“No son 30mil”, dice una pared acá en Paternal. Contradice, en realidad, porque está escrita manchando una pintada previa. La derecha se define por ser reactiva (pañuelo celeste contra el verde…). Orden-sobre los cuerpos que, por naturaleza, son previos a todo orden; incluso, sí, al orden que los produce: de ahí el temor eterno del orden hacia sus cuerpos hijos. Aunque gane, la reacción corre siempre de atrás a la vida. De ahí su saña: la crueldad y la tortura son y fueron de ellos. Quienes peleaban por la revolución mataban, y esa decisión es cuestionable, discutible, pero no torturaban ni violaban, porque mataban sujetos que eran obstáculo de un deseo de vida inclusivo e igualitarista. El sadismo es el goce triste del poder: goza por su dominio, odiando porque sabe de fondo que algo siempre se le escapa, que ese cuerpo -la vida que lo atraviesa- no termina nunca de ser suyo; el sadismo busca alcanzar lo que se le escapa. Por eso el orden domina y mata pero nunca deja de temer y odiar. Temernos y odiarnos. Es simple: la desigualdad radical, la brutal concentración de la riqueza, es contraria a la física natural. Requiere violencia y violencia y violencia.
No son treinta mil, dicen y hacen síntoma: obvio que no sabemos cuántos desaparecieron, justamente porque los desaparecieron. Treinta mil es una cifra sensible, en medio del imperio del número. Un número cuya verdad no es mercantil ni burocrática ni informática. Mensurado por el dolor, es un número cuyo grito compartido hace de la tristeza, rabia, y hasta alegría de ser tantos gritando: treinta mil compañeros desaparecidos, presentes. Alegría de ser multitud presente. Treinta mil, y treinta mil, y treinta mil, presentes. En el imposible de la cuantificación burocrática, hay un espacio afectivo abierto.
Del imposible hicieron las Madres su consigna, Aparición con vida. No busca producir lo que dice, la consigna. No: produce el espacio subjetivo de su enunciación. No se sabe con exactitud cuántos desaparecieron, precisamente por lo siniestro del mecanismo genocida; pero esas Madres, con un imposible de consigna, presentifican el deseo vital de sus hijas e hijos, deseo vital que el orden torturó, violó y desapareció hasta donde pudo. Son las Madres de todos y todas los que nos sentimos interpelados por el deseo de fraternidad que el Gran Padre quiso desaparecer. La saña del orden era contra algo que portaban esos cuerpos; cuantificar esa fuerza es imposible; las Madres, con una lucidez política impresionante, evitaron organizar su dolor como propiedad privada. Así pues nos encontramos: el orden quiso desaparecer algo que no puede circunscribirse a un número exacto de cuerpos individuales, las Madres hicieron del dolor un espacio abierto a la pulsión fraterna, donde entra cualquiera, sin más requisito que la implicación afectiva. Están las Abuelas, están las Madres, están los Hijos, y hermanas y hermanos somos todxs.
Hermanas y hermanos somos todos, todos lxs quen estemos, lxs presentes; al menos un rato, al menos hoy: que sea nuestra potencia fraterna la que mida el mundo. Son treinta mil -presentes- porque somos nosotrxs -presentes-.