La frase “hay un fusilado que vive” pudo llegarle a Rodolfo Walsh del pasado tanto como desde el futuro. Navegaba la eternidad antes que el escritor lograra fijarla en el papel, en el prólogo de Operación masacre. Año 1957. Mismo año en que, según Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López, una misteriosa encarnación interrumpió de madrugada el trabajo solitario de un guionista e historietista, convertido de golpe en testigo de un narrador absoluto, capaz de dar testimonio de las tragedias y las resistencias de todos los tiempos. Por comodidad, el insólito viajero elegía llamarse Juan Salvo. Aunque bien podría haberse hecho llamar Juan Carlos Livraga, sobreviviente de los fusilamientos clandestinos de José León Suarez. O Rodolfo Walsh, cuya escritura captó con exactitud los detalles de la masacre. El 57 fue un año de espiritismos. El film de Hugo Santiago, Invasión, transcurre en ese mismo año por sugerencia de Jorge Luis Borges, guionista del film, para quien el 57 era ideal para situar una ficción. Lo consideraba un año vacío de historia, desprovisto de significación política. Apto para recibir su sentido de otro tiempo. La carga esotérica del 57 proviene, sin embargo, del año 56. Es allí donde hay que posar la mirada. Si invertimos los números mágicos, daremos con los 75 años exactos que se cumplen hoy de aquellos fusilamientos –“diez fusilados inocentes por la policía provincial”, se lee en el diario de trabajo de la investigación de Operación masacre, de Enriqueta Muñiz- ocurridos la noche del 9 al 10 de junio. En el prólogo al diario de Muñiz, Daniel Link escribe sobre Walsh lo siguiente: “una inteligencia de izquierda no es algo a lo que se llega fatalmente sino un punto de vista que hay que construir y sostener cuidadosamente”. Una meticulosidad en la construcción de un difícil punto de vista de izquierda, de eso se trata.
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en