“En vos lo austero provenía de la dignidad de los humildes”. La frase la escribió Guillermo Saccomanno en “Antonio”, su libro dedicado a Dal Masetto, pero bien podría caberle a Horacio González. El nombre de Saccomanno resonó estos días, estas semanas, por su intervención en la inauguración de la edición 2022 de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Ojalá el “ruido mediático” le sirva –si es que algo productivo puede surgir de un “ruido mediático”— para que algunos de sus muchos y muy buenos libros circulen un poco más. No nos ocuparemos aquí de eso. Aunque sí quisiera llamar la atención de una cuestión: en 2019, quien iba a abrir el evento en La Rural era Horacio González, pero fue censurado por la gestión Pro del gobierno de la ciudad, la misma que pervive hasta hoy en día, y que no tuvo empacho en abrir sus puertas para que el plagiador Javier Milei asistiera a vomitar una catarata de reaccionarios lugares comunes. González estuvo ausente de esta edición 46 de la Feria, obviamente, porque su cuerpo partió de este mundo hace ya casi un año, pero no sólo su obra –que sigue dando que hablar, incluso como novedad— sino también su legado estuvieron presentes en más de un evento, entretejiendo tiempos distantes, anudando problemáticas diversas, conjurando las ausencias desde el ejercicio activo de la interpelación fantasmal.
El tiempo no para
En diciembre pasado se realizó en la explanada de la Biblioteca Nacional, que González supo dirigir por una década, una masiva actividad en su homenaje, del mejor modo en que se podría hacerlo: presentando dos de sus nuevos libros, “Gonzalianas. Conversaciones sin apuro” y “Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres”. Ambas publicadas por editorial Coihue, por la que Horacio publicó gran parte de sus trabajos y en donde dirigía la ya hoy emblemática “Colección puñaladas”, los libros –disímiles entre sí por sus registros—contienen sin embargo una conexión a través de algunas preocupaciones persistentes: el entrelazamiento entre tiempos, geografías y temáticas a la vez lejanas y cercanas, contiguas y contrapuestas. Así, lo más singular de la patria se codea con lo más universal de la humanidad, y nombres como los de Heidegger, Gramsci, Sartre, Benjamin, Marx, Derrida o Althusser caminan junto con los de Masotta, Rozitchner, Cooke, Del Barco, Jitrik o Macedonio, al igual que en las conversaciones (que sostiene con una docena y media de sus amistades políticas e intelectuales más cercanas) la inquietud por la revolución, la lengua, la universidad, la historia, el mito, lo popular o el Estado se ensamblan por la indagación en torno a Malvinas, Sarmiento o la actualidad de los feminismos, temas que constituyen el núcleo problemático de interés de toda la intelectualidad crítica.
Bienvenidxs al tren
“Ese era el mecanismo gonzaliano: no preguntar de dónde venís ni cuánto sabés. Sino qué sos capaz de dar y cuánto sos capaz de aprender para hacer una experiencia común”. La frase es de Sebastián Scolnik y pertenece a “Nada que esperar. Historia de una amistad política”, libro publicado a fines de 2021 –en el marco de las conmemoraciones por los 20 años de la insurrección popular del 20 de diciembre— en el que se recuperan las experiencias de las juventudes que hicieron del tránsito por las aulas y los pasillos de “Marcelo T” (sede de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires), y luego, de su vínculo con otras experiencias sociales emergentes por aquellos años, un intento por gestar un suelo desde el cual crear algunas líneas de intervención para hacer más soportable la vida, en medio del huracán neoliberal. Y allí apareció González con sus atípicas clases en la carrera de Sociología, los intercambios entre docentes y estudiantes que dieron nacimiento a la revista “El ojo mocho” y esa particular relación que –dicen— entretejida con todos aquellos, con todas aquellas, dispuestos a conversar.
Mucho de eso aparece en el bello microrrelato sobre González presente en el interior del libro de Scolnik, y algo de todo eso –y de su escritura, y de su particular forma de habitar la institucionalidad estatal– fue recuperado también hace unos días al presentarse el número especial de “La Biblioteca” en la Feria del Libro, tanto por Scolnik como por Graciela Daleo –dos de los cuatro convocados para la actividad–. “El Ruso”, como se apoda Scolnik, fue miembro de colectivos universitarios y de militancias múltiples en los años noventa (como El Mate y Situaciones) y luego trabajador estatal en la Biblioteca Nacional, donde –promediando los dos mil– se cruzó a su ex profesor González cuando éste asumió la gestión de la Biblioteca (Nacional) y pusieron en marcha nuevamente “La Biblioteca” (la revista fundada por Paul Groussac, retomada por Jorge Luis Borges, y reanudada finalmente por Horacio), pero también, la Oficina de publicaciones, desde la que se sacaron a las calles más de 400 títulos, entre ellos, varias ediciones facsimilares de revistas emblemáticas de la historia cultural nacional. “Vicky” –como la llaman a Daleo desde sus setentistas años de militancias montoneras— supo ser alumna de González cuando éste llevaba adelante las emblemáticas “Cátedras nacionales” a inicios de los setenta, para luego serlo nuevamente en los noventa, cuando se decidió a retomar sus estudios (detención ilegal mediante durante la última dictadura; exilio forzado durante los primeros años de la “democracia”). Parte de esas “estaciones” fueron recuperadas en su intervención acelerada en la Feria, puesto que los horarios de actividades se ensimismaban, y los viajes gonzalianos podían extenderse por horas.
Daleo/Scolkin, dos generaciones que se vieron interpeladas por el mismo impulso arrollador de este heterodoxo profesor, este raro intelectual, que luego fue un extraño hombre de Estado (“funcionario libertario”, le gustaba caracterizar, con este oxímoron que coloca la tradición anarquista junto con la nacional-popular), que seguramente logró interpelar también a generaciones más próximas en el tiempo.
Los libros y la vida
Además de “Gonzalianas” y “Humanismo…”, desde que González falleció a mediados del año pasado y hasta hoy, también aparecieron otros dos libros inéditos: “La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González 1985-2019)”, el año pasado, y “Fusilamientos. Muerte en primera persona”, presentado como novedad en esta última edición de la Feria del Libro. Como si en su ausencia física la máquina rizomática gonzaliana no dejará de funcionar, de producir novedades anudadas con la trama histórica nacional y el drama humano pretérito y actual.
Por otra parte, en un esfuerzo monumental que se expresa en 465 páginas, el número especial de la revista “La Biblioteca”, titulado “Los libros y la vida. Horacio González (1944-2021)”, recorre, a través de 52 personas que escriben y un cuantioso archivo fotográfico, la producción de González desde las clases en las Cátedras nacionales y las notas en la Revista “Envido” en los años setenta a la dirección de la Biblioteca Nacional y sus textos en múltiples medios en los dos mil, pasando por sus elaboraciones en el exilio brasileño (entre los que se destacan “Los asaltantes del cielo. Política y emancipación” y “Evita. La militante en el camarín”, ambos traducidos al castellano y publicados en Argentina hace algunos años, el primero por editorial Gorla y el segundo por la editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional del Córdoba), las clases en la UBA y las notas en las revistas “Unidos” y “El ojo mocho” en los ochentas y los noventa, además de un recorrido (que parece interminable), por sus decenas de libros.
Como en “Gonzalianas”, donde discípulos, amigas y compañeros de ruta conversan con él sobre diversos temas, también en este número especial de “La Biblioteca” la conversa sigue. González ya no está, pero permanecen las preocupaciones que trabajó a la largo de su vida y que de múltiples modos, hoy continúan trabajando quienes fueron sus alumnxs, compañerxs de cátedra o revista, de trabajo o de bar, de pasiones y razones: marxismo y peronismo; lo nacional y lo universal o sus lecturas y relecturas de Marx y Gramsci (y del “marxismo” en general) a la luz de Cooke y de Perón (y de su particular modo de abordar el peronismo); la Comuna de París y el 17 de octubre; la Revolución Rusa y la resistencia peronista; Macedonio Fernández y Albert Camus; Blanqui y Roberto Arlt; Maurice Merleau Ponty y Jorge Luis Borges, p los vínculos entre establecidos entre Latinoamérica y Europa o, más puntualmente, entre Argentina y Francia, o Alemania. Todo eso aparece en número de la revista, junto con las reflexiones que González supo cultivar en torno al periodismo y la sociología; las ciencias sociales y el ensayo; la metamorfosis y la dialéctica; los diarios y los taxis; los libros y las calles, en esa apuesta por pensar, entendido como práctica guiada por asunción de un riesgo: el de salirse de los esquemas previstos, los lugares comunes, los lenguajes estereotipados. Por eso fuera sobre la polémica actual o el trazado de genealogías (“operaciones de rastreo”, cual baqueano intelectual tras las huellas del pensamiento y aquello que las experiencias pretéritas nos legan) lo que parece siempre en González es el intento por pensar la época, cualquiera fuera, en tanto nudo de tensiones irresueltas y síntesis imposibles.
Alguna vez, más precisamente en su libro “Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad”, María Pía López escribió: “González no es un francotirador, sino un fundador de tribus. Tribus que se fragmentan, a veces se dispersan, otras se vuelven familia, se institucionalizan, se superponen con otros agrupamientos. Van de aulas a cafés, de bares a bibliotecas, de anaqueles a mesas redondas, de comidas a clases”.
El carácter finito de la vida humana hoy impone traspasar los tiempos verbales. Pero cómo supo plantear Raúl González Tuñón en su poema “La cerveza del pescador Schiltigheim”, es necesario andar “con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio/ Para que a cada paso una mañana o una emoción o una contrariedad/
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña”. Porque al fin y al cabo, “vivimos en una encrucijada de caminos que parten/ y caminos que vuelven”.
Fuente: Revista Zoom