(motivos para su lectura) [1]
Diego Picotto
“La vida es un río que pasa por un infierno”
S.L.P
“Mi soledad está poblada de gritos de guerra”
S.L.P.
“Quizás un día vendrán algunos vecinos valientes a plantar un huerto. Un huerto donde los niños podrán jugar mientras sus mayores seguirán hablando de la vida que pasa””.
S.L.P.
¿Cómo se vive, se escribe, se habla cuando se es devorado por el malestar, por la oscuridad interminable de la noche, por la imposibilidad de vivir? ¿Con qué fuerzas la desesperación se vuelva bronca, desafío, querer vivir? Hijos de la noche, última obra del filósofo y activista catalán Santiago López Petit (editada en Argentina por Tinta Limón Ediciones) atraviesa estos interrogantes a partir de una escritura tramada al ritmo de la demolición de una vida afectada por la enfermedad.
“Lo que he buscado durante toda mi vida ha sido elucidar la igualdad querer vivir = desafío. He pensado esta igualdad en el interior de la constelación formada por el ser, el poder y la nada; luego, bajo el fondo de la relación entre infinito y nada; y finalmente, sobre mi propio cuerpo”.[2]
El querer vivir como desafío se actualiza en Hijos de la noche bajo la forma de grito dispuesto a agujerear la realidad, lo que permite ponerlo en serie con sus textos anteriores y leerlo como último capítulo de una saga donde cada momento de la obra de López Petit forma parte de una búsqueda vital e ineludible. Nos encontramos ahora en la estación del cuerpo, cuando ya no hay mediación, cuando la proximidad es máxima. La escritura y la política se imprimen, así, sobre la existencia. Puesto el malestar en el centro, la vida pasa a ser problematizada, objeto de sistemática y descarnada auto-reflexión.
Se desprende de ahí otro motivo evidente para su lectura: la perfección matemática de la constelación conceptual con la que emprende y sostiene esta deriva: se podrían llenar las dos primeras hojas de este borrador listando las nociones que SLP engendra para dar cuenta de su mundo y de su vida, que no son sino expresión de un mundo y de una vida cualquiera, de un mundo y de una vida genéricos, afectados por la movilización global. Y las diez siguientes páginas mostrando cómo estas nociones, en su interconexión, cartografían de manera contundente la constitución y el funcionamiento de un capitalismo desbocado vuelto tautológicamente realidad única e indiscutida: la realidad es la realidad. Es lo que hay. “Agujerearla” –mínimo, como para poder respirar– requiere imaginar dispositivos de resistencia cimentados sobre el propio cuerpo. “Frente a la realidad se alza mi querer vivir, frente a la verdad del capital que organiza el mundo opongo la verdad del cuerpo enfermo que se resiste”.
No faltará quien subraye la sutileza con la que SLP cincela las frases, cómo les saca punta y las usa para pinchar toda ilusión o esperanza de sus lectores y suya propia. En penumbras, domina como pocos el arte del aforismo. Los epígrafes lo evidencian (“La vida es un río que pasa por un infierno”, “Mi soledad está poblada de gritos de guerra”). Pero hay miles más (“Soy una vida que muere huyendo de sí misma”, “En mi cerebro crecía una flor salvaje que la desesperación alimentaba”, “Mi cuerpo se desangra en palabras que no me pertenecen. Soy hablado por el lenguaje”, “El mundo grita en mí. Mi cabeza es la caja de resonancia de este grito”).[3]
López Petit es, efectivamente, un escritor de conceptos y de frases. Los primeros lo conducen hacia la filosofía, hacia un materialismo crítico, político: son el entramado que sostiene un pensamiento anómalo al límite de sí mismo. Las segundas, las frases, lo sitúan en el campo de la literatura, del juego con la palabra y el ritmo (a sabiendas de que no es una cuestión de estilo lo que está en juego y que «la literatura es una porquería»).
“Sin embargo, yo también me pregunto quién soy. Si este ausente tan presente o este presente ausente. Yo soy la voz que me habla al oído y me advierte de que el tiempo se acaba. Yo soy la sombra que me acompaña cuando salgo a pasear y se esconde de la luz acerada del sol. Yo soy la mano que en el Google indaga sobre los métodos de suicidio. Yo soy el que nunca está cuando el otro está. Tomo más y más café, me ducho con agua fría para despertar. Para expulsar este intruso que duerme en mí. Solo consigo temblar aún más”.
Conceptos y frases, entonces, como dominantes en un texto que es por momentos reflexión autobiográfica, por momento ensayo filosófico, por momento manifiesto político, por momentos intervención artesanal sobre el propio lenguaje; capilaridades de una escritura que grita un desafío: el querer vivir ante la imposibilidad de hacerlo.
La noche del malestar
Un arsenal de sentidos teje el texto en torno de la noche del malestar. Sufrimiento, dolor, tristeza, miedo, luchas descarnadas contra sí mismo, contra su noche, que es la noche de muchos. Una enfermedad que le come a mordiscones la vida, que le corroe su capacidad de lectura y escritura. Una enfermedad que le dice la verdad hasta asfixiarlo y lo obliga a asumir lo insoportable: que es uno el propio culpable del sufrimiento por no encajar en el mundo. ¿Cómo atravesar la noche cuando la noche se la lleva encima?
“La realidad está en guerra contra mí, y yo también estoy en guerra contra la realidad. Mi cabeza es este mundo devastado (…) soy una vida que muere huyendo de sí misma”.
Hijos de la noche habla de la enfermedad en primera persona que es paradójicamente la que le permite, desde su singularidad, hablar de un problema común, trasversal a las vidas contemporáneas.
“Cada día tiene sus noches. Cada sociedad tiene sus enfermedades (…) Pero, quién no está enfermo en esta sociedad? ¿Cuál es tu noche”.
La enfermedad revela una verdad de sí y del mundo, hasta hacer del dolor una fuerza, una existencia politizable. Para que esto suceda es necesario sacar el problema de su reclusión en el espacio privado, volverlo público. El malestar queda situado, así, en el centro de su pensamiento y se constituye como problema político.
“En la época global, el malestar social es la enfermedad que acusa a esta sociedad de ser opresiva, huera, descarnada e injusta. Es un estar-mal que se manifiesta en una multitud de enfermedades indefinidas y generalizadas. Enfermedades del vacío como la depresión, la ansiedad, la anorexia; enfermedades del sistema inmunológico como el síndrome de fatiga crónica, la sensibilización química múltiple, la fibromialgia…”
Constituir al malestar en problema político permite sortear la posibilidad de pensarlo en clave “existencial”, o “trágico-romántico”; de reconducir la enfermedad a la pequeña vida privada. Politizar la existencia implica asumir –como le gusta decir SLP– que vivimos en el vientre de la bestia. Y que aceptamos, impotentes, su poder desproporcionado, inexorable, arbitrario, imprevisible. Todo puede pasar en cualquier momento y lugar sin mayor razón o explicación. Y nuestras vidas precarias y autistas poco pueden hacer para impedirlo. Reproducimos este mundo que se nos cae encima viviendo, cada uno y todo el tiempo. Es la realidad. “Es lo que hay”. Y no hay afuera posible. La movilización global está hecha de nuestras propias vidas que son, a la vez, nuestra cárcel.
Este “secuestro” consumado por la movilización global funciona paradójicamente a partir de una proclama de libertad: “puedes hacer con tu vida lo que quieras”. De la represión del deseo al debes gozar. Todo está al alcance de la mano y no hay motivos para no ser feliz. Tú eres tu propio límite. Y en esa búsqueda de gozar, que es la realidad misma, quedamos capturado por la movilización global.
Por eso el diagnóstico de Hijos de la noche es el diagnóstico de una época, la fatiga crónica de SLP es la fatiga de un mundo exhausto. De ahí que la fatiga funcione como un exceso de verdad: no tanto una enfermedad que se tiene como un modo de ser fundado en un exceso de verdad. “La fatiga permite ver la verdad del mundo. La vida es una cárcel y barrotes son el lenguaje”
El malestar nombra esa enfermedad de normalidad en la que el cuerpo se separa de sus potencias de actuar hasta que vivir se vuelve imposible. Hasta que la noche lo cubre todo y se vuelve prolongación de uno mismo. Hasta que no queda más opción que atravesarla. Que atravesarla a los gritos.
Tres voces
I. Politizar la existencia, decíamos, supone que el malestar no puede ser privatizado, ni abstraído de los territorios y de las condiciones materiales concretas en las que se produce, de los en los que declina en cada geografía la movilización global. Es difícil, por tanto, pensar este malestar en Latinoamérica por fuera de lo que el Instituto de Investigación y Experimentación Política (IIEP), entre otros, llama “nuevo conflicto social”, para dar cuenta “del surgimiento de un poder que aspira a controlar territorios y vidas articulando el desarrollo de las redes del narcotráfico con la complicidad de redes policiales, judiciales y políticas”. Las disputas por los territorios; la guerra de los modos de vida.[4]
II. “Guerras informales de la segunda realidad” llama Rita Segato a esta novedosa escena bélica, que se juega tanto sobre los cuerpos como sobre los territorios y que implica usos generalizados y específicos de la violencia. Lo que permite pensar que se están gestando nuevas formas de control “desde abajo” de los comportamientos de las personas. Pedagogía de la crueldad: “esperamos la crueldad desde cualquier lugar, desde cualquier momento y de forma arbitraria”. Lo imprevisible, lo contingente, lo discontinuo: semblantes de una violencia de abajo en la que víctimas y victimarios son personas cualquieras, con sus economías y modos de vida. La violencia se privatiza y se la hace pasar por circunstancial: se evita así asumir su potencia transformadora, performativa, su capacidad de reestructurar profundamente la sociedad bajo la lógica de la apropiación privada de los territorios, de los cuerpos, de las subjetividades, de lo común.[5]
III. Verónica Gago (en La Razón Neoliberal. Economías barrocas y pragmatismo popular) pone también el ojo en una segunda realidad, en los territorios, sobre esas tramas vitales organizadas por conflictos y creaciones (instituciones – lazo social – subjetividad). Y encuentra ahí funcionando una neoliberalismo por abajo que se expresa en una red de prácticas y saberes “que asume el cálculo como matriz subjetiva primordial”; una empresarialidad popular pragmática que estimulada por el impulso a las libertades tensiona la frontera entre legalidad e ilegalidad. De ahí que “el neoliberalismo –como política activa de creación de instituciones, lazo social y subjetividad bajo el modelo de la empresa– ha conseguido instalarse de un modo dinámico y multiforme, tanto ‘por arriba’ como ‘por abajo’”. Subsuelo de la movilización global que funda economías barrocas y modos de vida. El querer vivir se vuelve pragmática popular, y cuando no fiesta.[6]
O balacera.
Grito de guerra
Atravesar la noche que lo cubre todo, atravesarse a uno mismo, atravesarse y atravesar la noche a los gritos: otro motivo ineluctable para entrarle de lleno y sin vacilación a Hijos de la noche.
Ya lo dijo Deleuze, el filósofo no es alguien que canta, es alguien que grita, que tiene algo que gritar (conceptos, ideas… verdades cargadas de sentido). Es el grito del cuerpo que sufre; un grito desesperado contra el mundo; verdades que se padecen y se conquistan “como una posición en el campo de batalla”. El desafío es hacer de ese grito un arma de guerra en el combate de un pensamiento que se juega la vida entera en cada concepto, en cada palabra. Vida y escritura se confunden, se implican, al ritmo del grito. “Se entiende si digo que un día comprendí que con este libro me lo jugaba todo”
Y desde esa guerra que le carcome la vida va, como puede, elaborando un pensamiento agudo, una escritura crítica y experimental que ende sus uñas en la verdad política que habita en un cuerpo que sufre; una escritura en la que se va la vida, hasta hacer visible su filón más político: allí donde se vuelve sufrimiento, imposibilidad de vivir. No poder vivir “porque esta sociedad enferma y mata”. Pero querer vivirhasta convertirlo en idea única y singular: “con el querer vivir la vida dejaba de ser una mera cuestión para convertirse en un problema”. En un desafío. En un grito. El grito del querer vivir porque la vida es el problema. Pensamiento, grito y lenguaje se indistinguen, se enhebran en una escritura que permite poner la propia vida en el ojo de la tormenta. Una política radical vuelta experiencia vital y cotidiana.
Yo soy anomalía
Entre el malestar y las resistencias colectivas, el grito del fatigado es una línea de fuga. “Vivir quizás solo puede consistir en vivir esta anomalía hasta el final”. Porque ya no se trata de situarse en el lugar correcto, del lado de la vida frente a la mercancía, frente a lo privado, frente al capitalismo, frente a la muerte: se trata de optar entre ser una unidad de movilización (un emprendedor) o una anomalía. Escapar tras quemar las naves. Un pensamiento en armas, a los machetazos –de ahogado. Una escritura que mutilada de palabras obvias y cansadas escupe la verdad del mundo mientras se desangra en la oscuridad de la noche. Escritura terapéutica que descifra la gramática del malestar insoportable. Y la cartografía que permite huir; huir hasta que la enfermedad devenga afirmación, trinchera, anomalía.
“La huida hizo de mí una anomalía. La anomalía es lo que huye. Pero mientras huye agarra un arma”.
No hay exterioridad. No hay afuera. “Yo soy mi enfermedad”, dice. No hay normalidad más que bajo la forma de la máscara: la continuidad de la guerra. La fatiga es la enfermedad de la normalidad. Pero la fatiga, más que una anormalidad, es una anomalía. En un mundo que se descompone, vivimos nuestra vida como anomalía. Y la anomalía no es, si no, la forma de la verdad. Una verdad que es menos contenidos que mecanismo: aquel mediante el cual la inadecuación de la anomalía a la realidad – lo intempestivo en su irreductibilidad– es llevada hasta sus últimas consecuencias. Porque la anomalía –lo desigual, lo irregular, lo rugoso– no es tanto un disfuncionamiento como un desplazamiento (del orden). La anomalía es efecto del funcionamiento de la realidad, pero también es autoconstitución:
“Constituirse en anomalía significa aceptar lo insoportable para poder afirmar una verdad que está grabada en el cuerpo. No se habita en la verdad. Es ella la que habita en mí cuando me hunde en la desesperación o cuando, lleno de rabia, me empuja a atacar el mundo”.
Huir – devenir anomalía – agarrar un arma – atacar el mundo: he aquí, casi como corolario, el motivo fundamental de porqué leer Hijos de la Noche. Por la naturalidad y la potencia con la que escritura de SLP hace propia esta deriva. Por su destreza para desmarcarse de los sentidos comunes dominantes, por su capacidad de ir más allá de lo dado, del malestar. Por su estar a contrapelo; a destiempo y fuera de foco: demasiado tarde o demasiado temprano; demasiado cerca o demasiado lejos. Por su apuesta a desplazarse, cada vez, del orden.
“En esta sociedad en la que expresar un cierto malestar carga necesariamente con el estigma de lo inoportuno, de lo que está fuera de lugar (…) Contra una sociedad que te recuerda continuamente que es extemporáneo hablar del sufrimiento o de la enfermedad, y ya no digamos pretender politizar la propia enfermedad”
Lo desigual, lo irregular, lo rugoso: desde ahí López Petit le pone espesor a las cosas, las dramatiza, como le gustaba decir al viejo Viñas. Este destiempo, o tiempo anómalo, dispone una temporalidad para la pasión por el pensamiento crítico, desnaturalizador. El tiempo de una escritura en la que se va la vida. El lugar de una verdad que no es sino desplazada. “La verdad es el desplazamiento, más exactamente, la verdad se produce en el momento del desplazamiento. (…) La verdad es la efectuación del desplazamiento, el gesto siempre inacabado de desplazamiento”.
Pero ¿cómo se hace política desde el desplazamiento? ¿Cómo se construye organización? ¿Cómo se convive con discursos y prácticas identitarias y homogeneizantes, en los que la potencia de la anomalía intenta ser capturada por el par normalidad/anormalidad? ¿Cómo asumir las tensiones, las ambivalencias, las frustraciones y deseos de vidas subsumidas bajo la lógica de la movilización global? Su pensamiento es el reverso radical de cierto felicismo ambiente, de la vida boba, del simulacro cobarde e indispensable para que todo siga en pie. Hijos de la noche pone el malestar en primer plano y desde allí piensas las vidas singulares en sociedad. El querer vivir es su enfermedad, pero también su manera de desafiar el mundo, de asumirse como anomalía, de luchar a muerte con la vida, de atravesar la noche, de politizar la tristeza.
Pero todo esto no se hace solo: hace falta una alianza de amigos dispuestos a atravesarla. A inventar la vida en común que lo haga posible. A eso llama política, a ese “canto espiritual a la vida” que entonan quienes deciden no claudicar frente a la realidad. El canto –que es grito– de quienes desean compartir la “extraña alegría que hay en una vida política, en una vida orientada hacia la lucha”.
[1]Advertencia: Hijos de la noche es uno de esos textos excepcionales cuya lectura produce afectos evidentes sobre el cuerpo y el humor de quien lo lee. Potencia y lastima. Perturba. Se vuelve violento sobre la propia vida, tensionando convicciones y hábitos; fragiliza y explaya, amplia fronteras. Entrarle a la noche, a la propia noche, es un desafío que nos devuelve una imagen que no siempre queremos ver. Quien avisa no traiciona.
[2]El texto mezcla sin mayor distinción fragmentos de la obra presentada y una entrevista reciente que Salvador López Arnal le realizó a SLP y que publicó Lobo Suelto!: “Quiero poner el sufrimiento en el centro, pensarlo políticamente, y decirlo con una escritura que haga daño al lector y por supuesto a mí mismo”
[3]Incluso algunas, como “Resistir sin esperar nada”, se vinculan a otras experiencias políticas impulsadas por SLP, como El Pressentiment (http://elpressentiment.net/).
[4] Véase La caja de Pandora. Apuntes del Nuevo Conflicto Social/1. Se puede visitar también –y se alienta a hacerlo– su sitio web: http://www.iiep.com.ar/
[6] Gago, Verónica, La razón neoliberal. Economías Barrocas y Pragmática popular, Bs-TL, 2014. Se puede ver, también, esta sugerente entrevista a la autora: “El neoliberalismo hoy es una paradoja que desdibuja la frontera entre arriba y abajo, explotación y resistencia”.