, que nombran (nominan) y arman recorrido; ponen bordes y cartografían la intemperie saturada. Nombra la cancha de juego. O, en términos más nacheanos, el pensamiento instaura su situación. Singular: situacional.

Pensar es quebrar la hegemonía de una representación. Quebrar la hegemonía de la representación; de la esfera representacional, quebrar la dominación de la representación por sobre la presencia. Quebrar la sobrecodificación, la cuenta por uno (la denominación de una situación presente con recurso a alguna instancia que le es trascendente; esto viene de Badiou, uno de los cauces del pensamiento de Nacho sobre el pensamiento). No hay tanto pensamiento autónomo, el pensamiento es siempre de autonomía: pone los nombres a los elementos que componen su situación. De eso se trata pensar, de crear en los términos de la percepción. “No es un instrumento”: es decir, el pensamiento no se reduce a un cálculo, que busca aplicar modelos o ideas o valores o deseos heredados o acatados; no es operador de valores previos. Por eso se afirma en “puntos de indeterminación”. Tiene, sí, condiciones: pero las condiciones condicionan, no determinan.

Pero si tenemos como especie un “déficit perceptivo” que nos fuerza a inteligir mediante representaciones que son previas a lo percibido, pensar, entonces, es siempre despejar un error. Pensar es percibir despejando lastres, para vislumbrar posibles. Una percepción íntima de las cosas. Instituye, el pensamiento, nombres, conexiones, hechos cada vez a medida de las cosas, de las situaciones -únicas e intransferibles…-.

Una presentificación radical. En la que no hay lugares institucionalizados o privados que acaparen el pensamiento, porque es un posible de todo lugar, de cualquier lugar -es un posible de todo lugar solo en tanto y en cuanto allí hay alguien. Una potencia de la presencia. “Bienvenidos al jardín de los presentes” da el punto final al libro Pensar sin Estado. El lugar del pensamiento es el presente en el sentido de allí (aquí) donde hay alguien. Por eso siempre se piensa esto, nunca aquello. Aquello se supone, se especula, se teme, da terror, o esperanza; se piensa esto: una afección concreta, una potencia concreta, algo en lo que estamos. Se está pensando cuando se percibe/crea -cuando se concibe- lo que se puede en lo que hay.

Recuerdo que fue el amigo Adrián Gaspari, cercano colaborador de Nacho, quien me hizo dar cuenta de algo evidente, que era que Ignacio no era un intelectual que se dedicaba a eso, sino que estaba todo el tiempo, así, pensando, en estado de pensamiento, más allá y más acá de los “temas” que trabajara; tomando como materia de pensamiento a priori cualquier cosa de la vida -percibiendo con curiosidad, con gracia-. Ahora bien, un “todo el tiempo pensando” no del tipo nervioso y de ansiedad. Más bien el pensamiento como desaceleración. Nacho hablaba despacio, con un tono bajo, como de pausa bajo un árbol. Una calma, un no tan rápido. Un tiempo propio de –instaurado por- el proceso de pensamiento, un remanso de velocidades propias -medio riquelmeano- que resiste a la automática obviedad de las cosas.

Contra la hegemonía de la representación, contra la llanura crasa de la obviedad, el pensamiento no opone la solidez del saber. Pensar es resistir el binarismo automatizado que simplifica la percepción y narranción existencial. “No sé, pensemos”. Los saberes pueden ser recurso de un pensamiento. Pero el pensamiento tiene dimensión improvisacional inherente. El pensamiento jamás simplemente ya sabía. Nunca ya sabe sobre lo que se presenta -es el ejercicio de una intimidad con las cosas-.

Un radical ateísmo; pensar porque no hay Dios. Dios murió y es necesario pensar, nadie puede hacerlo por nosotros. Es indelegable el pensamiento.

Sin pensar, las condiciones resultan determinaciones. Hay unas condiciones y ellas determinan (lo que pasa, nos pasa, hacemos, etc); no hay más que las condiciones. Hay pensamiento allí donde alguien organiza un devenir divergente a la inercia dada de las condiciones. El pensamiento, así, indetermina las condiciones.

No simplemente la inteligencia. No pasa solo por deducir, calcular, dilucidar -aunque ponga esas operaciones en juego-, sino por vislumbrar líneas de posible devenir -del mundo y de la subjetividad-, que ya en su vislumbre producen su sentido. El pensamiento como actividad configurante. (La bastardilla es un modo visual, es decir propio de lo extenso, que interviene en la inscripción sensible -del sentido- en un registro no lógico). El pensamiento puede concebirse como función orgánica, algo que hace alguien, no solo un producto, no solo una cosa. Una intensidad, una experiencia, algo que hacemos y que al hacerlo nos pasa.

Cuando se piensa, se piensa más. Andar. Cada paso agranda la lucidez del devenir posible, cada paso entrevé otro paso; el pensamiento se embaraza a sí mismo, es abundante por naturaleza, precisamente en tanto que apertura. Resistente a la lógica de la escasez, se autoreproduce. De allí que se piensa tanto con otros, conversando: el pensamiento se multiplica. El conector sintáctico por excelencia del pensamiento es entonces: ante lo que alguien dice -ante lo que se presenta, en general- responder empezando con negatividades (“no, pero, objeto…”) es mucho menos fecundo que responder con “ah, entonces, o sea que”: proponer efectuaciones de sentido. Un arte en la conversación. Cuando hay pensamiento, uno más uno no es igual a dos. La conversación como arte y una bailada orfebrería al escribir.

Si viene el default, vida uruguaya: mate y charla con amigos es una de las ideas más potentes que escuché en los últimos tiempos”, dice, aunque lo cito de memoria y no literal, Nacho en Sucesos argentinos. Y de memoria también lo recuerdo diciendo que si uno es un boludo, por lo menos no ser siempre el mismo boludo. El pensamiento necesita tocar lo real, comportar movimientos, posicionamientos prácticos. Ideas con capacidad orgánica y experiencial.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.