Humanismo y terror (18/01/2018) // Horacio González

(para La Tecl@ Eñe)

Las palabras tienen la extraña característica de burlarse de nosotros, sus tímidos usuarios. Hay un momento en que se apoderan de nuestras pobres lenguas y nos abandonan como niños de pecho, dejando que las sigamos usando aun cuando poco o nada signifiquen. No obstante, se mantiene firme la expresión “capitalismo”, pues al sentirse confirmada en la historia –ese suelo irrebatible que da verdad tácita de forma amarreta, no a cualquiera ni a cualquier cosa que sea-, sigue y sigue. El socialismo, su enterrador, no hizo poco para cumplir su papel. Pero en sus más decididos aspectos, tropezó con formas políticas más drásticas que las que le permitía el contacto fraterno que siempre tuvo con el pensar libertario, y en sus formulaciones más débiles, adoptó las de las socialdemocracias europeas de comienzos del siglo XX, que quisieron vivir de su dulcificación. Postuló crear grandes sindicatos que tuvieran afortunadas negociaciones con las poderosas empresas, de modo de ir inclinando progresivamente del lado rico al lado más necesitado, el reparto de la renta nacional o internacional. Esto último si tenemos en cuenta el keynesianismo de Bretton Woods, que aun siendo más generoso que lo que mostró su criatura, el FMI, también boyaba en las aguas del capitalismo de posguerra.

Aliado a las sucesivas reformulaciones tecnológicas, aun sin dejarnos abismar por una teoría energética del desarrollo de la humanidad, el capitalismo ha marcado la hora mundial en los dos últimos siglos, desde el combustible de carbón al motor de explosión, y de éste a las economías digitales. El capitalismo es su tecnología, y ésta es su pensamiento y su sensibilidad última. Han cambiado las formas de plusvalía que tan meticulosamente analizó Marx en 1867, pues no son ahora las de la producción directa de excedentes no remunerados del trabajo, sino que se amplían a las esferas jurídicas, simbólicas, comunicacionales y subjetivas. Por esto último, entiendo también una “tecnología” –no lo que abusivamente denomino Foucault de ese modo, una forma del cuidado de sí mismo- sino a una alianza entre la inmaterialidad de la existencia colectiva y la matriz de innovaciones sobre la materialidad de los consumos. Entendiendo por consumo una forma del tiempo, de circulación y de pensamiento. Allí está ahora la plusvalía. Lo que no conocemos ni reconocemos en nosotros mismos de aquello que somos capaces de concebir o imaginar. En esa brecha el capitalismo reaparece no con la forma de una mercancía objetiva sino bajo el llamado de una construcción imaginaria del yo. Rehace, incluso, la vida popular en casi toda su extensión.

El ideal capitalista, de borrar lo humano bajo un conjunto de abstracciones vivas –sustraídas de los ex vivientes que ofertaron a él su cuerpo desnudo-, parece haber triunfado en configuraciones que trasladan la idea de máquina a la idea de experiencia humana. Lo humano se sujeta ya a la experimentación total, en vez de situarse como depositario último del orden de las tecnologías.

No ocurre esto con una coacción visible, sino con el suave arrullo de millones de imágenes, a veces de fina orfebrería, y otras veces, midiendo las microcélulas de nuestros sentimientos a través de mega estadísticas que usurpan lo cotidiano a través de una desconocida matemática que traza destinos y experiencias vitales. No se trata, entretanto, de evadirnos de imágenes ni entrar en los pesares de una persecución imaginada, que nadie nos hace, porque de por sí, ya estamos sitiados. Vivimos como fugitivos sacándonos selfies.

Creo un error denominar “capitalismo serio” a cualquier proyecto popular, justificándolo en las conocidas dificultades mundiales: poblaciones mutantes, náufragos que huyen, imperialismo de la circulación digital, ciudades vaciadas en favor de la productividad de la circulación de máquinas y subjetividades, vidas populares arrancadas de su cuajo, intereses políticos quebrados en su autonomía interna, ilegalidad como forma económica suprema. No hay neoliberalismo sin capitalismo. Y ésta es una apuesta grandiosa a la ilegalidad de toda operación sobre los flujos financieros, afectivos y políticos.

Creo también que esta nueva situación –donde crecen todo tipo  de peligros-, no se resuelve postulando una variante de tal o cual socialismo. También él se convirtió en palabra que intenta salvarse por la vía de la seriedad. Pero sus vástagos son portadores de un nombre sin sujeto. Una nostalgia también puede ser negociable. La prueba la tenemos entre nosotros.

Una nueva forma de unidad para combatir estos rostros del terror que producen, mancomunados, las alianzas financieras, comunicacionales, jurídicas y estado-represivas, no debe tener un nombre fijo que ya ha hecho su tránsito, por más venerable que sea. Ante este capitalismo, una unidad social-política no es una sumatoria de pedazos subsistentes, por más que los estimemos como nadie y nos sigan respirando a nuestras espaldas. Los escuchamos. Pero es necesario correr la mirada hacia otros ámbitos, no digo novedosos en su brazada total –no creo que exista ese tipo de novedad-, sino novedosos en un nuevo uso de una parte dormida de viejos diccionarios. Lo novedoso sería despertar de otra manera una palabra distraída en nuestra lengua embarrada.

Propongo la palabra humanismo, con el agregado de la palabra crítico.  Es palabra al parecer gastada. Pero su gasto, creo recordar, fue bueno. Y entonces, puede seguir siendo invocada al servicio de lo que desde siempre está llamando, a lo humano sin más. Pero no sin crítica. Lo humano que se sabe a sí mismo en medio de una decisión, de una indagación sobre sí mismo, de una intervención cesárea que comprueba su subsistencia pensante, sintiente y productiva. Nada es proyección de un sujeto hacia afuera si simultáneamente no lo alberga la inquietud de reponer en su sí mismo lo que abandona hacia lo comunitario.

Humanismo crítico, entonces. Un pensar sobre sí que reúna un deseo de retomar hilos abandonados de una historia. No una solución progresista o izquierdista o desarrollista de izquierda –como sea, y sin despreciar ninguna-, sino un anticapitalismo que no actúe ni a ciegas ni se llame a sí mismo “serio”. Pero todo él, dicho de manera propicia para crear ámbitos que nucleen a los que sin saberlo, ya han transitado por este humanismo crítico, el otro nombre que respira hacia adentro para decir anticapitalismo. Pero decirlo bajo el signo de economías existenciales y existencias culturales que buceen en otros barrios de la vida histórica, popular e intelectual.

Para ese tránsito, hay obvios antecedentes en el mundo. Pero solo quiero mencionar los de nuestro país, que están inmersos en su propia historia y se confunden con ella. Solo que hay que rescatarlos de su uso “capitalista”. Daré ejemplos. El último Alberdi, del Crimen de la Guerra en adelante, sacándole su prematuro amor por los síntomas de la primera globalización y sus fobias contra las poblaciones que preexisten a la gran inmigración. No es poco lo que hay que hacer allí. Ayuda el primer Alberdi, el de la filosofía romántica como sujeto social y jurídico de un país. Carlos Astrada, con su idea de los mitos propiciatorios y su crítica a las escatologías. Una y otra, contradictorias, son un horizonte a desbrozar. Revisión del tema del honor: desde el Decreto de supresión de honores de Mariano Moreno al “renuncio a los honores y no a la lucha” de Evita. La tesis del cacique Oberá, Resplandor del Sol, gran leyenda que va desde Martín Del Barco Centenera a José María Ramos Mejía, como índice primigenio de libertad sudamericana.

El krausismo del yrigoyenismo, extirpado de sus vaguedades. El humanismo social del primer peronismo, retirado de sus catecismos obligatorios. El periódico La Montaña de José Ingenieros y Leopoldo Lugones (1897). El tema del traidor y del héroe, de Borges. La feminista Fenia Chertkoff, el coronel Chilavert en la batalla de Caseros. Las discusiones sobre la obra Ollantay,  tal como fue retomada por Ricardo Rojas. La izquierda sin sujeto, filosofar primero de León Rozitchner y la Correspondencia Perón-Cooke. El humanismo invertido de los Cuentos fatales (Lugones) y Los 7 locos (Arlt). La literatura colonial revisada y criticada a la luz de la literatura gauchesca, criticada ésta también considerando sus proyecciones contemporáneas.

José Ingenieros extirpado de su momento cercano a crear una “raza argentina” y tomado en su momento latinoamericano. El humanismo dadaísta de Cortázar que atraviesa postreramente el tercermundismo. El José Martí de Martínez Estrada. La Carta de Walsh a las juntas. El solicitante descolocado y Eva Perón en la hoguera de Leónidas Lamborghini. Moisés Lebensohn y César Tiempo. La imposibilidad de creer, de Macedonio Fernández. Los artículos de Raúl Scalabrini Ortiz en la revista Qué. Fermín Chávez. Arturo Jauretche. Hernán Benítez. La revista De Frente, de Cooke. Adán Buenos Ayres de Marechal. Tartabul, de David Viñas. Respiración Artificial de Piglia, Runa de Rodolfo Fogwill. Leonardo Favio, Quinquela Martín y Gorriarena, Alejandra Pizarnik y Liliana Maresca. Las obras de Carri, Laclau y Casullo. Estilos tecnológicos de Oscar Varsavsky. Rodolfo Puiggrós y Hernández Arregui. Silvio Frondizi. Esteban Echeverría y Héctor Agosti. Bayley, Viel Témperley, Mastronardi y Juan Laurentino Ortiz, J. J. Saer y Di Benedetto. Hugo del Carril y Elías Castelnuovo. Alfredo Varela. Contorno. Cristianismo y revolución. Poesía Buenos Aires. Pasado y presente. Cuchi Leguizamón, Castilla, Yupanqui, Homero  Manzi, Cobián y Cadícamo, Homero y Virgilio Espósito. Spinetta. Los martirologios antiguos y presentes.

El menú es variado, como se ve. E incompleto. Nada tomado al pie de la letra y todo sujeto a revisión. La historia social, económica, tecnológica e intelectual argentina debe ser reescrita. Una nueva bitácora. Si no les gusta tengo otra. Todo nos interesa porque a todo quieren destruir, desautorizar, despreciar.

El terror nos abarca, en forma sutil a todos, a otros los alcanza con sus balas para las que pide justificación popular. Ante eso, deberemos pedirle audiencia a estos cables de alta tensión del memorial argentino –que no  se agotan aquí-, que deben ser de consulta obligatoria. Yacen allí a la espera un humanismo crítico, de naturaleza social frentista, que aglutine memorias y esfuerzos para desatar las lianas de gaseoso terror que van queriendo esparcir desde las farmacitys estatales.

(1) Humanismo y Terror, obra de Maurice Merleau-Ponty, traducción castellana de León Rozitchner.

 

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