Anarquía Coronada

Horacio González. Una ética del pensamiento // Igor Peres

No me formé intelectualmente en Argentina aunque por sus intensos dilemas políticos ya me sienta profundamente atravesado. No he transitado tampoco los circuitos académicos locales aunque de sus debates también me haya nutrido. Pero a González lo escuché. Lo escuché varias veces. Y me gusta imaginar que lo hice con la atención que merecía. Retengo en el recuerdo una de esas ocasiones. Una semblanza intensa de su forma de expresarse, un trozo fulgurante de duración metido en este tiempo pensado sub especie aeternitatis. Una de estas verdades relativas intensas, expresión que también leí, o imaginé haberlo hecho, en algunas de las muchas páginas escritas por él. Luego de más de una hora de conversación sobre teoría política y coyuntura histórica (creo que hablaba de Marx…) González yergue la frente, como que despertándose de una ensoñación, y dice: «acá está, es eso, creo que es eso que quería decir!». Siempre volví a través de estos fragmentos de memorias que somos todos a este gesto, leyéndolo como el índice de una ética del pensamiento. Una ética cuya fibra más profunda está allí, en esta aceptación apasionada de la aventura de pensar. La disponibilidad incondicional a acompañar de cerca las conexiones que el pensamiento invita a construir. Este estar habilitado para atravesar sus recodos creyéndole a cada una sus mediaciones como si fuesen no apenas momentos de una conclusión por venir sino piezas absolutamente adecuadas e imprescindibles de un engendro que muestra su potencia sentido tras sentido. Un pensamiento cesa cuando termina. Encuentra su arroyo allí donde la palabra vacía muta en palabra plena. Allí, en esta entrega al gesto reflexivo, siempre quise ver además un despliegue práctico basado en la confianza absoluta en el otro. Todo pensamiento es adecuado y aún aquellos que habitan transitoriamente el lugar de lo falso lo hacen desde sus razones profundas. Existen y se comunican desde este lugar profundamente coherente que es la razón de su razón momentánea y putativamente desplazada. Aunque no haya intercambiado siquiera una palabra con Horacio González, conversamos numerosas veces en otro plano. Ese plano que sigue el mismo orden y conexión de las cosas. Me quedo con esta cercanía construida en la distancia. En este trágico y triste momento de su desaparición física tal vez sea la ocasión de mantener viva en la retina esta imagen que grafica la ética del pensamiento que creo haber encontrado en sus intervenciones. Hacerlo quizás sea tan necesario como urgente en esta coyuntura en que el verbo explicar circula con tamaña pompa e ingenuidad

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