HUMO #2 «Historias del fin»: presentación



Final del juego

Cuando comenzamos a pensar el número 2 de HUMO¸ al término de 2014, un sintagma dominaba la escena política y mediática: fin de ciclo. La finalización de una segunda presidencia reelecta, la pronunciada devaluación del peso de fines de ese año y comienzos de 2015, la ausencia de un heredero claro y distinto para proseguir los doce años anteriores, hacían del “fin de ciclo” una evidencia tan dura como incuestionada. Veníamos, como revista, de la ciudad y la movilidad e íbamos hacia el fin. A nivel nacional parecía estar sucediendo lo inverso.

Sin embargo, en cuanto levantamos la vista de la política y los medios, nos dimos cuenta de que la idea de fin nos había acompañado al menos los últimos veinticinco años. Criticamos a Fukuyama y su vaticinio del fin de las ideologías; citamos el modo en que una de estas ideologías auguraba el fin de la historia una vez que una clase triunfara sobre otra; recordamos a nuestras abuelas y cómo, de infantes, nos adoctrinaban sobre el apocalipsis, los cuatro jinetes y otros relatos escatológicos. El fin era nuestra carta robada de Poe: su extrema cercanía y visibilidad era lo que lo había vuelto invisible para nosotros.

Por último, en un momento de distensión, corrimos la vista de las discusiones y la colocamos sobre un televisor prendido que hacía de fondo de los intercambios: unos zombis mordían a humanos, o éstos mataban y apilaban a quienes habían muerto pero, como Cristo, resucitaban. El fin no era el santo y seña de una coyuntura, sino una condición de época. El fin era el comienzo, entre otras cosas, de nuestro próximo dossier.

Este número recorre distintos ámbitos y experiencias donde aquella dimensión se encuentra presente, o presente por ausencia: los ciclos, la violencia, la infancia, los afectos, el carnaval, la música, el barrio, la escritura, la amistad. Nos interesaba leer qué pensaban algunos amigos sobre esto y así fue que comenzamos a invitarlos.

Diego Sztulwark abre el número con una aproximación al fin de ciclo 2015 pensando en otra fecha que puede ser considerada fin pero también apertura: 19 y 20 de diciembre de 2001. ¿Qué quedó y qué murió de esos acontecimientos? Alejandro Boverio, dando vueltas a la idea de ciclo, glosa su cargada historia filosófica. Sergio Tonkonoff, por su parte, reflexiona sobre ciertos pensamientos en torno a la violencia, sus fines y medios.

Sin embargo no todo es política, también están los afectos. Leonardo Novak, a través de diapositivas, viaja a su infancia y reconstruye sutilmente las finalizaciones que atravesaron esa etapa de su vida. Es también la vida lo que está en juego en el precioso ensayo-crónica de Soledad Sánchez sobre su vecino singular; alguien sustraído de la socialidad mundana que desprecia aquello por lo que otros dan la vida: el dinero. Ensayando una aproximación poco romántica a la amistad, Mauro Greco se pregunta: ¿los amigos son para siempre?

El fin de los afectos —la infancia, un vecino, la amistad— puede ser sublimado mediante algún consumo cultural. Luciano Beccaría nos saca a pasear por carnavales argentinos del norte, murgas uruguayas y comparsas brasileras, y la pregunta baila entrelíneas: ¿dónde quedó lo popular o, mejor dicho, el exceso ingobernable, en estas fiestas organizadas para la expectación y pago de turistas? De vuelta del paseo, Carolina Nicora y Sebastián Stavisky nos dicen: nada puede ser tan malo, o sí lo es, pero hagamos de esto algo productivo y destructivo a la vez. El fin del punk comparte saliva con las auto-finalizaciones de vidas de un filósofo, una poetisa y un músico. ¿Dónde acaba, si es que lo hace, el límite entre un pensamiento y una vida, una obra musical y la propia biografía? Daniel Mundo, cerrando el bloque cultural, vuelve sobre el concepto y la práctica de acabar, no sólo en relación a una vida, sino también al sexo, el porno y los afectos.

Y, sin embargo, una vida —como un pensamiento, una canción, un cúmulo de cenizas— se dispersa. Jorge Pinedo se interna en la obra reciente de Gabriela Liffschitz, quien escribe, fotografía y piensa sobre su cáncer pero no desde él: el dolor como vitalidad, el fin de vida como disparador de escrituras alegres. Facundo Ruiz, cerrando la sección Escrituras, llena de agujeros la pregunta sobre lo que un escritor, a punto de morir, puede pensar desde su cama de hospital, sus colegas y las efemérides que puede recordar.

Este número cuenta también con una entrevista, un ensayo fotográfico y una —nueva— sección de archivos. Gilda Bevilacqua entrevistó a Hayden White, uno de los filósofos de la historia más renombrados de los últimos quince años: el fin de la historia, de determinada forma de entenderla y escribirla, e incluso de la humanidad en caso de que el capitalismo haga de su voluntad de poder —que si no crece desfallece— un suicidio anunciado, recorren la nota. El fin también está vivo en el excelente ensayo fotográfico con el que Eduardo Grossman, quien ilustra la tapa con una imagen de su autoría, divide el número: el punto de fuga como línea en el horizonte hacia la que vamos, o de la que regresamos. Por último, la sección Archivos se inaugura con una crónica de Joaquín Dicenta, escritor naturalista español del período de entre-siglos de quien sólo transcribimos sus palabras dejando intactos los modismos epocales, sobre un amigo suicidado al que va a despedir a la morgue judicial toledana, no sin antes dar cuenta de los niños jugando y las vecinas cuchicheando de esos suburbios. 

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# Ir a Espíritu y Materia, de Diego Sztulwark

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