Herejes bitácoras para el re-lector desprevenido (III) // Carlos G. Picco (Compilador)

 

Hogar

por Carlos G. Picco

 

Y ahí estoy, parado en el borde de algún acantilado loco. ¿Qué es lo que tengo que hacer? tengo que agarrar a cualquiera que se acerque demasiado al acantilado; me refiero que, si están corriendo y no ven hacia dónde van, tengo que  salir de algún lado y agarrarlos. Eso es todo lo que hago todo el día. Entiendo perfectamente, como dicen los eruditos, que viajar es importantísimo para la formación del espíritu, pero hasta los más iluminados saben que por muy viajero que sea uno, cada tanto es necesario volver a casa… es que solo en ella consiguen alcanzar y mantener una idea pasablemente satisfactoria acerca de si mismos. No obstante y pese a todo, si se me pudiera pensar de algún modo, nombrar digamos o clasificar al menos, podría aconsejarle la novedad de señalarme como una especie de paranoico al revés. Es que sospecho, incluso aquí parado, que la gente conspira para hacerme feliz.

 

Anochece y esta es, en definitiva, sólo la escenificación de una conversación entre cuidadores, cavernarios y carpinteros.

 

 

Escribe lo que inscribe

por Ana Paula Tumas

 

¿Cómo me has visto? Como un día de verano. Vamos a la isla. ¿A dónde? A la isla, a zambullirnos para ver la ciudad, subiremos y saludaremos a los barcos…¿Qué sabes de esa ciudad? Fue engullida por un terremoto. Emerge del agua a veces, con la promesa hipócrita de la primavera. ¿Me darías dos días? Sí. Vagar. Ojalá llueva. Y me agarres de la mano. Y me metas en una librería escondida. A buscar lo que no tienen. Hombro con hombro. Amo verte reír. Gané entonces. ¿No lo sabías? Nunca lo sé, tu sonrisa. Hoy me reí todo el día, hoy te ví. En el pasillo. Con ojos de río. Hoy fui feliz. ¿Bailas? No iré al hospital, no iré, quiero hacer proyectos para el mañana, el vecino desconocido siempre me responderá con la misma música, y siempre habrá alguien para venderme palabras. ¿Cuánto dura el mañana? La eternidad de un día cuando el ruido. Un día en la eternidad cuando tu voz. Vayamos a la ciudad, ahí donde nadie, vayamos de noche, allí cuando quieta.

 

 

Extracto Canto III

por Federico Racca

 

exilio y los exiliados. Esopo fue esclavo, Esquilo y los griegos ostraquizados en Sicilia, ¿Safo confinada en Lesbos? El progreso del peregrino y El quijote. Severo en París y la expulsión de la IPA. Jabès, Jünger: “me sería muy agradable consagrarme a mis coleópteros; como dijo Goethe, uno se retira poco a poco del mundo de la apariencia.” Joyce y el Zurdo después de Raco: ¿Cantan aún los gallos del Cid, al amanecer, en Medinaceli? nací en el mes de enero y llovía según me cuentan. Mi padre era un pobre con libros. Siempre llevaba cuatro caballos y una alforja con extraños textos. Para completar su jornal de peón de quinta o sexta categoría, iba a los potreros, montaba los potros salvajes y los amansaba. Le traigo un caballo, ¿me lo puede arreglar? Domar sobre pastos altos para que cuando caigas, caigas sobre blando; eso nos enseñó. Los jueves yo cabalgaba dieciséis kilómetros hasta Junín. Al mediodía tocaba mi estudio de guitarra al diestro Almirón; a las cinco llegaba a la casa del irlandés, el maestro Cornow, que me daba la leccioncita de gramática inglesa y volvía galopando a mi aldea. ¿Desarraigado? ¡Qué voy a estar desarraigado! Estoy en París porque todo me queda cerca, hasta la soledad. Fui cien veces, no tengo nostalgia: en las tardes cuando me hace un ruidito, cojo la guitarra y está conmigo. Mañana no tomes deber, dijo Eluard, es interesante y tienes que tocar la guitarra para ellos. Pequeña señora Edith Piaf afirmó que París tenía que escuchar mi música e hizo pegar carteles dondequiera: Vendredi 7 Juillet 1950 à 21h. au théâtre de l’Athénée EDITH PIAF chantera pour vous et pour le grand guitarriste et folkloriste argentin ATAHUALPA YUPANQUI. Extraordinario honor que no olvidaré, ni podré pagar jamás; pan se dice pan… pese al amplio recorrido entre Burgos y Valencia, podemos decir que únicamente el entorno de San Esteban de Gormaz y el de Medinaceli, ambos en la provincia de Soria, son los narrados con una perfección topográfica absoluta. El propio Menéndez Pidal abandonó la idea de que un sólo juglar de Medinaceli fuera el autor del poema. Se admite ya, que hubo un poeta de San Esteban de Gormaz que escribió muy cerca de la realidad histórica, y otro poeta de Medinaceli, bastante más tardío, consecuentemente alejado de los hechos del Cid, que poetizaba más libremente. Hacia 1103 o 1109 debió escribir el primero, es decir, a los pocos años de la muerte del Campeador (1099). En cambio el refundidor de Medinaceli debió de llevar a cabo su obra alrededor de 1140, fecha propuesta por Pidal, con anterioridad, para la totalidad del poema :me senté en los escalones de la Dogana porque las góndolas siempre fueron caras; en mi walkman escuché la voz de Terror Días: que se los va a llevar el diablo y enfrente el canal, con la Giudecca entre bruma y Roger Keith en Cambridge sin saber de la calle Querini, a una cuadra del canal, atravesando el puente de la Academia, caminando Le Zattere hasta más allá de la iglesia de los dominicos y entonces a la derecha, hasta una callejuela sin salida y casi sin luz: y la primera luz, antes de que el mínimo rocío haya caído, después de una noche sin concerto de Vivaldi y el vaporetto que no llegaba y el frío frente a los dogos con el canal como espejo. Él sabía de su final por eso el primer cantar, el del destierro: “falta la primera hoja del códice”, me dijeron; sin embargo ella –Dédalo le dio a Ariadna el ovillo de cordel– habla desde el balconcito que mira al canal: Ezra visitó Venecia a los trece años con su madre y su tía abuela France, la que había bailado con el general Ulysses Grant. Volvió en 1908 viviendo en la esquina de rio San Trovaso; de allí el Canto LXXVI. Dijo la Signora Agresti “quiebra su sistema político pero no el económico” y el sol alto, mas arriba del horizonte, escondido en un banco de nubes, iluminó de azafrán el borde de la nube. Amaba Venecia con locura (eran los Años del Silencio, después del psiquiátrico y del exilio interno; después el otro). Le gustaba leer versos en voz alta, sólo hablaba con los gondoleros; ellos le querían. Murió sereno, de vejez, entre el Día de los Santos y el de los Difuntos, tenía 87 años. Cuando salió de la casa para ir al hospital no quiso ser llevado en camilla; bajó las escaleras solo y a pie se fue a tomar la barca relean la historia: es todo lo que en ella se lee de verdadero. Los que creen hacer causa en su trajín son, sin dudas también, los desplazados por un destierro que han preparado; pero se han hecho ceguera bella los ciegos

 

 

Refutación

por Melina Di Francisco

 

El tiempo de vivir sin tiempo. Estallar las posibilidades. Hoy se siente lo que mañana no.

 

¿Pueden ustedes sentirse cuerdos?

 

Él dice, nos cuidemos del virus y la psicosis ¿Alguien escucha toda la frase?

 

Por las noches las canciones a mi hija son siempre la misma nota, repetida, repetida.

 

Por los días escucho angustia. La misma nota, repetida, repetida.

 

Y en la cama del placer, contamos siempre el mismo muerto. Sacame de acá, donde nacemos, cogemos y morimos. Quiero dormir parada.

 

Les digamos a todos que este finde nos vamos a las sierras, a ver qué pasa. Les digamos que nos vamos a casar, a ver qué pasa. Les digamos que tendremos otro hijo o que vamos a apagar los celulares. A ver qué pasa.

 

Inventemos una historia todos los días. La escuela de niños felices/la secuestran a mamá/la casa embrujada. Se nos terminó el alcohol. Inventemos una historia todos los días.

 

Limpiemos, trabajemos, cocinemos, bailemos ¿Cuántos días? Tengo dones de todo tipo. Todos ellos. Hagamos jardinería, nos ocupemos de la planta que nació para morir y escribamos su epitafio.

 

¿Nos olvidaremos así?

 

El día que papá murió sentí alivio. Algún día, después de doler, la locura de ver morir iba a quedar atrás.

 

Pero no. El cuerpo tiene memoria, decía mi profesora de gimnasia.

 

 

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