¿Hazlo tú mismo? ¡Mejor hazlo con tus amigxs! // Elian Chali

Es la cuarta vez que me encuentro en el escenario de Trimarchi. Cuarta. La primera fue en el 2013, la segunda en el 2017 y la tercera el año pasado junto a Jorge Pomar. Cuatro veces subiéndome a esta gran barca sin entender muy bien porqué, pero tengo varias teorías para esto. La primera y más engreída es que Pablo y Seba tienen algún tipo de fetiche conmigo. Asumo que soy un chico lindo pero un poco raro al igual que ellos y supongo que deben hacer espejo. La verdad que eso me parece muy saludable porque sabemos que a menudo es difícil amigarse con lo que nos devuelve el reflejo, es decir, amigarnos con lo que somos. Si esta teoría tiene algo de cierta, aprovecho para confesarles que también son un fetiche para mi y se los agradezco. Me enseñaron a que los raros tenemos un lugar en el mundo, merecemos afecto por igual y podemos hacer cosas valiosas. Los quiero mucho.

La segunda teoría es la siguiente: Trimarchi a lo largo de 20 años alojó a montones de referentes y curiosos de todo el mundo y ahora, que es su turno de moverse hacia otros lugares, está necesitando amigos queridos que lo acompañen en la travesía. Acá me gustaría correr a Pablo y Seba del centro para insistir en Trimarchi como un sujeto autónomo de sus creadores, una vida emancipada. Una especie de Frankenstein autofabricado por experiencias, saberes, amores y goces que se anima a mostrarse asustado frente a la expedición planetaria. Trimarchi es como esa nube energética que flota entre la gente en situaciones colectivas como recitales, manifestaciones u orgías. Trimarchi es pura circunstancia, puro devenir del encuentro. Entonces este pequeño Frankenstein que ya es un adulto, me convoca a viajar con él y yo no puedo más que hacer espejo otra vez, porque también soy un monstruo autofabricado por experiencias, saberes, amores, goces y algún que otro llanto y dolorcito también. Me subo a su caravana que despega de la ciudad bella y tenebrosa de Mar del Plata para aterrizar en otra ciudad bella y tenebrosa como Madrid, sin garantías ni expectativas, pero con la certeza de que el viaje será divertido.

La tercera teoría y creo, más sensata, es que Trimarchi es puro aliento, y como buen Frankenstein, confía en que los monstruos siempre podemos dar un poquitito más.

Aunque sea por ahora, decido quedarme con esta posibilidad amorosa de las amistades que son trampolin, escalera, guarida y paracaídas. Esas amistades que están allí posibilitando una imagen del mundo que no se construye sola, un presente de ensoñación y alivio.

Me temo que los voy a defraudar. Voy a seguir leyendo y también hablando de ustedes y de otros que han hecho de este plano un lugar menos hostil. Pero primero me presento para dar contexto de por qué estoy parado en este escenario. Me llamo Elian Chali, nací en Córdoba hace 35 años y tengo una fascinación por el espacio público que roza la obsesión. Espacio público que es calle, espacio público que es exposición, espacio público que es político, espacio público que es la posibilidad del encuentro con otros distintos a mi. La música de fondo de mi educación sentimental adolescente fue el punk rock y siempre sospeché de cómo se organizan ciertas cosas de la supuesta normalidad. Una de las consignas que aprendí con esos ritmos apresurados y salvajes fue “hazlo tú mismo”. Sin dudas, este combo se volvió una huella fundamental de mi esencia. Había un sabor a provocación y autonomía en esa frase que me parecía muy seductora, casi que podía escuchar a alguien invitándome a cruzar a la otra vereda, a construir una actitud, un modo de pararme frente a la realidad. La sentía como una consigna camiseta, un lema tatuado en una bandera. Entonces el empecinamiento que tenía por la calle, sumado a música ruidosa llena de energía y una consigna poderosa, no podía provocar otra cosa que el deseo de gritarle lo que pienso al mundo. Aunque tardé por lo menos 10 años en asumirlo, cuando reconocí ese deseo, fue el momento exacto en el que me transformé en artista. Ahora en perspectiva lo puedo ver de manera evidente.

Me gusta pensar la transición de humano a artista porque no creo que seamos de la misma especie y esto no es siempre motivo de orgullo. Si no, le podemos preguntar a los raros que nombré anteriormente qué piensan de su raritud y veremos que a veces es un lugar incómodo. Creo que somos de otra especie porque tenemos una piel extraña que funciona como un radar de la poesía que flota en la atmósfera. Somos de otra especie porque perseguimos una idea con la misma obstinación que los perros que persiguen coches en su afán por atraparlos. Somos de otra especie porque creemos que una flor está repleta de sabiduría. Hacemos cosas que no funcionan, teatros sensibles de lo pequeño. Dibujos en papelitos, cantos afónicos. Todo tan minúsculo como para desestabilizar los órdenes del mundo.

Por esto -y algunas otras cosas más- creo que somos de otra especie. Entonces, aunque sí sea trabajo, el arte no es un trabajo como cualquier otro, porque este solo brota en tanto y en cuanto haya alguien dispuesto a recibir la ofrenda. Existe en modo relacional, afectivo y paciente. Esto tampoco garantiza nada, más todo lo contrario, profundiza la incertidumbre y nos invita a bucear en ella de manera misteriosa, porque el arte es una brújula que no siempre marca el sur.

De igual modo, lo que quiero contarles es que la consigna funcionó. El hazlo tú mismo se volvió un estandarte: lo hice por mi mismo. Ladrillo por ladrillo empecé a construir una forma de vida acompasada a mis deseos, pero siempre con la torpeza de quien busca desesperadamente. Estas imágenes que pasan detrás mío, son proyectos que desarrollé en el espacio público, ese lugar que me intriga hasta la obsesión, funcionó como plataforma para inventar una posibilidad poética y una mirada sobre el mundo que me toca habitar. Pero también son recortes que materializan las experiencias, saberes, amores y goces que me componen como persona. No son imágenes planas, más bien se parecen a cuencos donde se acumula agua y puede brotar lo vivo. Al menos yo elijo verlo así. Quizás se estén preguntando por qué las paso tan rápido y no me detengo a contarles alguna anécdota o motivación particular, es que considero que en esta conversación, la obra no importa tanto. Bah, sí importa porque es el móvil para todo lo que pasa alrededor, es como una gran gran excusa. Además, debo admitir que desconfío un poco de las imágenes, son demasiado escurridizas. No quiero que toda esta declaración de amor y pasión quede en segundo plano por la intensidad visual, si quieren encontrar mis obras, saben dónde pueden hacerlo. Y la verdad que me parece importante que me escuchen, porque ustedes también amarían a toda esta gente. Créanme, es imposible no hacerlo. Han salvado vidas, ¿me entienden? Bah, por lo menos salvaron la mía y eso merece toda la gratitud. No son amigos, son amores, al decir de la Lemebel.

Me refiero a que lo que estoy compartiendo, no tiene que ver con resultados finales, sino con procesos y con la forma en la que se inscribe la memoria en el cuerpo. Sí, claro que hay un motor que levanta la velocidad del pulso y eso es inexplicable, no lo voy a negar: la práctica artística es un deleite espectacular. En la misma línea les pregunto a ustedes ¿qué será lo que los artistas intentamos descubrir? ¿Qué clase de fantasía sostiene esta ficción? Tengo la leve sospecha que ese talismán preciado que tanto manipulamos -o añoramos manipular- tiene que ver con fabricar una noción de verdad donde pueda caber un montón de gente, o aunque sea los raros como yo y ustedes y quizás eso es suficiente.

Como verán en esta gran pantallota, me he dedicado a ocupar la ciudad como lienzo respetando un programa estético-visual preciso y estricto. Utilizar colores primarios y geometría blanda para conversar con los edificios. Soy riguroso con la síntesis de recursos, es mi homenaje secreto a la precariedad sudaka. Me interesa la tensión que pueden producir el encuentro de algunas formas. Engañar al ojo y suavizar las estructuras que dibujan el paisaje en las urbes. Aunque gigantes, insisto en que mi pintura se trata de gestos pequeños. Creo en la posibilidad de borrar las fronteras de las categorías. Con esto me refiero a que si mi obra se confunde con algo decorativo o publicitario y no queda suficientemente claro que es arte, más que un problema, lo considero una potencia. Porque al final, los artistas siempre estamos tratando de encontrar arte fuera del arte. También debo admitir que aunque sea un workaholic incurable, soy bastante vago. Tengo una concepción de la ley del mínimo esfuerzo que es un poco enroscada, pero de verdad me parece valioso hacer lo menos menos posible.

En los últimos 15 años recorrí más de 50 ciudades de 30 países alrededor del mundo junto a mis proyectos y aunque esto no es un mérito en sí mismo, la verdad es que fue muchísimo trabajo. Es que no me atrae particularmente lo cuantificable, salvo en la escala.

Las métricas, las estadísticas, lo mensurable prefiero dejársela a los bancos, las corporaciones y las redes sociales. Pero voy a hablar de esto en un ratito, ya vuelvo.

 

Durante todos estos kilómetros de placer y esfuerzo, me encontré de manera reiterativa con una idea que siempre me hizo ruido sin distinguir norte, sur, primero o tercer mundo, oriente u occidente. Eso de que los artistas que trabajamos en el espacio público, tenemos la capacidad de transformar los contextos con nuestra obra. “Acupuntura urbana creativa”, “recuperación”, “embellecimiento urbano”, “reactivación”, “revitalización de zonas vulneradas”. La verdad es que esto me parece de mínima, una posición vaga y de máxima una arrogancia brutal. ¿Quiénes nos creemos los artistas para decir que tenemos la capacidad de transformar un contexto? ¿Quién nos convenció de que un contexto lo puede transformar una obra de arte por sí misma o peor, que lo puede hacer una sola persona? Y me refiero a que me parece una posición vaga porque carece de lectura de la realidad, cuando esta nos está indicando constantemente que la vida sucede más aquí y más allá de las estructuras que la componen. La realidad nos muestra que no se trata de controlar lo indomable de lo social, sino más bien imaginar cómo ser parte de ella de una forma más amable, sumergirse en su torrente orgánico como método de intervención sin que esto conlleve la adecuación total. Ahora, ¿transformar un contexto? ¿De pe a pa? ¡Ojalá pudiéramos hacerlo! Imaginense que pintando un edificio, cambiáramos la realidad del barrio, viviríamos en un mundo maravilloso, si en porcentaje, hoy somos más artistas que humanos. Ojo, yo SÍ creo con todo mi ser que un trazo puede hacer temblar el universo, pero sus formas son un poco enmarañadas, al menos para mi. El cuento de la revolución del arte al cual muchos le rezamos, es el que nos vendieron los mercados. Ese mismo cuento ruidoso que tapa lo que muchas personas sienten cuando el arte brota inesperadamente más allá de la épica que tiene pegoteada. Es la harto conocida sentencia de que la verdad tracciona sobre el tiempo lineal, como si la única historia válida fuera la contada por los héroes. Pero el arte también está en otro lado. No sé dónde, pero en otro lado.

 

Quizás ustedes estén pensando que soy un enano rompebolas y sí, tienen razón. Lo soy. ¿Pero saben que? Tengo una relectura de esa idea de la transformación, el arte y los contextos. Se las cuento: yo creo que no intervengo lugares, los lugares me intervienen a mí. Sin duda mi obra -que es otra forma de espejo extraño- se contamina de los entornos donde aparece y de esa manera se transforma, es decir, de esa manera me transformo. Los lugares redondean mis ángulos personales. Nunca soy el mismo, nunca salgo indemne. Siempre vuelvo a mi casa siendo otro, y no me refiero a regresar más alto o con menos panza, eso ya es un tanto más complicado. A lo que voy, es que es tan opaco e inexplicable lo que sucede, que debo entrenar al máximo mi permeabilidad para absorber todo lo que los lugares tienen para compartir. ¿Qué significa esto? Apostar a lo sensible, ablandar el cuero, muy por el contrario al cuento sobre la fortaleza que nos vendieron y también compramos sin chistar. En vez de despreciar los contextos diciendo que venimos a mejorarlos, podríamos agradecer por tanto obsequio. Al menos yo lo estoy y les propongo que lo hagan, verán cómo cambia su recorrido de vuelta a casa. Por todo esto sigo un programa estético-visual estricto, porque funciona como una esponja que llevo a la conversación con la ciudad y lo lindo de conversar no es solamente hablar, sino también escuchar. No me creo capaz de exponer o retratar algo o alguien sin caer en la demagogia. Para poder hacerlo, necesitaría paciencia y tiempo, poner atención especial en cómo se habita, sentirlo en el cuerpo. Si en unos pocos días ni turismo se puede hacer, ¿Cómo podemos pretender cambiar una realidad en una semana? Además, ya lo sabemos, los lugares se transforman por voluntad colectiva. La revolución nunca la hace un solo sujeto, aunque a menudo veamos alguno que otro intentando acaparar todos los créditos.

Esperen, esto me da lugar para rebobinar. Quiero volver a hablar de lo anterior y mezclarlo con esto y bueno, espero que se entienda algo de toda la ensalada que les estoy compartiendo.

 

Acá van otros condimentos:

No se si preguntaran cómo hice todas esas obras tan grandes y, aunque para mí sea una obviedad que trabajo con un montón de gente, prefiero contarles más, porque esto sí es importante en esta conversación. Acá voy: siempre fui de esos artistas que piensan en una idea y después ven cómo se ejecuta. Es decir, a la inversa de quien trabaja con lo que tiene a mano, esto incluye desde materialidades hasta capacidades. Me gusta imaginar más allá de que no tenga claro cómo se baja a tierra y luego diseñar alguna metodología para llevarla a cabo. Doy un ejemplo simple por si no me explico bien: si quiero hacer una escultura de metal, no me interesa aprender a soldar, prefiero buscar al mejor herrero para que lo haga. Vamos, yo les anticipé que era medio vago, pero esto no es solamente por eso, de verdad me entusiasman otras partes de los procesos.

 Durante mis primeros años viajando por el mundo, realicé todas mis obras yo solo. Estos 130 centímetros de carne que me componen, contra esos gigantes de concreto. Hoy reviso lo cometido y me parece una locura sin sentido. Por un lado fue así porque eran las condiciones disponibles para poder hacerlo, pero también por el gravísimo error de creer que tenía que valerme por mi mismo. Entre todos los otros, también compré el cuento de que la obra de arte sale del estómago de los artistas en un gesto de maestría y erudición absoluta. Y para embarrar un poco más la cosa, al ser una persona con discapacidad y particularmente una persona más pequeña que el promedio, creía que en mi caso era ineludible, trascendental y urgente valerme por mí mismo. No se olviden que el cuento inicial que adquirí para mi biblioteca mental fue el “hazlo tú mismo”, pero en un ratito vuelvo a eso. La verdad es que no sé qué pensaba o qué quería reparar. No sé si mi falta de estatura o de fuerza, no sé si sentía que estaba en juego el tamaño de mi valentía, no lo tengo muy en claro. Lo que sí sé, es que ese cóctel mortal de autosuficiencia, al cabo de unos años empezó a destartalar mi cuerpo, así que se volvió evidente que si quería seguir imaginando ideas más allá de lo que tenía a mano, debía pedir ayuda. El problema es que pedir ayuda tiene muy mala prensa desde siempre, así que salir de ese laberinto no fue ni es tarea fácil. Pero a partir de ese momento, muchos de los cuentos que me había creído, empezaron a perder sustancia, como si se hubieran vuelto amarillentos con el tiempo. El artista erudito, el significado de la valentía, la revolución del arte, el hazlo tú mismo. Todo con olor a guardado y descolorido. Justo ahi fue que mi obra junto a mi cuerpo se complotaron para empujarme fuera del closet de la discapacidad, y de pronto me encontré transicionando nuevamente hacia otra especie aún más rara. Una especie debilitada que hace de la interdependencia un motivo de celebración, más que de lástima. Una especie lenta, vapuleada por el ojo público de la sociedad pero con larga trayectoria sobre la ternura en la intimidad. Una especie que no tiene drama de romper las paredes asfixiantes del orgullo para pedir auxilio. Entonces no solo me asumí como una persona debilitada, sino que esa debilidad trajo una nueva fortaleza. Esta se compone por el acoplamiento con otros y hace que pasen cosas inesperadas. De repente tu fuerza es la de muchos y también se redistribuyen las angustias y dolores. Mi cuerpo debilitado me hizo entrar a una dimensión que justamente no tiene cuerpos, solo flujos y devenires cruzados todo el tiempo. La verdad que no le deseo una enfermedad o una dolencia a nadie, pero debo decirles que habitar una diferencia corporal y reconocerlo, te abre a nuevas perspectivas radicalmente distintas, más por estas épocas en que la diferencia cotiza alto en los mercados sociales. No estoy hablando de sentir orgullo, me refiero a emanciparse de las expectativas de los demás para empezar a vivir la vida a tu propia velocidad. Es permitirte dislocar la mirada para darte cuenta que no somos todos iguales y eso es una gran suerte. Ya lo dije al principio, es difícil amigarse con lo que somos, así que cuando encuentren una fisurita por donde ingresar a ese plano, uso y recomiendo escabullirse sin pensarlo. A mí por ejemplo, me hizo entender algo que me inquietaba mucho no encontrarle sentido, ya que es una característica notable de mi obra: nada más y nada menos que la escala. Obviamente escuché muchas veces ese lugar común de que tengo algún tipo de complejo de inferioridad. Claro, como soy enano, hago cosas gigantes para remendar, lógico. Algunos que trabajan en grandes formatos también hablan de la efectividad del impacto, otros acatan la relación con el tamaño de los soportes y su monumentalidad. A mi nada de esto me convencía del todo, hasta que descubrí que en realidad es un gesto mucho más pequeño: hacer que las personas tengan que alzar la mirada para poder ver la obra. Ese gesto de levantar la cabeza, como quien le hace frente a las cosas. Como quien se maravilla con el cielo. Ese gesto es el que hago todo el tiempo porque miro desde abajo, estoy en el subsuelo, me asombro con todo. Fueron muchos kilómetros de placer y esfuerzo para entender que lo único que quiero, es compartir mi admiración por la vida. Pero volviendo a lo anterior, es indispensable ser y estar con otros.

 

¿Quién puede solo con la vida? Esto me recuerda a la mentira de la formación autodidacta, que hace parecer que alguien tiene la capacidad de aprender por sí mismo aislado de su contexto, cuando autodidacta significa con y en relación con los demás. El tema es que ese otro no siempre tiene el ropaje de maestro o institución, entonces de vuellllta aparecen las categorías para estorbarnos la vida.

Pero vuelvo a lo concreto: La limpieza de la casa, por ejemplo. Pagar las cuentas. Atravesar un duelo. Salir de fiesta. Construir una nave espacial. Ver una película. Imaginar un mundo mejor. Esperar en la fila del banco. No sé, todo siempre es con otros, para bien o para mal. Incluso hasta hacer pinturas enormes en lugares recónditos alrededor del mundo. O escribir, que como verán, es algo que también me gusta hacer y no lo hago solo. Aprovecho para confesar que escribí todo esto que estoy leyendo porque cuando hablo de cosas importantes me pongo nervioso, pero también porque me da mucho placer hacerlo. La escritura como sinónimo amable de la ansiedad y entusiasmo previo que genera un encuentro. Escritura como abono para la tierra del anhelo.

Pero admito que ni escribir, ni pintar, ni imaginar, ni sobrevivir lo podría haber hecho sin Simón. Ni Adrián, ni Juan, ni Anita, ni Laureano, ni Sole, ni Doblack, ni Emi, ni Crizis, ni Manu, ni Santi, ni Anahi, ni Pedro, ni Guille, ni Chula, ni Cheru, ni Sofi, ni Nico, ni Clau, ni Franco, ni Sara, ni Anibal, ni Andrés, ni Ral, ni Ale, ni Vic, ni Marie, ni Luchi, ni Crizis, ni Fran, ni Milu, ni May, ni Mica, ni Luca, ni Rodri, ni Charo, ni Marga, ni Facu, ni Jota, ni Coti, ni Nolo, ni Cami, ni Pau, ni Gaby, ni Pablo, ni Vicky, ni Nacho, ni Seba, ni Vale, ni Pili, ni Lucas, ni Marce, ni Cristina, ni Dolo, ni Victor, ni Fabián, ni Inés, ni Bel, ni Turco, ni Dina, ni Maia, ni Ivan, ni Noe, ni Gise, ni Bicho, ni Cande, ni Goyo, ni Cin, ni Romy, ni China, ni Jime, ni Felipe, ni Ema, ni Valen, ni Pocho, ni Monse, ni Lau, ni Luli, ni Fede, ni Ari, ni Agus, ni Hernán, ni José, ni Ceci, ni Coca, ni Lu, ni Arturo, ni Sabri, ni Orco, ni Gordo, ni Dante, ni Ro, ni Meri, ni Pepa, ni Marti, ni Chino, ni Magda, ni Bea, ni Kike, ni Sol, ni Caty, ni Vero, ni Cho, ni Axel, ni Lalo, ni Dani, ni Diego, ni Mostro, ni Lichi, ni Carla, ni Maca, ni Martin, ni Viole, ni Octa, ni Nina, ni Malen, ni Javi, ni Juli, ni Guada, ni Meli, ni Silvio, ni Jorge, ni Pancho, ni Nata, ni Rena, ni Jose, ni Nana, ni Maria, ni Alfredo, ni Leila, ni Flor, ni Lili.

 

De seguro me olvido de varios y algunos más vendrán, pero sepan que sin ellos no hubiera podido, ni tampoco puedo. Pero lo mas lindo es que tampoco quiero, porque ellos hacen más fácil tragar la vida cotidiana y conectarme con lo que soy y lo que deseo. Y ahora tengo la intuición de que esto es lo más cercano que puedo estar de la definición de libertad. Al menos por un rato.

Y los nombro porque es una forma de hacerlos aparecer en este escenario junto a mi, ¿los pueden ver? A mi izquierda hay una gran banda y a la derecha otra. De seguro varios flotando arriba de mi cabeza y otros sosteniéndome desde abajo. Quizás no los ven porque en este momento son fantasmas, pero son ellos, con ellos y por ellos la gran excusa de todo esto. No hace falta nombrarlos para darles existencia, es solo una forma insuficiente de decirle gracias y verbalizar mi excusa permanente de estar vivo.

Entonces querida audiencia que ya debe estar frita de mi exagerada verborragia, les pido que me acompañen a declararle a mi yo adolescente punk rabioso que fracasé: Ya no lo hago más por mi mismo. Ahora elijo hacerlo con mis amigos.

 

 

Conferencia en el marco del Festival Trimarchi.

Círculo de Bellas Artes, Madrid, España. Septiembre 2023.

 

1 Comment

  1. Gracias por tus palabras Elian. Me interesó mucho tu visión alejada de la tradicional miopía de muchos artista en relación a la importancia hacia el entorno del quehacer artístico. Y además la importancia y el amor que ponés en lo comunitario, en salir de la autosuficiencia y potenciar lo rizomático que desde hace mucho tiempo pareciera estar obstruido o castigado. Suelo pensar mucho en torno al quehacer arquitectónico y creo que lo que decís podría vincularse a esta otra disciplina. Un abrazo alehante desde esta extrañea distancia

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