Los libros de Henri Meschonnic son libros no autorizados. Sus entrevistas, algún día alguien las reunirá en un libro, forman parte de la obra y son una radicalización no oficial de su poética. El mantenimiento del orden es lo único que la literatura oficial, casi toda, conoce. Y como los que trabajan para ese mantenimiento del orden, editores, poetas, profesores, novelistas, críticos, solo leen “la lengua del orden”, terminan editando, leyendo y glosando “sujeto, verbo, complemento”. Esta serie de entrevistas las traduje para mí, ahora las publico en Cuarta Prosa para respirar, como dice Henri Meschonnic, un poco mejor. Y mostrar que todavía hay poemas que desobedecen.
Hugo Savino
Enero de 1998
Pregunta: Después de todos sus trabajos dedicados a la poética, al ritmo, a la traducción, ¿por qué dedicar un libro a la lengua?
Henri Meschonnic: En realidad, me pidieron que escriba este libro porque ya conocían mi trabajo anterior, en particular Des Mots et des Mondes (Hatier, 1991) que trata sobre diccionarios, enciclopedias y gramáticas. Para mí no se trataba entonces de escribir la milésima historia de la lengua francesa, sino más bien de afrontar un problema, el del “genio de la lengua francesa” abordándolo histórica y conceptualmente. El título, De la langue française (De la lengua francesa), es por otra parte un título que empieza por una palabra que falta: “el genio”…
P: ¿En qué el “genio” es particularmente francés, cuando se trata de la lengua?
M.: Es verdad que otras lenguas han formado sus propios mitos pero el del “genio de la lengua” como claridad francesa es un mito francés, un mito único, que los lingüistas siempre han tratado con desprecio calificándolo de tejido de absurdidades. ¿Pero cómo se puede arreglar de un plumazo de desprecio algo que dura desde hace cinco siglos, y que continúa teniendo vigencia? Es la pregunta que me hice.
P: ¿Hubo siempre un mito del “genio de la lengua francesa”, o se puede fechar con precisión su aparición?
M.: Este mito aparece en el siglo XVII, después que en el siglo XVI empezó una guerra de las lenguas, que sucedió a una paz de las lenguas, la paz latina. Hasta el siglo XVI, el latín es la lengua internacional, la de la Iglesia, la del saber y el pensamiento, y coexiste, sin rivalidad, con las lenguas vulgares que desarrollan una literatura profana. La rivalidad aparece en el Renacimiento, cuando, para adquirir el poder político y cultural, el francés entra en guerra con el latín. Es por otra parte un acto político que sella la victoria del francés sobre el latín : la ordenanza de Villers-Cotterêts en 1539. Y todavía no terminó : después de la guerra contra el latín, habrá una guerra contra el italiano, como reacción a la italianización del francés mediante la presencia de dos reinas italianas en Francia, Catalina de Médicis y María de Médicis. Pero en esa época, todavía no hay mito de la lengua. La lengua sigue siendo un tema político.
P: Dicho de otra manera, ¿la cosa aparece antes que la expresión?
H.M.: Sí. La expresión “genio de la lengua” recién hace su aparición alrededor de 1630, en la Academia francesa, en un texto dicho por un traductor.
P: Cuando se trata de la grandeza de la lengua francesa, ¿las miradas no se dirigen siempre hacia el siglo XVII?
H.M.: Sí, porque todo ocurre como si no hubiese nada antes del siglo XVII, que opera una verdadera mutilación de la continuidad cultural francesa. La Edad Media es borrada, así como la generación de Marot, ya enterrada por la Pléiade. A eso hay que agregar la ruptura entre la lengua de la corte por un lado, y por el otro el lenguaje popular, los franceses regionales y el lenguaje de los oficios. Con Port-Royal, vendrá entonces a sumarse la idea de que el francés es la lengua del orden y de la claridad, esencialmente a causa del orden “sujeto-verbo-complemento”, el que se supone como el único orden del francés, y el orden mismo de la razón natural, que se opone al “desorden” de la frase latina. Es lo se ha llamado “la querella de la inversión”, nacida de la comparación sumaria entre el francés y el latín. Sin embargo, no hay “desorden” en latín, no hay inversión puesto que están las declinaciones. Este orden único es un mito, puesto que existen en francés seis o siete órdenes diferentes.
P: ¿Qué consecuencias tiene esto?
H.M.: Puesto que la lengua francesa es la lengua de la razón, ella es también la de la prosa y no la de la poesía. Es también una lengua que no tiene ritmo porque no tiene acento de palabras. Una verdadera censura puede así eliminar la poesía del patrimonio francés: Beaumanoir, toda la poesía del siglo XV, así como la poesía barroca, son borrados y desconocidos. Sin hablar de Scève o de Sponde… Incluso los grandes poetas del siglo XIX son rechazados por la ideología académica. Brunetière detestaba a Baudelaire, Mallarmé, Verlaine. El simbolismo no es francés. Y eso dura hasta el libro de Dauzat de 1943 que retoma el mito del genio en la época de Vichy, y que hace de él un tema nacionalista. En los años 30, los únicos que escapan a la mugre lenguajera que tiene vigencia y que es la del antisemitismo y del fascismo francés de esos años, son los surrealistas.
P: Sin embargo es con Rivarol, en el siglo XVII que culminan el genio, el orden, la claridad.
H.M.: El momento más bello del mito, es efectivamente cuando Rivarol publica su Discurso sobre la universalidad de la lengua francesa que obtiene en 1784 un premio en el concurso de la Academia de Berlín. Hay que reconocerle un cierto genio de la fórmula. “Todo lo que no es claro no es francés” es la más citada pero hay otra menos conocida, pero más increíble, que me lleva a decir que hay un totalitarismo ingenuo en Rivarol: “La lengua francesa, escribe, es la lengua humana”… Rivarol le dio su forma definitiva al mito de la claridad como genio de la lengua francesa.
P: Finalmente, lo que usted demuestra en su libro es que no hay “genio de la lengua” sino genios de la lengua.
H.M.: El problema del genio es en efecto un problema no de lengua sino de hombres. Algunos creen defender la lengua citando a Proust o a Descartes, pero Proust y Descartes no son la lengua, es cada vez una obra, es el lenguaje y no la lengua. Se confunde entonces la lengua y el discurso, el discurso y un sistema de discurso que es el de una poética, porque inicialmente hay una confusión entre la lengua y la literatura, la lengua y la cultura. Hay pues que pensar la relación entre la lengua y lo que ha sido escrito en francés, evitando la trampa del determinismo que querría que haya una relación de causalidad entre una lengua y lo que está escrito en esta lengua, mientras que solo hay una interacción.
P: Pero lo que usted dice es un poco paradójico puesto que usted escribe por otra parte que un cierto tipo de pensamiento solo es posible en una lengua dada.
H.M.: Porque si alguien inventa un pensamiento, lo hace en una lengua y no en una ausencia de lengua. Lo que se inventa en una lengua no se inventa en otra. Tomemos el ejemplo del latín. Hay una poética del pensamiento en latín en el siglo XVII. Francis Bacon, Spinoza, Descartes, Leibniz inventan un pensamiento en latín y el latín de cada uno no tiene nada que ver con el latín del otro, así como estos pensamientos solo son posibles en latín.
P: Al mismo tiempo que usted critica a los “defensores” de la lengua francesa, se niega a plantear como un problema esencial el de una “simplificación” del francés con fines demagopedagógicos.
H.M.: No se defiende la lengua francesa descendiendo a un nivel supuestamente bajo. Lo que hay de viciado y vicioso en esta simplificación es que ese no es el problema. Fíjese en los japoneses, ellos plantean que la lengua japonesa es una lengua superior porque ningún extranjero puede aprenderla. La defensa del japonés es lo contrario de la defensa del francés. En realidad, si se mira lo que pertenece a la lengua propiamente dicha, no es eso lo que constituye el atractivo de una lengua, es su cultura, su literatura, sus genios y no su genio. La mejor defensa de una lengua, es su historia, las grandes invenciones de pensamiento que se han hecho en ella, es Montaigne, Diderot, Proust, los surrealistas. Eso es lo que hace la grandeza y el atractivo de una lengua. El esfuerzo por continuar inventando lo poético y lo político. No hay que rebajar el nivel. Se puede aprender una lengua muy difícil si uno está motivado. No es un problema de ortografía ni de conjugación, sino de sentido del lenguaje.
Traducción: Hugo Savino